El ir y venir luchando por las cosas más queridas, sin bien nos gasta las manos, nos deja abierta la vida.
- Víctor Jara

domingo, 22 de diciembre de 2013

Valores y senderos en la vida

Desde niño nos formamos de acuerdo a una serie de valores éticos y morales, de actitudes y aptitudes que vamos absorbiendo poco a poco de la familia y la sociedad, y de la escuela. Sobre todo de la escuela. Ya se que en educación está más que demostrado que los actores del proceso de educación no se reducen a la escuela, sino que involucran a todos aquellos actores que componen el contexto sociocultural que rodea al educando, pero creo que de todos ellos, la escuela ejerce un papel primordial como tamizador, como selector, como coordinador. En todas las organizaciones tiene que haber un director de orquesta, y en ésta tan importante que es la de la educación de los jóvenes y niños que mañana serán adultos, el director de orquesta es la escuela.

La escuela es la encargada de elegir, dirigir, potenciar, rescatar incluso si fuese necesario los valores y aptitudes de los jóvenes, decantándose muchas veces por unos valores que no son los dominantes en el momento y contexto histórico-social que se vive. Es la escuela la que poco a poco abre las mentes de los jóvenes y les muestra otra sociedad, una que existió, una que existe quizá en otros lugares, otra que podría existir, y lo hace tanto con el afán de llevar a cabo un proyecto social que es ése en el que esa comunidad educativa cree,  o en el que la sociedad en su conjunto cree; y también con el afán de enseñar a los jóvenes a pensar, a soñar, y a edificar en el futuro un proyecto social que quizá la sociedad actual no alcanza a ver hoy día.

Qué postura, qué valores, qué aptitudes potenciar en los jóvenes, depende de los deseos de cada comunidad educativa, dirigida y coordinada desde la escuela. Cada una, en su proyecto educativo, definirá sus líneas de acción, de crecimiento; su caminar. Si tenemos esas líneas -o lineamientos- bien claros, nuestra comunidad educativa tendrá éxito: a pesar de los vientos que soplen desde el mundo circundante, nuestros jóvenes al final del proceso de educación llevarán consigo y harán uso de, en mayor o menor medida, unos valores y aptitudes determinados por nuestra comunidad.

El problema surge cuando la comunidad educativa no tiene bien claros esos valores y aptutdes que quiere para sus educandos, no tiene bien claro su caminar, no tiene bien clara su Identidad, en una sola palabra. Entonces surge una comunidad autómata que toma copiados formatos y clichés de otras comunidades, que reproduce valores tomados de otros contextos, sin tamizarlos y adaptarlos a su realidad particular, que olvida las características propias de su población y, acaba por ende, fabricando sujetos estándar, en el sentido de que son jóvenes que han crecido, se han formado académicamente, tienen unos valores y rasgos que podríamos catalogar de universales en el mundo actual, pero que ya no pertenecen a ningún grupo particular. Esta comunidad es una comunidad exitosa aparentemente, funciona, está bien organizada, pero es una comunidad hueca.

En este mundo global que vivimos, es tan importante buscar caminos comunes que nos unan y nos ayuden a todos como tener una identidad propia. La persona que no tiene su propia identidad, su propia pertinencia a un grupo social determinado, desaparece y se pierde en este mundo global: no crece, no prospera, no es reconocida y se reconoce a sí misma porque no tiene nada propio que aportar a esa gran construcción que es la llamada aldea global de nuestros días.

Por eso creo que es tan importante buscar nuestras raíces, reconociéndonos en ellas y reafirmando nuestra identidad como personas pertenecientes a un grupo determinado, con una cultura determinada. Por eso creo que es tan importante crecer críticamente, reconociéndonos herederos de un pasado, que aceptamos con todos sus defectos -de los que aprendemos porque los reconocemos- y virtudes, uniendo ambos, haciendo de ellos la argamasa con la que construimos nuestro personal aporte a esta aldea global.

Estos días, en que vuelvo de visita a un “pedacito” de esta amazonía, un pedacito en el que luché, por rescatar en unos jóvenes unos valores que primero tuve que aprender a reconocer y valorar en ellos yo mismo, me entristezco al admitir lo que ven mis ojos: aunque mi visita es fugaz, tengo la sensación de que estos jóvenes están perdiendo su identidad, su cultura.
Podríamos echar la culpa a la sociedad actual, a los medios de comunicación, a los otros grupos sociales más numerosos y con una actitud dominante (e impositora, en muchos casos de manera subliminal), al desinterés de las familias, del estado o del gobierno actual, sin embargo, los principales culpables somos nosotros: la comunidad educativa, y en ella la escuela como eje central de la misma que es.

Por muy utópico que nos parezca, defender una cultura, unos valores que aparentemente no tienen ya repercusión en la sociedad, pero que identifican de manera muy especial a nuestros educandos, es nuestra misión. Nosotros decidimos qué tipo de personas formamos para el mañana. Hoy, al ver como la cultura kichwa, cofán, shuar, siona, secoya, va perdiendo fuerza y color en los propósitos de un proyecto educativo, abandonando la médula y los huesos para quedarse en unas pequeñas manchas de color en esos rostros pintados, en esas ropas de colores y algún breve discurso en otro idioma, como el folklor de color exótico al carnaval, no puedo sino preguntarme ¿qué aportarán que sea suyo propio a la sociedad global estos jóvenes kichwas, shuaras, cofanes, secoyas, sionas?

Ya no se trata de recoger una cultura milenaria, ésta está ya y seguirá recogida en libros que leerán unos pocos, no se trata de mantener viva esta cultura milenaria contra viento y marea en unos tiempos que han cambiado irremediablemente, en un contexto geográfico que han cambiado -que está cambiando- irremediablemente, sino de que estos jóvenes reconozcan en sí mismos una identidad cultural que les dé razón de ser y presencia en la aldea global.

jueves, 19 de diciembre de 2013

El Carpintero

Porque Él dijo que no
a la injusticia y la opresión,
a las diferencias sociales,
a la división de clases,
a un mundo sin color,

porque Él no dudó
en alzar la mano y la voz
contra el tirano cruel,
el falso dios y la falsa ley,
y los combatió sin temor,

porque Él combatió
la codicia y sinrazón
hasta entregar su vida
por la razón de la vida;
su única arma el amor,

porque Él apostó
por el tullido y el ciego,
por las mujeres y niños,
por hombres sencillos,
y compartió su canción:

en las manos amigas
de quien parte los panes
entregando espreanza
al sin techo y con hambre,
en los pies decididos
del que marcha en las calles
reclamando a los sordos,
sin miedo gritando verdades,

en quien Le reconoce
como Hermano y no rey,
con un abrazo Le recibe
y no se inclina ante Él;
en corazones humanos
clamando justicia repletos de fe,
Él vuelve a a nacer.


que la lucha 
y esperanza en el Amor por un mundo nuevo, 
nos mantenga unidos                       
               
       ... feliz navidad...   

lunes, 16 de diciembre de 2013

Dulces sueños

Las grietas en la vereda de cemento semejaban una rayuela caprichosa y enredada. Vestida con el calentador y la sudadera gris, con la mochila del colegio a sus espaldas, saltaba intentando completar el intrincado juego de la vereda, sin saltarse ninguna de las reglas que la maestra les había enseñado en la mañana.

Se escuchó un chirrido acompañado del sonido de unas puertas hidráulicas al abrirse. De pronto, una luz blanca iluminó la vereda y la marquesina de la parada del bus.
-¡Apúrese!

Azorada, interrumpió su juego y subió al bus siguiendo a su madre. Se sentó en la carcasa de la caja de cambios, cerca del conductor y dirigió una mirada perdida al interior del bus mientras su madre comenzaba el discurso de todas las tardes, de todas las noches, de todos los días y a continuación pasaba por los asientos ofreciendo su producto, recogiendo algunas monedas.
Para ella era ya algo normal: cargar su lunchera todos los días, almorzar la fría comida a la salida del colegio sentada en las gradas de la cancha cubierta, mientras decía adiós a sus compañeros y esperaba a que llegase el bus. Mamá aparecía entonces, gritando uno de sus "apúrese", cogiéndola de un brazo y ayudándola a recoger rápidamente su lunchera y coger su mochila. Ella apuraba el último bocado mientras esperaban a que llegase el siguiente bus. Transcurría entonces en un viaje frenético y lento a la vez a través de distintas calles de la ciudad, acompañando a mamá,  a veces ayudándola a cargar la funda de las agujas y los hilos de coser de colores, o a recoger las monedas entre la gente, cuando el bus estaba lleno y había suerte con las ventas. Subirse a un bus, hacer la venta, recoger monedas, bajar en la siguiente parada, o en una buena esquina, y esperar, escuchar a mamá conversar las mismas frases sobre lo poco que se vende con los mismos vendedores, y subirse de nuevo a otro bus, y bajarse de nuevo unas manzanas más lejos, recorriendo la ciudad intentando ganar la carrera al sol, hasta que una vez más caía la noche y, perdida un día más la carrera, arañaban las monedas de los últimos buses camino de casa.

Así eran todas y cada una de las tardes de su semana, de lunes a viernes, a veces también el fin de semana, cuando papá hacía horas extra o su hermano mayor había quedado con sus amigos y se iba toda la tarde. Ella fruncía el ceño entonces, y aceptaba a regañadientes las palabras de su madre:
- Ya sabe que no puede quedarse sola en casa, no es seguro. Vamos, apúrese.

No se lo reprochaba a su hermano. Había días -era imposible saber cuáles-, en los que su hermano salía antes del trabajo, y pasaba por el colegio, y con una sonrisa en la cara decía "hola enana", le cogía de la mano y se echaba su mochila al hombro o se la intentaba poner mientras ella le pegaba con cariño y le gritaba "¡que me la rompes, bruto!", y juntos de la mano corrían hasta el parque, subían a los columpios, se tumbaban un rato a observar las nubes moverse, las hojas en los árboles bailando sobre ellos, hasta que el decía ¡vamos! y comenzaba una carrera hasta la esquina donde para el bus. Algunos días, si había suerte y sobraba alguna moneda, compartían un choclo con queso, sentados en el bus, camino de casa, donde su hermano se sentaría con ella, ayudándola a hacer los deberes, con un ojo en el cuaderno y otro en la pantalla del televisor, mirando una de esas estúpidas películas de peleas que ella no entendía.

Pero hoy no había sido uno de esos días mágicos con sorpresa a la salida del colegio. Hoy era un día más, común y corriente. Un brusco frenazo la saco de sus pensamientos.
-¡Apúrese hijita!

Mamá bajaba del bus jalándola de un brazo. En la parada, junto a ellas bajan o subían personas que vestían elegante, con traje, con hermosas faldas y chaquetas, bien vestidas y arregladas, conversando por sus celulares, soltando alguna que otra palabra rápida entre sí, algún adiós o hasta mañana pronunciado casi al viento. La enorme plaza estaba desierta, flanqueada por altos e imponentes edificios a un costado y por dos amplias avenidas a los otros, a través de las cuales desfilaba un frenético mar de luces de autos, perdiéndose en la inmensa oscuridad de la ciudad que se extendía a lo lejos. El cielo negro de la ciudad nunca dejaba ver las estrellas, que ella sólo conocía por los libros del colegio, y la luz amarilla de las farolas impregnaba de cierto aire especial la plaza.
"¿Será así la luz de las estrellas, centelleante y diáfana, amarilla y fría como la de las farolas?", se preguntaba mientras giraba sobre si misma dando vueltas por la plaza, con los brazos abiertos intentando atrapar la luz y las sombras de las farolas.
Mamá se había sentado bajo la marquesina del bus y conversaba con otro vendedor mientras la observaba de reojo. Mareada pero divertida por su mareo, se dejó caer suavemente contra el poste de una de las farolas y dejó que la suave brisa le apartase el pelo de la cara. Respiró hondo y dejó salir el aire sin ganas. Aquella era la última parada. El próximo bus les llevaría a casa, subiendo el cerro, dando tumbos por las calles mal adoquinas de un barrio que nadie planificó, que era ciudad sin serlo.

Aunque estaba cansada de su trajín de buses y vendedores, y pasajeros empujándose, subiendo, bajando, siempre parada, agarrada de una fría barra de metal toda la tarde, el pensamiento del pronto retorno a casa tampoco la descansaba y animaba. Poco la esperaba en casa: algo de cena, y el cansancio, el cansancio de todos los días.
No conocía otras vidas, no sabía cómo vivirían sus compañeras de colegio, pero no podía preguntarse porqué ellas no acompañaban a su madre en el bus todas las tardes, y se iban directos a casa; o quizá sí lo hacían, sí acompañaban a sus padres y madres en sus trabajos, quizá... Quizá en algún lugar la vida sí era como en los libros del colegio, sí debía ser así. O como en los cuentos que leía en el colegio o en alguna de esas películas sin peleas que su hermano traía a casa cuando se acordaba de ella.

Observaba desde lejos a esas gentes bien vestidas esperando el bus, desapareciendo en el interior de buses iluminados por resplandecientes luces blancas. Sí seguro que ellos vivían como vivía la gente en los libros del colegio y en la televisión, en casa con paredes pintadas de lindos colores, de suaves suelos con alfombras o brillantes baldosas, en grandes y cómodas y mullidas camas, arropados con suaves cobijas, dulcemente, sin temor de que el viento se colase por las rendijas de la venta o por algún vidrio roto trayendo sueños de gripe.
 Quería verse en los ojos y en la piel de esa gente, cambiar su vida por la de ellos quizá, sí, o no. Siempre dudaba. Si observaba detenidamente las caras de esas personas, debajo de las risas, del maquillaje, de los relucientes celulares, podía ver la misma cara de cansancio y de desánimo que tenía ella misma todos los días. ¿Cómo podía ser?

Con la rabia de la incomprensión alzó su cara al aire, y desafiante al viento y al mundo, echó a correr por la plaza, atrapando luces y sombras, persiguiendo vívidas polillas y centelleantes luciérnagas que rodeándola, la hacía mezclarse con las rápidas luces de los autos, que brillaban ahora como las estrellas de la vía láctea, aún con más fuerza que en los libros, y ella, envuelta en polvo de estrellas y hadas, con alas suaves y frágiles de polilla, volaba alto, bien alto, más alto que las luces de las farolas, más alto que los edificios de la ciudad, y atravesaba el negro cielo, hacía un lugar donde no había cuestas pedregosas en las calles, no había charcos ni frías lluvias de invierno, donde las casas eran todas sencillas, pequeñas y sencillas, pero la comida siempre sabrosa y siempre caliente, y donde las mamás llevaban a sus hijas al parque, donde no había gentes elegantes y tristes esperando el bus, y en el cielo siempre brillaba una enorme luna rodeada de estrellas.

Camino de casa se quedó adormecida en el traqueteo del bus. Somnolienta y cansada, comió sin ganas la cena y se sentó en la mesa, iluminada por un diáfano foco y la luz del televisor al fondo, a hacer los deberes. Los números del cuaderno de matemáticas se le hacían hoy más fríos e incomprensibles que nunca. Su mano comenzó a dibujar mágicas polillas que caían desde las divisiones de dos cifras, centelleando en un mundo distinto, en el que no importan los números y todo se multiplica como los panes y los peces.
Mamá la encontró dormida sobre la mesa. Con una mirada tierna y triste a la vez, le sacó con suavidad el lápiz de entre los dedos, cerró el cuaderno de matemáticas y la llevó a la cama, arropándola bien y dejándole la sudadera del chándal puesta: esta noche iba a hacer frío.

domingo, 15 de diciembre de 2013

Yo no tengo novia

Así dice una canción de Sergió Makaroff, aunque en mi caso no me desespero sin saber qué hacer como le pasa a Sergio. Pero mi situación de vida tranquila sin compromiso es causa de más de una incomprensión que yo no logro comprender.

Aquí en Ecuador cuando uno llega y se presenta ante algún grupo de gente, a los pocos minutos, cuando aún está cogiendo confianza, le someten a un curioso interrogatorio:
-¿Está usted casado?
-No.
-Pero tiene novia, ¿no?
-No, tampoco tengo novia.
-Ah, bueno es usted cura, o religioso...
-No, no soy cura.
-¡¿Oiga, no será usted...?!
-No, tampoco.

El interrogatorio concluye en silencio, con miradas de reojo e incomprensión ante unas respuestas que no convencen, que no parecen tener cabida en los esquemas sociales y mentales de común denominador de personas en esta sociedad. Pero, ¿por qué no puede ser uno simplemente soltero sin más? No es algo tan raro, al menos no me lo parece a mí. En cierto modo supongo que es parte de esa herencia indígena no reconocida en los genes -y bagaje cultural- del 90% de los ecuatorianos: entre los indígenas un hombre sin mujer es un ser incompleto. Le falta la mitad de su ser. Y sin embargo, cuando miro un poco fuera de este país me encuentro con situaciones similares. Es simpático que, como hombre, si tengo amigos, nadie opine nada más fuera de una sana amistad, pero, si tengo amigas la concepción cambia totalmente: ya no son simples amistades y yo soy un "hombre" más buscando algo más, ya sea una relación afectiva o sexo.
-Quedé con mi amiga Z a tomar un café.
-¿A sí?
Y comienzan las miradas y preguntas con retintín.

Si intentas explicar que no es más que tu simple amiga, si encima, como para evitar cualquier otra idea explicas que tu amiga ya tiene su novio o su rollo pasajero con otro, o que está casada y tiene hijos, entonces complicas aún más el asunto y te miran con un bicho raro, o al menos como diciéndote: "cuidado donde te metes". Será que aquí está tan a la orden del día cambiar de novia cada segunda de turno, están tan mal vistos los rollos de una noche, y es tan común el adulterio, que, aún reconociendo esas situaciones, al sociedad sigue sin asumirlo e intenta desviar de tan deshonrosos caminos a las personas si corregir sus propios defectos.

Una interesante labor, diría yo, aunque no la comparto totalmente.

Así que es mejor no dar explicaciones. De nada sirve. La soltería parece el mayor de los pecados. Es mejor pasarse las noches de cama en cama, o ponerle los cuernos a alguien. Puedes ser cura, puedes ser gay, puedes ser lo que quieras, pero no puedes ser simplemente soltero. Eso no.

De verdad que no lo entiendo. Que mi abuela pensase así, ella que se crió en el siglo pasado, todavía con unas ideas y normas sociales que eran inclusive de un siglo anterior a ella, lo acepto y lo entiendo; pero que en la sociedad actual sigan intentando buscarle pareja a uno o psiconoanalizándole con las más perversas técnicas freudianas por no tenerla, señores, no lo entiendo. Debo ser de Marte. O ni siquiera eso, porque seguro que los marcianos también estaban locos por casarse y tener hijos y poblar el vasto y soltero universo.

Nadie conoce las vueltas que da el destino, seguramente un día encontraré a mi "media naranja" en el recodo más inesperado del camino, y seguramente me dedicaré a esa maravillosa labor de criar a nuestros propios hijos; o quizá nunca suceda eso y muera feliz y soltero contento de una vida plena y realizada igualmente. Pero, desesperarse por lo uno o lo otro, no, eso no.

sábado, 14 de diciembre de 2013

Cuatro estaciones en un día

El día amaneció completamente primaveral. El cielo, casi completamente despejado, mostraba un sol radiante, con unos rayos rejuvenecidos que calentaban agradablemente la mañana. Las flores del jardín parecían sonreír llenas de alegría ante el nuevo sol, pájaros cantando desde los árboles daban los buenos días y revoloteaban por doquier. La chaqueta quedaba abandonada encima de la cama, y con una camisa fresca, sin nada más sobre los hombros, salía de casa contento, sintiendo ese frescor de mayo en el pecho mientra el cálido sol le calentaba los huesos.

A las 11 de la mañana el frescor de la mañana se había evaporado completamente, derrotado ante un sol de cien fuegos que convertía el asfalto de la ciudad en una verdadera parrilla, aumentando aún más la sensación térmica. La marquesina de hierro y cinc de la parada del bus restallaba sobre las cabezas de los viajeros que intentaban esconderse del sol justiciero del recién llegado mes de agosto, indecisos a la hora de subirse a un bus que se les antojaba como un horno en dirección al infierno, buscando en la infinitud de la larga avenida ese viento fresco o la singular estampa del sudoroso vendedor de agua y colas heladas.

Unas horas más tarde, hacia las 2 de la tarde, unas negras nubes, asomándose en el horizonte, amenazaban con poner un rápido fin al breve verano. La profecía no se equivocó. Como si se avecinase un apocalipsis, la ciudad se oscureció de pronto bajo un cielo negro y un viento enfurecido comenzó a soplar, arrancando las perennes hojas de los árboles, acallando pájaros e insectos, y enloqueciendo el tráfico y haciendo a la gente correr por las calles intentando llegar a salvo a casa o a algún lugar resguardado.
En pocos minutos, una fría y despiadada lluvia caía sobre la ciudad, arañando la piel de los desprevenidos, golpeando como si se tratase de metralla los techos de cinc y las azoteas de las casas, formando rápidos turbiones en las calles que arrastraban papeles y hojas y basuras hacia alcantarillas anegadas.

La tempestad a penas duró 2 horas. Pasado el aguacero, la ciudad permanecía en silencio, temerosa de retomar ritmo de su latir diario, entumecida bajo un cielo gris, recorrida por un aire frío, viendo caer frías gotas de agua de lluvia desde las hojas de los pocos árboles, desde las cornisas y los carcomidos canalones, al mismo tiempo que caía la noche, como un apagón programado, sumiendo a la ciudad en una fría y repentina oscuridad de invierno. La gente, salía de sus trabajos escondiendo el rostro entre las solapas de unas chaquetas que apenas lograban engañar al frío, caminando presurosa hacia el calor de un bus o de su cercano hogar, pensando en un té caliente, deseosos de volver a sentir sobre su cuerpo el suave calor de un jersey de lana de alpaca.

Así de loco es el clima a 2.800 metros de altura, en el norte de esta ciudad de Quito, un mes de diciembre.

jueves, 12 de diciembre de 2013

Tragicomedia nocturna

La noche se ha adueñado de La Mariscal en Quito. El bus se aleja lentamente por unas calles que poco a poco se han quedado desiertas. Los comerciantes bajan las persianas metálicas de sus locales y presurosos, esconden la cara del viento fresco y caminan hacia sus casas. En algunos lugares se aprecia el bullicio y el humo de un bar o discoteca, imágenes mudas de una fiesta cuyo ruido es apagado por los cristales de las ventanas y el ruido del motor de bus.

En las esquinas, aparentemente inadvertidas, aparecen otras figuras nocturnas. Actrices de una una triste película que pasan todas y cada una de las noches del año, en las mismas calles, a la misma hora. La historia es siempre la misma, el final, el mismo triste final de todas las noches. Rostros pálidos, con demasiado carmín y sombra de ojos. Ropa que quiere estar a la moda sin estarlo, que quiere enseñar unos cuerpos marcados sin enseñarlos, unas miradas diáfanas como la luz amarillenta de las farolas.

El bus continúa avanzando lentamente por esas calles cuyo paisaje urbano ha cambiado completamente con la llegada de la noche. Otra ciudad se revela. Unos secretos íntimos gritados a voces se pasean mudos por las calles o esperan en las esquinas. Intento retener esos rostros en mi mente, intento ver más allá de los sucios cristales del bus, más allá de esos ojos enmarcados en sucio rímel. ¿Cómo puede una vida llegar a esos extremos? ¿Qué sentirán esa vidas, esas almas que un día soñaron, como todas, una vida tranquila, un lugar cálido, y que en algún recodo del camino lo perdieron, lo vieron desvanecerse en un sucio charco?

Atrapadas, ahora en el frío vientre, rudo y cruel de una gran ciudad, sus ojos perdidos me hablan de una resignación medio aceptada: el bus se va. Ellas no tienen billete, lo perdieron hace mucho en el arriesgado juego de dados del destino. Una vez más, una noche más, lanzan los dados al aire e interpretan la tragedia, esperando un final distinto que nunca llega.

miércoles, 11 de diciembre de 2013

Una rancia lección de historia

Esta tarde me he dejado caer por encuentro de juventudes de izquierda, comunistas, revolucionarios,... Me dejé arrastrar por una querida amiga, por mi propia curiosidad, por cierto interés quizá, de encontrar palabras gemelas en las que recargar las baterías. Pero a mi regreso a casa, a parte de un puñado de panfletos y pasquines, lo que me he traído a sido pena y desilusión.

Durante el tiempo que estuve ahí, tuve la sensación de vivir un flashback, me trasladado en el tiempo hasta el bloque comunista de los años 70: la terminología, las publicaciones, incluso la estética, me hacía recordar esta época. El conferenciante no paraba de referirse a sus iguales como camaradas, palabras como "capitalismo", "patriarcal", "verdadera democracia", "pueblo", "dialéctica", engrosaban el discurso por todas partes; las fotos de Fidel, de Chávez, del Ché, de Lenin y de Bolívar, las viejas copias amarillentas de El Capital,... el hombre gordo que estaba sentado a la izquierda del conferenciante me recordaba incluso al comunista gordo de "Uno, dos, tres", sí, el del zapato... Impotente y no queriendo ver lo que se vía, buscaba la manera de que terminase ese rancio y polvoriento viaje por un periodo histórico que ya sabía perfectamente cómo iba a terminar. No quería, y no quiero hoy, volver a leer esos años finales.

Y sin embargo, parece que se empeñan en reescribirlos.

Que nadie me malinterprete, por favor, creo que si han leído alguna vez este blog, ya saben más o menos en qué dirección van mis ideales y creencias, pero eso no es excusa para que uno sea crítico; de la crítica surge la luz. Y si me han leído sabrán que algo que defiendo siempre es no olvidarse de la historia, sí la historia, nuestro pasado. Un buen análisis histórico nos ayudaría y mucho a encauzar mucho mejor nuestra vida presente. Nadie quiere hacerlo, o nadie que no sea un historiador de biblioteca quiere hacerlo, eso sí, o siquiera leerlo, porque posiblemente trastocará muchas de sus creencias, y le hará dudar de sus acciones, cuestionará mucho de lo que vive y de cómo lo vive. Pero la realidad está ahí, escrita en las páginas de la historia, que sin ser ciencia exacta e infalible (¿alguna lo es?) nos cuenta por lo menos que tampoco somos ni hemos sido nosotros exactos e infalibles.

Entre los muchos que no quieren releer y analizar la historia están muchos de esos "camaradas" de esta tarde, y por eso me lleno de tristeza y cierta rabia cubierta de impotencia. ¿Cómo se puede seguir repitiendo un discurso en los mismos y exactos términos de hace 40 o 50 años si no más? Me dirán que muchas cosas todavía siguen si hacerse, que muchas reivindicaciones siguen vigentes hoy día, y estoy de acuerdo, pero también hubo muchos equívocos, muchos caminos tomados que no fueron los adecuados. No puedo sino evitar pensar que uno de los problemas del régimen soviético fue que no quiso "ponerse al día y modernizarse" cuando era necesario. Pienso en aquella primavera de Praga, en Hungría y las imágenes de los tanques rodando por las calles de Budapest. Y pienso también en las imágenes que un profesor de historia nos narraba de una visita que hizo a la Unión Soviética a finales de la década de los años ochenta, y cuánto se parecen, desgraciadamente, a las que me contaba una persona que estuvo estas semanas pasadas en Venezuela. Me entristezco y tiemblo al pensar lo que puede pasar otra vez, y sobre todo, porque se que por ciegos "nos lo hemos buscado otra vez".

Las revoluciones deben ser un cambio radical con respecto a la realidad que se vive, al menos en el sentido literal del término, y un cambio en muchos sentidos innovador. Repetir un esquema que ya fue "revolucionario" en un pasado, sin corregirlo y enmendarlo, no me parece ni muy inteligente ni muy revolucionario. Reconozco también que no creo mucho en las revoluciones. No tengo ningún reparo y soy de los primeros en alzar la voz y salir a la calle reivindicar y seguir después en la oficina, trabajado, mientras muchos compañeros de manifestación se van a casa después de la fiesta, para que esa reivindicación camine y no se quede en una manifestación sin pasado ni futuro; pero creo que muchos logros se consiguen con otras "revoluciones lentas y silenciosas": la educación, la formación popular, son procesos que no deben detenerse nunca y que harán posible cambios que perduren en el tiempo, soplen los vientos que soplen, ese lento proceso, esos pequeños grupos que trabajan en su barrio, que "piensan globalmente y actúan localmente" son los verdaderos revolucionarios, y su trabajo dejará marcas más profundas que las de cualquier revolución de dos días.
Por poner un simple ejemplo aislado, en una de las charlas defendía y discutían la necesidad de lograr que se despenalice el aborto y exista una ley que defienda la libertad reproductiva y sexual de las mujeres en una sociedad "capitalista y patriarcal". No digo que no ha esa ley y esa lucha, pero ¿no sería mejor empezar por la educación de las personas? En el momento que las mujeres de este país dejen de pensar que lo mejor que pueden hacer con sus vidas es casarse y tener hijos, y que deben hacerlo cuanto antes, que su función es cuidar del marido como si fuera un jeque en un harén, en el momento que no tengan miedo a hablar de sexo en público, en el momento en que no repudien otras opciones de vida -social y sexual-, llegado ese momento, iniciativas como la que hoy se planteaba en lo referente al aborto dejarán ser necesarias o serán aceptadas y abrazadas sin ningún escándalo. Es un camino largo y duro el que hay que seguir para lograr que llegue es día, y desde luego, no se va llegar hasta ahí con un ley. La educación, entendida como verdadera liberación del individuo es un proceso mucho más lento y discurre por otros cauces, normalmente más lentos y calmos, al menos superficialmente.

La esperanza me queda, sí, por suerte, aquí en este país. A pesar de que la palabra "revolución" está por doquier en la propaganda del gobierno, parece que aquí sí han sabido leer la historia y trazar una revolución, un futuro socialista que reconoce sus errores pasados y busca y crece por ende en nuevos caminos de futuro. Esperemos que sigan caminando con paso firme y decido, pero con tiento y sentido histórico también, y no se dejen llevar por rancias rebanadas de historia pasada: hay que saber jalar de las orejas y azuzar al dormido -o al demasiado vivo y despierto- ciudadano pero sin caer en totalitarismos, que igual de nefastos son todos los totalitarismos, sean del signo que sean.

miércoles, 4 de diciembre de 2013

Dignidad, humana dignidad

Cuatro cuartos pequeños con una puerta y una ventana con barrotes. Una pila de colchones mugrientos en el suelo. Humedad brotando del techo y de las paredes sucias y llenas de grafitis obscenos. En el fondo, un sucio muro de mediana altura, deja ver asomar lo que en su día fue la cabeza de una ducha, hoy reducido a un oxidado y roto tubo de metal; el piso bajo la ducha, un agujero por que que se va el agua, los orines, las heces.
Nadie acude a hacer la limpieza diaria, nadie acude con el almuerzo diario, ni siquiera con agua. Sus ocupantes, tratados como desechos, se convierten en eso mismo: un desecho, mimetizándose poco a poco con la suciedad y la inmundicia de la jaula donde están encerrados. Pierden poco a poco la poca dignidad que alguna vez tuvieron.

Esa es la imagen de una cárcel en este país. De un pequeño centro penitenciario de provincias. Uno no sabe, cuando entra sin estar dentro, donde ocultar la mirada ante tanta vergüenza ajena que siente. Uno quiere entender y una vez más no entiende. Su mirada se aparta de los ojos de aquellos que están adentro sin poder salir, evita también las miradas de aquellos que vigilan a los que están adentro, y que poca o ninguna culpa tienen de tener dicho empelo, y acaba buscando un atisbo de humanidad entre unos edificios viejos, destartalados, insalubres, caminando por un patio que no es más que un montón de lastre mal asentando, con restos de materiales de una obra "para mejorar la infraestructura" que nunca llega a su fin, mientras la lluvia, a pesar del calor tropical, cae cada vez más fría calando los huesos y el alma.

¿Dónde quedó la dignidad humana? La de los presos, sí, y sobre todo nuestra dignidad humana. ¿Dónde la hemos dejado? Alguien comentó "a estos pobres hombres se les ha despojado de toda dignidad humana" y es cierto, nadie se merece vivir así: ¿donde está el perdón, la redención, de qué sirve el castigo, dónde queda la enseñanza? Todo el mundo debe tener la oportunidad de regresar al buen camino, de cargar con sus pecados, y, con la espalda doblada por el peso de años de equívocos, volver a caminar, humilde y digno.

Medito esas palabras y quiero encontrar la manera de reivindicar un trato más digno a estas personas, pero de pronto se me hace un nudo en la garganta y el estómago. No son esos presos los que han perdido su dignidad. Somos nosotros, sus captores y el resto de la sociedad. Nosotros hemos perdido la dignidad. Si no somos capaces de reconocer a un ser humano, a nuestro igual, hemos dejado de ser humanos. Si a pesar de las muchas equivocaciones que haya cometido, no somos capaces de reconocerle su dignidad como ser humano durante todo su largo y duro proceso de pagar por sus crímenes y pecados, entonces tampoco nosotros somos dignos.

En los charcos del sucio patio de la cárcel, mientras caen las gotas de lluvia, la mañana del domingo, veo mi reflejo difuminado contra un cielo gris.
Reflejo gris de una sociedad que se auto excluye, una sociedad que mira al individuo, y desde un yo que no la representa, olvidándose que ella son y no es, se cree más justa, más inteligente, ¿más digna?

fotografía

Me encontré con ella ayer,
rostro serio, bien peinada
seria y fija su mirada
sin hablar me recordaba
lo que oculto de mi ser.

No hubo el sabor de un café
solo el tiempo y la distancia,
en el rostro reflejadas
marcas de vidas pasadas,
promesas dejadas en papel.

Cuantas veces deseé
poder decir esa palabra
sin esconder la mirada
sin el rubor en la cara
y dejé todo en un "tal vez".

Desnudado ante mi ser
por una foto guardada
que quiso ser olvidada,
en el fondo de mi alma
que te extraño, hoy lo sé.

Siguiendo los pasos, recorriendo un pasado

Escrito el martes, 26 de noviembre, en Puerto Libre, Sucumbíos, mientras caía la tarde. Transcrito a máquina ahora que vuelvo al ruido de la ciudad y de las redes virtuales.

Anoche en la espesura de la niebla que se pegaba a los edificios del norte de Quito, me embarqué una vez más en un bus rumbo al oriente. La fría y oscura noche ocultaba de mi vista la tortuosa carretera, los pueblos dormidos, casi muertos, a altas horas de la madrugada, los fríos páramos que cruzaría para amanecer en la verde amazonía.
Un viaje para mi ya rutinario, y s in embargo cargado de nuevo de cierto misterio, magia, misticismo, y esa adrenalina que infunde la aventura.

Mi compañero de viaje esta vez fue el libro Viaje al Río Napo (CICAME/ Fundación Alejandro Labaka, 2009)  del misionero capuchino Juan Santos Ortiz de Villalba, unas páginas cargadas de nostalgia refundida con la magia del poeta: unos recuerdos de una selva que fue, que ya no es, que de algún modo sigue siendo.
Según pasaba las páginas del libro y acompañaba a sus dos protagonistas en su periplo hacia el oriente hace décadas, yo mismo me veía protagonista de esos mismos paisajes y gentes, y, según discurría por esos mismos parajes, la magia del del relato y de la noche hacía que perdiesen su coetaniedad y se formaran ante mis ojos tal y como eran cuando, hace 50 años, dos jóvenes misioneros arriesgaban sus vidas cruzando los andes, por imposibles carreteras y en imposibles condiciones para llegar a esa amazonía, entonces llena de misterio, entonces aún desconocida en casi su totalidad por los ojos del hombre blanco.

Es sin duda la magia del relato lo que le ha dado de nuevo ese algo misterioso y especial a el viaje de anoche, y es ese relato el que me ha hecho redescubrir en lo común y cotidiano de esta verde selva que hoy en día cada vez pare menos selva y cada vez pierde más su misterio y aventura, la magia, la vida de lucha y de sufrimiento de sus gentes de hoy, que tanto tienen que ver con las de antes: los comedores, los vendedores, las paupérrimas casas de los campesinos, la desesperanza y las ganas incansables de luchar y de vivir de estas gentes desarraigadas trabajando en un pulso eterno con una tierra, una naturaleza que no entienden. Y los rostros, sí, sobre todo los rostros de esos niños: hoy con uniforme, regresando de la escuela, cargando sueños de niños, desvaneciéndose ene sas casas, ese paisaje selvático-humano, esas vidas que les ha tocado vivir que en el fondo tan poco han cambiado en todos estos años; esa mirada, ingenua, cariñosa, llena de esperanza, anhelo de un mundo distinto que quizá nunca sea.

Unos rostros tostados por el sol, unos ojos vivos de brillante negro azabache, un rostro nuevo aún, vivo aún, esperanzado aún, en un mar de verde selva, aún.

martes, 3 de diciembre de 2013

Los papeles

Tres años, sí, se dice pronto, tres años.
O por lo menos, tres o cuatro intentos. Ya perdí la cuenta.

Ese ha sido el tiempo que me ha tomado lograr la visa de residente acá en Ecuador. No voy relatar acá todo el proceso, no es algo apasionante, más bien desesperante a ratos diría yo, y la demora se debe seguro a una parte de mala suerte y otra parte de sorna burocrática: cambio de leyes, cambio de encargados, papeles que faltan, papeles que no están en los requisitos pero deben estar entre la documentación presentada, papeles que se pierden, días hábiles que no son tan hábiles... Todo un maremagnum, un torbellino de papeles, de idas y venidas, muchas veces sin saber si por fin se había fijado un rumbo definitivo.

Ahora, después de haber conseguido llegar al final, y de ver mi visa plasmada en el pasaporte y la cédula en la billetera, sonrío con cierto alivio y echo la vista atrás intentando recordar todos los vericuetos de este laberinto que por fin tuvo salida.

Debo reconocer, no obstante, que nunca me sentí perdido, o desamparado, o desesperado. Nunca me he sentido emigrante, extraño fuera de mi país. Yo tuve la suerte de venirme "porque me dio la gana", no me echó ninguna crisis, ninguna guerra, ninguna situación angustiosa, de esas que no deberían existir, que obligan a tantas y tantas personas a abandonar su país y comenzar de nuevo la vida en una tierra lejana que no conocen. Aún así, aunque como misionero siempre he tenido la suerte de sentirme arropado, seguro, acompañado, siempre con la familia cercana y presente, con amigos cerca y lejos, y aunque la gente anónima de este país siempre ha sido muy amable, no puedo sino solidarizarme y pensar en toda la pobre gente, acá y allá, en Ecuador, antes -y quizá todavía- en España, en los inmigrantes con y sobre todo sin papeles que lo arriesgan todo, expulsados por la vida, rechazados por esa otra nueva vida, intentando encontrar un lugar donde sembrar sus añoranzas y penas, intentado obtener ese papel que les diga quién son y dónde pueden estar, aunque en su fuero interno lo sepan muy bien, y como muchos no entienda qué es eso de las fronteras en un mundo que tan pronto se hace tan pequeño y hermano como a la vez inabarcable e inhóspito.
 ¡Qué duro tener que depender de un papel para poder ser!

Hoy más que nunca, miro a través de mi ventana, dejo a mi mente volar más allá de los edificios de esta enorme ciudad, busco a esos ojos que buscan amparo y prometo, con fuerza, en el fondo de mi corazón, no cerrar nunca la puerta de mi casa, de mi alma al desamparado.
No hará falta nunca un papel para entrar en mi casa. Y juntos, de la mano, juntaremos todos los papeles, en un collage que dará color y forma a nuestras vidas, vidas lejanas, vidas de hermanos y hermanas, sin pasaporte, sin sellos, sin fronteras.

domingo, 24 de noviembre de 2013

Poesía

Cuántas vece deseamos cambiar la vida, haciendo universales gestos pequeños, ideas pequeñas y grandes que encontramos en hombres y mujeres que, de algún modo, han conseguido ver la vida a través de esos ojos sin ese velo que muchos no son capaces de descorrer. Queremos sembrar poesía, utopías, y verlas crecer cambiando el mundo. Dar vida propia a la poesía de tantos libros y tandas vidas libres. Y en ese sueño de poeta, olvidamos que todos, nos movemos, empujados por el fluir el crecer del grupo humano, con pies de poeta. La poesía está en la calle. Buscadla. Quise escribir un ensayo sobre este tema y me salieron estos versos libres:

Me hablas de hacer de la poesía la vida misma.
Mas si observas, amiga, verás que el vivir es
poesía en sí.

Queremos llevar a la vida
los sueños, las quimeras del poeta
del loco los desvaríos
del revolucionario las ideas.
Todo ello poesía que se ha quedado
atrapada en libros e idearios
o en trucos de magia - conejo en la chistera.

La gente vive, sin darse cuenta
moviendo sus pies y manos
su mente, al son del poeta.

Es sencillo:
sólo hay que caminar si prisa,
poniendo atención y amor en cada paso
haciendo de nuestra vida y profesión
el más importante de los artes.
No importa si se es profesor,
o jornalero, o ministro, o vendedor del mercado.
La vida es arte y el arte es amar
y el amar es soñar,
y el lenguaje del sueño es poesía
que no es de locos-poetas
sino de humanos.

Busca en los ojos
de aquel desconocido
que es tu hermano
y haz que su rostro
dé forma al trabajo diario
que labran tus manos,
serán entonces las manos
de un loco, un poeta
de un ser humano.

Me falta mucho por vivir para ser buen poeta... Tomo por ello prestados también los versos de los mayores:

Through Here Quite Often
(Vengo a menudo por aquí)
David Crosby

Vengo a menudo por aquí
y pienso en tí
vengo a menudo por aquí
y me pregunto qué haces.

Giré en la esquina equivocada,
podría decir "me perdí".
Recuerdos confusos
donde dos calles se cruzan.

La visión que recuerdo
son unos ojos a través del vapor
que salía del café
sirviendo la crema

Y yo ni siquiera te conozco
y no pretendía observarte
pero sé qué estás pensando
y se que te atreves a

preocuparte por la gente
y mirar dentro de sus vidas
mientras les alcanzas una cuchara
mientras limpias los cuchillos

Te acercas y tocas a uno
una que otra vez
con sabiduría casera
o una sonrisa disimulada

Dicen: "no hables con extraños".
Yo digo: "¿por qué diablos no?"
Si no hablas con extraños,
dime, ¿que consigues?

Un mundo sin sabiduría
una vidas sin risas
un tiempo de soledad
y amistades a medias.

¿Te preocupas por los extraños
y miras dentro de sus vidas,
sus hijos e hijas
sus esposos y esposas?

Así que vengo aquí a tomar café
y observo tu cara
para ver una amabilidad secreta
y observar una gracia tranquila.

Del LP Crosby*Nash (2004)
Escuchar

viernes, 22 de noviembre de 2013

Homo colligeris

"Estimado Monseñor ...., que la paz del señor le guarde. Durante años he estado coleccionando fotografías de obispos. Le estaré enormemente agradecido a su señoría si me enviase una foto suya firmada por correo. En mi colección privada tengo más de 1500 fotos de obispos de todo el mundo, y también más de 200 de cardenales y nuncios".

Más o menos así reza una carta en inglés que he encontrado entre los miles de papeles por clasificar que me rodean en el archivo. Irá a "correspondencia general recibida", aunque más se merece que la incluya en una carpeta nueva con el membrete "curiosidades".

La verdad, hay gente para todos los gustos. He conocido gente que colecciona llaveros, abanicos, conchas, piedras, hojas, sombreros, manillas, figurillas de diversos tipos, traducciones a distintos idiomas de un mismo libro, tierra de distintos lugares..., así que supongo que coleccionar fotos de obispos no tiene tanto de extraño, aunque me dibuje una sonrisa en mi rostro mientras clasifico viejos papeles. Como las reliquias de santos, como las palabras sabias que no ha podido borrar el tiempo, quizá el coleccionista encuentre en estas fotos, la reverencia, admiración y reconocimiento que le sirven de fuerza y motivo para continuar su día a día.

El tiempo se encargará de volver ceniza las fotos, igual que volverá polvo las huellas dejadas por su propio caminar, y las vidas pasarán, y otros hombres, sentados en polvorientos cuartos, recogerán las cenizas y fragmentos al vuelo y los guardarán para que como colección de fragmentos de nuestra existencia humana, sigan dando forma a la vida y los anhelos de otros hombres futuros.

sábado, 16 de noviembre de 2013

Cambio de la matriz de vendedores

He gastado unos buenos paseos por la ciudad estos días intentando comprar un aparato para el ordenador -un adaptador o tarjeta de audio usb- y, todavía no me lo venden. Creo que lo he encontrado, no estoy seguro, pues no lo he visto en la vitrina de ninguna de las tiendas de computación que he visitado, pero probablemente estaba ahí y no me lo han querido vender.

En Ecuador empieza a suceder lo mismo que en muchos otros países: están tan acostumbrados a vender únicamente lo más común, que cuando les pides algo que no figura en la lista de los "artículos comunes y más vendidos" no tienen ni idea de lo que les pides. Pero acá la cosa tiene aún más. En otros sitios, el vendedor intentaría averiguar qué quiero, si lo puede pedir a un distribuidor, si lo tiene pero no se da cuenta en ese instante; si el vendedor fuese colombiano, estoy incluso seguro de que lo encontraría o me endosaría algún que otro artículo. Pero he llegado a Ecuador. He llegado a la tierra del "no, no tenemos eso".
Ni si quiera se paran a revisar, a pensar en lo que les pides. "No, no lo tenemos" y se quedan tan panchos. En el mejor de los casos añaden un "pregunte en tal o cual sitio". Es baladí: allí te van a dar una respuesta similar.

Al principio pensé que era simplemente que ciertos artículos tecnológicos no llegaban a este país, pero ahora cada vez estoy más convencido de que no tienen ganas de vender. No sólo sucede cuando buscas algo un poco raro, también pasa con las cosas más comunes del día a día.
-"Quiero una camisa azul"
-"No tengo".
Y punto, se acabó la conversación. En cualquier otro lugar, el vendedor hubiese empezado, a decir "pues mire, no, no me quedan azules, pero ¿qué tal esta de color verde?, ¿o a lo mejor le gustan de cuadritos? Mire, pruébese, miŕese en el espejo, sin compromiso..." Y al final, uno acaba saliendo de la tienda con una dos camisas, aunque no sean exactamente lo que en un primer momento había pensado comprar.

Creo que es parte de la jerga y de la madera de ser vendedor. A veces también molestan los vendedores con demasiada labia, de esos que no le dejan a uno ojear tranquilo y enseguida están respirándole a uno en el cogote preguntándole "le ayudo" y vendiéndole el almacén entero, pero entre eso, y la pasividad de los vendedores de este país, hay un termino medio. Aquí, parece que se empeñan en no vender. Uno tiene a veces hasta la sensación de que "molesta" cuando entra en algunos negocios.

En fin, quizás es que no entiendo la idiosincrasia de los vendedores ecuatorianos (llevo 4 años acá, pero en Lago Agrio, donde el 80% de los negocios son de colombianos, esos si que venden...) O quizá es que hecho de menos esas tiendas donde hay un poco de todo y donde tras el mostrador hay un vendedor curiosos que busca y rebusca hasta dar con la solución a tus problemas. Pero, no puedo sino pensar también que, ahora que se habla tanto de cambiar la matriz productiva del país, quizá sería bueno cambiar también la matriz de ventas.

miércoles, 6 de noviembre de 2013

Misterios en internet

He recibido un e-mail de un amigo que ya se ha creado su perfil en el nuevo google +. Yo, perezoso de mi, todavía sigo a la antigua. El caso es que pico en el perfil de mi amigo, que usa para variar un pseudónimo que no tengo ni la más remota idea de qué significa, y todo lo que me encuentro es un vídeo que dice "vídeo agua". Así sin más. No hay datos personales, no hay fotos, no hay listas de "favoritos". Solo "vídeo agua". Decido ver el vídeo.

Un plato de ducha, una mano que abre el grifo. Bien, bien, la cosa comienza bien. Sale agua por la cebolla de la ducha, y se va por el desagüe. Normal. Oímos correr el agua por la ducha y el desagüe: glin-glin-glin-glin-glin. La cámara se mueve y nos enfoca un registro del baño por el que -evidentemente- el agua corre y se va a las cloacas. Volvemos a la ducha, ahora hay un primer plano del sumidero. Regresamos al registro de aguas. Sigue corriendo el agua, hace un ruido inquietante. Aparece la mano de nuevo y cierra el grifo de la ducha. Volvemos al registro para ver como se escapan las últimas gotas de agua.

¡Y así dos puñeteros minutos! ¿Me quiere alguien decir qué es esto? ¿Dónde está la chica en bolas en la ducha? ¿Donde está el bicho que se supone sale del registro y te pega el susto padre? ¡Es peor que ver el vídeo ese de Andy Warhol donde salía un tipo comiendo un plátano durante media hora! ¡Es como una película de serie Z sin la Z!

Eso sí, el suspense está bien servido: dos minutos de inquietante sonido de fluir de agua esperando algo. Ahora me quedan 8 horas de sueño para meditar sobre la obra de arte surrealista, mejor dicho, hiperrealista, que acabo de ver.
Algún espero me expliquen el significado y así poder dormir tranquilo.

Casi me corto el pelo

Salgo a estirar las piernas y desempolvarme un poco bajo el fresco del atardecer. La calle, una de las tantas avenidas ruidosas de la ciudad, está todavía viva con gente caminando de acá para allá, metida en sus asuntos, mientras el tráfico se espesa poco a poco, indicando que ya es hora de salir de trabajo y regresar a casa.
Los comercios, todavía abiertos, comienzan a encender sus vistosos letreros, saturados de mil y un colores, luces de neón, mil y una palabras describiendo los mil y un artículos o servicios que ofrecen, las mil y una marcas famosas cuyos productos -en teoría- descansan en estantes esperando ser comprados.

Al pasar por delante de un enorme escaparate de cristal, una persona se me queda mirando. Dos negocios más adelante, otra persona, de indumentaria similar a la anterior se acerca lentamente a la puerta y me mira pasar. El anterior local era una peluquería. Este último también. Y más adelante veo que hay otra. Tres, cuatro, peluquerías en la misma acera, en un espacio de menos de 500 metros. Yo desfilo por delante de ellas como carnaza, como un ser extraño que no se deja atrapar. Siento como me persiguen las miradas de peluqueros armados de tijera en mano, ansiosos de echarme el guante.
Doblo la esquina y me choco con un letrero en un caballete que dice peluqueria-salón de belleza unisex. Una chica con acento cubano me dice "le ayudamos". "No gracias", y continuo mi paseo vespertino.
Decido regresar a casa por otra calle, respirar otro paisaje urbano que no esté plagado de "Eduardos Manostijera" ansiosos por tocar mi pelo con sus afiladas cuchillas. Mala suerte. Por esta otra calle también hay peluquerías. De caballeros, de señoras, de cualquier cosa que tenga pelo. Al fondo de la calle veo la sinuosa barra espiral de las típicas barberías americanas. Sí, hasta eso hay. Apuro el paso mientras el aire fresco del atardecer hace flotar mi melena y  con las manos en los bolsillos, escondo el rostro y la mirada entre las solapas de mi cazadora, intentado pasar invisible ante las miradas de los ansiosos podadores de cabezas.

Llego a casa. Mientras un té se calienta, medito sobre este barrio en el qué he venido a vivir. Hay más peluquerías por metro cuadrado que en cualquier otro lugar que yo conozca ¿a qué se deberá? ¿y por qué la mitad de los peluqueros del barrio son cubanos? ¿Y por qué, por qué, en este país tienen tanta manía a los hombres que llevan pelo largo? ¿Qué tiene de malo el pelo largo? ¿Por qué todos los hombres tienen que ir con el pelo cortado a cepillo?

El pelo crece, hasta después de muertos dicen. En algún momento, alguna persona, seguro que un calvo que aún no se había aceptado a si mismo, dijo: el pelo bien corto. Y quedó grabado con sangre. ¿Y las mujeres, me pregunto, mientras sorbo mi té, ellas porqué si pueden llevar el pelo largo? Es más, casi no conozco mujeres acá con el pelo corto. Manías y estupideces y modas sin sentido.

El vapor de mi te me empaña los cristales de las gafas mientras medito en silencio. Con un gesto de lo más común, me quito las gafas y mientras las limpio con un pañuelo, a través de la ventana en la acera de enfrente, veo las luces blancas, las elegantes fotos, la bata blanca y los sillones de cuero giratorios de ¡otra peluquería! ¡Tengo otra peluquería justo a la puerta de casa!

No podrán conmigo, no. Larga vida al pelo largo. Antes calvo que con el pelo cortado a cepillo.
Dibujo de El Bribón Bueno

jueves, 31 de octubre de 2013

Llamada nocturna

Sobre el tejado
y en el cristal
de mi ventana
oigo su canto
de soledad
alguien que llama

dice despierta
no esperes más
sal de la cama
óyeme: lluvia
en la ciudad
cuentos de hadas

lavo la noche
la oscuridad
y los fantasmas,
y en raras flores
la eternidad
                                       -por un segundo-
queda atrapada.

domingo, 27 de octubre de 2013

Otoño

Echo de menos el otoño
el sol apagándose en la tarde
las hojas cambiando de tono
en los árboles del parque.

El suelo todo cubierto
por un manto crepitante
caminos llenos de misterio
olor a humo en el valle.

El sabor y el color del magosto
tizones, negras pinturas faciales
castañas calentando las manos
cuando el frio aprieta en la tarde.

Y el viento que sopla loco
lanzando hojas secas al aire
como pájaros que vuelan ciegos
en un misterioso aquelarre.
Dibujo de "El Bribón Bueno"

domingo, 20 de octubre de 2013

El chatarrero

Es domingo, un domingo soleado en Quito, son las 9 y media de la mañana, y estoy sentado frente a la computadora leyendo la prensa extranjera, atento al chat por si se conecta alguien del otro lado del charco. La ciudad está en silencio, me han despertado las campanas de la iglesia vecina, pero son las únicas que han amanecido temprano este domingo. El resto de la ciudad duerme todavía o se mueve con paso lento.
De pronto una voz metálica de altavoz rompe el silencio: "compramos chatarra, latas, trastos viejos, baterías, chatarra". Me quedo congelado unos pasos, y curioso, me asomo al ventana de mi cuarto. La voz viene de un lugar más allá de los patios traseros que se extienden bajo mi vista, surge de alguna de las innumerables calles o avenidas de la ciudad. Siento el impulso, la necesidad, de bajar corriendo a la calle y comprobarlo, sí. Pero también me da miedo.

¿Comprobar qué? ¿Qué te da miedo? ¿Un posible trapero que va por las calles de una ciudad recogiendo trastos inservibles y chatarra, y dando algunas monedas a cambio? ¡Ni que eso fuese algo del otro mundo, me diréis! Quizá sí, quizá no, Puede que tengáis razón y no sea más que una de mis neuras, un producto más de mi mente alimentada desde crió por historias de ciencia ficción. Ojalá. Pero aún resuena en mis oídos el soniquete metálico y eterno del chatarrero...

Fue ya hace varios meses, quizás un año ya, que lo escuché por primera vez. En Lago Agrio, a 6,5 del centro de la ciudad, transitando por un polvoriento camino sin asfaltar, pasó un chatarrero en carro, soltando una y otra vez la misma canción metálica por el altavoz. Estaba en mi cuarto, escribiendo, y recuerdo que me hizo gracia el ritmo tembloso de la voz del chatarrero. Era como si a una vieja tartamuda le hubiesen dado el micro. Luego, pensé en la cantidad de trastos viejos que hay en la bodega y pensé "que lástima, ya se ha ido carretera adelante. Otra vez será". Me quedé unos segundos pensado en la chistosa voz del chatarrero: ¿iría el tipo por el camino, tragando polvo, manejando con una mano el volante y la otra aplastando el micro del altavoz, repitiendo una y otra vez la misma canción? Tonterías, seguro que era una grabación en cassette.

Una semana después más o menos, volvió el chatarrero. Yo, como buen previsor, ya había alertado a todo el mundo, y teníamos varios cacharros viejos en un rincón dispuestos a vender a peso. Salimos a su encuentro a hacer negocio y mientras un compañero intentaba renegociar el precio del kilo de chatarra, yo observaba curioso el interior de la camioneta: era una camioneta de cabina sencilla, de un color rojo o marrón, no se sabía bien entre lo viejo desgastado que estaba y el polvo del camino, y con un balde trasero repleto de trastos. Al volante un hombre de mediana edad con sombrero de paja y a su lado una señora, algo mayor que él. Por desgracia, mientras negociaban el precio, no soltaron por el altavoz la típica cantaleta, y no pude descubrir el misterio de la metálica y temblorosa voz.
No hicimos muy buen negocio. Unos minutos después, la camioneta se alejaba envuelta en una nube de polvo, y en la lejanía volvía se volvía a escuchar "compramos chatarra...".
El chatarrero volvió pasar en varias ocasiones más las siguientes semanas y meses, y, aunque en alguna ocasión corrí hasta la polvorienta carretera para resolver el misterio que rodeaba el origen de aquella canción publicitaria de compara de chatarra, nunca llegue a tiempo de ver el interior de la cabina en acción.

Pasaron los meses. Yo me encontraba ahora en San Sebastián del Coca, a una hora y media de Lago, preparando la merienda, cuando, de pronto, sonó la voz del chatarrero. La misma, voz, las mismas palabras, el mismo soniquete que en Lago!. No cabía en mi asombro. La vieja camioneta -a todas luces me pareció la misma- se detuvo justo en frente de casa. Alguien tenía chatarra para alimentar al chatarrero. Y sí, ahora por fin lo pude ver: La señora, que ahora llevaba un niño de unos 4 años sentado sobre sus piernas, tenía en sus manos el micrófono del altavoz. Mientras se hacía en negocio, el niño jugó un rato con el micrófono, y cuando acabó la compra de chatarra, la señora aplastó el botón del micro y mientras el carro comenzaba su marcha, ella empezó a recitar "compramos chatarra, chatarra, trastos viejos...".
 ¡Que increíble se me hacía que esa ajada señora fuese todo el camino, quedándose sin saliva, recitando con inusitada precisión siempre la misma canción!

Por eso cuando esta mañana volvía escuchar ese mismo poema publicitario, recitado con la misma precisión, por la misma, exacta voz, sentí un escalofrío. No, no podía ser. No puede ser. De Lago a Coca no hay mucha distancia, la gente se mueve mucho además. El chatarrero podía tener varias rutas, recorrerlas según la semana o el mes. Pero, ¿en Quito? ¿Como podía ser el mismo? No podía, evidentemente, Quito está a 260 km. de Lago o Coca, y no creo que un sólo chatarrero recorra semejantes distancias. No, no puede ser. Tiene que ser otro chatarrero, otro que recorra las calles de otras provincias recitando un eslogan similar, con una voz similar, en una camioneta similar. Pero no, no era un eslogan similar, una voz similar. El eslogan que atravesó las calles y patios de la cuidad y llegó a mis oídos era el mismo eslogan, la misma voz, con imposible exactitud.

Si hubiese sido una grabación, si hubiese visto a la señora o al conductor aplastar el play de un cassette, no estaría ahora escribiendo esto. ¡Pero yo le vi! ¡Vi a la señora coger el micrófono del altavoz y empezar a repetir el mismo poema! ¡¿Como podía ser que hoy sonase lo mismo por Quito?! ¿La vieja había dejado su empelo de acompañante de chatarrero y ahora se dedicaba a la grabación y difusión de cintas con eslóganes para chatarreros? ¿Se había mudado de provincia el chatarrero? ¿Existe algún monopolio de recogida de chatarra en manos de una sociedad unipersonal formada por el chatarrero y su acompañante de voz temblorosa, recorriendo todos los pueblos y ciudades del país? ¿Era la señora un robot autómata de una precisión infinita, uno de tantos, producidos en serie, y mantenidos por el gremio de chatarreros, o son todos ellos, chatarreros y acompañantes, robots o extraterrestres que se esconden bajo una misma apariencia -la de un sencillo chatarrero y su señora-, mientras acumulan chatarra y trastos viejos para algún oculto motivo?

Lo averiguaré, lo prometo. La próxima vez bajaré a la calle, perseguiré la camioneta del chatarrero, le daré el alto y saldré de dudas. Espero volver para contarlo y escribirlo en el blog.
Sois y seréis mis testigos.

domingo, 13 de octubre de 2013

Del tiempo y el fluir de la vida

Hay recuerdos del pasado que queremos se hagan presentes, y se perpetúen a lo largo de nuestros días, para acabar falleciendo y despareciendo al unísono a nuestro lado como aquella pareja de aquel mito griego.

Sin embargo, el pasado ya no es, y el presente es caminar. Ni lejos ni cerca, simplemente caminar. Caminar en ese reloj del tiempo cuyas manecillas no podemos atrasar ni adelantar. Pero, como humanos que somos, y como por ello nos debemos y cambiamos y crecemos por un pasado, no podemos sino evocarlo y pensar en aquellos años pasados y desear revivirlos, perpetuarlos.

Cuando las distancias se acentúan, cuando uno se va a vivir lejos del pueblo (algunos muy, muy lejos) o cuando un amigo se va lejos, esa sensación de pérdida, de querer revivir el pasado se acentúa. Y uno se pregunta porqué se tuvo que ir, o porqué siento esa pulsión en mi interior que me hacer ir más allá, y buscar, vivir, y respirar otros aires. Llega entonces la nostalgia, un vuelven una y otra vez a la mente esas imágenes de momentos compartidos en años pasados, con los amigos del alma: las locuras de adolescencia y juventud, aquellos tiempos en los que todo se reducía a las calles de un pequeño pueblo o una ciudad, en que la vida giraba en torno a un mundo muy pequeño, era una tragicomedia con muy pocos actores, en la que nuestros pequeños actos, por locos y revolucionarios que pareciesen, nunca alteraban el final feliz de cada día.

Como todos, recuerdo con cariño aquellos momentos de niñez y adolescencia, cuando el mundo era más seguro y cuando los amigos estaban siempre ahí para unirse al última aventura: los paseos en bici por los caminos del pueblo, las horas sentado en el parque comiendo pipas o sentado en la cima de un depósito de agua filosofando sobre un futuro que estaba aún por llegar, las noches de alcohol hamburguesas caseras y películas que nunca acaban en otra cosa que dos personas luchando por mantener los ojos abiertos pegados al televisor, siempre lejos de llegar a ser la falsa realidad de la película... Y sí, ha veces en que quisiera sentir a mi lado a ese amigo compañero de fiestas nocturnas, de días de bricolaje, de charlas filosóficas y musicales frente a una cerveza. Todavía hoy -y creo que siempre lo haré- me siento a ver la última astracanada estúpida y sin sentido en la pantalla del televisor, y siento la necesidad de compartirla con mi alma gemela. Los zombies no son lo mismo si te acechan cuando estás solo. Pero, a pesar de todos los pesares, de todas las distancias que la vida ha ido sembrando, vivo mi presente, no añoro repetir no perpetuar mi pasado, sino que miro a él con cariño y ternura: son páginas de ese álbum de fotos que llevo cosido en el corazón, que dio forma a mis días actuales, que me hizo ser como soy.

Las distancias no marcan los cambios en nuestra vida. Es el tiempo el único culpable. Si algo siento con seguridad es la certeza de que esa sensación de lejanía o pérdida de los amigos y vientos de un pasado, me asaltaría igual si estuviese en mi pueblo natal, incluso aunque mis amigos siguiesen viviendo en ese pueblo en el mismo portal. El teatro de nuestra vida cambia, aparecen nuevos actores, nuevas obras que interpretar, no importa si hemos cambiado el lugar de la escena, pues lo que ha hecho que la escena cambie es el paso del tiempo.

Y a veces maldigo al tiempo, sí, pero no a la distancia. El tiempo es el único culpable, las distancias no existen. Los amigos laten con fuerza en el corazón, doquiera que estén ahora, y, aunque se que será raro que vuelva a pasar tardes de bricolaje con ellos, que mi casa, por llevarla hoy día acuestas, no será vecina de la suya, sé que algún día pasaré por su patio, su jardín, conoceré su casa, y, sentados juntos, con una cerveza o un café delante, diremos: ¿te acuerdas cuando...?

domingo, 6 de octubre de 2013

Raices ecuatorianas

Acá en Ecuador se empeñan en forjar la identidad nacional destacando una y otra vez las hazañas de los próceres de la independencia (s. XIX). Casi todas las fiestas nacionales hacen referencia a fechas de batallas, alzamientos o gritos de independencia, estas mismas fechas dan nombre a las principales calles de las ciudades (10 de Agosto, 6 de Diciembre, 9 de Octubre, ...) y en los libros de historia de los escolares, la historia de Ecuador comienza siempre en el siglo XIX: con suerte preceden algunas páginas que describen algo de la conquista Inca y la época colonial, y aún más difícil es encontrar un texto que hable de "lo que había en Ecuador antes de los Incas". No es de extrañar, incluso, que la historia que mucha de la historia que se viene escribiendo en el país, y sobre todo de la historia que se publica para el público general, para los escolares, sea una rancia historia de corte decimonónico -historicismo puro y duro-, repleta de fechas, batallas, hechos históricos puntuales, y nombres de mil y un próceres, ministros, presidentes. Todo un tostón aburridísimo y desfasado.
Existe, no obstante, una renovación en los estudios históricos en el país, pero esta
parece que todavía no acaba de saltar del mundo de los eruditos y la universidad, al mundo del público en general. Poco a poco se va produciendo el cambio estos días, en parte seguramente por un momento en que el gobierno ha reconocido que Ecuador es algo más que las élites (conservadoras) que hasta ahora controlaban la sociedad -y por ende la cultura y la educación- hasta hace bien poco; pero, la influencia de esa historia hija de ese "Ecuador nacido en el s. XIX", sigue patente en la sociedad: bandas de guerra y desfiles en los colegios, fiestas con motivo de la cantonalización, provincialización, o creación de tal o cual parroquia... Siempre como si antes no hubiese nada, como si Ecuador fuese una tierra baldía hasta que en el s. XIX decidieron ponerle nombre y fijar las fronteras como un estado moderno.

Todo un esfuerzo que dura ya unos 200 años, por crear y afianzar una identidad nacional. Sin embargo, mientras se empeñen en buscar en los hechos independentistas del siglo XIX, es identidad nacional seguirá incompleta. La historia de Ecuador, hunde sus raíces en la prehistoria de América, en el cuarto milenio antes de Cristo, cuando empezaron a florecer en la costa ecuatoriana las primeras culturas agrarias y alfareras de América, y se empezó a crear un interesantísimo mapa -crisol de culturas-, que ínter-relacionándose entre sí, crearon una identidad propia, una identidad ecuatoriana, construida en la relación de numerosos regionalismos que creo explican gran parte de los regionalismos actuales del país. El actual territorio de Ecuador tenía una evolución propia que fue truncada por la conquista Inca primero y española después, pero la cultura de los distintos señoríos y pueblos del ecuador preincaico, siguió en gran medida presente en las manifestaciones cotidianas de los ecuatorianos.

En este sentido, la historia de Ecuador se me antoja no muy distinta a la de España: hoy día creo ya nadie se empeña en buscar las raíces de España en la unión de las dos coronas bajo los Reyes Católicos, ni nadie se mata por defender una "España grande y única" o en intentar ver a España como un estado unitario, sino como un conjunto de pueblos, reinos, etc, unidos pero con diferencias muy palpables entre sí. Y nadie excluye de la historia de España la prehistoria, las invasiones de los Campos de urnas (indoeuropeas), la colonización fenicia, griega y cartaginesa, la breve ocupación cartaginesa, la conquista romana, las invasiones bárbaras, la invasión musulmana y la rica e interesante historia de Al-Andalus, la reconquista y formación de los distintos reinos cristianos... Todo un proceso largo en el que no se puede hablar de España, pero que es en sí inseparable de España y explicación de la España actual. Los libros de historia comienzan hoy con atapuerca, y son bastantes las páginas de esa historia media, antigua y prehistoria de España.

¿No sería, entonces, enriquecedor que Ecuador, que los ecuatorianos, empezasen a buscar, a formar su identidad nacional a partir de los primeros pobladores de estas tierras, desde los asentamientos de el Inga, Las Vegas, avanzando poco a poco por el interesante desarrollo de las distintas culturas preincaicas del territorio ecuatoriano?  Un país que lleve en su identidad, en su nombre y bandera nombres como Valdivia, Chorrera, Jama-Coque, Huancavilca, Puruhá; o los nombres de pueblos como Karanki, Omagua, Otavalo, Cañari, sería un país mucho más rico, con una reconocida tradición milenaria y ancestral, un país con una verdadera bandera que ondear al viento como símbolo propio, origen, fundamento, y explicación última de lo que significa hoy día Ecuador como estado pluricultural y plurinacional que es y siempre ha sido.

Hoy día, por suerte, los escolares ecuatorianos empiezan a leer esta historia ecuatoriana, hasta ahora exclaustrada de los libros de texto. Para aquellos que crecieron cuando en las escuelas Ecuador nacía en el S. XIX, les invito a que salgan de sus casas decimonónicas y visiten museos como el Museo de la Casa de la Cultura Ecuatoriana (antes Museo del Banco Central) en Quito, el Museo Casa del Alabado, también en Quito, o el Museo Antropológico en el malecón de Guayaquil, por citar sólo tres ejemplos; y que se animen también a leer a historia del Ecuador coordinada por Enrique Ayala Mora, o los distintos libros sobre el ecuador prehispánico de Santiago Ontaneda.

Toda país debe conocer sus verdaderas raíces, historia de los pueblos que en épocas anteriores poblaron su territorio, y que hoy día son parte de su identidad como país, nación y estado soberano.

(las imágenes están tomadas de la página web del museo Casa del Alabado)

sábado, 5 de octubre de 2013

El espíritu del 45

Hace unos días me envían por e-mail un recorte de prensa de El País sobre las características y bondades de Ecuador, un país al que están emigrando numerosos españoles "por culpa de la crisis". Siempre la crisis.

Tengo la sensación de que todo el mundo culpa a la crisis como algo abstracto. Algo que está ahí, indefinido, en medio del aire, algo que nos ha tocado vivir y que tenemos que aguantar. No nos dejemos engañar, no tengamos miedo a enfrentar la verdad. La llamada situación de crisis actual quiere decir, simple y llanamente, que el sistema neoliberal que se impone (que nos imponen, que nos imponemos) ha sufrido un accidente: nos dejamos llevar en bus con los ojos cerrados, confiados en un conductor que conducía pensando solamente en sí mismo, y que saltó y se puso a salvo cuando vio que iba demasiado deprisa para tomar la curva y se iba a estrellar. Los damnificados, es de decir nosotros, no importamos. Él está a salvo. La crisis la sufrimos nosotros.

Lo mismo -o muy parecido- que sucede estos días en España y que obliga a muchos compatriotas a emigrar a Ecuador u otros países, es lo mismo que sucedió en Ecuador a finales de la década de los 90 y principios del 2000. Hoy día, diez años después, Ecuador es una economía próspera y emergente, un país al que no le acucian deudas internacionales, el FMI u otras supraorganizaciones internacionales no le dictan reglas, es un país donde la clase media a crecido notablemente, donde ha aumentado el poder adquisitivo de los ciudadanos, donde se van reduciendo los índices de pobreza, donde se genera suficiente empleo incluso como para absorber mano de obra inmigrante (ahora los inmigrantes somos los europeos)
¿Como es todo ésto posible? ¿Fue gracias a las medidas de austeridad, al sacrificio de millones de ecuatorianos que aceptaron ignominiosos recortes, que tuvieron que emigrar a otros países donde sufrieron el racismo y el abuso de otros pueblos?

No, para nada. Ecuador no salió de la crisis y llegó donde está ahora gracias a los recortes. Salió de la crisis y llegó donde está ahora porque en el 2006 ganó las elecciones un gobierno socialista, de izquierdas. Punto. Esa es la pura verdad. Ganó un gobierno que dijo: Ecuador debe ser para todos los ecuatorianos. El individuo en si mismo no importa, sólo tiene valor como parte del grupo, del pueblo.
Se renegociaron los convenios petroleros: de un país explotado (las compañías extranjeras se llevaban el 80% de las ganancias del petroleo) se pasó a un país soberano (ahora el estado se lleva el 80%), se reestructuró un sistema de recaudación fiscal antes inexistente o inoperante, se fortaleció la sanidad pública, la educación pública, se invirtió en infraestructura pública: carreteras, puertos, centrales hidroeléctricas. La compañía de teléfonos es estatal (sin impedir que haya también empresas privadas), la empresa eléctrica es estatal,...

La patria ya es de todos. Reza uno de los principales eslóganes del gobierno ecuatoriano. Y es verdad. Puedo dar testimonio de ello. Llevo en este país más o menos 5 años. No me vine por culpa de la crisis, sino por un compromiso como misionero, pero en estos 5 años he visto el cambio: donde antes sólo llegaba turismo extranjero, ahora disfrutan también turistas nacionales, en los restaurantes y locales "elegantes" donde antes sólo se veía clase alta adinerada (nacional y extranjera) ahora se ve clase media, en los vuelos internos viajan también personas de clase media. Nuevos hospitales públicos, con atención gratuita incluso para los extranjeros, servicio 24 horas, cada vez más especialistas; nuevas escuelas públicas, libros de texto gratuitos, programas para el fortalecimiento y mejoramiento de la educación pública, la formación de docentes cualificados. Más y mejores carreteras... La lista es muy larga, y todo ello, por y para el pueblo ecuatoriano.
No voy a negar que en el país no haya corrupción, y que hay políticas de estado con las que no estoy de acuerdo, pero la realidad es palpable, está ahí en las calles de las ciudades y pueblos del país: hay un gobierno socialista que piensa en la gente y trabaja para la gente para el pueblo.

Este tipo de gobierno socialista, es el que hace falta en España, en Europa para salir de una vez de esa crisis que nos ahoga. Hace 60 años, fue posible y ahora también. Recientemente he visto el documental el Espíritu del 45 de Ken Loach. Ese espíritu se respira hoy en día en Ecuador, por eso me tomo prestado el titulo de la película para esta entrada del blog. Ese espíritu del 45 es lo que se necesita en Europa para salir de la crisis. La solución está en manos de una ciudadanía quizá demasiado acomodada, que piensa que ya está todo hecho, que nadie le puede quitar lo que ya tiene, que no importan a quién se vote, pues todos los políticos son iguales. Una ciudadanía entumecida, adormecida en su propio sueño iluso que no se da cuenta de que la lucha, el trabajo diario por el bien del pueblo, que es su propio bien, nunca ha de detenerse, pues el egoísmo, la avaricia de unos pocos que no piensan nunca en su hermano, está siempre detrás, oculta en la sombra, como una mano de falso terciopelo que al mismo tiempo que acaricia se lleva lo que es de todos y no lo de vuelve.

¿Seguiremos dormidos, acariciados por manos de seda, o colocaremos unas esposas a esas manos y empuñaremos de nuevo el arado de la justicia? La decisión es nuestra.

El mañana es una carretera ancha y equitativa
y nosotros somos los muchos que viajaremos por ella.
El mañana es una carretera ancha y equitativa
y nosotros somos los trabajadores que la construiremos,
sí, nosotros la construiremos.

Ven, ayúdanos a construir un camino para toda la humanidad
un camino para dejar este malvado año atrás.
para viajar hacia un año mejor
donde haya amor y no exista el miedo,
donde esté el amor y no el miedo.

Ahora vivimos un año sombrío de hombres malvados
de hombres con malicia que amenazan de nuevo con guerra
¿Deben ser de nuevo libres los tiranos para pisotear
a nuestros más valientes y honorables muertos?
a nuestros valientes y honorables muertos.

Oh, camaradas, venid y viajad conmigo,
iremos hacia nuestro nuevo año de libertad.
Vamos, caminad firmes, a lo largo del camino del Pueblo,
desde la oscuridad hasta el Día del Pueblo,
desde la oscuridad hasta la luz del día.

El mañana es una carretera ancha e igualitaria,
y el odio y la avaricia nunca deberán viajar por ella,
solamente ellos, los que han aprendido el camino pacífico
de la hermandad para saludar al nuevo día que viene.
Saludamos al nuevo día que viene.

Tomorrow is a highway, de Lee Hays y Pete Seeger (1949) La letra original en inglés aquí.
http://www.youtube.com/watch?v=GklhmKtdTkc

sábado, 21 de septiembre de 2013

El cambio

Hay veces que pienso que todos los esfuerzos que hacemos a diario para cambiar ese mundo son en vano. Se que se han ido logrando muchas cosas, me lo dice mi conciencia histórica, y sé que la lucha es larga y dura, que a veces se pierden batallas y uno se desanima y no logra levantar la cabeza, mas luego llegan los compañeros de lucha y le levanta. Soy consciente de todo ello y no pierdo la esperanza de que algún día, algún día amanecerá igual para todos.

Sin embargo, cada vez estoy más convencido de que si queremos que amanezca un mismo sol para todos, tenemos que apostar más fuerte, tenemos que empezar por desmontar piedra por piedra los cimientos de esta civilización, empezando por nosotros mismos, y volver a nacer. Desde cero, pero no vacíos. Sin ropas, desnudos, pero vestidos por dentro. Que en nuestro interior quede la huella indeleble de todos nuestros errores pasados, ya aceptados y transformados en energía regeneradora.

Tenemos que ser capaces de dar ese paso, de comenzar la deconstrucción de nuestro ser y nuestra sociedad. Vivimos atrapados en un sistema que creemos único y nos empeñamos en cambiarlo, modificarlo, corregirlo, reorientarlo, sin darnos cuenta de que damos vueltas en círculo: el sistema no da más de sí. Tiene una serie de combinaciones finitas y ninguna de ellas nos va a proporcionar ese sol que es igual para todas las personas todos los días de la vida. El paso que tenemos que dar para cambiar tiene que llevarnos fuera de ese círculo concéntrico en que vivimos, debe cruzar la línea.

Nunca me ha gustado la palabra radical. Pero cada vez estoy más convencido que el amanecer llegará con cambios, con acciones radicales. Las reglas del juego nos tienen las manos atadas, es hora de empezar a saltarse las reglas. Es hora de comenzar a deconstruir, a renacer, y ese renacimiento debemos comenzarlos dentro de cada uno de nosotros. Ése debe ser el comienzo. Que nadie piense en revoluciones, en actos de anarquía contra el sistema, en manifestaciones cargados de piedras y bombas incendiarias y ni en robos y repartos de riqueza a lo Robin Hood. Debemos comenzar el cambio en nuestro interior. Digamos no a todo lo que nos hace daño en nuestro ser y nos aleja de nuestros semejantes y de la naturaleza. El proceso de cambio comenzará a rodar cubriendo los campos como un nuevo diluvio que fertilizará la tierra y dejará únicamente hombres y mujeres desnudos, conscientes de su pasado, sin miedo al futuro, iguales todos en el presente continuo.

Encendamos la mecha en nuestro interior, y sin miedo, dejemos que el fuego vaya poco a poco saliendo de nosotros y comenzando la purificación de este maltrecho e injusto mundo.

martes, 17 de septiembre de 2013

Sin tiempo

Los indígenas acá en la amazonia tiene la costumbre de ir a visitar a parientes o amigos a comunidades vecinas o a comunidades lejanas, cruzando casi medio país. Estas visitas no son un "hola cómo estás" acompañado de un café, o un almuerzo, estas visitas pueden durar días o incluso semanas, y su duración no queda establecida en la llegada. La frase tan común de "hasta cuándo te quedas" o la más directa aún "cuándo te vas", serían un insulto a la cara del indígena.

Una costumbre, un ritmo de vida, que nos descuadra a los que vivimos en este mundo "occidental y moderno" donde todo se mueve más aprisa y donde el recelo por lo mío (mi tiempo, mi casa,...) se convierte en una pelea constante que nos hace olvidar la verdadera esencia de ser humanos: compartir, tener las puertas del corazón y de casa abiertas, aprender a conocerse y a reconocerse en el otro. Y para ello hace falta tiempo; de hecho, la respuesta de mucha gente seria que no tiene tiempo para ello. ¿Cómo va a dedicar una semana a conocer a sus parientes o amigos, si a penas tiene un mes de vacaciones, o 3 horas libres todos los días, o 30 minutos para comer? ¿De dónde saco el tiempo?
Por más que uno reprograma su día a día, su calendario, sigue sin encontrar tiempo, y seguirá sin encontrarlo, pues la solución no pasa por reprogramar nuestra vida, sino en reprogramarnos nosotros mismo. El tiempo es el mismo, los segundo pasan a la misma velocidad para todo el mundo, todo lo que hay que hacer es aprender a vivirlo. En una sociedad en la que cada minuto vale su precio en oro, en la que tratamos de hacer la mayor cantidad de cosas en el menor tiempo posible, ya no vivimos aprovechando el tiempo, nos hemos convertido en esclavos del tiempo.

La solución a nuestro mal del tiempo pasa por aprender a vivir sin ser esclavos del tiempo, absorbiendo las experiencias y los momentos en su totalidad sin preguntarnos cuánto duran, cuánto tiempo puedo dedicar a ello. Aprender a visitar a los amigos como lo hacen los indígenas puede ser un buen ejemplo, aunque quizá sea un ejemplo muy radical para empezar. Muy poca gente tiene la posibilidad de dejar su vida aparcada y irse a caminar y conocer gentes como en aquella película de Otar Iosseliani, Luni Matin. Aunque cada vez estoy más convencido de que los males de este mundo se curarán con cambios y decisiones radicales, reconozco que a mucha gente le hacen falta primero pequeños empujones para luego arrancar de una vez.

Un buen ejercicio en este aspecto, y uno que normalmente no aparece en las listas de ejemplos sobre "cómo aprender a vivir con lentitud", es el compartir espacio con una comunidad religiosa. A muchos les sonará esto a conversión y lavado de cerebro. Dejen sus prejuicios a parte, dejen sus creencias o no creencias a un lado. Hoy día cada vez son más los monasterios que abren su hospedería a personas que necesitan "desconectar" durante un tiempo de la ajetreada vida moderna, y que, como suele suceder no son capaces de desconectar por sí mismos. Lugares como comunidades religiosas, monasterios, centros de espiritualidad, ofrecen ese espacio para que uno descanse, se relaje, respire profundamente y comience a conocerse a si mismo. No es necesario un proceso religioso, ese proceso puede venir o no después según cada persona. Es un proceso espiritual, para volver a encontrarse con un mismo y con los demás.

"Conócete a ti mismo y conocerás al universo y a los dioses". Aprende a respirar. Aprende a dejarte cuidar. Aprende a liberarte del tiempo. Una buena medicina para ello es sin dudas dejarse atrapar por esos lugares donde el tiempo no marca las horas, donde las personas que los habitan no se han dejado esclavizar por el tiempo.

viernes, 13 de septiembre de 2013

Aprendiendo a gritos

Esta mañana, ayudo a dar una nueva mano de pintura a la iglesia, acá en el Cañón de los Monos, donde paso unos días con la familia carmelitana -mis tres tíos, carnales o no-, echando de paso una mano a lo que haga falta, hasta que me llegue el turno de empezar mi nuevo trabajo.
Mientras pinto la iglesia, las voces de los alumnos y los profesores de la escuela primaria del otro lado de la tranquila calle resuenan en mi oídos. "A, B, C, D, E," o "Azuay, capital: ¡¡Cuenca!!" Durante una hora, repaso en voz alta el abecedario, las provincias y capitales del Ecuador, las tablas de multiplicar... Y mientras la brocha sube y baja por la pared, me pregunto si lo que hay a mis espaldas es una escuela o un campeonato por ver quién grita más alto.
Tengo la sensación de que el niño que repite a todo pulmón las letras de alfabeto compite con su compañero del salón vecino que aprende las tablas de multiplicar, guiados ambos por la batuta de un inusual director de orquesta de saberes a gritos. Al final todo se mezcla en una cacofonía en la que las letras del alfabeto contestan a los nombres de las provincias que se multiplican por 3.

No voy a repetir otra vez lo de "lo eficaces que resultan las técnicas de repetición" ya lo expliqué en otro momento en este blog y bastante peleé el año pasado para intentar cambiar tan antediluviana y atroz técnica de enseñanza. La "m" con la "i": mi... Quizás hay que ir más despacio pedir primero a los maestros que, por favor, dejen de gritar y hacer gritar a todo el mundo. Esto no es un concurso de gritos. Al final, uno acaba por no saber si está escuchando a un maestro al albañil de la obra de enfrente que grita a todo pulmón: "¡Manolo, pásame la mezcla!" y recibe su consiguiente  y mecánico "¡Ya va!"

Vivimos a gritos, nos crían a gritos, nos comunicamos a gritos. "¡Acabaraste la sopa, carajo!, le grita la mamá al bebe, al tiempo que este rompe a llorar lo más fuerte que puede. Luego en la escuela aprende la tabla de multiplicar repitiéndola a pleno pulmón, para después acabar gritando desde la puerta del bus "¡A Quito, a Quito, a Quito!" o hablar a voces por el celular por culpa de la maldita mala señal, mientras escucha al político de turno da su discurso berreando cada vez más fuerte como si el volumen de las palabras sirviese para convencer a más gente.

El único momento de la vida en que no gritamos y todo está en silencio es cuando nos entierran, aunque quizás no tarden mucho en gritar "¡Al hoyo!" mientras bajan el ataúd. Esperemos que nunca se llegue a tal extremo.

Mamá, guarde la zapatilla. Señores profesores, bajen la voz. Comencemos a conversar, dialogar y crecer sin gritos. Verán que la comunicación y el aprendizaje mejoran.