El ir y venir luchando por las cosas más queridas, sin bien nos gasta las manos, nos deja abierta la vida.
- Víctor Jara

domingo, 31 de julio de 2016

Mi abuela vivía con el sol

Una suave respiración, el ronroneo de un gato dormido profundo, zumbido de un aparato de mecánica precisión. Ese era el único sonido que perturba la casa cuando empezaba a clarear aquella mañana de julio. El sol, madrugador hasta en domingo comenzó su viaje por el cielo y lentamente sus rayos de luz se colaron por las rendijas de las persianas, atravesando los visillos, devolviendo color y vida a los objetos que yacían muertos en la oscuridad del cuarto.

Un clic de reloj y un viejo rechinar y crujir de viejos huesos y engranajes, de tablas carcomidas y resecas, unos pasos suaves, tres tirones lentos y precisos para espantar el polvo de noche de las persianas. El sonido de dos hojas metálicas al abrirse, y el aire puro de la mañana desenredando las sábanas, oxigenando los pulmones de la casa, devolviéndole todos su ruidos y sabores.

El aire fresco de la mañana nos revolvió el pelo y nos despertó, haciéndonos esconder, encogidos bajo las finas sábanas de verano, asomando tímidamente la nariz primero, luego un ojo, cuando oíamos cerrarse suavemente la puerta de la casa. Con sonrisas de buenos pícaros corrimos de un salto hasta la ventana, donde observamos como avanzaba ella, lentamente pero ligera, alejándose por la acera mientras el sol de la mañana calentaba nuestras mejillas y anuncia el domingo y el verano.

Con miradas cómplices, volvimos a nuestra madriguera de sábanas frescas y suaves, contando los minutos, escuchando atentamente cada uno de los ruidos de la mañana, en la calle y en el corazón de la casa que despertaba: los primero pájaros, el tic-tac incansable de reloj de pared, el ronroneo de la siempre durmiente, siempre invernal refrigeradora. Escuchando. Sin hablar, sintiendo la respiración suave y acompasada de nuestros pulmones, expectantes, atrapando el aire de la mañana, esperando esa señal, haciendo los planes de piratas y exploradores que habrían de recorrer el mundo del verano atrapando todo lo que de éste más pudiesen para enterrarlo cuando llegase el invierno.

Primero fueron las delatoras bisagras de la puerta, luego el golpear de las puertas de la alacena, el sonido de tazas y platos y cucharas después. Bastó con eso para hacernos cerrar el cuaderno de aventuras y aguardar en la puerta de nuestra madriguera hasta que un familiar olor a pan caliente y chocolate inundó la casa. Bajamos entonces empujándonos por las escaleras, resbalando, jalándonos del pijama, para ganar ese primer puesto en la puerta de la cocina, donde nuestras sonrisas mudas de algún modo nos delataron ante la abuela, que nos miró de reojo mientras continuaba preparando el desayuno y sirviendo la mesa.

Ese era el ritual de todas las mañanas del verano: viento fresco, sol, pan caliente, leche y los domingos salpicados con chocolate. El desayuno era una lenta batalla por ser campeones en ver primeros el chocolate que hervía en nuestras gargantas, por ganarse el último pedazo de pan tostado antes de que con un ademán de rodillo nos mandara de vuelta al piso de arriba, a sacarnos el pijama y las telarañas de la noche con agua fresca, y con dientes frescos y blancos y ropas que aún olían a prado, prepararnos a para salir al sol de la mañana y al mundo, recogiendo el campamento de sábanas al que volveríamos, cansados en la noche.

Puntuales, vestidos, y sonrientes esperábamos en la puerta de la casa las órdenes precisas de día. Si era lunes, había que correr calle abajo hasta la puerta de la lechera, los miércoles y sábados esperaba la escalada y carrera de obstáculos subiendo la cuesta del mercado, repleta siempre de gente, de puestos bulliciosos donde los niños revoltosos esperaban entre faldas mientras las abuelas negociaban y llenaban el carrito poco a poco con pesadas bolsas de agrias naranjas, nectarinas, melocotones, alguna sandía o melón tan pesado que los jóvenes brazos que a duras penas llegaban al fondo del carro, no podía cargar. De regreso a casa, la parada obligatoria en la panadería donde la risueña panadera nos regalaba dos palitos de pan de sal, como dos varitas mágicas con las que desafiar al nuevo día. "Puntuales como un reloj", decía siempre la panadera mientras envolvía la barra de pan bregado y nos regalaba nuestras mágicas varitas de harina de trigo y observaba como salíamos disparados ganándole a la abuela la carrera hasta la esquina de paso de cebra.

El verano pasaba rápido. Más rápido que los aviones que hacían esas enigmáticas líneas blancas en el despejado cielo azul, demasiado rápido para unos niños a los que el resto del año se les hacía eterno, entre libros y pizarrones y cuadernos de doble raya. La vida no iba muy lejos, no más allá de la calle vacía de coches, del patio trasero, del trastero lleno de mil y un tesoros procedentes de lugares mágicos, traídos por personajes estrafalarios que habitaban ahora simpáticas fotos en blanco y negro; nunca más allá quizá de un paseo al parque, donde otros niños corrían y jugaban en el foso de arena, en los columpios, en el intrincado castillo de hierro buscando la manera de llegar a lo más alto y ser por un breve segundo el rey del parque. De vuelta a casa, nos sentábamos a leer un libro, o mirábamos la televisión mientras la abuela hacía ganchillo y esperaba a que bajase el sol, lento, tiñendo de amarillo la sala de estar y avisando a la abuela que era hora de levantar los viejos huesos y hacer la cena. A esa hora, solía sonar el teléfono, al que corríamos para ganar la última competición del día.
- ¿Qué han hecho hoy? - La voz de alguno de nuestros padres nos hacía repasar las hojas de nuestro diario y resumir nuestra aventura diaria, para poner un punto y a parte diciendo después: - ¡Qué bien!, Bueno ponedme a la abuela un momento.
- Está haciendo la cena
- ¿Pero cómo? ¿Aún no habéis cenado? ¡Si ya son casi las 9:30!
- ¡¡¡Abuelaaaa!!!

La abuela aparecía en el recibidor con el mandil puesto y el rodillo sobre un brazo, diciendo uno de sus "¡no chilléis asís!" y comenzaba la divertida conversación entrecortada de todos los días: "Sí, hija sí.. aún es de día..., si lo se. Claro que se cepillan los dientes... ¿y por qué iba a malcriarles? ¿Acaso os malcrié a vosotros? Bueno, bueno.... El domingo vendréis, ¿todos? Ah, ya. Bueno entonces hasta el domingo".
- A veces tengo la sensación que vuestros padres piensan que me vuelvo tonta con los años. -nos decía. - ¡Yo que he limpiado más culos y sonado más narices que todos ellos juntos!. Bueno, a cenar.

Cuando acabábamos de cenar ya era de noche. Recogida la cocina, la abuela nos envía a la cama, donde nosotros escribíamos en algún cuaderno nuestro particular diario de verano en el que pegábamos los tesoros encontrados durante el día: un recorte, un cromo, una pegatina desprendida de alguna fruta, un hiera o una flor simpática, un ritual de copistas y amanuenses en silencio, haciéndonos los dormidos, justo para saltar de la cama y apagar la luz cuando de pronto escuchábamos a la abuela roncar frente al televisor y con una tos seca despertarse y apagar el aparato y comenzar a subir las escaleras camino del cuarto, cada paso un segundo en la cuenta atrás para apagar la luz y escondernos entre las sábanas como buenos angelitos esperando a que la puerta de la habitación se entreabriese y la luz del pasillo iluminase nuestras caras y la abuela pudiese contar contar sus nietos y desearles otro buenas noches.

- 27, 28, 29... ¡Ya casi pasa un mes! - Un viento fresco nos revolvió el cabello recordándonos que septiembre estaba a la vuelta de la esquina. En el cuaderno ajado del verano, los días habían ido corriendo corriendo repletos de recuerdos dorados y anécdotas que guardaban el calor y brillaban para calentarnos las manos al fuego de la hoguera del otoño que ya se acercaba para que mar las hojas de los árboles, soplar con fuerza, hacer mágicos remolinos en el parque y desvestir a los árboles para vestirlos de nuevo con las primeras nieves del invierno.
- ¡A cenar!
 La voz de la abuela nos sacó de nuestras cuentas de banqueros coleccionistas de cromos, botones, polillas, tapas de botella y lagartijas disecadas.
 - Sólo son las 8:40.
- ¿Y?
- Fíjate: ayer cenamos a las 8:43 - En el cuaderno anotadas con precisión de reloj digital sumergible estaban las horas de todas las cenas del verano - Y antes de ayer a las 8:48, y el día de antes de ayer a las 8:52, y si pasamos las páginas, observa, hace una semana y media: 9:20. Cada día cenamos más temprano.
- No me había dado cuenta... Siempre tengo el mismo hambre - dije con una sonrisa
- ¿Qué estáis haciendo? ¡Vamos, bajad ya! ¡Lavaos las manos y a cenar! -  La voz de la abuela replicó escaleras abajo como la campana de un elegante comedor.
- Y eso no es lo único. Mira esto también: cada día, la abuela se levanta más tarde. Tú y yo bajamos siempre a la misma hora a desayunar, pero la abuela cada día levanta la persiana de su cuarto más tarde.
- ¿La edad?
- Quizá. No estoy seguro...

Nos quedamos pensativos unos segundo más, mirando el cuaderno con aquellos minutos y segundos que de ser fría estadística habían pasado a convertirse en misterio en una fresca noche a finales de agosto.
- ¡Se está enfriando la cena! - Cinco palabras suficientes para sacarnos de nuestra ensoñación y hacerlos bolar escaleras abajo, resbalando por el pasamanos.

La cena transcurrió en silencio. Mi hermano cenaba más despacio de lo habitual. Yo le miraba con curiosidad mientras el resolvía extrañas ecuaciones en la sopa.
- Hoy os ha comido la lengua el gato, - dijo la abuela. - Debe ser el fresco de la noche. ¿Ya se os acaba el verano, eh?, - continuó diciendo mientras se levantaba y cerraba la ventana de la cocina. - La próxima semana, las clases, los estudios. Todo llega a su tiempo. Tenéis que ser pacientes, claro que a vuestra edad, la paciencia aún no existe. Ala, ¡acabad de cenar que hoy os dejo ver un rato ver una película hasta tarde! Pero chitón, ¿eh?

Apuramos la cena y corrimos al salón donde buscamos entre los VHS alguna de esas comedias mudas que tanto gustaban a la abuela y preparamos la sesión mientras ella acaba de fregar los platos. Un cuarto de hora después Harold Lloyd trepaba por enésima vez por la facha de aquel edificio y se colgaba del reloj mientras su amigo escapaba de los policías, y al otro lado de la pantalla la abuela reía y gritaba emocionada como lo debió hacer en algún cine de pueblo hacía más de medio siglo, y nosotros reíamos con ella y cuando la chica besó a Harold en la azotea alquitranada de aquel edificio la pantalla se cerró con un The End, la abuela nos regaló un beso de buenas noches y corrimos escaleras arriba, trepando por el pasamanos, haciendo piruetas como Harold, subiendo los últimos peldaños que un verano que llegaba a su fin.

Intentamos disfruta el último fin de semana a tope, apurando cada segundo que nos regalaba el día, pero siempre faltaba algo, o mejor dicho había algo en el aire, en nuestras mentes  que no nos dejaba tranquilos. Soplaba frío, como ese viento de los últimos días de agosto que de pronto se sentía más frío que otros años pasados.
El domingo llegaron nuestros padres a recogernos. El almuerzo con la mesa repleta de padres y madres, y tíos y tías y primos y ruido de cucharas y de conversaciones amenas, y el rejo de pared, dando las tres como si estuviese nervioso, con ganas de que nos fuéramos de una vez a casa y se acabase el bullicio y llegase de nuevo la paz al pequeño salón.

La abuela nos despidió en la puerta con un suave beso en la mejilla. Subimos al coche y la fuimos perdiendo de vista, despidiéndonos desde la escalera de la entrada, arremangada, con el mandil siempre puesto, en silencio, cada vez más pequeña, hasta el auto llegó al final de la calle y la abuela se perdió entre los árboles y las casas y el verano se convirtió en un rojo sol al atardecer que manda sus últimas ráfagas de calor y se escondía en unas tenues ascuas que brillarían sin fuerza todo el invierno. No hubo muchos comentarios en aquel viaje a casa. Mi hermano, silencioso miraban por la ventana del coche pero su mirada estaba perdida en algún otro sitio.
- No os pongáis así - dijo mamá - El verano siempre se acaba, pero vuelve a empezar al año siguiente. Por eso es mágico el verano: por que dura lo justo y necesario. Y por la abuela, no estéis tristes, vaya. La veréis en Navidades, o por Todos los Santos, seguro.

Por una vez sus palabras no nos consolaban ni animaban y continuamos en silencio viendo como el sol del verano se iba apagando tras las montañas y como un viento frío empezaba a soplar, bufando con rabia afuera del auto.

Fue tres días antes de Todos los Santos cuando sonó la llamada. Mamá entro en cuarto tranquila pero con una mirada triste y cariñosa a la vez. Se había secado las lágrimas de los ojos. Nosotros dejamos los juguetes y la miramos mientras se sentaba en el suelo y nos acariciaba el cabello.
- Este año vamos a ir a ver a la abuela un poco antes - Nos dijo con voz serena - Vamos, cambiaos de ropa y coged la trenca.
- ¿Ahora? ¿Vamos ahora? - pregunté nervioso.
No recibí respuesta. Mamá me besó y me levanto del suelo y empezó a sacar la ropa del armario. Mi hermano comenzó también a cambiarse de ropa en silencio.

Media hora después conducíamos a casa de la abuela, aquella tarde sábado de octubre. Mamá volvía a vernos una y otra vez desde el asiento del copiloto, como queriendo decirnos algo pero sin encontrar las palabras adecuadas.
- Tenemos que decirles... - Murmuraba.
- Tranquila - Papá le acarició con una mano- Ya no son tan niños. Cuando lleguemos entenderán.
Mi hermano guardaba silencio, nervioso, y yo le miraba aún más nervios queriendo entender ese silencio. Nunca un viaje a casa de la abuela fue tan largo.

La casa de la abuela estaba en penumbras. Por alguna razón no habían levantado del todo las persianas. En la entrada estaban algunos tíos o parientes, algunas vecinas, y un señor con maletín al que papá saludó con un "buenas tardes doctor".
- ¿Está arriba? - le preguntó.
- Sí, en su cama. Sucedió de noche, así tranquilamente.
Mamá nos tomo de la mano y subimos juntos, lentamente las escaleras hasta el piso de arriba. por el camino, en la penumbra de la escalera nos íbamos fiando en los cuadros, en las flores secas, en los detalles que poblaban las paredes de la casa, como testigos de un tiempo pasado que ya sólo quedaba en el recuerdo.
En el cuarto de la abuela se podía sentir el silencio. La persiana estaba también a medio levantar y la abuela yacía dormida, en silencio, total y completamente en silencio. No había ningún zumbido interno, ninguna respiración pausada. Nos quedamos unos instantes en el umbral de la puerta. Apretándonos fuerte de la mano, mamá nos hizo caminar hasta el pie de la cama de la abuela donde ella dormía profundamente con un rostro de paz.
- Veréis, llega un momento en que las personas mayores, se van un día a dormir y ya nunca vuelven a despertar..
- ¡No, no es verdad, no lo es! ¡Es este maldito sol de octubre, ese sol que no caliente, que no...!
Mi hermano se soltó violentamente del brazo me mi madre y corrió hasta la ventana y alzó de golpe la persiana para observar la tarde gris de Octubre donde el sol ya no tenía fuerza para espantar las nubes e iluminarnos con su rayos. Rompió a llorar mientras mamá le abraza con fuerza y le besaba el cabello.
- No es verdad, no lo es,.. - Lloraba mi hermano.

Secándonos las lágrimas y sorbiendo por la nariz salimos a la calle, abrochándonos nuestros anoraks hasta el cuello, queriendo escapar del frío de aquella tarde. Los adultos conversaban entre ellos, parecían ya olvidarse de nosotros. Un señor con gorra a cuadros y bufanda a cuadros y gabardina de color de hojas secas de otoño se acercó sonriendo.
- Tienes razón muchacho. Sobre lo del sol. Sí, tienes razón.
Le miramos intrigados. No estábamos seguros de haberle visto antes... Quizá sí, quizá en la casa de la esquina, esa que siempre tenía un montón de flores en la entrada del garaje y un señor con camisa de flores y pelo cano... Nuestra mirada se fue hacia la casa de la esquina y él sonrió.
- Hace fresco ahora para ponerme esas camisas hawaianas, pero en junio, en cuanto sea 21, San Juan arderá y yo me pondré mi camisa de verano. Me gusta sentir el sol en mis viejos huesos. Veréis - continuó el viejo- El sol nos da la vida, nos da energía, nos devuelve el color. El sol es la fotosíntesis, es la energía eterna que mantiene el mundo en movimiento. Nuestras células de la piel absorben sol y comienza el milagro de la vida. Pero con el paso de los años nuestra piel ese va estropeando, porque todo en esta vida se estropea, y cada vez necesita más sol y un sol cada vez más fuerte y durante más tiempo, y claro, el sol es siempre el mismo, por lo menos aquí.
Le miramos aún más intrigados. El río al ver nuestros rostros.
- Veréis -continuó hablando- Yo hace muchos años trabajé un tiempo en un lugar donde medio año el sol no se ponía y el otro medio sólo había noche. Allí trabajé para un hombre anciano, quien como recompensa me dio dos boletos... Dos boletos para viajar al sol. Sí, para viajar al sol, habéis escuchado bien. Uno para mí, y otro para mi mujer. Pero ella se me adelantó, se la llevó el cáncer, la enfermedad, de la que no tiene culpa el sol, y ahora me sobra un boleto.
Nuestros ojos se hacían cada vez más grandes mientras hablaba
- Os he visto estos veranos, felices, disfrutando de cada instante con vuestra abuela, y a ella con vosotros. Como todos los nietos, pero quizá más. Y puedo leer en vuestras mentes el misterio que no os atrevéis a proclamar a voces ante esos incrédulos adultos. Puedo leerle todos los cálculos, todas las hora anotadas en vuestro cuaderno. Hay poca gente, muy poca, tan observadora como vosotros. Y puesto que ya sabéis el misterio, he decidido regalaros mi otro boleto. Así, vosotros disfrutaréis y yo disfrutaré con alguien cuando llegue mi invierno. Sólo os pido una promesa: que cuando yo me apague como vuestra abuela, vendréis a mi casa, regaréis todas las plantas, me despediréis de todas las flores, y a mí, me llevaréis, con mi maceta de girasoles, esa que es como la del cuadro de Van Gogh, allá hasta donde esta siempre el sol. ¿Lo prometéis?
- Sí... - dijimos tímidamente.
- No os escucho bien.
- ¡Sí! Pero... ¿pero a donde...?
El hombre río y nos enmarañó el cabello.
- No vamos a responderlo todo ahora, muchachos. Yo hace años hacía maniquíes. Unos maniquíes muy especiales que llamaban autómatas, tan reales que parecían personas de verdad. Aún me queda alguno en el sótano. Claro que ya no caminan ni hablan, se les ha roto algún engranaje en su interior y ya no encuentro piezas para repararlos, pero servirán para este caso. Vuestra abuela me dio hace años una llave para que le regara las flores cuando ella iba a estar afuera varios días. Esta noche, cuando todos se vayan, y antes de que llegue el hombre del traje negro y la cinta métrica, dejaré a uno de mis amigos inertes en la cama de vuestra abuela y ella esperará en mi casa hasta que tengáis el viaje preparado ¿de acuerdo?
Con una sonrisa sacó del bolsillo de su gabardina dos boletos dorados como el sol y metió uno en el bolsillo del anorak de mi hermano y alzando el otro ante nuestra vista, dijo:
- Este otro es para mí, no olvidéis vuestra promesa. - Y con una sonrisa, se ajustó la bufanda, se caló la gorra y caminó hacía los otros adultos que seguían en la puerta de la casa de la abuela hablando de cosas de adultos.

No nos atrevimos a sacar el boleto hasta llegar a casa, hasta que se hubo hecho de noche ya en la intimidad y seguridad de nuestro cuarto pudiésemos leerlo y tocarlo sin miedo que ningún incrédulo en los misterios de la vida pudiese romper el misterio. Cuando mamá cerró la puerta de nuestro cuarto deseándonos buenas noches, esperamos cinco minutos. Mi hermano encendió entonces la luz de la mesita de noche y corrió al armario. Del bolsillo de anorak sacó el dorado boleto y volvió a la cama donde yo le esperaba ansioso. Bajo la luz amarilla de la lámpara de noche el boleto brillaba aún con más magia. En letras negras y brillantes, escritas con mucho cuidado se leía:
"Gustafsson & Co.
Círculo Polar Ártico
6 meses de sol, 6 meses de sueño
Válido para una sola persona que haya cumplido los 90"
"Instrucciones al dorso."
 Extrañados, mi hermano corrió hasta la estantería y cogió el tomo C de la enciclopedia y empezó a pasar páginas nerviosamente.
- "Circulo Polar Ártico" - comenzó a leer- Región de la tierra que rodea el polo norte, donde hay 6 meses de sol al año y 6 meses de sombra. El Círculo Polar Ártico..."
- ¡Seis meses de sol! - exclame sorprendido
- ¡Seis meses de verano, 6 meses de calor! - grito mi hermano. - ¡Seis meses de abuela, y 6 meses descansando para recargar las baterías y vivir otros 6 meses de verano, del verano iluminado por el sol más largo, más puro, más fuerte y brillante y cálido del planeta"
- ¡¡Seis meses!!.

En el reverso del boleto se explicaba que había que envolver el cuerpo de la abuela en papel de seda amarillo, y meterlo en un embalaje de madera de abeto, y pegar en la caja el brillante boleto del verano eterno y enviarlo por correo. Eso era todo. Había la dirección de una casa en algún lugar del norte, que tenía un nombre parecido al de esas residencias de ancianos, aunque este nombre brillaba con sol propio diciendo que no había sido escrito ni inventado por ningún doctor o enfermera o empresario de geriátrico sin por algún abuelo o abuela sonriente que quería seguir recibiendo la visita de sus nietos verano tras verano.

Nos levantamos de un salto y juntos rompimos la hucha-cerdito y contamos las monedas.
- Sobra para ir y venir a casa de la abuela. ¡Mañana mismo vamos a ver al vecino de las flores! ¡Y a partir de ahora ahorraremos cada centavo de nuestras propinas! ¡Te veremos en el verano, abuela!
- ¡Seis meses de verano!
- ¡Seis meses, cada año y todos los años!

Un sol cálido y amable se colaba a través de los abetos, a orillas de un lago de aguas de un color azul intento cerca del océano ártico. Un anciano de rostro rosado y barba blanca, tocado por un sobrero de paja amarilla como el sol se levantó de su hamaca y camino tranquilo hacia una de las casas de madera que poblaban la orilla, por el camino, olió el perfume de las flores y acarició las de un simpático pajarillo que se había acercado a saludarle en aquella temprana mañana. De otra de las casas llegaba el olor de pan recién tostado y el sonido de las risas de unos niños.
La casa en la que entró olía a nuevo. A madera recién cortada, a casa sin estrenar. Mientras entraba cerrando con cuidado la puerta de entrada, escucho el claxon  del camión de correos despidiéndose. En medio del dormitorio más amplio de la casa había una cama, de madera y almohadones mullidos y manta de colores tejida a mano, y a un lado de la cama, una caja de abeto, amarilla como el sol, y con un boleto amarillo también pegado en un costado. El techo del cuarto era un enorme tragaluz a través del cual los rayos del sol iluminaban cálidamente la estancia. El anciano se agachó y con cuidado retiro la tapa de la caja. Miró el rostro tranquilo de la abuela, se sentó en la cama y esperó tranquilamente. Primero fue una suave respiración, el ronroneo de un gato dormido profundo, zumbido de un aparato de mecánica precisión, luego un clic de reloj y un viejo rechinar y crujir de viejos huesos y engranajes, de tablas carcomidas y resecas, que se estiraba, que probaban de nuevo su elasticidad y después un suspiro, y unos labios suaves y unos ojos llenos de nuevo de ese color que regala el sol y el verano.

sábado, 30 de julio de 2016

Mi familia

Mi familia es una casa con las puertas abiertas
es una mesa donde siempre espera la cena
donde siempre hay cama y techo para el que llega
un abrazo, bienvenida, conversación amena.

Mi familia son lazos más allá de la sangre
un poco de pan compartido contra el hambre
las manos que preparan con amor el ágape
donde todo se reparte sin que sobre ni falte

Mi familia son docenas de amigos cercanos
tres tíos distintos como tres distantes mundos
compartiendo la vida y sembrando el absurdo
la gracia de vivir, de sembrar y crecer juntos.

Mi familia es un jardín florido y amado
donde las flores se cuidan con mucho esmero
lluvias abundantes en agosto, cálidas en enero,
sus frutos y flores siempre bienes del pueblo.

Y en mi familia no manda ni mandará el dinero
pues en mi familia nunca hay últimos ni primeros,
todos somos a la vez hermanos, padres y nietos
trabajando juntos para dejarles un mejor hogar a ellos.

viernes, 29 de julio de 2016

Acróstico nº 3

Un acróstico quiero escribirte
pero tu nombre es tan breve
que no me alcanzan las letras
y me tienen perdido entre líneas
jugando contigo al escondite.

La primera letra nada me dice,
la segunda algo me esconde,
la tercera está justo en su sito,
y la cuarta me lleva al principio
del último verso, y el siguiente

es otra vuelta al laberinto
donde el poeta pierde el instinto
y sin poder salir de ti intenta
buscar la palabra perfecta
para decirte sonriendo al oído:

No pueden ser sólo cuatro letras,
algún día me dirás todo tu nombre:
tejeré con sus letras la estrellas
y la luna que iluminarán tus noches.

A los poetas de la calle

La luna sobre la calle empedrada
y la estampa, de una guitarra
y el rasgar suelto de unas cuerdas
unas manos sabias la acariciaban
y su voz lloraba por ella.

Noches cubiertas de estrellas
bares, barras, vacías botellas
poesía escrita sin métrica
la música arrastra la rima
y las palabras, sencillas, bellas,

palabras que podrían ser mías,
el sentimiento y el sol de mis días
reflejos en canciones, poemas
de amores y llamadas perdidas
de mi casa, tus ojos, mi escena.

Canciones que por fin endiendo
cuando el amor llama a la puerta
y mi corazón encuentra consuelo
en los poetas que pueblan la calle
y dejan notas rasgadas en los portales.

lunes, 25 de julio de 2016

Sueño de un poeta

Hagamos punto y a parte
en este mundo de papel,
de dioses falsos y disfraces
que ocultan la misma piel

Recortemos en pedazos
las letras impuestas por la ley
las que nos vuelven esclavos
y juntémoslas otra vez:

que las ordene ahora el poeta
que el cuentero sea juez
y el músico las haga eternas
con su batuta como cincel.

Cual burócratas con sellos
los danzantes con sus pies
las imprimirán con ritmo
en un salón vienés.

Que Gauguin pinte los cristos
que siembre amapolas Monet
Cezanne nenúfares y lirios
y gatos Toulouse-Lautrec

que Soroya libere a los niños
y Antoine les haga crecer,
a los adultos maree Quino
y les devuelva la lucidez

Cambiemos los edificios
por tiendas de tuareg
todos artistas de circo
corona de cartón p'al rey.

¡Un mundo a mano alzada!
¡quememos Nuremberg!
cantemos las palabras
pintadas en la pared,

y en las calles los mendigos
ya no pedirán merçed
siendo pobres serán ricos,
los ricos beberán su sed.

Miedo

Este es el mundo del miedo. Si me pidiesen que definiese estos tiempos que vivimos, los definiría con esa palabra: medio. Una y otra vez no siembran miedos. No nos atemorizan con amenazas directas, nos siembran miedo alrededor para que crezca el miedo en nuestro interior y actuemos como personas llenas de miedos e inseguridades y ayudemos así a propagar esos miedos e inseguridades.

La democracia se ha convertido en nuestro santo y seña. El concepto abstracto vuelto realidad que debemos defender a ultranza, ya no por el ideal o ideologías que bajo ella reposan sino por el miedo a que otros quieran cogerla y hacerla su democracia o quizá algo peor. Han hecho de la democracia algo tangible, frágil como una casa de cartón, como esa casa de cartón en la que han convertido el Estado: un decorado más para disfrazar un mundo global en el que unos pocos mueven los hilos y crean y deshacen estados, libertades y democracias a su antojo.

Para ello, no utilizan guerras, no utilizan censuras, ni torturas, ni dictaduras. Son mucho más sutiles: poco a poco siembran miedo en la gente. En pequeñas dosis, gota a gota. Miedo a perder el trabajo, miedo a salir de casa, miedo a los inmigrantes, miedo a confesiones religiosas distintas de la oficial, miedo a escuchar otras lenguas, miedo a perder la casa, la tierra, la identidad. Miedo para crear otras identidades que sirvan los intereses momentáneos de aquellos que siembran miedo.

Desde la seguridad creada de mi casa y mi trabajo veo a esos miedos deambular, aparecer en los televisores, el internet, los cada vez más delgados diarios. Hoy son 10 muertos en Alemania, ayer fueron en Niza, el otro día era otro negro más que moría asesinado en Estados Unidos, o la subida de los precios, la recesión económica, la escasez de Alimentos en Venezuela, o las leyes mordaza en España. ¿El resultado de todo eso? Más miedo: bombardeos masivos sobre poblaciones del tercer mundo, esas tan lejanas que hasta pierden el nombre para nosotros; elecciones en las que ganan, incluso con más fuerza los de siempre, esos que aunque sean los más ladrones nos dan más seguridades que aquellos a los que han etiquetado bajo las palabras miedo e incertidumbre.

Y después del miedo y la incertidumbre, la rabia y la impotencia; aunque cada vez menos. Cada vez somos menos los que conseguimos despojar a los miedos de toda razón de ser y nos rodeamos de la rabia y la impotencia de no saber qué o cómo hacer para parar esa espiral de miedos que lleva a que constantemente nos matemos los unos a los otros, nos encerremos en nosotros mismos, y miremos con miedo al vecino.

Una impotencia que nos arrastra una y otra vez a quedarnos en casa, en la cama o en el sofá, cómodamente, disfrutando de nuestras supuestas seguridades mientras fuera alguien sufre, alguien sangra, alguien muere por culpa de nuestros miedos y seguridades creadas a expensas de otros. ¡Cuántas veces me gustaría levantarme, dar el portazo y el puñetazo a todos esos sembradores de miedo, sacudir del cuello de la camisa a un montón de personas ciegas y atemorizadas y hacerles ver la realidad!. Cuántas veces.

Qué hacer, me pregunto una y otra vez contra este miedo, con qué derrotalo y volver a levantar la confianza en esta sociedad, como nexo común y único que nos hará avanzar. Porque si algo tengo claro es que el miedo es inmovilismo y retroceso; retroceso en el sentido que no permite que las personas piensen en libertad y por lo tanto creen y se desarrollen. Qué hacer para vencer ese miedo no en mí, que creo que he aprendido ya a navegar por sus aristas y rodearlo y burlarme de él, sino qué hacer para que los demás puedan también vencer ese miedo y salir de las cárceles invisibles en las que han sido encerrados por aquellos que siembran el miedo.

La tarea, la respuesta es complicadísima. Empezando porque la mayoría de las personas de esta sociedad no son conscientes de que viven bajo el imperio del miedo, no son conscientes del peligro no de la bomba que puede estallar mañana mientras caminan por un centro comercial o una plaza, sino del peligro que subyace en al orquesta maquiavélica que ha puesto esa bomba para tener a los ciudadanos controlados bajo imperio del miedo.

La primera respuesta que se me ocurre es siempre la misma: salir a la calle, protestar. Llevar a la gente con sigo, arrastrarla, abrirle los ojos, apostar por un cambio a través de las elecciones, grandes mítines y grandes ideas y proyectos que cambien, casi de un pluma las cosas o que por lo menos abran la posibilidad de dar un nuevo rumbo a nuestras vidas, esperando que con el cambio político se vaya sembrando un lento cambio social y con el cambio político se pongan en su sito a tanto sembrador de miedo que anda campando a sus anchas en las alturas del oculto poder. Todo suena muy bonito así, puesto sobre el papel. Muchas personas, militantes activos o inactivos en corrientes ideológicas, partidos, movimientos, agrupaciones, me dirán que es el único camino para el cambio. Personalmente, creo que están totalmente equivocados por estar totalmente desfasados. Los tiempos, la sociedad, para bien o para mal han cambiado y han cambiado sin ellos que se han quedado anquilosados en sus viejas estructuras. Sólo hay que echar un vistazo a las últimas elecciones y ver la apatía de la ciudadanía, y ver como todos esos esfuerzos para lograr cambios en la estructura, a gran escala, todos esos esfuerzos, se quedan en agua de borrajas. El cambio no va a venir por ahí, no. La solución no esta ahí. No voy a decir no al juego democrático, no por lo menos hasta que aparezca algo que represente mejor ese concepto originario de democracia en el sentido de comunidad en el que creo, y puedo asegurar que seguiré haciendo uso de mi civismo y mi voz y seguiré votando, pero lo haré consciente de que además del voto, además de la protesta pública, hay que ir tomando otro caminar, otra acción paralela para ir desmontando el miedo y con él a sus sembradores.

Esa acción paralela pasará desapercibida, como ya está pasando. No sonará en caceroladas en las calles ni en aplausos en asambleas. Sera la acción de dos pasos, dos pasos sin prisa caminando sin descanso día a día. Será la acción de un escrito tranquilo, de unas palabras sosegadas, de unas manos que tienden su ayuda sólo hasta donde sus brazos alcanzan. Esa acción debe ser el sembrar. Sí, como los sembradores de miedo, pero más lentamente y con cariño y esmero, dentro del seno familiar, dentro del seno comunitario. Este otro sembrar debe surgir a través de la educación, formal en muchos casos e informal cada vez más, pues el miedo se ha ido haciendo poco a poco también con las estructuras de la educación formal y reglada. Este otro sembrar surgirá también del arte: la música, la poesía, el cine, la arquitectura; no el arte de consumo si no ese que nace de los poetas anónimos, de los mercadillos de libros de segunda mano, de los estantes de bibliotecas tornadas en desiertos con libros de arena. Es nuevo sembrar nacerá en la caricia y el acariciar dentro del seno familiar, pero también en la caricia del recibir al extraño.

Y sobre todo, debe ser y será una acción pequeña sin ganas de crecer sobre si misma. Si los cambios en esta sociedad se han de dar, deben darse a nivel comunitario, aquel "actúa localmente pero piensa en el mundo" es lo que combatirá el miedo y lo está combatiendo. Es ahí donde los que tienen conciencia despierta y no tienen miedo pueden ayudar a otros a despertar y superar sus miedos: en el proyecto local y comunitario, que no busca crecer y extenderse a otras ciudades, sino simplemente quedarse en el pequeño ejemplo que puede ser replicado por otros en cualquier parte del planeta con una única premisa: no crezcan, no tengan sueños de grandeza.

El miedo morirá en los libros de cuentos, en los libros de filosofía, en los relatos de los abuelos pasados de voz en voz, en un buenos días cada mañana, en los huertos comunitarios, en la agricultura ecológica a pequeña escala, en las flores en los balcones, en los libros de texto construidos a base de fotocopias e hilo sabio de maestro, quedará atrás cuando caminemos a velocidad de bicicleta y esperemos los momentos precisos para hablar, con todas y cada una de las palabras completas.

A muchos les sonará romántico; a estos les puedo decir que no lo es. Hay ya cientos de ejemplos caminando. Tan pequeños que pasan desapercibidos o tan interesantes que los sembradores de odio se encargar de ocultarlos lejos de los titulares que copan la atención de esta aldea local, pero están ahí: si salen de casa y jalan de un hilo desenterrarán alguno: será en forma de club de lectura local, de cine-club, de bar con musica diferente, de proyecto para limpiar el bosque vecino, para recoger la basura del barrio, para acoger  personas sin techo, ... la lista es muy larga. Como también lo son proyectos mayores como el software libre, los sistemas operativos comunitarios como el que descansa en las tripas de este computador, las redes de comercio justo, los mercadillos populares, la empresa y la banca "ética", y tantas y tantos ejemplos locales que no conocemos o que, por culpa de nuestro miedo no queremos conocer y reconocer.

Una y otra vez me viene a la mente ese proyecto, Clearwater (aguas limpias) con el que Pete Seeger y un puñado de vecinos lograron limpiar el río Hudson. Al comienzo sólo era un barco y un puñado de canciones en boca de un puñado de soñadores sin miedo. Hoy sigue siendo barco. No aspiran a limpiar nada más que a mantener el Hudson limpio, pero son ya ejemplo para otros proyectos similares en otras zonas del planeta.

"Este instrumento rodea el odio y lo fuerza a la rendición" Se leía en la piel de banjo de Pete Seeger. En la medida que derrotemos al odio, perderemos todos nuestros miedos y construiremos sobre el compartir con el vecino.

domingo, 24 de julio de 2016

Amiga, alma gemela

Tus huesos se han vuelto selva
con tu verde respirar
tus raíces en la tierra
se han soltado al caminar
y tu risa hoy me renueva
tu mirada en un collage
son los meandros de la vida
ese río que nos lleva
sin descanso hacia el mar
y nos funde en ese delta
donde vuelve a despertar
la fe para cambiar la tierra
el barro para soñar,
mis manos en tus manos abiertas
escriben nuevos poemas
sobre el mundo que será
son la razón para luchar:
deja entreabierta la puerta
y en el viento escucharás
tus alegrías y tus penas
hoy amazona guerrera
mañana frágil Daniela
pero siempre mujer nueva
mi amiga, alma-gemela.

sábado, 23 de julio de 2016

Hoy quiero reír

Hace días que no duermo
hace días que te pienso
y no, no logro salir

y hace días que lo intento
hace días busco adentro
las palabras que decir

y hoy, hoy quiero reír
hoy quiero dormir
arropado en tu recuerdo
y soñar, quizás junto a ti.

He vagado en el desierto
he escuchado su silencio
aún me cuesta decidir

continuar en mi destierro
o quizá decir lo siento
ya no quiero sufrir

que hoy, hoy quiero reír
hoy quiero sonreír
hablar contigo sin miedo
no quiero llorar por ti.

Fuiste tú o fue mi ego
o las prisas del momento
lo que me apartó de ti.

No más dudas, más tormentos
si es amor lo que siento
porque hay que sufrir

sí, hoy, hoy quiero reír
se qué quiero al fin
abrazarte un momento
y verte sonreír

Hace mucho que te espero
hay un sitio en mi pecho
si tú quieres venir.

Y si prefieres otros sueños
no te pediré más tiempo
vuela y sé feliz.

que yo, yo quiero reír
hoy quiero vivir
abrazarme al misterio
del arte de reír.

domingo, 17 de julio de 2016

El gato del MACCO

No le pude sacar foto, así que le escribo este poema a modo de crónica de su visita.

Quiero un cuento a rayas
con sabor a sardinas en lata
para mi gato lector
que espera tomando el sol
tumbado en la cornisa
de la biblioteca y mira
con curiosidad el interior,
lleva lentes de gato lector.

O el cuento de la luna
o el del shamán y el puma
primo de mi gato perdido
turista a orillas del río
donde surcaron las aguas
las killas de los omaguas
y enterraron su tesoro:
huesos y arcilla cual oro.

Gato equilibrista del MACCO
¿al museo, qué te trajo?
Le pregunto y me maúlla
quizá está buscando su urna,
los huesos de una vida anterior
espíritu polvo reencarnación
de un shamán en gato
nacido a orillas del Napo.

Seispiés

La noche es de ellos
y el resto no cuenta
las risas y el viento
la calle desierta
sin ley, sin veredas.

Doblando la esquina
se escuchan las risas
del circo ambulante
seis pies que caminan
tres cabezas, una camisa,

e iluminando la pista
unos faros de auto:
el público ruge al artista
ellas peinan su encanto
él su mejor sonrisa

de galán sin astucia
en un juego de amigos
donde la risa triunfa
cuando se oye el grito:
"¡Gringo presta una!"

Bailar la noche

Si bailas la noche vestida de julio
y prendes las teas del viernes
y quemas poemas y bebes gente
tu rostro cambiará en un segundo
tu risa, tu ojos, serán presentes.

Si te dejas llevar por calles sin rumbo
cogido del brazo de amigas sinceras
y compartes con ellas risas y penas
te verás animado por el veraz absurdo,
la verdad de la vida escrita en la acera.

Si te dejas desatar todos tus nudos
y confiesas los miedos que sientes
ya no habrá más rostros silentes
pues sus miedos serán los tuyos
a la vida vida mirarás de frente.

Si es viernes, ríete, búrlate del mundo
en un banco del parque sin miedo canta
y abraza tu madrugada anárquica:
pintarás flores nuevas con un saludo
calmarás por fin tu sed de agua.

jueves, 14 de julio de 2016

Adivinanza

Nos siembran el odio
nos quitan el hambre
nos riegan con miedo
nos crean seguridades

Nos maquillan con guerras
nos ocultan la sangre
nos vigilan las puertas
nos censuran el arte

nos meten en jaulas
nos roban la calle
nos golpean con fuerza
nos sacan el aire

nos prometen mentiras
nos convencen con panes
nos convierten en marionetas
nos atan con alambres

nos secuestran la vida
nos drogan las libertades
nos prostituyen sin medida
nos crean enfermedades

nos dejan crecer
nos desvirtúan verdades
nos atemorizan con perder
nos convierten en nadie

nos venden.

viernes, 8 de julio de 2016

Con el corazón siemrpe en casa

Viernes, viernes loco en Quito. Con su tráfico, sus prisas, y el tiempo que se agota. Un café, un taxi, un llegar a casa tarde para la cena, otra vez, y al llegar: la mesa llena, el plato esperando y la cena tapada para que no se enfríe. Unas palabras. "¿ya comiste? Tómate un poco de torta y una agüita por lo menos".

Me siento y comparto un poco de torta helada y un vaso de cola, y la conversación de que habla del día, de las prisas, los trajines, de la vida. Y mientras saboreo el helado y converso no puedo sino sonreír por dentro: en mi mente se dibujan las imágenes de la casa de mi abuela, un fin de semana cualquiera, con colchones por el suelo, filas interminables en el baño, y la mesa, sí la mesa repleta, todos apretujados, alguno comiendo sentado en las escaleras y riendo. Puedo recordar aquellos colchones saliendo del desván todos los veranos para esconderse durante un mes o dos debajo de la cama de mis primos y salir como la luna todas las noches para poblar el suelo de la habitación. Cierro los ojos y veo a mi abuela despedir a unos en la puerta y recibir a propios y extraños en aquella curiosa "pensión de doña Ciri", los cierro y vuelvo a sentir el sabor de las magdalenas de la tía Luisa, la cena y aquella cama pequeña en la que dormí después del concierto de Chris Hillman en La Coruña, aquel piso de unos amigos en Lisboa, escuchando discos de los Beatles y Paul Simon y grabándolos emocionado. Recuerdo aquellos tres días y las noches con un calor deshidratante en un minúsculo apartamento en Zaragoza, o la voz de mi tía frunciendo el ceño porque "no está bien eso de dormir en el piso" mientras pide un colchón prestado a algún vecino...

Mi espalda apenas conoce hoteles. Siento aún el fresco de las madrugadas en Quito, llegando justo a la hora de la oración, tocando el timbre equivocado y la voz de Jesús diciendo "ya me parecía a mi que si tocaban el timbre de la cripta a estas horas tenías que ser tú". Santa Tere era un congelador en Quito pero uno no sentía frío. Recuerdo al P. Marcelo obligándome a desayunar, yo peleando por irme para no perder el bus, y al final su estampa en la puerta dándome cinco dólares para coger un taxi y llegar a tiempo, a mí, ya con el estómago lleno. Yo de visita en Quito, siempre al apuro, comiendo en una casa, durmiendo en otra, llamando para saludar en la tercera, casi tantas casas como días tiene la semana, todas esperando, todas abiertas, y yo repartiéndome a gusto.

Llegar de madrugada sigiloso para no despertar ni al guardia, o levantarse de madrugada para recibir a a alguien. Preparar la mesa del desayuno, cuidar la casa... Recuerdo las carreras nocturnas de José Luis por aquel camino lleno de baches para ir a recoger o dejar a alguien en la ciudad, el pan y el embutido que aparecía siempre, como por arte de magia en cima de la mesa cuando llegaban visitas.

El polvo del camino, propios y extraños en la mesa, los taxistas improvisados, las cenas y almuerzos aumentados o estirados, la fruta para el camino... "Váyase a un hotel, coma en un buen restaurante, aproveche y justifique los viáticos". No hay viáticos que avancen a cubrir todas esas camas, esas gentes, esas cenas. No los hay. Una y mil veces más los seguiré cambiado por la casa de un amigo, por una cena casera, por una conversación y un abrazo. Mañana, bajaré de ese avión y echaré a caminar sin apuro para toparme esperando en la vereda con alguien esperando para llevarme a casa. Y compartiremos el almuerzo, y puede que a la noche no esté a cenar, puede que me echen a la calle con un familiar "vete a tomar unas cervezas" y de madrugada llegaré, para despertar al guardia y encontrar pan caliente al desayuno.

Una familia que crece. Una familia que siempre tiene porque siempre da. Y yo doy las gracias. Por recibirme siempre con las puertas abiertas y enseñarme a vivir con ellas abiertas también. Gracias.

miércoles, 6 de julio de 2016

El abrazo

Mírame,
con esos ojos nublados
con esos labios cuajados
con ese pecho azorado
y tus mejillas mojadas

Y sécate
en el pañuelo de mi abrazo
en mis oídos de consuelo
en la calidez de mis labios
y en mis manos abiertas.

Háblame
yo escucharé.
Abrázame
yo besaré
tus lágrimas, tu sal
tu sed.

lunes, 4 de julio de 2016

Compañera de viaje

Misteriosa compañera,
compañera de viaje
colorida mariposa,
mariposa de alas frágiles.

Flor única en mi ventana
decorando mi paisaje
colorido en la mañana
dulce aroma en la tarde.

Quiero yo cantarle al viento
y pedirle que te guarde
de tormentas y aguaceros,
con amor he de regarte.

Con mi A de enamorado
sin prisas quiero mirarte,
quiero dar todos los pasos
que requiera este viaje

y que cada paso sea
mi razón para soñarte
para seguirte doquiera
que tú desees llevarme.

Abrazaré lo que venga
lo que quieras regalarme
sea invierno o primavera
contigo aprenderé a amarte.

Y si la vida nos pesa
y termina este baile
quedarán estos poemas
claveles que yo te traje.

Misteriosa compañera
compañera de viaje.

sábado, 2 de julio de 2016

Tu nada

Tu nada en mi mirada
tu nada que son tus ojos
y tu sonrisa también tu nada
y las cadencias de tu cintura
y tu silencio son tu nada.

Tu nada son tus palabras,
tu nada son los rubores
que escondes en la distancia
y los gestos indescifrables
de tu nada siempre callada.

Tu respuesta es tu nada
todo cuentas, todo dices
nadie y tú sois tu nada
o alguien por quien vives
tú en tu nada disfrazada.

Un mes atrapado en tu nada
de tu nada mi musa prendida
aunque jure pasar la página
se que no habrá despedida
sólo un poema y con él, tu nada.

De los dioses que tiran piedras desde los cerros de Papallacta

Fue hace 500 años
eran más de 500 hombres
más muchos más,
bajando los cerros hacia la selva
arrastrando miseria acuestas
ansiando fama, oro, canela.
Eran muchos más de 500
y con ellos, millares hambrientos
arrancados del reino
perseguidos por perros
¡sí, por perros!
y en unos rostros el hambre
y en otros rostros desprecio
y bajo la lluvia salvaje
unos y otros pereciendo.
Unos blandiendo cruces
otros leyendo el cielo
y los dioses en níveas cumbres
temblando, sufriendo.

Fue hace 500 años
un crujido, un árbol muerto
la selva mancillada en su seno
por un reguero de hombres
que habría de fluir eterno
gangrena en los montes
el sol oculto en el cielo
y tras las plomizas nubes
los dioses
¡los dioses rugiendo!
los dioses denunciando el expolio
la tierra maldiciendo nombres
sus entrañas tragando hombres
y los hombres, ciegos,
de sus entrañas sacando sangre
sangría futuro negreo
sangre de indios esclavos
cuajada en bolas de caucho
brotando en esputos de fiebres
desde las torres del averno.

500 años desfilando
la historia, un camino de vértigo
desde los fríos páramos
Papallacta con su vientre ardiendo
y los dioses rugiendo en los cerros
blandiendo ramas desgarradas
vomitando ríos de lodo
tallando piedras de sepulcro
preparando un nuevo entierro.
Aquí las campanas no tocan a muerto
aquí el los dioses tiemblan
y la tierra con un estrépito
sella los camposantos
en las laderas de los cerros.
Hombres, cientos, miles
perdidos en el lodo de siglos
ahogados en su ambición, sumidos
y tras los cerros los bosques verdes
que alguna vez fueron perennes
esconden a sus últimos hijos
y miran fijos a los cerros
rezando para seguir vivos.