El ir y venir luchando por las cosas más queridas, sin bien nos gasta las manos, nos deja abierta la vida.
- Víctor Jara

jueves, 31 de diciembre de 2015

Mùsicas del 2015

Escribo sobre mi vida, sobre las felinescas aventuras nocturnas o diurnas, sobre la enrevesada política, y dejo al viento algún poema. Y sin embargo, la mayoría de las noches mis horas antes de dormir las llena la música. Estos son algunos de los discos que nos deja el 2015. Gracias a todos estos artistas (y muchos otros) por seguir componiendo sueños...

(los enlaces de escuchar reproducen el disco en Spotify)

Indigo Girls: One Lost Day
(IG/ Vanguard)
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Shawn Colvin: Uncovered
(Fantasy)
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the innocence mission: Hello, I Feel the Same
(Korda)
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Brandi Carlile: The Firewatcher's Daughter
(ATO)
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James Taylor: Before this World
(Concord)
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Emmylou Harris & Rodney Crowell: The Travelling Kind
(Nonesuch)
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The Mavericks: Mono
(Valory)
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10,000 Maniacs: Twice Told Tales
(Cleopatra)
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martes, 29 de diciembre de 2015

El lugar donde llegar

Uno sabe dónde llegar. Ahí donde la puerta siempre está abierta, donde siempre hay algo sobre la mesa, y algo para el camino cuando llega el momento de partir. Ese lugar donde siempre hay un lugar para pasar la noche, para compartir el resumen del día, para escuchar historias de otros años, que suenan a éste que se vive pero que enseñan a su vez lecciones de vida.

El bus no suele parar acá. Hay que lanzarse tras cruzar el puente y gritar un "gracias" para que el chofer aminore lo suficiente para dejar a dos o tres pasajeros y recoger algún otro. Parece un pueblo fantasma, no suele haber gente por la calle, y cuando no se escucha el bullicio de los chiquillos en la escuela, parece una carretera con casas a los lados, como adornos del paisaje.
El polvo del camino se suele pegar acá si pasas mucho tiempo mirando la carretera, y luego es arrastrado por una calle de tierra, en esos zapatos que sacudirás al golpear una puerta y gritar suavemente un "a ver". Alguien saldrá, o alguien llegará unos minutos después, más sudado y polvoriento que tú, y abrirá la puerta y te dejará pasar a ti primero, a ese garaje reconvertido en improvisado tendal y mesa de madera para compartir la fresca, a esa sala comedor que es a la vez lugar de recreo y de oración, donde la tele calla cuando un velo cae sobre ella, y las palabras de la Santa hablan solas e invitan a compartir mientras, unos centímetros más allá empieza a oler y rugir la cena. Todo en esta casa se mezcla y se une como en la vida. Los momentos son breves, lentos, cotidianos y sencillos, y conducen los unos a los otros con una perfección natural.

Cada vez que llego a esta casa, no puedo sino sonreír y dejarme encantar por su tres moradores. Los tres tan distintos y tan iguales. Entre chistes y quejas bondadosas, echándose los trastos los unos a los otros para llegar al final juntos al mismo lugar, y seguir caminando, con los achaques de cada día, por esos caminos de polvo, junto a esas gentes sencillas, como hizo Él, por mil y un caminos. Yo soy como ese sobrino pasajero, que viene de vez en cuando a probar la cena, a arreglar computadoras y entrometerse con gusto en el desorden de otras vidas, ese que no puede irse sin cenar, o sin llevarse una fruta para el camino, que se encuentra el cuarto arreglado y una invitación a quedarse escrita invisible sobre la almohada. Ese sobrino de todos que se olvida de pasar a decir hola de vez en cuando, y que cuando por fin lo hace, se siente en casa y da gracias por estas gentes.

Al día siguiente suena el reloj y toca caminar de nuevo al camino de polvo, a la ruidosa carretera por la que pasará algún bus. Aún recuerdo las historias de la noche pasada, el sabor de aquella cena y esos pasos lentos, siempre en movimiento, y esas tres vidas abiertas a la gente. No puedo entonces dejar de preguntarme porqué no me encuentro más almas así. Porqué ese tipo de misionero está hoy en extinción, qué extraña enfermedad puede haber contagiado a los jóvenes, a mi generación y alguna más para olvidar que de nada sirve vivir si no se vive para servir, y que la felicidad de uno mismo hay que cultivarla también en los ojos del otro, del extraño.

Cuando el bus cruza hoy el cañón, una extraña niebla ocupaba el lecho del río uniendo ambas orillas. Mi vista se va aún más atrás, a aquella primigenia selva frondosa habitada por animales y espíritus que se unían en un mismo ritual, roto después por foráneos que no supieron entender y valorar su espíritu. Hubieron de pasar siglos para que seres sencillos, abiertos al escuchar y el aprender, volviesen a caminar sobre esas selvas, ahora polvo y asfalto. En esa casa al pie de la carretera, cruzando el puente del cañón habitan aún tres de ellos. Se los encontrarán en los caminos, anónimos entre la gente, esa gente que empieza de nuevo a entender, y que necesita que le vuelvan a enseñar a escuchar al espíritu.

sábado, 26 de diciembre de 2015

La cena antes de la última cena

Claudia había pasado toda la tarde afanosa por la cafetería, vistiendo con delicadeza las mesas, envolviendo cuidadosamente los cubiertos en elegantes servilletas, limpiando la más mínima mancha de la las brillantes copas, colocando los centros al milímetro mientras miraba el reloj controlando la hora y el pavo, bien borracho, que acaba de hornearse lentamente.
A las ocho menos diez, todo estaba listo. Cerro una vez más la puerta del horno, colgó con cuidado el paño en asa, y dio un último paseo por la cafetería. Todo estaba perfecto. La cafetería brillaba con luz propia, como los ojos de Claudia. Arregló las flores de un centro de mesa, y satisfecha avanzó hacia la puerta, corriendo la cinta que hacía de letrero de cerrado e invitó a los primeros invitados a ingresar, si lo deseaban.
- Creo que aún falta mucha gente. Vamos a esperar un poco. No llegan los jefes.

No importaba. Era normal hacerse desear un poco siempre. Sonriente, ingresó hasta la cocina, para pasar lista de nuevo a todo un ejército de canapés que esperaban en fila ser servidos como aperitivo. Veinte minutos después, cuando ya empezaba a ponerse un poco nerviosa, escuchó las voces y las risas. Poco a poco los invitados empezaron a entrar ocupando las distintas mesas tranquilamente.
- Pero así no está bien -una voz potente sobresaltó a Claudia-. No así no estamos todos juntos, no parece una cena de familia. ¡Hay que juntar las mesas, que no nos demos la espalda!
- ¡Ayuden por favor, compañeros, arreglemos esto rapidito!

Claudia salió intrigada hasta la barra, para encontrarse con un pelotón de desordenados decoradores de interiores moviendo las mesas y pegándolas las unas con las otras, mientras parte de los comensales permanecía divertido sentados en sus sillas, recién llegados a la función del circo.
- Así no, así no. En U, que sino se pierden muchos puestos.
- Es igual, si las mesas son redondas, se van a perder siempre dos puestos.
- No si alguien se sienta de ladito. Vamos, hagamos la U
Al poco la sala de la cafetería parecía recorrida por un sinuoso ciempiés de mantel rojo, sobre el que bailaban los centros y los cubiertos, y al que intentaban arrimarse los invitados arrastrando las sillas.
- Yo no quepo, oiga.
- Compañero no moleste, colabore.
- Y yo me he quedado sin mesa. ¿Me pongo el plato sobre las rodillas o qué?
- Yo  creo que lo mejor va a ser que saquemos un par de sillas y empecemos todos a correr alrededor a ver quien...
  - ¡Ya basta, compañeros! Son ustedes como niños! ¡Colaboren por favor! Esto no es una U. ¿Acaso no saben que es una U? -Con sus brazos extendidos, una de las compañeras-diseñadoras, se estiraba por encima del resto, dibujando algo parecido a una U con los brazos. - Hagan la U, y se sienta de a tres por mesa redonda, y así cabemos todos bien. A ver, usted compañerita, péguese al licen que no muerde. Ve qué bien.

El rostro de Claudia estaba cada vez más sombrío. Qué hacer. ¿Detenía el circo? ¿Pegaba un grito y les mandaba al carajo? No, ante todo, la compostura, no había que perder la compostura. Pacientemente, siguió esperando a que acabase la reubicación de las mesas. Por lo menos no habían roto nada, y el pavo aguantaba en su jugo; no por mucho tiempo, eso sí.
- Yo ya le dije que no cabíamos, compañera. Que somos muchos y así se pierden la mitad de los puestos.
- Bueno, calma. El conserje y el secretario, que bajen al auditorio a por la mesa grande y la ponemos en el otro extremo de la U.
- Entonces ya no es una U...
- ¡No joda compañero, que tenemos hambre!

Un silencio nervioso se apoderó de la sala mientras 3 o cuatro compañeros se iban a por la mesa. Entre medias, subidas en tacones y tapadas por pestaña extra largas, llegaron entre silbidos las últimas invitadas. Justo detrás, sudando, el conserje y el secretario acomodaba la pesadísima mesa de madera del auditorio, que a falta de más metros de mantel rojo, tuvo que quedarse desnuda al fondo de la cafetería, como vagón de tercera clase.
- Gracias, gracias compañeros. Bienvenidos y gracias por la espera...

Comenzaba el orden de la noche después del desorden, los discursos de autoridades y espontáneos. Una media hora más como mínimo. El reloj pasaba ya de las 9. Claudia decidió preparar los canapés sobre la barra para distribuirlos por las mesas en cuando el último discurso diera el pistoletazo de salida, y empezó a cortar el pavo en porciones. Mejor sería que estuviese un poco frío a que se convirtiese en suela de zapato dentro del horno.
Por suerte, no hubo muchos discursos, y con los aplausos, comenzó el desfile de camareros y platos entre las mesas, una carrera de obstáculos a través de una sinuosa U, intentado llevar el plato o la copa a los esquinados, o a los que -vaya ud. a saber como- habían quedado dentro de la U-, un vals de pavo y limonada, interrumpido por "perdón, cuidado con el codo, esa servilleta era mía, hagáchese un poquito, gracias", y el sudor de los camareros equilibristas que se se habrían paso con una mano desafiante a través de la espesura. En mitad del desfile llegaron las autoridades ausentes. Por suerte, les habían guardado puesto en la primera mesa, y sólo hubo que reorganizar el orden de servir los platos en las mesas y acelerar un poco porque los primeros ya vaciaban su plato mientras los últimos miraban con cara de hambre.

Eran las diez y media, más o menos, cuando el ruido de risas y cucharas decía que ya se había acabado de comer y que era mejor retirar poco a poco los platos. Aplausos y nuevos discursos, y más aplausos llenaron rápidamente el ambiente de la cafetería. No faltaron los aplausos y agradecimientos al servicio de cocina, y como era menester en todas las ilustres ocasiones, la velada terminó con concurso de cachos, para risas de unos, y quejas serias de otros "que no les veían ni pizca de gracia". Pero al final, todos rieron, todos disfrutaron, y se fueron a casa contentos, felices, con ganas de repetir el año que viene, con ganas de seguir siendo parte de la familia, cansados, pues se acercaba la media noche, pero con una mirada de complicidad, satisfacción y felicidad en su rostro.

A la salida, se organizaban los grupos para que todo el mundo llegase acompañado y a salvo a casa en una noche desierta de lunes. Unos reían los últimos chistes, otras se tomaban las últimas fotos de alfombra roja, otros paleaban unas posibles cervezas con las que dormir mejor. Arriba, en la cafetería, las luces permanecían prendidas, mientras las mesas se desvestían para irse a dormir, y los platos y cubiertos se pegan una buena ducha antes de meterse en la cama. Claudia suspiraba aliviada, mientras intentaba pasar página a la cena más loca que había servido en su vida de camarera, feliz, al fin y al cabo de servir a la gente, de dejarles con una sonrisa en la cara y quedarse ella con montón de humanas anécdotas llenas de sabor, para contar y volver a contar a los nietos.

martes, 22 de diciembre de 2015

Un mensaje de paz: Turn! Turn! Turn! - 50 aniversario

Hace 50 años, en el número 1 de las listas de éxitos de EE.UU. sonaban guitarras de 12 cuerdas y unas armonías vocales únicas poniendo ritmo rock a unos versos escritos miles de años atrás, trayendo un mensaje de paz en aquel invierno de 1965, marcado por la guerra de Vietnam, la lucha por los derechos civiles y la desesperanza en general que marcaba y por desgracia marca todavía a gran parte del mundo.

Eran The Byrds, un joven grupo enmarcado por la crítica bajo un nuevo género musical, folk-rock, y la canción Turn! Turn! Turn! (to everything there is a season), escrita por Pete Seeger, quien, en 1956 había adaptado y puesto música a unos versos tomados del Eclesiastés. Creo que era la primera vez que unos versos de La Biblia sonaba en emisoras de música rock, y se quedaban 3 semanas en lo más alto, convirtiéndose en uno de los himnos generacionales, y en una de las canciones todavía hoy más escuchadas de aquellos mágicos años 60. El propio Pete Seeger escribió entonces una carta a The Byrds felicitándoles por el arreglo de su canción, maravillado de escuchar uno de sus temas en las listas de éxitos. La infinidad de artistas de que desde entonces han versionado la canción, muchas veces siguiendo el mismo arreglo eléctrico de The Byrds, demuestra la calidad de una de esas canciones perennes.

Y ahora, 50 años después, sigue sondando y sigue de relevancia. 50 años. Me sorprende la cifra. A pesar del paso del tiempo, no me suena a música añeja, puedo oir sonidos como estos en la música de hoy, el mensaje me trae de vuelta la esperanza y paz necesaria para comprender y sanar este mundo. Fue entonces un imprevisto mensaje de navidad, y lo sigue siendo hoy.

... Un tiempo para la paz, creo que aún no es tarde.

Feliz Navidad a Todos.

Turn! Turn! Turn! (To Everything There is a Season)
Letra del libro del Eclesiastés, adaptación y música de Pete Seeger

Para todas las cosas -gira, gira, gira-
hay un momento -gira, gira, gira-
y un tiempo para todos los propósitos bajo el Cielo.
Un tiempo para nacer, un tiempo para morir,
un tiempo para sembrar, un tiempo para cosechar,
un tiempo para matar, un tiempo para sanar,
un tiempo para reír, un tiempo para llorar.

Para todas las cosas -gira, gira, gira-
hay un momento -gira, gira, gira-
y un tiempo para todos los propósitos bajo el Cielo.
Un tiempo para construir, un tiempo para derribar,
un tiempo para bailar, un tiempo para penar,
un tiempo para lanzar piedras
y un tiempo para recogerlas.

Para todas las cosas -gira, gira, gira-
hay un momento -gira, gira, gira-
y un tiempo para todos los propósitos bajo el Cielo.
Un tiempo para el amor, y un tiempo para el odio
un tiempo de guerra, un tiempo de paz,
un tiempo en que deseas abrazar,
un tiempo en que deseas estás solo.

Para todas las cosas -gira, gira, gira-
hay un momento -gira, gira, gira-
y un tiempo para todos los propósitos bajo el Cielo.
Un tiempo para ganar, un tiempo para perder
un tiempo para desgarrar, un tiempo para coser,
un tiempo para el amor, un tiempo para el odio,
un tiempo para la paz, creo que aún no es tarde.

sábado, 19 de diciembre de 2015

Un año en los bolsillos

Se acaba ya otro año. No se si estamos más viejos, más sabios, más cansados, ilusionados, rejuvenecidos quizá; quizá todo siga igual.

En Coca el río Napo sigue su curso. Su cauce transcurre bajo y lento estos días de poca lluvia, llevándose los desperdicios de una ciudad que se ha ido vaciando. Una ciudad que pensó que podía vivir exclusivamente por y para el petróleo y, ahora que los ladrones decidieron que ya no es rentable seguir sacando oro negro, mira con cara pasmada el pasar de sus días. Las quejas de la crisis son sobre todo a nivel político, a nivel empresarial, están en la boca de toda aquella gente de alto nivel que no quiere descender de su carroza o quizá venderla y comprarse algo más humilde, gente de lengua tóxica las más de las veces, que acaban contagiando la palabra crisis a aquellas pobres gentes que nada tuvieron y nada fueron ni quizá anhelaron tener, pues nunca se les enseño a anhelar, como tampoco se les enseñó que significa esa palabra "crisis" que hoy pronuncian en sus labios; a ellos, les digan lo que les digan, les toca como siempre empujar el carrito, sacar la mercadería a la acera, colocar un improvisado toldo plástico y ganarse la vida, llueva o haga calor, sea lunes o domingo.

Coca sigue su fluir, al lado del Napo, y yo me mezclo y me dejo llevar en ese fluir, un actor más de esta ciudad, de esta vida que vivimos con crisis o sin ella, y hago hoy balance, quizá porque estoy todavía espantando la fiesta de ayer, de este año amazónico que se acaba: no me puedo quejar. El crisol orellanense es uno de esos, quizá comunes, quizá bizarros, en los que uno se siente vivo: estos días en que se acerca la navidad todo ese variado paisaje se refleja en las calles de la ciudad, en los parques y el malecón, con árboles retorcidos envueltos en retorcidas y chispeantes luces neón, en los villancicos de Frank Sinatra y no se cuantos crooners más sonando por los altavoces públicos, mientras la gente se resguarda del invierno tropical con improvisados gorros de Santa Claus sentados en un banco bajo una palmera, esperando a que el coro de niños con terno y gorrito de pompón, acompañados de spiderman y supermán y blancanieves sin enanitos entonen un estertor de villancicos en inglés macarrónico para animar la novena. Luego habrá tiempo para comer una hamburguesa mixta y debatir sobre algún texto marxista en el recién estrenado club de lectura, la otra cosa roja en Coca (además del gorrito de Papá Noel), donde nos damos cita los últimos locos con esperanza en cambiar algo de este maltrecho mundo, una brisa de aire fresco, quizá, aunque cuando regreso a casa siempre tengo la sensación de que mis camaradas están más cercanos de la mujer desnuda que de Marx y yo soy el último mohicano que pone al pueblo y la lucha primero y se va a casa sólo, pensando en el pueblo. Cuán difícil resulta bajarse del camino de la vida cómoda cuando uno se ha subido a él, cuán difícil resulta ser cabal y ejecutivo con unos ideales cuando se tienen tantos egos y necesidades personales insatisfechas. Quizá me molesta esa imagen que tantas veces dan mis camaradas de adictos al sexo, como en esa pésima película de Bertolucci, pero la realidad es que una cosa no quita la otra, y ellos se olvidan de la segunda pensando en mojar con la primera. La liberación, comienza en la mente. Supongo que ninguno se ha desnudado todavía entre los Waos sin pensar en algo sexual ni tener que taparse su sexo con la mano. Poco va a cambiar mientras no se desnuden por dentro. Al final, cae la tarde y yo miro el aire fresco de mi contaminado Napo, y pienso en mi admirado Pete Seeger, en su velero clearwater surcando las aguas del Hudson limpiándolas con sus canciones. Quizá esa es la razón por la que no empato con mis libertinos amigos: mis héroes de izquierda están hechos de otra pasta, como Pete Seeger, que vivió casado feliz con su esposa Toshi durante más de 60 años, y que falleció poco después de ella, de viejo y de amor, como en aquel mito griego. Pete Seeger ese hombre que cantó en contra del fascismo, que se enroló en el ejército para combatirlo en la Segunda Guerra Mundial, que fue luego condenado al silencio por comunista, por cantar para los sindicatos y organizar trabajadores, que sembró la semilla del renacer del folk en la mente de niños y jóvenes durante décadas, Bob Dylans y Joan Baezs que luego le reivindicarían cantando sus canciones a la par que Seeger hacía suyas las de ellos y les acompañaba en conciertos y manifestaciones en contra de la Guerra de Vietnman, a favor de los Derechos Civiles, protestando en contra de la acumulación de residuos radioactivos, o cruzando el caribe y hermanando a Cuba y EE.UU. cuando atreverse a eso era una osadía. Ese Pete Seeger que dejó su grupo más famoso, los Weavers, negándose a grabar un anuncio para una compañía de cigarrillos, siempre manteniéndose en sus principios.

Podría llenar un montón de páginas de este blog hablando de Pete Seeger, contando anécdotas que, como las letras de sus canciones, me dan aliento cada día y me recuerda donde tengo que tener los pies la mente. Pero la noche avanza y Coca no es ciudad para extraños en la noche. Las vida de la ciudad se apaga pronto, y las luces navidad y el brillo amarillo de las farolas se convierten pronto en un falso aliado en noches de calles desiertas y taxistas que como fantasmas vagan a altas horas de la madrugada por unas calles frías e inhóspitas. La vida, en la selva, sigue existiendo con el sol. De poco ha servido la llegada de la luz eléctrica.

Camino pues hasta la esquina, buscando monedas en mis bolsillos: el cambio de la última cerveza, de la entrada del teatro, de una empanada a deshora, soñando con el próximo ciclo de cine que organizaremos, con el museo recibiendo aún más estudiantes, con la gente de la ciudad por fin aprendiendo a cuidar y disfrutar los espacios públicos, limpios, aseados, adoquinados, hasta con luces de navidad en las palmeras. El taxi asoma por fin y me lleva dando tumbos por una calle siempre en obras hasta casa. Quizá debí quedarme a dormir con alguien, o quizá, como Pete Seeger, escapo de los hoteles de lujo de Las Vegas, y me voy a dormir a casa de alguien, en un sofá con buena conversación, soñando, sembrando, edificando en sueños y en realidades esa ciudad que habitarán mis hijos, algún día.

Con tu puedo y mi quiero

Puse en el facebook aquella canción de Luis Pastor, con letra de un poema de Benedetti, todo un canto a la lucha política, social, de los años 70, de aquel poemario (Canciones Emergentes, 1973) de Benedetti, de aquel disco Vallecas (1975) de Luis Pastor, aquel que empezaba con aquella Vengan a ver.
La puse intentando mover conciencias y pasos perezosos, la puse porque creo que sigue de actualidad, porque nos urgen mensajes como ese. Y ahora, se me hace, cosa curiosa del destino, fiel reflejo de la situación que vivimos. Yo no puedo votar. La enrevesada burocracia electoral española, basada en cartas y aparatos de fax, ha hecho una vez más que todo llegue tarde o no llegue y la mayoría de cuantos estamos en el exterior nos quedemos sin votar. Por ahí alguien sacó una campaña "vota por mi", dirigida a todos esos indecisos o abstinentes, para que salgan de casa y voten por quienes por tanta traba burocrática no podemos. Me pareció un gesto curioso cuanto menos, pero no mucho más. Una protesta de esas sin mucho eco.

Y entonces, sonó un mensaje en mi teléfono: "Yo no pensaba ir a votar, pero si quieres, dime por quién quieres que vote e iré por ti que no puedes". Aquellas breves líneas de mi padre pusieron de nuevo en mi mente las letras de Benedetti: "con tu puedo, y mi quiero". De pronto la canción toma aún más fuerza, se convierte, para mí, y creo que para muchos más, en una viva imagen de lo que pasa con todos los que queremos, desde el extranjero que oiga nuestra voz, y que, ante los oídos sordos de una burocracia fascista, encontramos compañeros que pueden, y juntos entonces vamos todos, este domingo a las urnas.

Espero que no se quede en un bonito gesto paternal, espero que esto mismo se replique una y mil veces, una por cada uno de los españoles a los que la burocracia les ha robado el voto. Espero ver mañana una marea desfilando a los colegios electorales, unos por conciencia, otros por unidad, lucha, solidaridad, con aquellos que hemos sido silenciados.

"Con tu puedo, y mi quiero
vamos juntos, compañero."

sábado, 12 de diciembre de 2015

Última función

Ritual de apareamiento del hombre promedio en una ciudad de provincias en época de crisis (económica)

Viernes Noche
After Hours
Entrada gratuita (se exige consumición)


Acto I

Después de haber sido desterrado de un banco del parque donde los susurros en la oreja se convirtieron con en caricias y las caricias en amenazas del personal de seguridad urbana, nuestro protagonista, muy bien acompañado se siente como un rey, en un pequeño sofá del karaoke con una belleza a cada lado. No le queda mano libre para el micrófono. Esta noche es el triunfador. Mientras el resto del bar espanta sus penas cantando bebiendo, mientras unos otean el horizonte del bar buscando alguna mirada que se cruce con la suya, algún guiño; otros esperan pacientemente a que su pareja diga "vámonos a casa, cari"; él no tiene prisa, con sonrisa seria se pavonea desde su asiento, mostrando al público el físico de sus dos amigas (a él la camisa le queda suelta) que le miran pícara y seductoramente entre cerveza y caricia y beso disimulado.

La noche avanza. La música sube. Se pone triste y melancólica para desatar pasiones y arrebatos. Él las abraza con fuerza. Con una mano sostiene un vaso. Sube la euforia, la sangre le golpea en el rostro y en la entrepierna. Bebe para apagar el fuego, para aguantar un poco más antes del desenlace que ya sueña. Ahora toca el turno del micrófono. Se lo ofrece primero a una, y luego a otra. Ellas tienen vergüenza. Él se siente dominando por completo la situación. Él sí puede cantar. Los espectadores no sabemos cómo es su voz, no llega a escucharse nada por los altavoces, pero ellas están encantadas con su romántica y varonil interpretación: una le pone la mano en el muslo, cerca de la entrepierna, él gana acceso a lugares algo más privados del cuerpo femenino. Otra media cerveza, por favor. Hay que apagar el fuego de nuevo y aguantar un poco más.

Acto II

La euforia empieza a convertirse en movimientos descoordinados y balbuceo de piropos sin sentido. Él no se da cuenta, pero para los espectadores, como para sus dos voluptuosas acompañantes está claro que la cerveza a empezado a sustituir a la sangre en varias zonas de su cuerpo. En su clímax personal, decide echar una disimulada cabezadita sobre los pechos de una de sus amigas, ajeno a las miradas y risas de público espectador, ajeno a la desaparición de una de ellas que decide cambiar de aires por un momento en el baño de mujeres.

Un brazo le ha quedado libre. No sabe que hacer con ese miembro inerte hasta que los dedos de la mano, involuntariamente encuentran el vaso con cerveza. Levantar la cabeza para beber, exige abandona el cómodo lecho maternal, momento que es aprovechado para un intercambio rápido de turnos en el baño. No importa, a los pocos segundos su otra amiga a vuelto y ella también tiene tetas. Al fin y al cabo, las tetas son tetas, todas más o menos iguales, ahora sólo hay que inclinarse hacia el otro lado y chupar, teta y cerveza, y llorar el alcohol sobre los pechos de un rostro serio que empieza a decir que la fiesta se está acabando.

Acto III

En el entreacto de la cerveza y las tetas, nuestro amigo se ha quedado solo. Como una marioneta sin titiritero, sentado, cabizbajo, su cuerpo y extremidades superiores, sueltas y sin vida, se mueven al tonto son de las vibraciones de la música del local. No mira a nadie ni a nada. No busca ni encuentra. Del baño de señoras sale una de sus amigas y el se precipita hacia la puerta del escusado movido por un repentino impulso desconocido. Cuando sale del baño, su amiga recoge el bolso de mano en una despedida silenciosa. La otra amiga ya hace tiempo que ha desaparecido de escena. ¿Cuándo? Él no lo recuerda. El público tampoco, pues el verdadero centro de atención es ese hombre de camisa suelta y sudada, de mirada de rey pasmado, de sangre con grado alcohólico que, sentado en un sofá del karaoke, mira sin mirar a ninguna parte, y busca sin buscar nada, y mueve su cuerpo sin vida al ritmo de las vibraciones del local. Un último pensamiento lúcido llega a su mente. Hay que salir de escena, levantarse y caminar disimuladamente entre bastidores hasta la salida del bar. Hoy no moja. Hoy se une al club de esa especie en decadencia, que vaga por las calles arrastrado por el viendo como los desgarrados papeles de "se vende" y la publicidad de platos que ya no serán consumidos, como el petróleo, la sangre ha desaparecido de su miembro viril. Estamos en crisis.


Baja el telón. Se escuchan los últimos aplausos, ruidos de vasos y voces roncas. El guionista ha dejado fuera del libreto la moraleja y el público intenta averiguarla. ¿Tragicomedia económica? ¿No será el alcohol, el machismo, la soberbia de la tragicomedia humana que es siempre la vida? No, calla y camina. Es la crisis. La maldita crisis culpa de este maldito gobierno. No vamos a empezar a buscar la verdad de la vida, las soluciones reales al problema a esas horas de la noche. Mejor bebamos, riamos, demos tumbos por la calle, que aunque nuestro amigo de abajo se haya quedado solo y desinflando, con un poco de suerte, a lo mejor encontramos algo camino de la cama, y quién sabe, mañana... ¿más de lo mismo?

sábado, 5 de diciembre de 2015

Por Fax

Oscar y Felix (Walter Matthau y Jack Lemmon), en la cuneta de una desierta carretera perdidos en algún desierto californiano, camino de la boda de sus hijos, pelean porque el primero ha olvidado en el aeropuerto la maleta del segundo. "No te preocupes, hoy día hay métodos muy rápidos para enviar las cosas, está de DHL, FedEx, Fax" "- ¿Fax? ¡¡Perfecto me enviarán mi maleta por fax! ¡A mi querido yerno le entregaré 10 maravillosos billetes de 100 dólares impresos en fax!"

Era uno de los tantos chistes escritos por el genial Neil Simon para la genial extraña pareja de actores, y, como tantas obras de Simon, es un fiel reflejo de la pura realidad.

Hace menos de un mes, recibía yo una carta del Centro Español, con el instructivo para solicitar el voto por correo en las próximas elecciones nacionales de España. Una hoja fácil de rellenar, que simplemente debía remitir por correo postal, por internet teniendo un certificado electrónico o DNI electrónico, o por fax. Por correo postal ya sabemos que llegaría, con suerte para las elecciones del 2019, el certificado electrónico, que si llegó por correo para los anteriores comicios, ahora no asomó: no sé si no enviaron o si se perdió el sobre por el camino. Mi DNI, caducado, y sin posibilidad de renovarlo en el extranjero, de poco sirve, por no decir del lío que es hacer funcionar esos benditos lectores de tarjetas inteligentes. En resumen, me quedaba el fax como última opción.
¿El Fax? ¿Pero es que alguien aún ocupa esas cosas? A mi mente vinieron esas hojas impresas de fax de los años 90 completamente borradas que dejé guardadas en el archivo documental de la misión hace un año por mera curiosidad, a mi mente vinieron también aquellas viejas máquinas de telex de los diarios y los enigmáticos tubos neumáticos de unas oficinas de la década de 1930. ¿De verdad alguien me estaba pidiendo enviar un documento por fax?
Sí, así era y no era chiste. La gente del Centro Español incluso decía que pondrían su máquina de fax a disposición de todos los españoles que quisiesen trasmitir su solicitud de voto, lo cual que causó aún más gracia: me imagino una pequeña oficina, un un viejo trasto chirriante, conectado a un módem telefónico, chupando y enviando hojas, y una fila de impacientes compatriotas observando trabajar al aparato.
No se cuántos españoles podemos estar residiendo hoy día en Ecuador, pero seguro somos unos cuantos miles. Y tampoco se dónde queda ese Centro Español, salvo que está en Quito, pero ¿no resulta un tanto ridículo decir que se pone una máquina de fax a disposición de los miles de españoles que viven en un país donde uno tarda 5, 6, 7, 9 horas en trasladarse a la capital?

Supongo que la amabilidad de semejante prestación social viene motivada por el hecho de que nuestros caritativos amigos del Centro Español saben que nadie va a encontrar una máquina de fax funcionando en kilómetros a la redonda, así que dicen, "no se preocupen, que nadie se quede sin poder votar, acá tienen la nuestra".

Me acongoja tanta disposición y amabilidad. Yo, como ciudadano con conciencia cívica, me dispuse a votar. Rellené la solicitud, cogí una foto de mi pasaporte y me puse a buscar un fax. Evidentemente, un viaje entre semana a Quito no estaba en mis posibilidades, así que me tocó patear por media ciudad del Coca preguntando en todos y cada uno de los cybers y locutorios si enviaban fax. En el 50% la respuesta fue una mirada de "que demonios es eso" proveniente de un o una joven que en su vida llegó a ver un fax. Algo así como aquel amigo de mi hermana que miraba intrigado uno de mis discos de vinilo y preguntaba para qué servía eso. En el otro 50% de cybers me contestaron  con un no que podía significar: "no, ya no tenemos eso" o "pregunte dos cuadras más allá a ver si tiene suerte".
Vista mis suerte, decidí preguntar a los compañeros por si en alguna institución pública tuviesen la preciada maquina, pregunta a la que obtuve respuestas como "creo que tienen una pero no lo usan" No lo usa quiere decir está guardada en un rincón o un cajón, llena de polvo, seguramente no haya donde enchufarla y vaya ud. a saber si funciona".
Sudado y cansando, me tuve que resignar a no votar. Resultado electoral: Gobierno Fascista 1 - Ciudadano honrado 0. Cómprese vaselina industrial y siga aguantando otros 4 años más.

Acordándome hoy de esa historia del fax, me ha dado por mirar y por internet y perplejo me quedo al ver que todavía hoy hay quién usa el fax, que el fax y no así el correo electrónico tiene valor legal porque no puede "hackearse", y que, no se cómo, pero hay servicios de pago que le permiten a uno mandar fax por internet. Toma ya. Si lo hubiese sabido hace 15 días, lo intentaba. Pero, ¿a quién se le iba a ocurrir?

A mi no, desde luego. Se le ocurrió a un gobierno acojonado, que no quiere que le lleguen votos no deseados, que nos ha condenado al ostracismo a todos los españoles que por un motivo u otro hemos decidido hacer nuestra vida fuera de las fronteras de nuestro país, negándonos el derecho a ser ciudadanos, porque si uno lo piensa ¿de qué sirven pasaportes, consulados, embajadas, si uno no puede ejercer fácilmente su derecho a participar en el gobierno de su país?

No faltan las voces fachas conservadoras que contestan con un "no te hubieras ido". Bueno, si así lo quieren volvamos todos a España. Yo hago las maletas y me regreso a España. La empresa española que está a punto de continuar las obras de construcción del metro de Quito, recoge sus bártulos y se vuelve a la madre patria, Repsol cierra el grifo de los pozos petroleros que tiene en la selva ecuatoriana y vuelve a casa, no se cuantos políticos españoles cierran sus cuentas en Suiza y otros paraísos fiscales y llevan su dinero de vuelta a España, el resto de empresas, ejército y demás instituciones patrióticas hacen lo mismo, y listo, arreglado el problema. Todos volvemos a ser patrióticamente españoles. Un poco de chauvinismo no viene mal. ¡Perdón! utilicé un termino francés, perdón perdón..

Así que quedo la espera. Me avisan del retorno a casa para ir reservando el billete de avión.

Y si después del 20 de diciembre dejan de saber de mí, será porque les han cambiado el computador (y el cerebro) por una máquina de fax.

sábado, 28 de noviembre de 2015

A ojo de águila.

- Vea, aquí lo tiene, éste es.

La imagen congelada de la cámara ojo de águila, impresa en blanco y negro, mostraba claramente a un muchachito de unos 8 años, de no más de metro veinte de altura, asomando la nariz por encima del borde del atril, y, disimuladamente, cogiendo el libro de visitas del museo.
- ¡El primer robo infraganti que registramos! -el técnico de seguridad estaba jubiloso, sentado en el cuarto de sistemas, señalando con orgullo la pantalla del sistema de cámaras de vigilancia de circuito cerrado - Ahí lo tiene, ¡zas!, cazado. Ayer, 8:40 a.m.

El director se rascaba el mentón pensativo. "Pues estamos buenos. Roban bolsos, motos, materiales de construcción en los aledaños del edificio, y el sistema nunca graba nada, y cuando lo hace, resulta que es el horrible crimen de un niñito de 8 años que se ha llevado el libro de visitas... Estamos buenos."
- Bueno, -dijo el director, volviendo de sus disquisiciones personales- esta claro, sí, aparentemente este peladito se llevó el libro; pero, antes de que nadie se lance a la caza y captura del ladrón, ¿quiere alguien contarme, cabalmente, qué sucedió ayer?

- Vea señor director. -el conserje, nervioso, comenzó su crónica- Yo estaba ayer de mañana observando cómo los niños ingresaban al edificio cuando, de pronto vi a uno que cargaba un libro igualitito a nuestro libro de visitas, que dicho sea de paso, no tiene nada de especial, es como un cuaderno más, usted sabe, y claro, pues yo pensé ¿y si el peladito se está llevando el libro de visitas? Porque usted ya sabe, uno no quiere ser mal pensado, pero estos pelatidos están llenos de malicia, y uno tiene que estar con mil ojos, y miré está vez así fue: me fui hasta el atril y el libro de visitas no estaba. Así que corrí detrás del pelado, pero con tanto niño en la puerta, no pude pasar, y se me perdió el peladito, oiga, porque así todos chiquitos y vestiditos de uniforme como que parecen todos iguales. Pero cómo yo vi al peladito con el cuaderno, y me quedé con la cara, le dije a la profesora, y ella dijo que iba a buscarlo, que esperase. Y en eso, usted me llamó para descargar las sillas plásticas, y ahí no se más. Se ve que la profesora no hizo nada.
- Osea, que ahora la culpa la tengo yo. -El director sonreía divertido-. Bueno, no se apuren, es chiste. No es tan complicado, vayan a la escuela y traigan el libro de visitas de vuelta, ¿no?
 - Sí señor director, eso hicimos, pero...
 - ¿Pero qué?
 - Pues que en el apuro de salir corriendo nos equivocamos de escuela.
 - ¿Cómo que se equivocaron de escuela?. Pero, ¡¿acaso no tienen un cronograma con las visitas?!
 - Si pero en el apuro por el libro nadie revisó, así que nos fuimos corriendo a la escuelita 12 de Octubre, porque estábamos convencidos de que era allí, pero resultó que no, y entonces recordamos que debía ser la 3 de Noviembre, pero tampoco, y como no cargábamos el cronograma, ya estábamos camino de la 10 de Agosto, pero está lejísimos y como ya era tarde volvimos al museo.
- Sí, -intervino la muchacha de información- llegaron sudadísimos, y con una cara de preocupación, y entonces yo les dije que porqué perdían el tiempo, que pidiesen en seguridad que revisen las cámaras, y así sabrían quién fue.
- Y eso hemos hecho.
- ¡¡Y para esto han perdido una mañana paseándose por todas las escuelas con nombre de fecha cívica!! -El director empezaba a perder la paciencia- En fin, no se hable más, cojan el carro y váyanse a la 10 de Agosto, hablen con la profesora, y traigan el bendito libro.
- Bueno, no es la 10 de Agosto. - El técnico de seguridad manipulaba con experticia el control de las cámaras.
- Que no es...
- Verá, señor director, si ampliamos un poco la imagen, y a pesar de que la foto está de lado y al niño le tapa casi todo el cuerpo el atril, acá se puede ver asomar un poquito claramente el sello de la escuela 6 de diciembre.
- Y, corroborándolo con el cronograma de visitas, esa es, mire: ayer vino la 6 de diciembre.
El director ya no sabía cómo mirarles.
- ¡En fin, cojan el carro y váyanse a la escuela a por el libro!
- Es que no hay carro.
- Que no hay...
- No, usted lo ha enviado a buscar los materiales para montar las carpas, recuerde.
- Virgen Santa. En fin. Ya. Dejémoslo ahí. Mañana, a primera hora, que si tendrán carro, se van y traen el libro. Punto.

El viernes, a primera hora, el conserje, el secretario y el  técnico de seguridad orgullosos y sonrientes, esperaban en la entrada del edificio con el preciado libro de visitas en sus manos.
- Aquí tiene Sr. Director.
- ¿Alguna novedad?
- Bueno, fuimos a la escuelita y el niño no estaba...
El director empezó a mirarles con los ojos desorbitados, temiendo la odisea que se acercaba.
- Pero la profesora nos dijo que una niñita era su hermana.
- Sí y la niñita dijo que sabía donde estaba el libro, y nos llevó a su casa, que era cerquita de la escuela, y ahí donde ella dijo estaba el libro. Intacto. Chequéelo usted mismo. Sólo hay una hoja suelta, pero esa ya estaba suelta antes de que lo robasen.

El director tomó el libro de visitas y ordenó a los tres trabajadores que siguiesen con sus tareas ordinarias. Caminó lentamente hacia el atril mientras ojeaba despreocupadamente el libro, y retiraba la hoja desprendida. En el atril, lo colocó con cuidado, pasó las páginas con delicadeza, y lo alisó suavemente en la última página escrita:

"El museo esta my vonito. Es lo mas lindo de la siudad.
Firmado
Susana
Rosa
Wendy
               PUTA
a mi tambien me gusto muxo el museo, y el que escribió puta fue el Johnny que es un malhablao y un maleducado."
(firma o garabato ilegible)

Aliviado después de la odisea, el director caminó hacia la oficina. Otra vez, parecía que las cosas se habían resuelto, todo volvía a la normalidad. El sistema de cámaras de circuito cerrado de televisión funcionaba, y el preciado libro de visitas, repleto de los invaluables comentarios de la sociedad y pieza esencial para justificar las visitas del museo, estaba de nuevo en su lugar.

miércoles, 11 de noviembre de 2015

La lucha contra la exclusión

Pobreza, marginación, contaminación, refugiados, enfermedades endémicas, narcotráfico, indos, insalubridad y mala calidad de vida,… Son sólo algunas de las palabras con las que la gente de afuera identifica la “región oriental”. Cada vez que salgo a Quito o Guayaquil y me encuentro con propios y extraños y les cuento -o me preguntan ellos- por dónde vivo y qué hago, la imagen que se forma en sus mentes es esa: el fin del mundo, un lugar donde es mejor no ir, donde si hay que estar, sólo se debe estar menor tiempo posible, un lugar que en su imaginario ecuatoriano lleno de prejuicios y miedos sigue siendo esa espesura verde con indios salvajes en taparrabos, donde brota petróleo por arte de magia, y dónde no hay ley. Un al que sólo van los militares recién salidos del cuartel, los médicos haciendo la rural, maestros sin nombramiento y curas y cooperantes, los tres primero a pasar esa horrible prueba inicial de la vida laboral, y los dos últimos porque “son unos locos incomprendidos y sin remedio”.

No importa lo que les diga. No hay palabras, ni siquiera imágenes, para hacerles cambiar de opinión. Ecuador vive de espaldas a la selva. Mira altanero desde los andes hacia la costa pacífica, girando disimuladamente el rostros al norte, que no se den cuenta los vecinos de las alabanzas al tío Sam, pues aunque ellos también actúan así, son expertos en tirar la primera piedra contra el de al lado. Lo que queda a sus espaldas, allá al otro lado de los andes, no importa, no es país, salvo para llenar las aburridas páginas de caducos libros de historia y textos escolares con una patrióticamente convincente historia de límites. Esa región oriental defendida a sangre sobre los mapas queda, paradójicamente, excluida del imaginario nacional del los ecuatorianos, y con ello del Estado.

La historia del oriente ecuatoriano es la historia de los excluidos, de los negados, de la explotación de recursos, humanos y materiales, entendidos como eso simplemente: recursos, materias primas para el crecimiento, el beneficio y el bienestar de este Estado que comienza en la cordillera de los Andes y se extiende hasta la costa pacífica. Desde la colonia, y acentuándose aún más con el surgimiento de las repúblicas decimonónicas, esta ha sido la historia de la Amazonia ecuatoriana, una historia perenne, cíclica, como el tiempo en la cosmovisión de los pueblos originarios que la habitaron, una historia en la que cambian los actores pero no el guión, porque al director no le interesa cambiarlo. Una historia que se reescribe una y otra vez, sin pasar nunca la página.

¿Nunca? Las pesadas páginas de la historia son aún más pesadas en la historia oriental. No por el lastre que arrastran, sino por el empeño de aquellos en las alturas andinas haciendo fuerza para que la página no cambie, aplastando a aquellos qué, desde esa selva verde, gritan por hacer que se oiga su voz, pelean, por ganar este pulso a los gigantes déspota de arriba.

Hoy estamos en uno de esos momentos en que la página de la historia parece que quiere voltearse. En que ese pulso de los desamparados contra el Estado excluyente está a punto de caer, por fin, hacia el otro lado. La tensión está en el aire, los músculos tensos sudan en un esfuerzo sobre humano por dar a torcer el brazo de aquellos que siembran y promueven la exclusión. Hoy día, por primera vez quizá, empieza a sentirse el Estado en esta región oriental.

No quiero hacer aquí un panfleto pro o contra gobierno. No quiero albar aquí obras que debieron ser realizadas hace décadas, pues era el deber de unos y el derecho de otros -excluidos, no reconocidos, sin derecho-, ni voy a entrar en los motivos coyunturales que pueda haber detrás de la mejora de las vías de comunicación, el arreglo de los cascos urbanos en las principales ciudades, la edificación de nuevos hospitales y nuevos colegios, la presencia por fin esas oficinas públicas, que, con todos los males de la burocracia, es tan necesario tener cerca en este sistema en que vivimos. Tampoco voy a escribir aquí una lista de todo lo que falta por hacer en educación, sanidad, comunicaciones, y ese largo etc. El esfuerzo hecho en los últimos años es notable, y con sus más y sus menos, de agradecer. Por fin alguien se ha dignado a bajar de las alturas y mirar como iguales a los que viven a sus espaldas en la selva, reconociéndoles poco a poco eso que durante décadas o siglos les ha sido negado: el derecho a ser reconocidos como parte del estado, como comienzo para el reconocimiento de todos los otros derechos -y deberes- que ello conlleva.

No ha aparecido en escena ningún salvador. Ningún pro-hombre por suerte, pues esos tienden a convertirse en “pró-cer” dando las espaldas al vulgo una vez que consiguen separarse de él. El cambio se debe a la lucha de decenas de personas, durante decenas de años, por ser reconocidas como Estado. Una lucha incansable, que ha dejado a muchos en el camino, pero que ha conseguido poco a poco que en las cabezas andinas y costeñas se empiece a asentar al idea de que “las gentes que viven allá abajo en la selva, también cuentan”. La lucha de los excluidos, de los dormidos, de aquellos que no tenían nombre porque aquellos con el lápiz y el papel en la mano se negaban a entenderles y reconocerles, el nombre, la dignidad humana. Han sido años de levantamientos, de paros, de boicots, de invasiones, de procesos largos para la organización de campesinos e indígenas, de reconocimiento legal de asociaciones, de cedulación de los sin nombre, de construcción de calles, casas, pueblos, que luego puedan ser reconocidos allá arriba como tales.

Hoy día vemos los primeros frutos de esta lucha. Asistimos al enraizamiento, por fin, del Estado en estas tierras. Hoy empezamos a tener confianza en el Estado y le empezamos a entregar el fruto de nuestro trabajo y de nuestras luchas, porque hoy quizá nos empezamos a ver ya reconocidos como ciudadanos.

Es un enraizamiento débil aún, pues débil y pobre se ha quedado este suelo amazónico después de décadas de expolio, pero la simiente ha germinado: por fin los ciudadanos del oriente pueden sentirse tales, por fin puede disfrutar de una ciudad, creciendo, en esa frágil armonía entre el progreso y la naturaleza que es el crecer. Ahí donde se negó durante décadas el derecho a ser persona, ciudadano, se abren las puertas del Estado.

Mucho está en el aire todavía. La desconfianza de unos es todavía general: tienen miedo -seguramente mezclado con egoísmo- a entregar el mando a ese Estado ausente durante décadas. ¿Será ese miedo a no seguir mandando? Otros siembran la incertidumbre apuntando a los posibles cambios políticos ¿Será que tienen miedo porque sembraron, no para cambiar las cosas, sino para su propio egoísmo? ¿Se parecen acaso, nuestro miedo y nuestro egoísmo, tienen relación quizá con el miedo a perder lo ya conseguido que vemos en las gentes sencillas de estas tierras amazónicas?

Podemos estar cometiendo un grave error: cambiar la exclusión por el miedo. Hacer que esos rostros de indígenas y campesinos sin fuerzas por haber sido excluidos y oprimidos se conviertan en los ojos del miedo a crecer. No equivoquemos el camino. Ha sido el camino de la lucha sin miedo en contra de la exclusión, el que nos ha llevado a estar sentados hoy en esta biblioteca que mira al río Napo, que se reafirma en sus raíces y como se reafirma en el Estado. Es el fruto de unas gentes que no creyeron el miedo, que abrieron sus ojos libres y buscaron, como buscan hoy los ojos despiertos de los niños y jóvenes que pueblo hoy este espacio entre libros e historia, vivos y vivaces, voraces por aprender, si es posible por ósmosis como decía Ray Bradubry, y crecer, como ciudadanos y seres humanos.

Hoy, en ciudades como Coca y Lago Agrio, se ha abierto la puerta a la cultura, a la educación, al vivir bien, es decir dignamente: reconociéndose como ciudadanos, y construyendo Estado. Los parques, museos, escuelas, los parque nacionales y áreas protegidas, son la prueba. Los ríos de gente, fluyendo tranquilamente al lado del Napo o el Aguarico, gente diversa, gente reconocida como gente, son la prueba.

En las manos de todos nosotros está el continuar la tarea, el mantener vivos los ojos de estos niños que serán los encargados de cuidar nuestro hogar cuando ya no estemos. No les volvamos a vendar los ojos. No permitamos que se les vuelva a dar la espalda.

Liberémonos de todos nuestros prejuicios y lastres, y pasemos esa página de la historia.

viernes, 6 de noviembre de 2015

La limosna

Mi tío Julio decía "yo sólo doy limosna a los músicos" y sonriente, echaba unas monedas en la gorra del flautista desaliñado de la Rúa, o el violinista que le acompañaba.

Con una sonrisa, yo también sigo su ejemplo. En mi bolsillo hay moneas para los músicos ambulantes que canta por los parques o por los buses: me parece una forma muy sana de promover el arte: cuántos artistas empezaron su vida tocando en las esquinas, gratis, como en esa maravillosa canción de Joni Mitchell, y además, a fin de cuentas, todos hemos sido (o hemos soñado con ser) trotamundos en algún momento de nuestras vidas: coge tu guitarra, tu flauta, tus manillas y artesanías caseras, ponte la mochila a tus espaldas y echa a andar.

Para el resto, no tengo monedas. Y no es un "lo siento" disimulado ni veraz. No. Es una decisión, un propósito de vida. Uno que normalmente me lleva recibir miradas de desdén de otros viajeros del bus, o incluso de conocidos, que parecen decirme: "tacaño asqueroso, tú que tienes casa, comida, un sueldo, ¿no tienes unas monedas para esta pobre gente?".

"Esta pobre gente". Empecemos por ahí. Por quiénes son pobres, y quién o qué les hace pobres.

Pobres, lo que se dice pobres de solemnidad, por desgracia siempre ha habido y seguramente habrá, acá en este país en vías de desarrollo, y en la industrializada en Europa; en momentos de crisis, y de bonanza económica. Las situaciones que pueden llevar a una persona a convertirse en pobre de solemnidad son muchas, pero normalmente están relacionadas con problemas familiares, de casta o grupo social, pasando por problemas psicológicos o por el desajuste que existe en estos cambios de una sociedad rural a una sociedad que aspira a ser únicamente urbana. Sin embargo, pobres de solemnidad no hay tantos, y a parte de pedir limosna en la puerta de las iglesias, están más o menos atendidos por la propia iglesia o por trabajadores sociales que muy a menudo tienen que hacer de padre, madre y psicólogo para ayudar a esta pobre gente, unas veces con éxito, y otras no.

Esos pobres de solemnidad son los únicos pobres. El resto no son pobres. Las personas bien vestidas que piden en las esquinas, que tienen elaborados letreros, los discapacitados bien vestidos y peinados que piden por los buses, las madres de familia con niños, y demás corte de vendedores ambulantes en los buses y las esquinas de los semáforos, los ancianos-anzuelo sentados a la puerta de hospitales, centros comerciales, o en medio de pasos de peatones, y una larga lista de casos similares, no son pobres: son el producto de un sistema excluyente, de una sociedad que no reparte equitativamente su bienestar, de unos "ciudadanos" pasivos, abandonados a la desidia y el egoísmo. Son parte del producto resultante del sistema económico-social que vivimos, llámese capitalismo o neoloberalismo u otro eufemismo cualquiera creado para disfrazar la misma cosa.

Si miramos dentro de cada una de estas personas que acabo de sacar de la categoría de pobres nos encontraremos con personas como nosotros, que por culpa de las malas inversiones de la banca privada y la corrupción de los gobiernos, perdieron su empleo y con este su dignidad. Personas que fueron estafadas por los propios bancos y perdieron su casa, personas a las que unas leyes "hechas para los bancos" les echaron de sus casas. Gente que no consigue un empleo digno porque nunca tuvo la oportunidad -y en muchos casos sigue sin tenerla- de estudiar y poder prepararse, personas excluidas por condiciones de raza o sexo (sí todavía a estas alturas, en el siglo XXI) o por su origen social, trabajadores mal pagados por empresas "que sólo buscan su crecimiento" o por el mismo estado, emigrantes expulsados de sus países de origen por guerras u otras violencias externas por el mismo hacer de sus gobiernos que, como el nuestro, en algún momento decidió dejar de considerar a todos los nacidos en su país como ciudadanos y excluir de dicho título la mayor parte de ellos.

Una realidad que poco tiene que ver con la necesidad de obtener unas monedas para procurarse un plato caliente o un sitio abrigado donde pasar la noche, mientras se descuentan hojas en el calendario, sino con la necesidad de recuperar la dignidad humana, esa misma de la que han sido privados, asaltados, vilipendiados por la propia sociedad. Difícilmente vamos a ayudar a esta gente, pues, con un puñado de monedas diarias. Todo lo contrario: lo único que conseguimos es perpetuar una situación de degradación para estas personas, y con ello nos convertimos en cómplices e incluso verdugos de este sistema que vivimos y apoyamos.

¿La solución? Bien sencilla: guárdate tus monedas. Acompaña a estas personas a los tantos centros sociales, comedores, oficinas de ONGs, iglesias y otras instituciones privadas (y cada vez menos, por desgracia, públicas) donde estas personas puede acudir para recibir apoyo, lugares a donde muchas veces no van por pura vergüenza. Sal a la calle a manifestarte en apoyo de aquellos que se han quedado sin nada, ni siquiera la culpa. Organízate en tu barrio, en tu trabajo, y exige mejoras laborales. Anula todos tus planes de pensiones y otros productos financieros engañosos y busca a esa otra "banca ética" que sabes que está ahí, ve a votar orgullosamente y sin miedo y manda fuera de congresos y asambleas a todos esos políticos mentirosos y corruptos que sólo saben repartir limosna para perpetuar el sistema perpetuarse en el poder. Tiende tu mano, abre tu casa, comparte tu plato con aquel que hoy no tiene y en ese compartir comparte no sólo la necesidad de ofrecer ese alivio urgente al hambre, sino también tu vida, tus fuerzas, tus conocimientos, para que esa persona que hoy está excluida no encuentre mañana barreras.

En ese proceso él recuperar su dignidad y también tú, y todos nosotros que nos hemos convertido en indignos ciudadanos y seres humanos al hacernos cómplices pasivos de esta terrible situación, dejando de ser personas para ser ambulantes máquinas expendedoras de calderilla.

Los rostros creados de la pobreza

En la pared hay una fotografía de un grupo de indígenas kichwas, en alguna comunidad perdida en la selva de Sucumbíos, allá por los años 30 del s. XX. Están posando delante de una frágil casa de madera, con cabello largo y enmarañado, peinado para la foto pero con aspecto sucio, sus ropas pobres, pies descalzos... El espectáculo es desolador. Rápidamente vienen a mi mente las imágenes de esos niños de escuela de los pueblos de la España profunda a principios y mediados del siglo pasado, las imágenes de los inmigrantes europeos en alguna ciudad de Estados Unidos, a finales del XIX, o las colas del paro y hambre durante la gran depresión. La imagen de ese mendigo salido de una novela de Charles Dickens caminado por los charcos de un París revolucionario, la cara de la miseria.

Unos centímetros más allá, en la misma pared, veo una foto coetánea a la de esos pobres indígenas kichwas, en este caso son un grupo de indígenas Secoya: majestuosos, de pié, con su rostro serio y pintado, su túnica lisa bien puesta, su sencilla corona de plumas. No visten con más lujos que los kichwas, salvo por el hecho de haberse puesto su traje típico. Están descalzos y el fondo de la foto es el mismo: un pedazo de selva con algunas casas de madera al fondo. Y sin embargo, esta foto no me transmite la pobreza y el abandono que veo en la imagen de los kichwas. ¿Vivirían mejor? ¿Será quizá la fotografía de uno de esos artistas-aventureros norteamericanos o europeos que retrataron durante décadas la selva con imágenes perfectas que bien podrían ser el producto de un estudio fotográfico?

Pienso durante un largo rato, repaso las fotos. Se que la respuesta a las dos últimas preguntas es no, pero tampoco eso me desvela el misterio, hasta que, de pronto, mis ojos se cruzan con los ojos de esas personas en las fotos. Observo con terror sus rostros, su mirada. Una mirada cabizbaja, sin fuerza, unos ojos sin luz en los rostros de los kichwas; una mirada al frente, segura, llena de fuerza en los rostros de los Secoyas. Ahí está la diferencia. ¿Y por qué? ¿A qué se debe esto? A un simple hecho: los kichwas han sido siempre un pueblo conquistado, oprimido, sometido; los Secoyas se mantuvieron siempre fuera del yugo español, de la conquista, de la presión de las haciendas o los caucheros, vivieron siempre libres en su selva.

Siempre nos han dicho que esos rostros desamparados, sucios, despeinados, vestidos con ropas ajadas por el tiempo, son los rostros de la pobreza, del hambre, y que la solución y el cambio llega con el progreso: España progresó, la gente tuvo más dinero, y mató el hambre y su rostro cambió. Cuán falsa es esa visión de nuestra pobreza que nos venden. No hay rostros de hambre: sólo hay rostros de opresión. Lo que libera al hombre de sus penurias no es una mejora en sus condiciones económicas, sino la entrega de su libertad: la capacidad de poder pensar por si mismo, de poder elegir. Lo que sacó a mis abuelos de la pobreza del campo español no fueron las innovaciones tecnológicas fruto de una revolución industrial que llegó tarde y mal, ni una reforma agraria nunca realizada en todos su términos, si no el acceso a la educación, el acceso a poder participar en el gobierno de sus ciudades y países, la capacidad de poder organizarse en sindicatos u otras asociaciones, a saber que pueden exigir y reclamar, porque es suyo, un mejor modo vida, que no deben nada a nadie por esa mejor vida: es su derecho como seres humanos.

Lo que acaba con el hambre no es el progreso económico sino ese largo camino que comienza aprendiendo a leer y escribir y que termina en el reconocimiento de los unos a los otros como iguales.

martes, 3 de noviembre de 2015

De las casas habitadas por las mujeres

Una casa acogedora, limpia y cuidada. Detalles en las mesas, en los rincones. Pequeños gestos hechos por manos invisibles pero que no pasan desapercibidos al ojo de visitante esporádico.
La armonía del paisaje, el silencio sólo roto por el canto de pájaros he insectos que acompañan armoniosamente la estancia, el jardín, que dan la vida y la bienvenida a ella.
Unos ojos que saben observar y comprender, uno oídos dispuestos a escuchar, unos labios de los que brotan palabras para acompañar, acoger. Unas manos que saben abrazar y calmar.

Me pierdo en los detalles y me embriago de la paz que me transmite este lugar cada vez que vengo. Y me siento humilde y agradecido de ser parte de esta familia. No hay grandes lujos, no hay nada material distinto a lo que vivo en mis otras vidas en mis otros lugares de residencia, y sin embargo, aquí hay algo especial, algo que mantiene este lugar vivo, en pleno crecimiento armónico con todos los seres que forman parte de él.

Uno no se da cuenta de qué es hasta que se deja llevar y ser parte de él. Hasta que sin temor se sienta y comparte un almuerzo y observa esos rostros y junta sus manos con esas manos para ayudar y dejarse ayudar. Entonces se encuentra con esos espíritus de mujeres, esas seis mujeres que con cariño y decisión cuidan de esta casa y de todos cuantos vienen.

Son tres, cinco, seis mujeres; la familia cambia, crece. Mujeres que decidieron continuar un sueño contra viento y marea, que ante un giro tremendamente machista de la sociedad institucional en la que viven no flaquearon y se mantuvieron firmes cuidando la casa, haciéndola crecer. Aunque este lugar surgió como un proyecto inter-comunitario, el destino las dejo cargando el peso a ellas solas, y hoy día tengo la sensación de que en esa soledad han construido algo que sus iguales masculinos nunca hubiesen pensado que podía ser posible, que no hubiese sido posible si ellos estuviesen aquí. Tengo la sensación de que no hacen falta hombres aquí; y no me siento excluido tampoco.

¿De qué hablo?, me podéis estar diciendo. Hablo de un lugar llevado por mujeres liberadas, que han sabido lograr esa liberación en comunidad y consenso, en un mundo donde la mujer liberada se apodera y ejerce todos esos autoritarismos que critica al hombre, estas mujeres han sido capaces de liberase librándose incluso de ellos, y de continuar caminando sembrando este ejemplo de sencillez y de comunidad donde quiera que van.

Aquí no hay cabezas. No hay aristas. Todo se pule y se mezcla en el círculo que forman estas casas y sus moradores. Un círculo permeable, del que es muy fácil ser parte, una vez que uno se despoja de su ser preconcebido y aprende a verse y reinventarse en los demás, a escuchar y ser escuchado, a sentirse bien consigo mismo y con la naturaleza.

Vengo aquí cada vez que puedo, a recuperar energías, a compartir vivencias. A beber de la fuente y retomar el camino, aunque aquí no hay fuente mágica, no hay energías invisibles en conjunción con las estrellas. Hay humanos, personas, que son las que le dan siempre la magia a los lugares. Por eso sé siempre que volveré a ese abrazo, a esos brazos tendidos, y que tenderé una vez más, los mios. 

viernes, 30 de octubre de 2015

Si soplase el viento

Si soplase el viento
se animaría la noche
rompería el silencio
callarían los grillos
sembrando el misterio.

Si soplase el viento
traería lluvias suaves
lavando el polvo eterno
que cubre las calles
y los pasos de muertos.

Si soplase el viento,
entraría en las casas
sacudiría las sábanas
nos sacaría del sueño
de la noche cerrada.

Si soplase el viento,
se acabaría esta espera
arrancaría la desidia,
y de raíz el desaliento
que han sembrado en la vida.

Si soplase el viento,
y si tú escuchases su canto
romperías a llorar cual niño
por haber esperado tanto
viviendo un sueño mezquino.

Pero si hoy soplase el viento
en la ciudad sin aire
en los campos yermos
en los rostros secos
en las mentes planas
en las vidas huecas
se oiría el eco.

jueves, 29 de octubre de 2015

(In) Conformismo. o caijas 10 años después.

Este mes hace diez años que empecé a escribir en este blog ¡Diez años! Dónde estaba yo entonces, cómo era yo entonces. El CAP, sí, y aquella "invitación" entonces de un profesor de universidad a crear un blog para colgar una webquest. Fue el empujón que me falta para echar a andar mi vena de escritor inconformista, o mejor dicho, hacerla pública.

No suelo ser de los que echan la vista atrás y recuentan años pasados para ver cuántas éxitos han logrado y cuántas cosas quedado en el tintero, tampoco soy de los nostálgicos que piensan "cualquier tiempo pasado fue mejor". El pasado siempre fue mejor porque sabemos lo que depara el futuro a ese pasado. La vida consiste en vivir el presente y soñar en nuestro aún sin escribir futuro.

No sé bien qué es lo que me llevó a rebobinar en el archivo del blog y encontrarme con este décimo aniversario. Sea lo que sea, me ha servido para verme reflejado en aquel veinteañero que fui, ese que ya no es más, y sin embargo ver que todavía hoy, sigo reafirmándome en los mismos principios.

Comencé este blog como un intento de romper con el conformismo, de expresar mis opiniones e intentar con ellas llamar conciencias, hacer que la gente piense, dejarles, por lo menos, indiferentes. Abrir un espacio en el que hubiese "algo distinto" a eso con lo que nos bombardean los Mass Media todos los días; y por ello, en aquella declaración de principios elegía aquella canción de Malvina Reynolds: Little Boxes.

Esta noche de octubre, de contexto totalmente distinto al de hace diez años, un contexto que no alcancé nunca a imaginar entonces, acabo de llegar de un cine donde una treintena de personas se han reunido para ver Aguirre, la cólera de Dios, de Werner Herzog. Cuando programé la película me dije, y me dijeron algunas voces "ese va a ser el suicidio del tu recién nacido cine-club, no programes el primer mes esa película". "No importa", pensé. "Hay que romper esquemas, hay que abrir la puerta a que la gente pueda ver algo distinto, descubra otras formas de pensar, de vivir, de crear arte, hay que darles la oportunidad para pensar. Hay que luchar por ello, y no desfallecer aunque a veces parezcan gritos en el desierto". Le di al botón del play. Una vez más. Y el cine, hoy, se lleno de gentes anónimas, que se acercaron porque alguien les brindó un espacio donde romper sus rutinas y hacer algo distinto, ver algo distinto, compartir otras visiones de esta vida.

Esta noche es para mí una prueba de que el hombre no ha sucumbido y muerto a la desidia y el conformismo. Una prueba más de que los gustos, orientaciones e ideologías no están hechos ni son universales, de que la gente sólo necesita que le den el espacio y la oportunidad de expresarse

Esta noche es un motivo más para continuar 10, 20, 30 años más, hasta que me de el aliento, remando contracorriente, programando cine sin hacer caso a esos que hablan de gustos o de "lo comercial", a escribir sin pelos en la lengua y a reclamar el espacio y la voz de los pequeños, los olvidados, los ex-claustrados y todos aquellos que luchan por seguir siendo diferentes pero iguales.

Y para recordar a todos los que viven en esas cajitas prefabricadas la mentira y la falsedad que les han hecho vivir, y la necesidad de romper con ella.
Gracias Malvina, gracias Pete, por la inspiración, por recordármelo una vez más. Cantemos, juntos, una vez más.

Little Boxes (Malvina Reynolds)

Cajitas, en la colina
cajitas prefabricadas
cajitas, cajitas, cajitas,
cajitas, todas igualitas.
Hay una rosada, y una verde,
y una azul y una amrilla
y son todas prefabricadas
y son todas igualitas.

Y la gente de las casas
van todos la universidad
y les meten en cajas
cajitas, todas igualitas
y hay doctores y abogados
y ejecutivos de negocios,
y son todos prefabricados
y son todos igualitos

Y todos juegan al golf
y beben Martinis Dry
y tienen hermosos niños
y los niños van a la escuela.
Y los niños van al campamento de verano
y después a la universidad
y los meten a todos en cajas
y salen todos igualitos.

Y los chicos consiguen su trabajo
y se casan y crían una familia
y los ponen a todos en cajas,
cajitas, todas igualitas.
Hay una verde, y una rosada
y una azul y una amarila,
y todas son prefabricadas
y todas son igualitas.

sábado, 24 de octubre de 2015

Coca after hours

Para David, Xavier y Pepe, compañeros de ese Café Marx que ayer "estaba de feriado".

¿Dónde comienza la noche? En la relatividad de nuestro tiempo humano, el inicio -y el fin- de nuestra vida nocturna no atiende al astro rey o a su gemela de cara plateada. La noche, como el misterio, se urde y desenreda poco a poco, llevándonos con ella a lugares inesperados...

20:00. Es viernes y estoy sentado, una semana más, en el auditorio. Hoy en un concierto de música tradicional ecuatoriana para un escaso público maduro arrullado desde niño con estas trágicas canciones. Corre el rumor que un apagón en varios barrios ha dejado en sus casas al público habitual y ha sacado de su madriguera al fiscalizador (ese que nunca aparece) para ver si realmente el teatro "funciona", es decir, convoca multitudes. Iluso pendejo. El día que convoque multitudes dejará de ser teatro para convertirse en política, perdiendo toda su magia y esencia humana.
Me pregunto si mis amigos se quedaron también agazapados en la penumbra del apagón, porque apenas alcanzo a ver a uno o dos de la habitual timba. Decido dejar de elucubrar, que sea el destino. La música me imbuye y el reloj da vuelta y media.

La gente sale del teatro y desparece casi en un abrir y cerrar de ojos. Aquí no hay sobremesas ni coloquios. Los músicos saludan con las autoridades y las autoridades con los músicos y con sí mismas, mientras yo intento robarles mis 5 minutos a los de arriba para confirmar su presencia en el acto de mañana, el cual depende de acabar el montaje de una exposición que aún está a medias.
Entre las fotos y los hilos y los retales de plásticos y pintura deambulan dos de mis intelectuales cómplices nocturnos. Me acerco con intenciones de saludar y desaparecer para acostarme pronto, pues mañana tengo temprano una cita con el tipo de la imprenta para recibir la entrega de hoy, pero, ¡ay dios de espuma amarilla! tengo una sed terrible y las palabras "vamos a tomar unas cervezas" se convierten en irrenunciable imperativo nocturno y en puertas abiertas a lo desconocido. "Solo un par, y luego a la cama", pienso. Dale.

"Tomar unas cervezas" es un acto que en todas partes del mundo se hace con cierta facilidad. Coca es, por desgracia, la excepción que confirma la regla. Si no tienes cédula de identidad, no vas con mujeres, o no formas parte de grupo económicamente numeroso, estás condenado a morirte de sed. El tipo que de lunes a jueves se rasca las bolas y mira para otro lado a la puerta del bar, los viernes saca toda su burocracia y corpulenta obesidad y se planta en la puerta del local a ejercer su función: negar la entrada a todos los hombres solteros indocumentados.
Comienza entonces un peregrinaje garito tras garito, para tentar a la suerte y encontrar alguno donde no haya seguridad o algún camarero se apiade del alma de los sedientos. La triste estampa de tres treintañeros gastando suela por las calles de una ciudad tropical, con fría vida nocturna amenizada por ruidosas esquinas y taxis aburridos parpadeando seductoras luces, mientras ellos recuerdan pasadas vidas de años en que las hormonas les arrastraban y en la puerta no había seguratas impertinentes. Nadie se atreve a mirar el reloj, nadie a tirar la toalla, pero nadie conoce dónde más ir en esta ciudad que se apaga poco a poco.
En una esquina, aparece una compañera de trabajo queriendo parar un taxi. No es ligue. No toma. Pero es la escusa para decir hola y matar "el tiempo sin cerveza".
-¿Has visto al Pepe?
-¿Estaba aquí mismo hace un instante, decía de ir a tomarse una cerveza?
Los rostros ojos de los tres mosqueteros se abren como platos mientras con ansia miran alrededor buscando al D'Artagnan, que parece de pronto sonriente preguntando:
-¿No se van a tomar algo?

"Sí, pero no hay donde" "Este no carga cédula". "Cagamos" "¿Sabes de algún garito donde nadie nos mire los papeles?" "Claro, uno en la calle Guayaquil que atienden unas kichwas. A mi nunca me han pedido nada". "Pero eso está lejos". "No importa, yo tengo carro". "Vamos pues". "Vamos"....

-¿Este es?
-Sí, pero si parqueo aquí, creo que me rayan el carro. Espera. Ese tipo que mira la placa seguro que es chapa. Si, seguro. Vamos. Elijan izquierda o derecha. Yo conozco el de la izquierda.

Derecha. No recuerdo quién eligió. El garito es un tugurio en el que hace un calor infernal, donde una camarera que se ha puesto encima algo más que maquillaje no se entera de cuántas cervezas queremos. "No mi amor no tengo" es lo único que le entiendo con claridad. Creo que se refiere que no tiene cerveza Club. Finalmente, en la mesa aparecen dos botellas de Pilsener y cuatro vasos, cada uno hijo de su padre y de su madre, que brilla al compás de una bola de luces de colores que es la única iluminación del local. El supuesto chapa ha entrado y se ha sentado en una mesa al lado nuestro, mientras la camarera no nos quita el ojo de encima y aparece cada 5 minutos para decir algo que no se  entiende o que ella no entiende.
-No se apure, que nosotros tomamos despacito.

Después de un rato sudando y respirando una atmósfera en la que el oxígeno no se ha renovado nunca, roto y pagado un vaso y tentada la suerte en un baño unisex, optamos por abandonar el bar donde dan el cambio en forma de chicles y tenemos la feliz idea de irnos a "La Oficina" (Léase karaoque atendido por una amiga que queda en plena ruta turística de las ruinas de las primeras cantinas de Coca")

Tomada la foto de rigor para el face en la parada turística -suerte que no había nadie mirando-, entramos en la oficina. Resulta que la dueña es compatriota y me enreda preguntando media vida. Cuando acaba el intercambio de "y tú cómo acabaste aquí" No veo a mis amigos. En el karaoke sólo hay parejas que se abrazan y un loco que se desgañita destrozando la canción romántica de turno. El susto dura unos segundos: no me han abandonado en tierra hostil, no. Están al fondo en una mesa pidiendo un par de heladas Club. Mis amigos son como los de la canción de Serrat.

¡Por fin la noche ha llegado a su clímax, todo está perfecto, estás en un lugar agradable, con dos buenas frías cervezas, desahogándote de todos los líos del trabajo, libre por fin!
- Mira quién está ahí.
Giras el cuerpo y la cabeza ciento ochenta grados. Sonriente en la otra esquina del bar está el tipo que mañana te tiene que hacer a las 8 en punto la entrega de hoy, alzando una mano y sonriendo mientras con la otra abraza a su pelada, y tú, cómo no, alzas la mano y sonríes y saludas recíprocamente. Olvidemos el detalle de que la pelada se parece a cierta estudiante en prácticas que trabaja en... No vamos a meternos en la vida privada de nadie. Aquí sólo importa la entrega de mañana, que, vacán para esta noche, empieza a convertirse en botellas de cerveza. Yo, en mi cándida inocencia, no me atrevo a ser tan mal pensado como mis amigos y digo que una cosa no tiene relación con la otra y que el tipo cumplirá, y entre risas y risas la noche sigue.

Lo malo de los karaokes es que olvidas en qué tipo de local estás hasta que la camarera en lugar de una cerveza te trae el micro y el cuaderno para que elijas una canción. Reniegas. Te resistes con todas tus escusas. Afirmas ser un analfabeto musical completo. Escondes la cabeza en el vaso de cerveza... y al final acabas cantando a dúo con el tipo de la imprenta "el ataque de las chicas cocodrilo". Cómo llegó la noche a este punto, no lo recuerdas. ¿Importa ahora acaso? La conversación está amena, hasta dan ganas de cantar. El tipo de la imprenta está eufórico, tus amigos está eufóricos, tú estás eufórico, las parejas que pueblan el bar no tanto, y miran raro a una mesa con cinco hombres que se parten de risa, pero no importa. Alguien tiene que pedir la canción de Serrat. O alguna aún más grande y más loca.

Poco a poco los amigos se van yendo y el karaoke se va vaciando aunque la música no cesa y uno tiene aún más ganas de cantar. "Una más, cerveza y canción todojunto".
Una más... Volvemos a ser los tres mosqueteros. El bueno, el feo y el malo que se pusieron de acuerdo para cruzar la noche varias horas atrás. Todo vuelve a su normalidad y en el karaoke empieza sonar topo gigio cantando "a la camita". Toca levantar vuelo. A las 2 es toque de queda en la ciudad. La única alternativa sería seguir la fiesta en casa, pero mañana hay trabajo aunque sea sábado. En la calle desierta caminamos buscando una intersección con más tráfico y un involuntario gesto con el brazo hace frenar y derrapar a un taxi que circulaba a 100 por hora y que ahora retrocede para recoger a tres clientes.

Es sábado. Son la dos de la mañana y sin sueño aún meto en la cama para no parecer un zombi al día siguiente. 4 horas después despierto aún cantando "has sido tú, te crees que no te he visto..."

He visto otra noche de esas imposibles. Otra noche que debió quedar en celuloide en forma de felinesca aventura. Falto de cámara, aquí dejo el guión.

lunes, 12 de octubre de 2015

En un parque de Quito

De amores indecisos aún por encontrar
de noches sin programa y sexo casual
de vidas desveladas en sueños y luchas
de ideas que vienen y van... dudas,
intercambio de sentimientos que abrir
al aire, al tranquilo y paciente escuchar
del amigo.

Esa es tu vida, yo... yo no soy confesor
tampoco psicólogo con ilustre diván
te miro y sonrío y busco en aire
en las gentes y el parque esa paz
que vive en la prisas de tu ciudad
no se curar, sólo compartir, y yo...
te escribo un poema.

Es otro de estos, con la rima
libre y sin acabar, como la vida,
encontrado una tarde en el parque
en dos ojos se miran de frente
que se ponen al día y comparten
dulces viajeros y secretos que arden
y no se apagan.

Y cuando lentamente cae la tarde
y el viento fresco calma la pasión,
la llama se refugia en un abrazo
y unos dedos se separan en bus...
¿Dónde será el próximo encuentro?
qué te contaré yo que aún no sepas
¿me verás de nuevo en tu misterio?

martes, 6 de octubre de 2015

De-consumo

Tengo el bolsillo lleno. Unos dirán suerte, otros recompensa por mi esfuerzo. Unos dirán "ahora puedes ser independiente", otros "mejor ahorra para cuando lleguen las vacas flacas", por otro lado dirán "¡suelta una cana al aire, vive la vida ahora que puedes!".

¿Acaso no estoy vivo, acaso no he gozado siempre de buena compañía, a caso no he tenido siempre la suerte de ser libre para elegir mi camino? ¿Que debería estar cambiando en mí? ¿Por qué algo debería ser distinto en mí sólo porque ahora tenga un buen sueldo?

En la ilógica del consumo, la ecuación dinero=bienestar es innegablemente lógica. El dinero representa consumo, y cuanto más consumes mejor vives. Gran falacia. ¿Vivir? ¿Puede ser acaso vivir ser vivir preocupado por procurarme un bienestar? ¿Y desde cuándo ese bienestar se escribe con cifras?

Estos días una vez más me siento y miro al río, a ese río que corre delante de mis ojos, por el que corro yo también, y, con el aire alborotándome el cabello en el rostro, miro mi pantalón gastado y me digo ¿qué demonios haces aquí? "Vivir, sí, vivir", me contesto. ¿Y por qué? "Porque creo en lo que hago, porque creo en los demás, porque quiero sembrar y soñar y crecer en los sueños de otros. Sin fama, sin fortuna, como una semilla que se lleva el viento o una canción anónima" Nunca perseguir la gloria, ni dejar en la memoria de los hombres mi canción, decía el poeta. Cuanta razón. Y es que acá con el viento en mi pelo y mi rostro tostado por el sol, me reafirmo una vez más en que vivir es vivir sin fama ni dinero, y la fortuna... bueno esa siempre está esperando en el camino si uno actúa de corazón pensando en los demás. La fama y el dinero nos coartan y nos cortan la libertad. Y vivir es ser libres. Yo estos días siento que he perdido parte de mi libertad en favor de unas cuantas monedas de oro: hace un año me dedicaba con pasión a lo que me gusta, no me pagaban gran cosa, me daban casa, comida, compañía y libertad absoluta para organizar mi tiempo. No me faltaba nada. Ahora, dedicado por suerte a aquello que creo, me recompensan esa dedicación con dinero. Dinero para procurarme una casa, una comida, para poder ser independiente y procurarme otros placeres; pero también dinero que implica una terrible letra pequeña: cumple con tu horario, no descuides el calendario, la hora, el minuto. Si lo haces, puedes perderlo todo. ¿De qué me sirve, entonces, todo ese dinero si no tengo la libertad para disfrutar de los supuestos beneficios de él? Pero además ¿Estaba mi vida en una situación tan precaria e insatisfecha antes de tener acceso al dinero?

La respuesta a la última pregunta es un rotundo no. Yo vivía feliz, tranquilo, contento con lo que tenía. Y no necesitaba más. Es más, ni siquiera hoy lo necesito. Yo no consumo. Me niego a consumir. Me parece un terrible acto deshumanizador venderse comprando sólo porque uno puede comprar o porque otros han decidido poner precio a ciertos aspectos, productos o servicios de nuestra vida. Pero fuera de mi rebeldía contra esta sociedad-consumo, me doy cuenta de que mi accionar no es una piedra contra un cristal, un grito de revolución. No. No pretendo cambiar ni convertir a nadie. No rechazo un modelo. Simplemente no formo parte de él. No me importa tener mucho o poco, no me importa llegar a viejo o quedarme por el camino. No busco un final del camino, no ansío dejar testigos. Nadie es necesario en esta vida, y siempre hay alguien que recoge el testigo. Todo lo que quiero es vivir convencido  y entregado cada día a eso en lo que creo, y por esos en los creo y amo. Y no necesito más. Me doy cuenta de que no ansío futuro, de que no hay diferencia entre hacerme viejo y no hacer sí uno actúa y vive por lo que cree. ¡Qué terrible sería llegar a viejo sólo por inercia, "porque hay que llegar"!

Estos días, y todos los días disfruto de las cosas pequeñas. Busco los motivos pequeños para dar forma a mis días. Peleo, lucho, sufro, amo por mis ideales, por las personas y los proyectos en los que creo. No me importa dónde me lleven: la vida no es hacerse viejo y llegar a la meta. Es simplemente vivirla. Y para vivirla no hace falta equipaje, solo hay que respirar, respirar en grupo.

Estos días me doy cuenta de que cada vez necesito menos para mi mismo, y que me empeño en enseñar a los demás a necesitar también menos. Esa es la felicidad. Esa es la libertad. Estos días me doy cuenta de que el futuro no se labra con proyectos de seguridad personal, sino con ideales.  Y de que estoy listo. Me siento entero. Convencido. Mi pantalón gastado, mis sandalias envejecidas, mi pelo largo enmarañado por el viento y mi rostro al sol. Y una idea fija de caminar. Cada vez más ligero y más libre. ¿Durante cuánto tiempo? Eso no importa si se vive con convicción, y sin renuncias, pues el que no tiene, no teme, y no debe.

Me acuerdo una y otra vez de aquellas palabras que decía San Francisco: "necesito poco y lo poco que necesito lo necesito poco". No ansío bienes. No ansío fortuna. Siembro porque creo en mi sembrar. Renuncio a todo, hasta no sentir necesidad de renunciar a nada, salvo a quién soy. Nada en este consumo-mundo me ata.

Soy peregrino de esta vida. Descalzo y sin peso a mis espaladas

Me sigue la sombra de la luna
salto y esquivo la sombra de la luna

Y si alguna vez perdiese mis manos,
perdiese mi arado, perdiese mi tierra,
si alguna vez perdiese mi manos,
no tendría que trabajar más.

Y si alguna vez perdiese mis ojos,
si todos mis colores se apagasen,
si alguna vez perdiese mis ojos,
no tendría que llorar más.

Y si alguna vez perdiese mis piernas,
no me quejaría ni suplicaría,
si alguna vez perdiese mis pernas
no tendría que caminar más

Y si alguna vez perdiese mis boca,
todos mis dientes, norte y sur,
si alguna vez perdiese mi boca,
no tendría que hablar.

¿Te tomó mucho encontrarme?
Pregunte a la luz de la esperanza.
¿Te tomó mucho encontrarme,
y te vas a quedar esta noche?

Moonshadow (Cat Stevens)

jueves, 1 de octubre de 2015

Raíz

Llega un momento en la vida en el que uno empieza a echar la vista atrás. No al camino recorrido, no a años pasados y añorados, no. La echa mucho más atrás, mira a ese espacio que no pertenece al tiempo, a su tiempo, y que late perenne en el interior. Echa la vista atrás, descubriendo esa raíz, ese origen que le formó como es, ese agua que corre por ríos subterráneos que de pronto salta como adn diciendo "esto eres".

No para de resultarme curioso que, a mis 33, y tan lejos casa, encuentre el amor, el abrigo, la sonrisa, la paz de sentirme yo mismo en los versos de aquellos poetas que me hicieron leer a la fuerza en la escuela, en esas novelas "castizas" que uno "hojeaba" para pasar el año, o en aquellas canciones de discos de mis padres que no sonaban modernas, no pegaban. ¿Añoranza de una tierra lejana? No, no es eso. Tampoco es un renegar de este mundo global, pues cada vez más, me deleito aprendiendo y compartiendo con gentes de aquí y allá, aprendiendo nuevos idiomas, bebiendo de melodías extrañas cuyas letras no entiendo pero alcanzo a sentir; y no añoro ninguna tierra, cada vez me siento más "de todas partes".

De algún modo es un redescubrirse. Un acercarse a esos sonidos "del pueblo", esos que no obedecen a modas y siempre están ahí, inmutables. Esos que nuestros padres y maestros intentan inútilmente grabar en nosotros de niños, que se sueltan dejan una ligera pátina que ahora, entrando en esta vida adulta, uno empieza a redescubrir. Qué misterio la edad, esa que ahora me hace entender al incomprendido Don Quijote hasta tornarlo mi héroe, esa que me despierta la poesía de Lorca o de Machado, esa que me hace desempolvar viejos discos que me traen aromas de campos de trigo, de olivos y de mares...

Ese misterio de la edad que bajo esta noche de selva tropical, me hace quedarme dormido, acunado por la magia de ese mare nostrum, reconociéndome en él, mientras Maria del Mar Bonet canta Mercè...

jueves, 24 de septiembre de 2015

La viagra y el transporte de fèretros

Son las 11 de esta noche tropical. No logro dormir. Quizá sea el calor que -por fin- se ha adueñado de este rincón de la selva y nos hace partícipes conscientes de nuestros desvelos nocturnos. No lo sé. Pero, como no puedo conciliar el sueño, levanto la tapa de mi computadora, que se a convertido en improvisado equipo para todo, y deslizo mis dedos hasta el icono del spotify, Por alguna razón, aparece el correo automáticamente y alcanzo a ver el último spam de la noche: "Transporte de terrestre de féretros - Grandes descuentos". Vale, todos los días aparece un loco que roba direcciones y manda correos vendiendo viagra, otras veces llegan correos basura en chino, pero ¿transporte terrestre de féretros? ¿Cómo puede haber alguien tan desesperado como para programar su máquina bombardeadora de correos basura para que invite a semejantes cosas? Mientras lo leo, una sonrisa se dibuja en mi rostro al pensar en mis trámites recientes para el transporte de urnas funerarias de los omaguas ¿Habrá algún vínculo entre estos tesoros arqueológicos tornados en pesadilla burocrática y las máquinas estafadoras creadoras de correos basura? De pronto, el spotify comienza a sonar:

Oh Captain, what are we hiding from?
You've hiding from the star
Did some love steal your heart
or did the full moon make you mad?

y así, al azar, se sueltan las amarras, o quizá no es azar y simplemente suelto amarras del puerto donde dejé mis pensamientos y mis músicas hace unas horas y el barco de David Crosby me lleva lejos, hacia el interior de la noche, que quiere ahora sentirse fresca acompañada de una misteriosa brisa marina...

Oh Captain, why these speechless seas
that never come to land
oh I need to understand
Could a little light be that bad?

la noche y el mar de mis días, el mar verde de esta selva, el mar de estas ciudades, de estos tiempos absurdos que quieren enredar todo con leyes prefabricadas para mundos prefabricados donde no existe la curva y el antojo, donde no hay misterio y debajo siempre hay trampas, las únicas salidas posibles para hombres prefabricados por sus propias leyes, hombres se consumen a sí mismo en forma de objetos fútiles y caducos que creen que les van a llevar más allá, sin saber dónde es ese más allá ni porqué tienen que ir.

Me gustaría que llegase un gran vendaval e hiciese añicos tanto papel inútil y esclavizante, o que el viento soplase con rabia e hinchase con fuerza las velas de este barco y me llevara lejos, a alguna tierra donde no pidan papeles, donde la estupidez se corrija con condenas pedagógicas y la gente no piense en los demás mirándose en el espejo. Donde al final, lo único que importe sea el color de la luz de la luna en las hojas de los árboles y el canto incesable de los insectos...

Who guides this ship
dreaming through the seas
turning and searching
whichever way you please?

Quisiera ser yo el que guíe este barco, a pesar de que no me gusta ser capitán, quiero sacar esa fuerza de mí, agarrando con fuerza el timón para que gire brusco y caigan al agua todos los falsos piratas, esos que en su avaricia perdieron el romanticismo y quedaron tuertos de ambos ojos. Y sin embargo, no puedo dejar de preguntarme quién lleva el timón, quién guía este barco por estos extraños mares, sin viento, sin estrellas, sin olor a salitre y aventura...

 Shadown Captain, of a charcoal ship
Shadown Captain, of a charcoal ship...

(Los versos en cursiva son fragmentos de la canción "Shadow Captain" -Letra: David Crosby, Música: Craig Doerge, en el LP de Crosby, Stills & Nash CSN, 1977)

"Oh Capitan, ¿de qué nos escondemos/ tú has estado escondiéndote de las estrellas/ acaso algún amor te robó el corazón/ o fue la luna llena que te volvió loco?
Oh Capitan, ¿por qué estos mares calmos/ que nunca parecen llegar a tierra?/ hay algo que necesito entender/ ¿puede un poco de luz ser tan malo?
Quién guía este barco/ soñando a través de los mares/ girando y buscando/ por todos los lugares que te apetece?
Capitán Sombra, de un barco de carbón..."

domingo, 30 de agosto de 2015

Color en el blanco

Así lleva por título una bonita canción de Sergio Makaroff. Me la acaba de recordar una foto que me manda mi amigo Kiko, sonriente delante de casa, con el buzón repleto de propaganda, como el de Makaroff.

La verdad es que ya nadie escribe. Los buzones se llenan de propaganda de los supermercados, de las últimas ofertas del mes, de restaurantes, de cursos de idiomas a distancia y de mi y una tonterías más, pero ninguna carta. Ya ni los estados de cuenta del banco, ni el recibo de la luz. Los coleccionistas de filatelia han dejado de recortar sellos curiosos de sobres propios y ajenos y van a las oficinas de correos a comprar sellos nuevos para su colección. ¿Dónde quedó el romanticismo de las pequeñas cosas de la vida?

Escribir es romántico. Hasta el escribir un oficio de respuesta tiene su gracia y sabor, ese de crear el ambiente adecuado para responder, de elegir las palabras precisas. Hasta eso se está olvidando: jefes que contratan secretarias para que les redacte oficios que ellos sólo aprueban, memorándums escritos en versión telegrama e impresos en hojas tamaño mini-cuartilla, en los que se esconde un ahorro de palabras debajo de un ahorro del papel.

En nuestra cultura del dedo índice y el pulgar, nadie escribe. Nadie gasta papel, nadie empuña una pluma, ningunos dedos conocen de memora y sin intercesión de los ojos las tecas sonoras de una máquina de escribir o de un teclado. Mi casa no tiene buzón. No tengo casillero en la oficina de correos; triste es que las cartas entren por debajo de la puerta, pero más triste aún que no entren y el quicio se va atascado por la horrorosa propaganda.
Como triste es también que mi buzón de e-mail, el culpable acusado de matar a las cartas de papel, esté vacío de verdaderas cartas y sólo reciba telegrámas o correos automáticos que comienzan diciendo "do not reply" (no responda). No, ni siquiera en estos medios ecológicos la gente escribe. Todo se ha vuelto rápido y telegráfico: una foto, un guiño, un saludo con dos palabras mal escritas en un chat o en una red social. Un mensaje multimedia que hace daño a la vista. Una videollamada de 15 minutos. Un hola y una adiós fugaces. El eco del recuerdo de una breve conversación que se va apagando en nuestra cabeza según pasan las horas y los días.

Mi abuela decía que prefería las cartas a las llamadas de teléfono porque las primeras duraban más. Las podía guardar en un cajón en la mesita volverlas a leer de nuevo, descubriendo con cada nueva lectura nuevos matices, nuevos sentimientos. Ella sabía de la poesía y del romanticismo necesarios en nuestra vida para vivir felices y sanos. Ella sabía de la lentitud que da sabor y sazón a nuestras vidas, era conocedora de los peligros insípidos de una vida cocinada en olla exprés. Por eso hoy, que es domingo y el viento sopla lento en esta ciudad a orilla de un río que fluye a su ritmo, me hago a un lado del torbellino de mensajes en forma de palabras mutiladas e imágenes prestadas y, cuidando la ortografía y pensando cada palabra, dejo que los dedos baile armoniosamente sobre el teclado de este computador y hagan que surja una vez más la magia y el romanticismo, la poesía y la sal de esta vida cocinada, como debe ser, a fuego lento.

Ya van dos cartas enviadas hoy. No se si obtendré respuesta, no me importa. Sé que alguien las leerá, una, y luego otra vez, y luego otra más. Y en cada una de ellas descubrirá alguno nuevo, y en todas ellas se encontrará conmigo, como si todos los días me metiese en un sobre y llamase  a su puerta desde la saca de un cartero.

"I'm a-gonna wrap myself in paper,
I'm gonna daub my self with glue,
Stick some stamps on top of my head,
I'm gonna mail myself to you"

"Me voy a envolver en papel, me voy a aplicarme pegamento, me podré unos sellos encima de la cabeza, me voy a enviar por correo para ti" cantaba Woody Guthrie a sus hijos. Me uno a él.

A ver quién es el primero en abrir este sobre y escribir la respuesta.