El ir y venir luchando por las cosas más queridas, sin bien nos gasta las manos, nos deja abierta la vida.
- Víctor Jara

viernes, 24 de noviembre de 2017

Espíritu jaguar


Me piden que comente el libro. Qué comentar de un libro cuyas páginas se pasan solas suavemente, como las hojas de las palmas acá en al selva. Me siento y las páginas de libro se convierten en el fluir lento de las aguas del río que me atrapan y me acunan en ellas toda la noche. Si algo me transmite esta novela de Jennie Carrasco, es paz cuando cierro las últimas páginas. Quiero ahora pasarle la novela alguien. “Toma, léela, bebe de este natem, de este yagé. Escucha a los espíritus y escucha al tiempo.”

Debo reconocer que comencé este libro bajo el prisma del historiador, de que lleva ya años metido en estas selvas de la amazonía, aprendiendo entre culturas presentes y culturas pasadas, que siguen también presentes entre nosotros; pero poco a poco dejé de lado mis lentes científicas de investigador y crítico y me sumergí en la lectura y en la armonía de la narración de Jennie, en las vidas de Beatriz, de Nunkarit, de Doménico, de las mujeres omaguas y los espíritus de la selva, de las gentes de rostros anónimos en las calles del Quito colonial.

Ahora, cuando me siento a escribir, no puedo sino admirarme ante el profundo conocimiento de la autora en tantos y tantos temas: historia, antropología, mitología. Las páginas hablan de una persona que no sólo ha leído, sino que ha vivido y vive lo que escribe. Quiero preguntarle a la autora por sus fuentes, por los libros que ha leído, por los lugares donde le han contado historias, las aguas donde ha bebido y los lugares donde ha descansado sus noches: con qué detalle describe los primeros pasos de las misiones católicas en el oriente, la mirada del mundo shuar a éstas y el contraste terrible entre las dos civilizaciones. Pero también las vívidas imágenes de un Quito colonial, su conocimiento de botánica y medicina natural, su conocimiento de la mujer.

Creo ver dos elementos formando este relato: la mujer como semilla y origen de la vida en el mundo y ese tiempo circular donde pasado y presente se entrelazan continuamente en ese camino continuo que es la vida. La voz de Nunkarit es la voz de los antepasados, los mitos y los relatos de las ancianas; pero es también el aliento para seguir, la voz premonitoria de lo que puede suceder -y por desgracia sucede- si olvidamos cuál es la verdadera riqueza de estas selvas, dónde está su espíritu: los peligros del mal llamado progreso, del extractivismo están presentes en la voz tranquila de Nunkarit, una voz que sobrecoge cuando transmite también la terrible historia de los hombres y mujeres primordiales de estas selvas, y una voz sobre todo que invita al retorno.

Retorno, sí, y la esperanza en este retorno. La voz de Nunkarit y su familia, que es la voz de la autora y la voz de este libro, nos invita a regresar a aquellas aguas de la amazonía anteriores a la llegada de los hombres con barba y los sueños ishpingo y oro. Regresar a esa amazonía matriarcal, donde la mujer es símbolo de fuerza, de fertilidad, de humanidad – origen. Donde “la mano firme no golpea, sino que sirve para acariciar”; es también un retorno que se me antoja un corazonar, como diría Humberto Manturana, un camino para sanarse y volver al origen matríztico de nuestra humanidad.

Tiempo en espiral. Ríos. Y la mujer a través de la voz del natem-yagé-nunkarit recordándonos dónde está nuestro origen. El espíritu de jaguar que sigue presente entre las ramas de una selva que lucha por mantener vivo su espíritu. Está ahí, para todos los que lo quieran escuchar. Este libro nos invita precisamente a eso: a retornar a nuestro ser primigenio y escuchar.

He acabado de escribir esta nota literaria mirando en silencio los rostros de las shamanas en las urnas funerarias omaguas acá en el MACCO. Me llena de emoción que este libro esté sucediendo hoy aquí. Me asombra cómo este continuo hilo del tiempo amazónico nos junta y nos separa y nos hacer regresar para encontrarnos de nuevo en algún punto de nuestra historia y compartir los sueños de yagé. Siento que el relato del Jennie ha regresado hoy al lugar donde nació, la tierra de las omaguas, de las amazonas. No me queda más que doblar el papel de este pequeño esbozo y dejar que sea la voz de Jennie la que hable y nos comparta los secretos y sueños de su natem personal. Y después, invitarles a cada uno de ustedes a que beban en las páginas de este libro.

Quizá muchos de ustedes esperaban escucharme desgranar las páginas, la narración y los personajes de este libro. Créanme, lo he hecho. Cuando pasen las páginas de este libro se darán cuenta.

Álvaro Gundín.
Coca, 23 de noviembre de 2017

domingo, 12 de noviembre de 2017

Canción de madrugada

Fue en aquel café, en aquél rincón
dos platos y dos cervezas vacías
y la amena conversación
anclados sin prisa a dos sillas.

Fue cuando fui yo el que huyó
o cuando eras tú la que huías
siempre nos buscamos los dos
y siempre nos encuentra la vida

sentados, buscando en la luna el sol
buscando, esa otra vida soñada
bajo el manto que la noche tejió
en el que todo comienza y acaba.

La dialéctica borrachera ganó
luchas y sueños, y luchas y más palabras
que no se acabe la noche, por favor
que nadie apague la última luz de la sala.

Nadie me lo había y dicho y yo,
yo no sabía que hacer con tu mirada,
sin saber si querías decir adiós
o mostrarme todas tus madrugadas

salimos a la calle los dos
y alguien cantó una canción de Jara
esa que dice que él no volvió
que trabajaba en la fábrica.

Aires en la noche a revolución
y en el corazón una daga
que me recuerda que yo,
yo aún no sé jugar a las cartas.

En la esquina un taxi nos vio,
te dejé con un abrazo en casa
mientras la noche cambia el color
y la lluvia lavaba sin pausa la plaza

en el silencio de la casa me arropé
con mi lluvia y la canción y de Jara.
Me desperté a las cuatro y diez
sin saber quién es el que canta

y en las páginas gastas del block
arañé a a la noche estas palabras.
No se si son mi veinteavo poema de amor
o mi canción desesperada.