El ir y venir luchando por las cosas más queridas, sin bien nos gasta las manos, nos deja abierta la vida.
- Víctor Jara

jueves, 26 de julio de 2018

La misma lucha.

Compañera de batalla
en la lucha siempre,
en el hoy presente,
son tus calles mi almohada.
Son tus cantos aliciente
son los llantos de tu gente
mi entrega y mi esperanza
en un mundo que no entiende
que en su voz está la fuente,
y en la marcha la alborada.

Ten mis labios, mi voz quebrada,
que sean tus versos urgentes
pies que marchan, idea, y mente;
ten mi mano en la distancia,
que tus dedos en los míos se enreden
en un puño que se hace fuerte
compañera, camarada.

sábado, 14 de julio de 2018

¡¡Vacaciones!!

Cuaderno de vacaciones. Bastaban esas tres palabras para hacerme temblar. Era el mes de julio y sentía escalofríos y sudor helado sólo de pensar en eso. ¡10 meses encerrado entre libros y cuadernos de matemáticas, ortografía, inglés, historia, ciencias naturales y un largo etcétera de datos y fórmulas y cosas que no sabía para qué tenía que aprenderlas, y ahora quería que las repasase, que no las olvidase, que siguiera rodeado por ellas para estar a día cuando regresase septiembre! Horror.

Creo que sólo una vez me compraron uno de esos cuadernos y no recuerdo la razón. Creo que no pasé de la mitad de la primera página, y no se repitió la experiencia. Para mi suerte, soy hijo de maestra y sobrino de maestra, pero de esas maestras de verdad, de las que saben que saber sumar y restar es bueno, pero que hacer castillos de arena en la playa es igual de bueno y necesario que saber sumar y restar, de esas maestras que te cambian las matemáticas por un libro de Julio Verne y te manda a dar la vuelta al mundo bajo el sol de julio o te intrigan la lengua y el idioma y la poesía con títulos como Érase dos veces el barón Lamberto. ¿Érase dos veces? ¡Sí! ¡Dos veces!

Recuerdo a mi maestra Visi(tación) de lengua y literatura acabar el año, allá en 3º de ESO decirnos: "¿Qué vais a hacer en verano?". Silencio incómodo en el salón de clase. "Hagáis lo que hagáis, si podéis viajad, y no os olvidéis de llevar siempre con vosotros un libro". A instante tenía una fila de adolescentes arremolinados en torno a su escritorio solicitando los nombres de las mejores novelas para pasar un buen verano. Claro, que no todos leerían algún libro, pero por lo menos todos se iban bien recomendados y con una nota de papel que en lugar de asustar con títulos como "Cuaderno de vacaciones" intrigaba con títulos como "Alfanhuí", "Viaje al centro de la tierra", "La historia interminable", "La isla del tesoro", "Los santos inocentes", "El camino"...

Mis veranos de playa, de Julio Verne y Ray Bradbury y Miguel Delibes, mis veranos de lluvia en el norte de España visitando iglesias románicas, mis veranos hartándoles la paciencia a mi madre y a mi tía. Y es que eso es lo que tienen que hacer los niños: hartarles la paciencia a madres y padres y tíos y tías. No incluyo a los abuelos porque ellos tienen la labor de ser cómplices de los niños y luego reclamar a los padres. Y los padres, los padres y madres tiene que aguantar. Punto. Para eso están: para armarse de santa paciencia, e intentar leer un diario, o limpiar la casa, o cocinar, o arreglar relojes en el taller siempre con un ojo por encima de lo que estén haciendo para ver que hace el niño que está en casa porque está de vacaciones. Niños en casa leyendo, esperando que los adultos se desocupen y les lleven a pasear el fin de semana o los 15 en que papá y mamá pensaban que "serían libres", niños jugando en la calle, o sentados en una esquina en el taller o la oficina de papá cuando ya no había más remedio, desmontando un viejo reloj de cuerda inservible (ahora entiendo para qué los guardaban); niños peinaditos, entregados envueltos con lacito rojo a unos abuelos con serio y sonrisa debajo, por parte de unos padres con rostro urgente y ocupado.

Hoy, cuando salto del trabajo, cuando abro el internet, me encuentro con una inundación de afiches, de hojas volantes que ofrecen mil y un cursos vacacionales para niños de todas las edades, de 15 días, de un mes de duración, y veo las terribles filas, interminables, de madres que se pelean por un cupo para su hijos. Horror, horror. Estoy viendo aquellos cuadernos de vacaciones flotando en el aire. Siento el sudor frío. ¿No se dan cuenta de que son niños? ¿De que llevan 10 meses encerrados en un horario de 7 a 13, haciendo actividades dirigidas, con su vida programada al minuto y que, AHORA ESTÁN DE VACACIONES -CARAJO- PORQUE NECESITAN RECUPERAR SU LIBERTAD Y VIVIR?

No soy padre, pero soy de esos adultos que no han olvidado cómo era cuando eran niños. Así que déjenme hacer de abogado de esos diablos buenos que tienen en casa y les pida que no los lleven a ningún curso vacacional, que no los inscriban en ningún campamento ni les compren uno de esos horrorosos cuadernos de vacaciones, no los "metan en cajitas para que salgan todos igualitos". Ejerzan su papel de padres y aguanten. Aguántenles en casa, cómprenles una caja de crayones y un libro de colorear y entren en cólera cuando pinten algo más que el libro, cómprenles papel y tela y unas tijeras de punta roma, un libro que tenga piratas y dinosaurios y mundos imposibles y escuchen, o hagan que escuchan cuando su hijo les interrumpa para contarles qué está leyendo (ay de ustedes si no les cuenta)  y sí, echen mano de abuelos y abuelas, de primos y tíos y tías desocupados, de la vecina buena persona y cuando salgan del trabajo, dejen su vida social a un lado y váyanse al parque con los niños, llévenlos a algún cine de verano, a la piscina, al campo los fines de semana.

Ahorrense las filas y las peleas por cupos en cursos vacacionales y campamentos. Vivirán más felices. Prometido.

Generaciones de Star Trek

Generaciones, sí. No es la última serie de la franquicia. Es una expresión: son ya muchas las generaciones que hemos crecido o que nos hemos encontrado con Star  Trek en algún momento. Cada una guardamos nuestro recuerdo de infancia, adolescencia, o de algún momento de nuestra vida adulta: nuestra serie, nuestra película, aquel actor, aquella escena. Cuando volvemos la vista atrás sonreímos con nostalgia, cuando nos centramos en el presente descubrimos ese mundo aún vivo, aún creciendo, escribiendo nuevos futuros tallados en nuestros huesos; cuando soñamos el futuro, lo vivimos.

Mis primeros paseos por ese futuro en el que "viajaría a donde ningún hombre ha llegado antes" tuvieron lugar en mi infancia, allá en a década de 1980, cuando unos actores ya curtidos decidieron volver a subirse a una nave llamada Enterprise y surcar una pantalla algo más grande que la de aquellos televisores de los años 60 del siglo XX. De niño disfrute con las aventuras, y de adolescente y adulto empecé a quedarme boquiabierto con la profundidad que había en aquellos guiones de televisivos o cinematográficos de una producción de ciencia-ficción.

En un mundo, en una época en que la ciencia ficción se nos vendía como puro entretenimiento, aventura y fantasía pulp, extaterrestres invasores y mundos imposibles, o quizá como un tediosos tratado de ciencia y filosofía para bichos raros que fantaseaban con leyes físicas todavía imposibles, Star Trek venía a hacernos aterrizar en la tierra, a plantarnos cara a cara con nuestros miedos, con nuestros retos diarios, con los dilemas y decisiones sociales, políticas, humanas que, como seres humanos, debemos enfrentar día a día. Envuelto en ese papel de celofán de cables y luces de colores, de un futuro donde todo es posible (porque en el futuro caben siempre todas las posibilidades) los guionistas de Star Trek encontraron un modo de topar temas que en otro contexto hubieran sido incómodos, "políticamente incorrectos" o aburridos. De algún modo, con la habilidad y sabiduría de buenos tejedores construyeron un universo lleno de historias tan humanas y tan cercanas a nosotros mismos que parecieran fragmentos de nuestra vida, colocados por arte de magia, o deberíamos decir "arte de ciencia" en un lugar y un tiempo donde todas las opciones podían ser consideradas y todas las decisiones podían ser tomadas. Durante interminables minutos nos mantuvieron pegados al televisor pendientes de la intriga o la acción más trepidante para luego mandarnos a la cama con una sonrisa y un pensamiento reflexivo en nuestra mente. Estoy seguro de que a más de uno se le abrieron los ojos y en la oscuridad del cuarto, tendidos boca arriba en la cama, las estrellas y el futuro posible se perfilaron sobre el techo de la habitación, hablando con claridad y sinceridad de lo que somos, de lo que podríamos y podemos ser.

Le dí al play de Star Trek: La nueva generación como un fan más que quería desconectar de la rutina diaria al menos durante 45 minutos al día. Después de tres o cuatro episodios, boquiabierto, quería seguir viendo la serie, más y más, como uno de esos libros mágicos que uno devora página tras página hasta al final, a veces esperando al día siguiente, leyendo con calma, releyendo cada página, saboreando la poesía lentamente para que el libro dure más, reposando los posos en el interior cada noche después de una ávida y placentera lectura. Y no podía, no, no podía dejar de sorprenderme de la libertad y la fuerza con que todas esas historias hablaban de mi mismo, de mi vida, de los problemas y las soluciones de este mundo nuestro, de las relaciones humanas, de los desafíos de la tecnología, del coraje de estar solos en nuestro mundo y de aventurarnos y atrevernos a averiguar que realmente no lo estamos.

Ahora, 7 meses después, he terminado el libro y quiero volver atrás las páginas, buscando éste o aquel pasaje en algún capítulo, y lo atesoro como un buen libro que algún día volveré a leer, seguro. 7 meses después, terminada la serie también sé que no voy a vestirme con trajes futuristas y comprar un pin con la insignia de la serie, que no voy a saludar a nadie en Vulcano ni voy a estudiar klingon. Eso es sólo el barniz que cubre la superficie. Pero si le voy a decir a más de uno: mira Star Trek, sácate tus prejuicios a cerca de la validez o calidad de la ciencia ficción, de la fantasía, colocate esos lentes tuyos que usas cuando quieres ver bien y no perder detalle, y déjate llevar, hacia el espacio, hacia lo que somos y podríamos ser, y seremos, sí, seremos.

miércoles, 11 de julio de 2018

Las estrellas

Cómo podría pensar en dormir
cuando las estrellas han fijado el curso
y en la noche se trazan los sueños:
el futuro brilla en los ojos,
dentro late el baile secreto
antes del jardín, todavía sin miedos.

Si pudiera subirme a lo alto
de ese ceibo que acaricia los cielos,
si pudiera sentarme a tu lado
y contarte del mar los secretos,
¿no querrías yacer a mi lado
con los ojos abiertos al cielo?

¿No querrías sentir que has soñado
y compartir con mis ojos tus sueños?

Verde

Verde selva
de río serpiente
de ojos negros
de rostros tersos
pintados al verte.

Verde selva
de ascuas en vela
fuegos en la noche
hechizo del bosque
pintado de estrellas.

Verde selva
de las mil lenguas
de cadencioso verso
de rojo intenso
y luna argéntea.

Verde selva
de pies danzantes
canción de ancestros
jaguar guerrero
y la mujer ave.

Verde selva...
como el poeta, verde
y el verde trigo
así te siento, así te miro,
te quiero verde.