El ir y venir luchando por las cosas más queridas, sin bien nos gasta las manos, nos deja abierta la vida.
- Víctor Jara

sábado, 14 de julio de 2018

¡¡Vacaciones!!

Cuaderno de vacaciones. Bastaban esas tres palabras para hacerme temblar. Era el mes de julio y sentía escalofríos y sudor helado sólo de pensar en eso. ¡10 meses encerrado entre libros y cuadernos de matemáticas, ortografía, inglés, historia, ciencias naturales y un largo etcétera de datos y fórmulas y cosas que no sabía para qué tenía que aprenderlas, y ahora quería que las repasase, que no las olvidase, que siguiera rodeado por ellas para estar a día cuando regresase septiembre! Horror.

Creo que sólo una vez me compraron uno de esos cuadernos y no recuerdo la razón. Creo que no pasé de la mitad de la primera página, y no se repitió la experiencia. Para mi suerte, soy hijo de maestra y sobrino de maestra, pero de esas maestras de verdad, de las que saben que saber sumar y restar es bueno, pero que hacer castillos de arena en la playa es igual de bueno y necesario que saber sumar y restar, de esas maestras que te cambian las matemáticas por un libro de Julio Verne y te manda a dar la vuelta al mundo bajo el sol de julio o te intrigan la lengua y el idioma y la poesía con títulos como Érase dos veces el barón Lamberto. ¿Érase dos veces? ¡Sí! ¡Dos veces!

Recuerdo a mi maestra Visi(tación) de lengua y literatura acabar el año, allá en 3º de ESO decirnos: "¿Qué vais a hacer en verano?". Silencio incómodo en el salón de clase. "Hagáis lo que hagáis, si podéis viajad, y no os olvidéis de llevar siempre con vosotros un libro". A instante tenía una fila de adolescentes arremolinados en torno a su escritorio solicitando los nombres de las mejores novelas para pasar un buen verano. Claro, que no todos leerían algún libro, pero por lo menos todos se iban bien recomendados y con una nota de papel que en lugar de asustar con títulos como "Cuaderno de vacaciones" intrigaba con títulos como "Alfanhuí", "Viaje al centro de la tierra", "La historia interminable", "La isla del tesoro", "Los santos inocentes", "El camino"...

Mis veranos de playa, de Julio Verne y Ray Bradbury y Miguel Delibes, mis veranos de lluvia en el norte de España visitando iglesias románicas, mis veranos hartándoles la paciencia a mi madre y a mi tía. Y es que eso es lo que tienen que hacer los niños: hartarles la paciencia a madres y padres y tíos y tías. No incluyo a los abuelos porque ellos tienen la labor de ser cómplices de los niños y luego reclamar a los padres. Y los padres, los padres y madres tiene que aguantar. Punto. Para eso están: para armarse de santa paciencia, e intentar leer un diario, o limpiar la casa, o cocinar, o arreglar relojes en el taller siempre con un ojo por encima de lo que estén haciendo para ver que hace el niño que está en casa porque está de vacaciones. Niños en casa leyendo, esperando que los adultos se desocupen y les lleven a pasear el fin de semana o los 15 en que papá y mamá pensaban que "serían libres", niños jugando en la calle, o sentados en una esquina en el taller o la oficina de papá cuando ya no había más remedio, desmontando un viejo reloj de cuerda inservible (ahora entiendo para qué los guardaban); niños peinaditos, entregados envueltos con lacito rojo a unos abuelos con serio y sonrisa debajo, por parte de unos padres con rostro urgente y ocupado.

Hoy, cuando salto del trabajo, cuando abro el internet, me encuentro con una inundación de afiches, de hojas volantes que ofrecen mil y un cursos vacacionales para niños de todas las edades, de 15 días, de un mes de duración, y veo las terribles filas, interminables, de madres que se pelean por un cupo para su hijos. Horror, horror. Estoy viendo aquellos cuadernos de vacaciones flotando en el aire. Siento el sudor frío. ¿No se dan cuenta de que son niños? ¿De que llevan 10 meses encerrados en un horario de 7 a 13, haciendo actividades dirigidas, con su vida programada al minuto y que, AHORA ESTÁN DE VACACIONES -CARAJO- PORQUE NECESITAN RECUPERAR SU LIBERTAD Y VIVIR?

No soy padre, pero soy de esos adultos que no han olvidado cómo era cuando eran niños. Así que déjenme hacer de abogado de esos diablos buenos que tienen en casa y les pida que no los lleven a ningún curso vacacional, que no los inscriban en ningún campamento ni les compren uno de esos horrorosos cuadernos de vacaciones, no los "metan en cajitas para que salgan todos igualitos". Ejerzan su papel de padres y aguanten. Aguántenles en casa, cómprenles una caja de crayones y un libro de colorear y entren en cólera cuando pinten algo más que el libro, cómprenles papel y tela y unas tijeras de punta roma, un libro que tenga piratas y dinosaurios y mundos imposibles y escuchen, o hagan que escuchan cuando su hijo les interrumpa para contarles qué está leyendo (ay de ustedes si no les cuenta)  y sí, echen mano de abuelos y abuelas, de primos y tíos y tías desocupados, de la vecina buena persona y cuando salgan del trabajo, dejen su vida social a un lado y váyanse al parque con los niños, llévenlos a algún cine de verano, a la piscina, al campo los fines de semana.

Ahorrense las filas y las peleas por cupos en cursos vacacionales y campamentos. Vivirán más felices. Prometido.

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