El ir y venir luchando por las cosas más queridas, sin bien nos gasta las manos, nos deja abierta la vida.
- Víctor Jara

domingo, 31 de diciembre de 2017

El sendero

Desembarcan a diario. Bajan de un avión, nerviosos, expectantes; curiosos y maravillados también. Ya antes de bajar del avión exclaman sus "¡oh!" y sus "¡ah!" mientras miran por la ventana señalando la exuberancia verde allá abajo, tomándose a escondidas la selfie con su compañero o compañera.

El sol o quizá la lluvia tropical les da la bienvenida. Bajan de avión rápido, buscando el código adecuado entre la gente que espera en el terminal mientras sienten como su ropa se humedece y se pega al cuerpo. Ha comenzado realmente el juego. Es como uno de esos reallity shows: baje del avión, coja su maleta, rápido, localice al guía y súbase a la buseta. Primera etapa superada. La buseta cierra sus puestas con precisión y se lanza a gran velocidad por las calles de tráfico desordenadas de una ciudad tropical que ellos apenas alcanzan a vislumbrar. Cuando se detiene, están ya en el parqueadero de un hotel, alguien les indica dónde pueden dejar el equipaje y dónde les espera un pequeño refrigerio antes de seguir viaje. Dejan la maleta en el lugar adecuado, la palpan, aseguran los cierres de cordón de la mochila, la funda protectora impermeable, abren uno o dos bolsillos laterales para comprobar que todo lo que estaba en la lista está ahí. Luego, toman el sánduche y el vaso de jugo y se pasean tranquilamente por la sala de espera del hotel unos repasan el folleto con las instrucciones, ese que tiene varias líneas que comienzan siempre don "Don't touch" o "Be aware". Otros miran hacia el paso que lleva al embarcadero, donde unos destellos anuncian el río y la aventura a punto de comenzar. Ansiosos, se dan la vuelta y miran en la otra dirección: allá a través del cristal de la puerta del hotel, en la acera de enfrente de la calle adoquinada, una mujer gorda, de aspecto no muy aseado, atiende su carrito multicolor vendiendo algo a los paseantes. Será el único contacto con la ciudad y la vida. Saben que no pueden cruzar hasta allí, la calle es esa línea de seguridad donde el really show termina y comienza ese otro terreno demasiado real, donde ningún guía, ni ningún seguro, ninguna agencia deviajes les cubre ni garantiza nada. Ella atiende su carrito tranquila. Sabe de ellos dentro del hotel, pero no son ni serán sus clientes, y lo sabe también.

El guía aparece de nuevo, pidiéndoles que saquen únicamente las cámara de fotos, ponchos de agua, protectores solares y contra insecto y algún otro objeto personal pequeño que crean necesario para la travesía: el resto del equipaje será embarcado ahora mismo y no lo podrán abrir hasta su llegada al Lodge. Apuran los sáncuches y el jugo, repasan los bolsillos de su chaleco de explorador y su pantalón safari, se cuelgan al cuello cámaras de fotos y se aplican nuevas y apuradas bases de protector en el rostro. Les llevan con paso ligero pero precavido hasta el muelle, donde les entregan chalecos salvavidas y les sientan ordenadamente en el bote. Sueltan a amarras, y sobre el equilibrio del agua, se van lentamente río abajo, selva adentro.

Antes de que el bote acelere su marcha y el ruido del motor fuera-borda ensordezca las palabras del guía, éste les da una nueva bienvenida y les explica la travesía, lo que van a ver, las paradas que se harán para que puedan observar los detalles y disfrutar de la aventura, a continuación, les lee de nuevo la lista de "Don't touch" y "Be aware". Ellos se inclinan hacia un lado y otro del bote, mirando su reflejo en el agua del río, temerosos a sacar las manos y desobedecer las indicaciones precisas del guía. Parecen los expedicionarios de aquel viaje por la selva jurásica, caminando sin poder salirse del sendero artificial trazado para ellos, sin poder tocar nada, expectantes ante la caza del dinosaurio, en aquel cuento de Ray Badbury: si tocan algo podría suceder la peor de las catástrofes.

Ellos seguirán así toda la semana. Caminando sin salirse del sendero, temerosos a tocar o pisar algo y ser responsables de un daño irremediable a la selva, al mundo, totalmente ausentes a la acción depredadora del hombre, esa que más allá de la selva cuidada como jardín que rodea su Lodge, devasta bosques, abre caminos, saca madera, extrae petróleo y deja un rastro desértico y muerto tras de si. La industria y el llamado progreso es el asustado cazador de dinosaurios que se salió del camino y pisó la mariposa, y no ellos, pero nadie se lo dirá. Es mejor mantener el reallity. Atrás queda también la ciudad, esa que vive entre bocanadas de aire puro de la selva y bocanadas de humo negro de los mecheros gigantes que queman el gas del petróleo como ejemplo viviente de las llamas de infierno presentes en los confines del mundo y cada vez más dentro de él.

La ciudad. Una ciudad que fue un campamento, una hacienda, un pedazo arrebatado al tiempo y a la cordura, construido con el miedo de quien no quiere reconocer que se salió del sendero y decidió tapar este y sus errores con otro sendero que no sabe bien dónde le conducirá. Después de 50 años se ha dado se ha dado cuenta de su error y trata de enmendarlo: hay que volver a pintar el verde en la orilla. Basta de charcos negros de crudo, basta de aceites y hierros oxidados, de caminos de lodo como trampas pegajosas, de gentes con la casa siempre a cuestas, de casas prefabricadas y provisionales. Hay que echar raíces acá. Hay que lograr esa necesaria simbiosis con la naturaleza: ella nos salvará.

Quizá es ilusión. Quizá se han dado cuenta demasiado tarde y ya no se pueden curar las heridas echas hace décadas. Pero lo intentan. No están dispuestos a irse, a cortar el miembro para parar la gangrena, porque ahora saben que el miembro no es un árbol sino una parte de su propio cuerpo humano. Siembran nuevos árboles. Lo hacen con palabras sobre el papel: turismo, turismo sostenible, ecología, naturaleza, buen vivir. De pronto las calles se adoquinan, los árboles de todos los parque se visten de luces y colores aunque no sea fiesta ni navidad, y por doquier aparecen carpas de ferias donde vender las maravillas de esta tierra: su gastronomía, sus hermosos parajes, su historia, las bondades de su clima. De pronto, cascadas, playas de río, aves de colores, vasijas precolombinas, todo tiene precio, todo se vende, todo tiene un potencial turístico-económico. La mesa está servida y las puertas abiertas. El mesero espera con la bandeja y la servilleta en en un brazo y la máquina para tarjetas de crédito en la otra. Todos esperan ver llegar los nuevos petrodólares, ahora más verdes que nunca, convertidos en turísticos ecodólares que salvarán a la ciudad de su fin. Y los turistas llegan, sí llegan agitando su banderines verdes y desaparecen como la anaconda aguas abajo en el sinuoso río, en la ciudad poco o nada deja su breve presencia. Pasan de largo, mirando de lejos los puestos artesanías, inquietos, nerviosos esperando en el barco que les saque de esa escala forzosa.

En las paredes pintadas hace mucho de algún edificio oficial, tiene lugar la enésima reunión para analizar el problema y atraer de una vez al turista. Tiene que venir y quedarse en la ciudad, así sea por obligación. Hagamos una ley, un nuevo impuesto. Carpetazo y resolución en trámite. El mesero, impasible en la puerta de hotel otea el viento y acaba dejando la bandeja y echando la persiana metálica del restaurante para desaparecer por las calles desiertas de la ciudad. Un sábado o un domingo, la ciudad está desierta. Sus ciudadanos se han ido a algún río, alguna finca, o están encerrados en sus casas sudando frente al televisor o el estéreo, dormitando sobre su propio día a día, disfrutando de su sagrado fin de semana. ¿Y los turistas? Los turistas siguen huyendo de una ciudad fantasma que sigue sin reconocer que primero debe ser ciudad para poder atraer al extranjero, que sus restaurantes arreglados y bien puestos, que su malecón limpio, sus museos, parques recreativos, cines y teatros, barcos para pasear por el río y cantos tradicionales deben ser primero para quienes viven en la ciudad, que es necesario quererse y querer vivir bien para que otros les quieran. La ciudad no se vende. No ha aprendido a venderse. Sigue vendiendo un producto prefabricado a los posibles turistas, sigue debatiéndose entre el cambio y la continuidad de un estilo de vida de pueblo, donde el tiempo pasa y las tradiciones se arraigan y la oficina de turismo cierra los fines de semana y festivos.

Los turistas siguen circulando por el sendero. Un sendero que no comienza en la espesura de la selva y sus sinuosos ríos. El discurre también dentro de la misma ciudad, en forma de buseta, se sala de espera, para no salirse, para no perturbar el sueño eterno de una ciudad que nunca fue y no es, a orillas de un río que se pregunta si el ruido ganará a la armonía de la selva, o si el silencio total y el olvido apagará el ruido.

lunes, 25 de diciembre de 2017

Sonidos del 2017

Se acaba el año y hago recuento de los discos que me han acompañado estos meses. Cada canción un momento, un recuerdo, una emoción. Me quedo con estos:


David Crosby: Sky Trails (BMG)

John Mayer: The Search for Everything (Columbia)

  Natalia Lafourcade: Musas (Sony)
 
Becca Stevens: Regina (GroundUP)

Silvia Pérez Cruz: Vestida de nit (Universal)

Pablo Guerrero: Mundos de andar por casa (Warner)

Perotá Chingó: Aguas (Tai)

Emily Saliers: Murmuration Nation (MRI)

Stills & Collins: Everybody Knows (Wildflower/ Cleopatra)

Michael McDonald: Wide Open (Chonin/ BMG)

Rozalén: Cuando el río suena... (Sony)

Ismael Serrano: 20 años. Hoy es siempre (Sony)

Natalie Merchant: Butterfly (Nonesuch)

Chris Hillman: Bidin' My Time (Rounder)

sábado, 23 de diciembre de 2017

Luna

Puma, puma,
río, selva,
luna.
Puma, puma,
río, selva,
luna.

Sopla el viento
de la raíz-tiempo
el espíritu llama

Suenan tambores
rompen los remos
Napo hoy-mañana

Puma, puma,
río, selva
luna.

Brillan colores
el rostro fusiones
en el suelo las danzas

El hechicero canta
el barro crece y cambia.
los monos aúllan

Puma, puma
río, selva
luna.
Puma, puma,
río, selva,
luna.

El bejuco hacia el cielo
los ojos del tiempo
las estrellas hablan

Puma, puma,
río, selva,
luna

De pronto, el silencio
el río - el tiempo;
se oye un quebranto:

Puma, puma
río, selva,
río, selva...
¡Luna!
 

sábado, 9 de diciembre de 2017

Hey baby

Qué sabía yo
cuando en la piel se agitaban
los vellos y en la espalda
un relámpago saltaba
desde el fuego interior.

Qué sabía yo
cuando los minutos ardían
y mis dedos latían
sobre tu pecho desnudo
entre llamas de tibio sudor.

No es extraño
que aún quiera decir
otro hey baby,
que aún quiera sentir
la pasión entre mis dedos
tu calor quemando por dentro
un minuto sin aliento
otro hey baby...

Qué sabía yo
el amor tiene dos caras
una enciende y otra apaga
los fuegos, pasiones, llamas
realidad o vana ilusión.

Qué sabía yo
cuando nos quitamos la máscara
y ocultamos nuestra cara:
no hay cómo esconder el alma
es más fuerte que el pudor.

Y sin embargo aún,
aún quiero gritar otro
hey baby
aún quiero sentir
la pasión entre mis dedos
tu calor quemando por dentro
un minuto sin aliento
otro hey baby...

Qué sabía yo
de las arenas del desierto
de la soledad del viento
del coraje que hace falta
para poder decir adiós

Qué sabía yo
de las lágrimas lloradas
de tus ojos llenos de escarcha
son mis miedos o las lágrimas
los que apagan mi luz.

Qué sabía yo
del tiempo que es tan lento
qué sabía yo...

Sólo se que mientras espero
aún quiero gritar otro
hey baby
aún quiero sentir
la pasión entre mis dedos
tu calor quemando por dentro
un minuto sin aliento
otro hey baby...

viernes, 24 de noviembre de 2017

Espíritu jaguar


Me piden que comente el libro. Qué comentar de un libro cuyas páginas se pasan solas suavemente, como las hojas de las palmas acá en al selva. Me siento y las páginas de libro se convierten en el fluir lento de las aguas del río que me atrapan y me acunan en ellas toda la noche. Si algo me transmite esta novela de Jennie Carrasco, es paz cuando cierro las últimas páginas. Quiero ahora pasarle la novela alguien. “Toma, léela, bebe de este natem, de este yagé. Escucha a los espíritus y escucha al tiempo.”

Debo reconocer que comencé este libro bajo el prisma del historiador, de que lleva ya años metido en estas selvas de la amazonía, aprendiendo entre culturas presentes y culturas pasadas, que siguen también presentes entre nosotros; pero poco a poco dejé de lado mis lentes científicas de investigador y crítico y me sumergí en la lectura y en la armonía de la narración de Jennie, en las vidas de Beatriz, de Nunkarit, de Doménico, de las mujeres omaguas y los espíritus de la selva, de las gentes de rostros anónimos en las calles del Quito colonial.

Ahora, cuando me siento a escribir, no puedo sino admirarme ante el profundo conocimiento de la autora en tantos y tantos temas: historia, antropología, mitología. Las páginas hablan de una persona que no sólo ha leído, sino que ha vivido y vive lo que escribe. Quiero preguntarle a la autora por sus fuentes, por los libros que ha leído, por los lugares donde le han contado historias, las aguas donde ha bebido y los lugares donde ha descansado sus noches: con qué detalle describe los primeros pasos de las misiones católicas en el oriente, la mirada del mundo shuar a éstas y el contraste terrible entre las dos civilizaciones. Pero también las vívidas imágenes de un Quito colonial, su conocimiento de botánica y medicina natural, su conocimiento de la mujer.

Creo ver dos elementos formando este relato: la mujer como semilla y origen de la vida en el mundo y ese tiempo circular donde pasado y presente se entrelazan continuamente en ese camino continuo que es la vida. La voz de Nunkarit es la voz de los antepasados, los mitos y los relatos de las ancianas; pero es también el aliento para seguir, la voz premonitoria de lo que puede suceder -y por desgracia sucede- si olvidamos cuál es la verdadera riqueza de estas selvas, dónde está su espíritu: los peligros del mal llamado progreso, del extractivismo están presentes en la voz tranquila de Nunkarit, una voz que sobrecoge cuando transmite también la terrible historia de los hombres y mujeres primordiales de estas selvas, y una voz sobre todo que invita al retorno.

Retorno, sí, y la esperanza en este retorno. La voz de Nunkarit y su familia, que es la voz de la autora y la voz de este libro, nos invita a regresar a aquellas aguas de la amazonía anteriores a la llegada de los hombres con barba y los sueños ishpingo y oro. Regresar a esa amazonía matriarcal, donde la mujer es símbolo de fuerza, de fertilidad, de humanidad – origen. Donde “la mano firme no golpea, sino que sirve para acariciar”; es también un retorno que se me antoja un corazonar, como diría Humberto Manturana, un camino para sanarse y volver al origen matríztico de nuestra humanidad.

Tiempo en espiral. Ríos. Y la mujer a través de la voz del natem-yagé-nunkarit recordándonos dónde está nuestro origen. El espíritu de jaguar que sigue presente entre las ramas de una selva que lucha por mantener vivo su espíritu. Está ahí, para todos los que lo quieran escuchar. Este libro nos invita precisamente a eso: a retornar a nuestro ser primigenio y escuchar.

He acabado de escribir esta nota literaria mirando en silencio los rostros de las shamanas en las urnas funerarias omaguas acá en el MACCO. Me llena de emoción que este libro esté sucediendo hoy aquí. Me asombra cómo este continuo hilo del tiempo amazónico nos junta y nos separa y nos hacer regresar para encontrarnos de nuevo en algún punto de nuestra historia y compartir los sueños de yagé. Siento que el relato del Jennie ha regresado hoy al lugar donde nació, la tierra de las omaguas, de las amazonas. No me queda más que doblar el papel de este pequeño esbozo y dejar que sea la voz de Jennie la que hable y nos comparta los secretos y sueños de su natem personal. Y después, invitarles a cada uno de ustedes a que beban en las páginas de este libro.

Quizá muchos de ustedes esperaban escucharme desgranar las páginas, la narración y los personajes de este libro. Créanme, lo he hecho. Cuando pasen las páginas de este libro se darán cuenta.

Álvaro Gundín.
Coca, 23 de noviembre de 2017

domingo, 12 de noviembre de 2017

Canción de madrugada

Fue en aquel café, en aquél rincón
dos platos y dos cervezas vacías
y la amena conversación
anclados sin prisa a dos sillas.

Fue cuando fui yo el que huyó
o cuando eras tú la que huías
siempre nos buscamos los dos
y siempre nos encuentra la vida

sentados, buscando en la luna el sol
buscando, esa otra vida soñada
bajo el manto que la noche tejió
en el que todo comienza y acaba.

La dialéctica borrachera ganó
luchas y sueños, y luchas y más palabras
que no se acabe la noche, por favor
que nadie apague la última luz de la sala.

Nadie me lo había y dicho y yo,
yo no sabía que hacer con tu mirada,
sin saber si querías decir adiós
o mostrarme todas tus madrugadas

salimos a la calle los dos
y alguien cantó una canción de Jara
esa que dice que él no volvió
que trabajaba en la fábrica.

Aires en la noche a revolución
y en el corazón una daga
que me recuerda que yo,
yo aún no sé jugar a las cartas.

En la esquina un taxi nos vio,
te dejé con un abrazo en casa
mientras la noche cambia el color
y la lluvia lavaba sin pausa la plaza

en el silencio de la casa me arropé
con mi lluvia y la canción y de Jara.
Me desperté a las cuatro y diez
sin saber quién es el que canta

y en las páginas gastas del block
arañé a a la noche estas palabras.
No se si son mi veinteavo poema de amor
o mi canción desesperada.

sábado, 14 de octubre de 2017

Te quiero libre

Libre, te quiero libre,
libre casa,
libre viento,
libre corazón ardiendo.

Libre, te quiero libre,
libres labios,
libres besos,
libre latir en tu pecho.

Libre, te quiero libre.
libres lágrimas
libres anhelos
libres ojos sin miedo.

Libre, te quiero libre
libre manos
libres sueños
libres pies sin dueño.

Libre, quiérete libre
libre por fuera
libre por dentro
libre en tu hogar y tu cuerpo.

domingo, 8 de octubre de 2017

Bienvenida Sara

Aún duermes Sara
envuelta en suaves mantas
en el el abrazo arropada
tu cabeza apoyada en el regazo
de una luna que te canta.

Aún duermes Sara
cuando despiertes ella
estará sobre ti inclinada
mirándote con dos estrellas
tú eres la tierra hoy, Sara.

Eres el barro de la mocahua
el espíritu del sol reencarnado
el viento nuevo del samay
luz nueva para tu tiempo nuevo,
eres de la vida raíz y savia.

Aún duermes Sara
cuando te miro brotan lágrimas:
alegría contenida en mi alma
mis labios besan tu frente,
eres la renovada esperanza.

Y ella a tu lado la valentía,
la decisión, la constancia,
contra el mundo rebeldía,
un canto de puro amor
que arde con fuerza y canta:

los arruyos, Sara.
los amores, Sara,
los cánticos y mantras,
voz de las voces quebradas
cantos de lucha que aman.

Aún duermes Sara.
Déjame que te cuente
que habrá noches oscuras y claras
pero siempre cuando despiertes
el mundo tendrá tu luz, Sara.

sábado, 7 de octubre de 2017

Fuego interior

Vives en el fuego
en tus ojos, luego
en el vivo anhelo
por beber del agua.

Vives en el misterio
en el azar, el juego
de tu azorado pecho
que busca la calma.

Vives en el momento
arañas el tiempo
fugitivo sin remedio,
raudo se escapa.

Miras el firmamento
buscando el consuelo,
mejor busca adentro
encontrarás galaxias,

algo en ti creciendo,
flores imposibles floreciendo
alas precisas rompiendo
la tela de tu crisálida.

Vives viviendo
vuelas riendo
sueñas...
tu propia vida labras.

Caminos celestes

Tiene 76 años. Comenzó su carrera en aquellos años 60 del siglo XX: resurgimiento de la música folk en Estados Unidos, pacifismo, generación hippie. Fue parte de aquella revolución musical y cultural: folk-rock, comunas, Woodstock. Parte también las voces de una generación: un puñado de canciones-protesta, himnos generacionales que siguen resonando. Luego llegaron los años de excesos y el infierno de las drogas... La odisea personal de David Crosby es tal, que es por desgracia más famosa que su música. Seguramente, si hace 50 años le hubiesen preguntado si se imaginaba todavía haciendo música 50 años después, hubiera soltado una carcajada y luego dicho que no.

Y sin embargo, por encima de todos su avatares personales, eso es precisamente lo que se ha mantenido: la música. El propio David Crosby se pregunta porqué. Porqué después de una vida de excesos, de ver como amigos compañeros generacionales se han ido yendo (Janis Joplin, Jimi Hendrix, Jerry García, Paul Kantner, ...), el sigue aquí, con la musa en plena efervescencia creadora y su voz guardando los tonos dorados de la vejez para sorprenderle incluso a él mismo.

No tiene respuesta a esas preguntas. Por eso, da las gracias y hace lo único que sabe hacer: música, canciones, discos. Nuevas canciones. Nuevos discos. Porque tampoco es hombre anclado a un pasado de éxitos. Ha estado en un par de grupos con los que alcanzó la fama y vendió millones (The Byrds, Crosby, Stills, Nash & Young) pero él nunca ha escrito ningún éxito. "Yo escribo esas canciones raras" dice. Graba música simplemente porque siente necesidad de compartirla: "aquí están mis nuevas canciones, me importa una mierda si les gustan a alguien o no, el que quiera, que escuche". decía hace un año. Y graba música "nueva": sigue buscando nuevos sonidos, nuevas colaboraciones. Esas nuevas colaboraciones son sin lugar a dudas parte de la magia de sus últimos discos: James Raymond -músico productor- un hijo dado en adopción a principios de los 60, reencontrado con su padre biológico 30 años después para comenzar una extraordinaria colaboración musical que dura ya dos décadas; Snarky Puppy, un grupo de Jazz fusión descubierto por Youtube y promocionado por Twitter con el que terminar grabando discos; el jazz, los territorios sin explorar en su bagaje musical.

Todos los músicos en la banda de David Crosby soy hoy más jóvenes que él. Algunos podrían ser incluso sus hijos. Y él, que mantiene vivo ese espíritu comunal de la era hippie les invita a que escriban canciones con él, a que desarrollen sus ideas en el disco, a que produzcan. "Cuando compones con otras personas es como si en tu paleta se multiplicaran los colores con los que puedes pintar. Es algo maravilloso".

De esos colores han surgido 3 discos en los últimos cuatro años. El último, Sky Trails (Caminos Celestes) se acaba de publica a finales de septiembre, y es la muestra última y perfecta de ese universo de colaboraciones e intercambios que hecha sus raíces en esos años comunitarios de la década de 1960: es un álbum ecléctico: hay jazz, folk, ritmos flamencos, rock... Canciones protesta, baladas románticas, himnos filosóficos, temas de denuncia social, introspecciones. Nueve canciones nuevas y una versión, un guiño a una de sus musas y amiga: Joni Mitchell. Cada canción del disco tiene vida propia, habla por si sola, y es a la vez tan diferente y parecida a la siguiente, creando un imposible crisol que hace escuchar una y otra vez el disco sin encontrar la canción favorita: todas lo son.

Todas y ninguna de estas canciones serán éxitos. La industria discográfica, reconvertida en mp3 y "streamings" sigue buscando canciones del verano, ajena a la verdadera música. A Crosby poco le importa eso. Ya no cree en un sistema acabado. Graba sus discos y los cuelga gratis en internet, los promociona por facebook y twitter y anima a los escuchantes a pasar de las descargas digitales y comprar el CD o LP, única forma -además de los conciertos- de que el arista reciba algo por su trabajo. Nosotros, sonreímos y compramos el disco, el que gira y da vueltas y nos sentimos como mecenas, apadrinando el trabajo de un artista para que pueda seguir produciendo arte con el que movernos, animarnos, estremecernos. No hay millones por medio, pero la riqueza que ambos recibimos es invaluable.

No encontrarán muchas emisoras ni televisiones que pongan el nuevo disco de David Crosby, pero si escriben "David Crosby Sky Trails" en youtube, encontraran a puñado de enamorados compartiendo canciones. Así, boca a boca, canción a canción, el disco crece, viaja, da vueltas y vuelve a comenzar. Sky Trails. Un disco que, como un buen cuadro, una escultura, o un poema, es una obra de arte.

lunes, 2 de octubre de 2017

Ando que te ando

Ando que te ando
que no se dónde ando
si perdido en mi desierto
o en las calles despistado

Y pienso que te pienso
pienso por qué ando
sin saber si voy o vengo,
si estando quieto ando.

Ando dando vueltas
ando que te ando
sintiéndome por dentro
sabiéndome pensando

que si ando porque ando
y con los pies caminando
llego donde llego
que es la calle por que ando.

Ando que te ando
y en la vida pensando
unas veces riendo
y otras veces llorando,

unos días risueños
despierto sigo soñando,
ando escribiendo poemas
en el aire mientras ando.

Y siento que te siento,
y pienso mientras ando
si al andar se hace la vida
yo ando que te ando.

domingo, 1 de octubre de 2017

Turismo sostenible, ruido insoportable

Es tan alto que hace retumbar los vidrios de la biblioteca. No hay ningún lector en este momento, pero igual me siento incómodo y nervioso. Salgo afuera dispuesto a exigir explicaciones. El guardia de seguridad me dice -como suponía- que se trata de un evento organizado. Justo en el soportal del museo un tipo gordo algo desaliñado ha instado una mesa con una consola, un portátil y todo un set de parlantes de discoteca sobre sus pedestales; la mayoría -soy 4- apuntan al paseo del malecón donde un grupo de turistas baila música nacional, el 4º parlante, sobresaliendo por encima de la cabeza del DJ, se encuentra girado 180 grados y apunta directamente a los ventanales de la biblioteca y el museo. Me acerco lentamente al pinchadiscos y articulo una serie de señas con mis brazos poder ser oído. El DJ baja el volumen del 4º parlante y me mira con aire de "ya viene otro pesado a quejarse y joderme la fiesta, no debe saber que tengo autorización."
- Mire -le digo-, se que tiene ud. permiso, pero este parlante, enfoca directamente a la biblioteca y museo. Estamos abiertos y con turistas en el museo, y se están quejando. No veo que este parlante sea necesario así que haga el favor de girarlo para que apunte al malecón o apáguelo.

Evidentemente mi ni siquiera llega a entrar en la cabeza del sordo DJ todopoderoso. Tengo que escribir un par de mensajes a la gerencia del museo, quejándome de nuevo del volumen alto de la música para que el DJ, con resignación y enfado, baje el volumen. Eso, y ponerle cara de "si no lo apaga ahora, corto de un hachazo la energía".

De poco vale mi queja. En la tarde, la final de no se qué carrera ciclista se instala también en la puerta del museo y un energúmeno de esos que no necesitan usar micrófono porque lo tienen incorporado de serie en la garganta empieza a desgañitarse animando al público. Varios de los turistas que entonces visitan el museo, y que ven su recorrido guiado interrumpido o alterado por el terrible ruido que se filtraba desde el interior, se quejan como es de esperar. Hago llegar mi queja a las esferas superiores, y les invito a ellos a que rellenen las respectivas hojas de reclamaciones y ayuden haciendo llegar su reclamo a las autoridades del Centro, pero hemos llegado a tal punto de apatía, miedo, comodidad y falta de compromiso que responden algo ininteligible entre dientes y se van sin mirar atrás, tragándose su rabia y su bilis por no haber encontrado a superhéroe defensor.

Sentado luego bajo el ruido dentro del museo, me pongo a pensar el feria turística que el miércoles, Día Mundial del Turismo, tuvo lugar en los alrededores del museo en un intento de aunar esfuerzos para hacer de la ciudad un lugar turístico: carpas con stands, carpa de comidas locales, recorridos teatralizados dentro del museo... y justo en frente de la puerta, un terrible escenario equipado con un sistema de sonido capaz de animar un estadio de fútbol completo. Mis quejas a las autoridades -sordas- el día miércoles fueron también continuas, y de poco sirvieron: las visitas promocionales al museo, se vieron interrumpidas una y otra vez por el escándalo de la música y el ruido que se filtraba al interior del museo desde tremendo escenario. Evidentemente, dejo de sonar durante la aplaudida visita de las autoridades e invitados al interior del museo, pues hay que guardar las apariencias; luego la bulla comenzó de nuevo,  las quejas de los turistas también. Lo más irónico del caso es que nadie bailaba al son de la música, nadie escuchaba al animador -pues aún no había nadie ante el escenario, ya que el evento estaba "oficialmente" programado para las 17:00 y aún faltaban varias horas para el chupinazo sonoro. Y ya no irónico sino incomprensible, resultaba la postura de las instituciones organizadoras: ellas fueron las que invitaron al museo a participar de la jornada, ellas fueron las que insistieron en que realizásemos ese día los recorridos teatralizados, ellas, que nunca asistieron a las representaciones anteriores -no debieron recibir el sobre lacrado con la invitación personalizada, requisito in-dis-pen-sa-ble para que un profesional del sector turístico haga turismo-, y que nos exigían entregásemos todo a ese magnifico día que destacaría las virtudes turísticas de la ciudad.

Virtudes turísticas. Virtudes ensordecidas por el tremendo estruendo de un escenario, uno de tantos que aterrizan en nuestra ciudad para promocionar el turismo, los platos típicos, la naturaleza, la tradición cultural, el museo arqueológico... todo al mismo son y al mismo volumen. Al final, sólo importa el ruido, la fiesta y el baile nocturno, es que hay cuando son las fiestas, ese que hay cuando cualquiera organiza una fiesta con motivo de cualquier evento sin importancia, pues sólo necesitamos la escusa. Excusa para poner un parlante hacerse oir, sin importar la impresión, lo que se diga o transmita, solo el ruido, gran pantalla para captar la atención de todos y lucirse y salir en la foto. No importa si no pueden disfrutar del museo, no importan si no pueden leer en la biblioteca, no importa la chica del stand turístico tiene que desgañitarse para que los visitantes escuchen sus promociones, no importa si no se puede conversar tranquilos mientras se almuerza. Lo importante es que la gente oiga que algo está pasando. ¿El qué? Eso no importa.

sábado, 23 de septiembre de 2017

Y se puso unas medias negras

Y se puso una medias negras
y zapatos de charol
y pintó una sonrisa nueva
en el rostro y el corazón.

Se apoyó sobre el alféizar
su maceta tenía flor
y dejó la ventana abierta
nuevo día, rayos de sol

Caminando por la vereda
al compás de su reloj
dibujó una rayuela
camino del trabajo bailó,

bailó cada calle y acera
con la gente a su alrededor
ellos ausentes, ella risueña,
nadie pasar la vio.

Sólo los niños podían verla
y bailar con ella al son
vestidos con medias negras
y zapatos de charol.

miércoles, 20 de septiembre de 2017

Tragicomedia

No corre, no corre, vuela
y en el amor se entrega.
Y sufre. Sí, sufre, espera.
En sus dos ojos tiemblan
Veinte y dos primaveras.

Veinte para conocerla
y dos, dos para saberla
cuando brillan y ruedan
sobre su rostro estrellas
fugaces como la yesca.

Fugaces ante la escena
de un beso sin respuesta,
o respuesta sin beso en ella
de labios quedos que observan
las dos fugaces estrellas.

No llores hoy más princesa
tu príncipe ha perdido su estrella
está ante él mas no puede verla
sus ojos son escarcha y vendas
contra la vida, fútiles defensas.

No llores, no ahogues tu primavera
que amar es una llama eterna
unas veces guía, otras nos ciega
pero siempre nos devuelve la vista
y los cariños y los besos llegan.

Llegan cuando ya no se esperan
cuando en la noche un nudo aprieta
y en lágrimas, miedos y penas
sentimos que alguien nos piensa
nos llora sin entender la escena:

Risas, llantos: vida. Tragicomedia
vidas perdidas en la tormenta.
En el escenario un rostro apenas
luces tenues de candilejas
y un escritor sin actores ni escena.

Dibuja una vez más a la princesa
su rostro, su sonrisa, su figura esbelta.
después, después el príncipe entra
-dice el guión- pero hoy no lo encuentra:
está perdido en su guión,
temeroso de salir a escena.

sábado, 16 de septiembre de 2017

Dioses

Cuando las nubes abandonan
el cielo de Quito
los gigantes dormidos
vestidos de blanco
sobre el azul infinito
del cielo, del tiempo testigo
de su desnudez oculta
a hombres de ceniza y mito,
desafían el juego.

Cuando las nubes abanzonan
el cielo de Quito,
se pueden ver las entrañas
convexas de una tierra árida
donde se aman los dioses andinos
y a los pobres mortales graban
en el rostro las marcas
símbolos de lo finito:
vidas humanas, eternos montes,

Cuando las nubes abandonan
el cielo de Quito
El Sol saluda a los dioses
que lucen sus blancos colores
y hablan con rostro dormido
del sobrecogimiento de hombres
que aún han entendido:
que no so más que simples mortales,
que en los cerros duermen los dioses.

Micrococa # 7

La escena del crimen: El rocío de la mañana, la cinta amarilla acordonando el parqueadero del museo, un árbol desgajado y uno de los bolardos de luz tirado por el piso con los cables fuera. Las marcas negras de una frenada. Al fondo, el parqueadero, un auto deportivo color azul con las puertas abiertas y alguien sentado en el puesto de conductor, vestido todavía con las ropas de la fiesta de la noche anterior, con cara de dormido - borracho - arrepentido. Junto a él, un policía con aire monótono revisando los papeles sin buscar nada especial, porque nada nuevo hay que encontrar. A un lado en la vereda, la gerente del museo y dos o tres trabajadores más, y media docena de curiosos.

- Sra... - El policía avanzó hasta la gerente con aire pensativo- Verá, el conductor de auto ha sido militar...
La gerente le miraba pensativa esperando el final de la explicación.
- Quiero decir que, verá, si le denuncian uds., va a tener serios problemas en el cuartel, en su carrera. Simplemente está un poco tomado, se durmió y no vio que se acaba la calle. Arreglen entre uds. Que pague los destrozos de la plaza, si les parece, claro.
- Bueno. Sí, le entiendo. Déjeme ver. No sé cuanto valen estas cosas... Y el árbol, bueno. El conserje está enfadado. Él cuida las plantas, sabe...

La gerente se reúne con su gente. Alguien llama por celular, en el otro extremo de la conexión un ingeniero eléctrico se limpia los restos de bolón y café y contesta la primera llamada de la mañana.
- ¿Una luminaria de la plaza? ¿Se dañó? ¿Cómo? Bueno esas luminarias valen 280 dólares cada una, más mano de obra... Digamos unos 350.

- Mire, nos dice el eléctrico que 350 - la gerente mira al policía y ambos miran al conductor del auto que sin mucha resignación empieza a contar el dinero en su billetera.
- 300 dólares ¿Está bien? Es todo lo que tengo.
Unos segundo de indecisión. Miradas entrecruzadas del público presente.
- Sí, sí.. Está bien.
- Entonces todo arreglado -El policía sacudió los hombros satisfecho de haber resuelto un incidente más-  Puede irse ud. Y cuidado no vuelva a pasar; la próxima vez no será tan fácil. Señora, buenos días.
Con un saludo a la gorra, el policía se despidió y se subió a su moto al tiempo que se escuchaba como se cerraba la puerta del auto deportivo y con un rugido de león-motor, el auto azul desparecía a la vuelta de la esquina. La gerente, con el fajo de billetes en la mano, clausuró la escena y se acercó lentamente hasta el conserje que aplicaba un vendaje de primeros auxilios al árbol.
- Mire, con esto arreglamos las luces hoy mismo. ¿Podrá?
- Chuta, las luces. Mire este pobre árbol.
- Sí, lo sé.
- Ya, ya ingeniera. Ahora voy y compro para arreglar las luminarias.
- Tenga acá tiene el dinero. Le ha de sobrar algo, creo. Traiga factura como siempre.
- ¿Tanto? ¿Para qué me  tanto? 20 dólares no más. Con eso compro unos pernos y unos cables y arreglado.
La gerente abrió los ojos y se puso del color rojo de la vergüenza.
- Ve.. veinte. ¿Sólo veinte?
- Claro, ingeniera. Vea, esto sólo está de volver a empernar y empatar los cables y listo - El conserje había caminado hacia el lugar del siniestro y parado el bolardo de luz en su lugar mientras sonreía y le quitaba el supuesto polvo con una mano.
- Bueno... Tenga, tenga 20 más. -Contesto la gerente abochornada...
- Bueno, ahí compro los focos si es que están quemados...

- ¿Y ahora? Qué vergüenza. Me dan ganas de devolverle la plata al pobre militar.
- ¿Pobre? Viene chumado, se duerme y nos desgracia un árbol y las luces de la vereda. Le está bien, para que aprenda. Y además no es la primera vez.
- Si por eso.
- ¿Por eso? ¿Qué quiere que pongamos un letrero gigante diciendo que no hay más calle y que frenen? Se llevarían el letrero por delante igual. Mejor deberíamos hacer cobrando a todos. Vea, ya es como el cuarto auto que se estrella en la plaza. Viene la policía, les denunciamos y fin. Nos toca pagar a nosotros los destrozos. Por una vez, que paguen los culpables.
- Bueno... Ya. Al menos tenemos ahora un poco de dinero para los desperfectos. Cuando regrese el conserje, dígale que venga a mi oficina para ver qué otras cosas necesitan reparación.
- ¿Y si mejor guardamos un fondo para eventualidades?
- ¿Un fondo? ¿Cómo un fondo?
- Bueno, para cosas más urgentes. Un fondo. Se puede ir reponiendo.
- Pero esto es algo fortuito.
- ¿Y si mañana se estrellase otro?
- ¡Pero qué dice!
- Bueno es algo fortuito.
- Ya, y entonces ponemos un letrero que diga: "estréllese en la plaza y pague. Contribuya al mantenimiento del malecón". ¡¡No diga tonteras!!
- Yo sólo digo que ahora...
- Calle, calle. Y cuando regrese el conserje, le hace subir mi oficina, por favor.

domingo, 3 de septiembre de 2017

Deberías estar satisfecho

Sí, deberías estar satisfecho. Es me repiten una y otra vez, eso me repite una y otra vez la sociedad: tienes un trabajo más o menos estable, un trabajo en el que puede ser creativo y hacer lo que te gusta, estás rodeado de gente que te quiere, vives bien, tienes una posición sólida, cómoda, vas camino del... ¿éxito?

Del éxito o de la mierda, pienso yo para mis adentros, pues no puedo dejar de pensar que quizá tanta satisfacción me acabe convirtiendo en el protagonista de cierta canción de Serrat. Pero lo que más me repatea de esa afirmación -"deberías estar satisfecho"-, es que implícitamente me está diciendo: no te quejes, no sufras por cambiar las cosas, todo está bien ¿no te das cuenta? Tú no vas a arreglar el mundo, no hay nada que arreglar, cada uno con lo suyo y punto. En otras palabras, me están diciendo "no tienes derecho a queja".

¡Acabamos! ¿Cómo, cómo, quiere alguien explicarme cómo puede ser una persona feliz, si no puede quejarse, si no puede trabajar para cambiar las cosas en la dirección que él o ella las considera correctas, si no puede soñar en otras cosas, si no puede sufrir por los demás, por esos demás, que están lejos, que muchos se empeñan en decir que están de más, pero que realmente duelen, aquí, aquí bien adentro? ¿Cómo puede ser uno feliz conformándose con lo que le han escrito en el caparazón de tortuga grande y enorme en el que le metieron sin preguntar después de salir del útero?

No miren no estoy satisfecho. Y no debería estarlo. Y todos aquellos que dicen estarlo, no son más que unos resignados huecos y vacíos por dentro. Resignados ante sus miedos y sobre todo ante aquellos que les crean los miedos. Uno puede aceptar las dificultades y cambios que le trae la vida. Si los acepta, logrará superarlos, logrará sentirse satisfecho de los pasos dados y el camino recorrido ante la adversidad. Aceptar las crisis supone superarlas. Resignarse es todo lo contrario: es condenarse a la mentira, al olvido, a la mediocridad.
Y sobre todo, no me sentiré satisfecho porque en este mundo sentirse satisfecho se ha convertido en sinónimo de persona que ha logrado su bienestar, su posición sólida y cómoda a base de hacer sufrir o condenar al olvido (a su olvido primero, y al olvido generalizado después) a muchos otros iguales (en cuanto a condición humana se refiere) a él.

No puedo estar satisfecho si en mi trabajo se roba, aunque yo no lo haga. No puedo estar satisfecho si mi empresa engañe a la gente con triquiñuelas, aunque yo no sea el último responsable de las mismas. No puedo estar satisfecho colocando más policías en la esquina para evitar robos como tampoco puedo estar satisfecho colocándome unos tapones en los oídos para solucionar el problema del ruido que me causan los vecinos y comercios de enfrente. No puedo estar satisfecho sólo porque tengo una nómina y tengo una novia y tengo amigos con los que compartir cerveza un viernes por la noche; puedo disfrutar de esos momentos, puedo realizarme en mi trabajo, pero no puedo estar satisfecho cerrando los ojos a todo lo incorrecto sólo porque "aparentemente tengo lo mío y debería ser feliz y sentirme satisfecho".

No deberían decir esas palabras a la gente. No deberían. No hacen sino confundir y empequeñecer a la gente a la vez que se empequeñecen ustedes. Bueno, en realidad ustedes se inflan como un globo, un globo al que un día alguien le dirá "Deberías estar satisfecho" y el globo explotará de satisfacción o se le escapará poco a poco todo el helio y quedará convertido en un inservible guiñapo de plástico botado en el suelo. Así que no digan esas palabras a la gente. Díganles por contra "me alegro por ti, ahora trabaja por ti, por los demás, por tu amor propio, por tu afán de superación, por el grupo que que ha situado donde estás. Ahora combate y lucha por acabar con todas esas cosas de las que te quejas y que tragas a ese saco sin fondo pero con gastritis crónica que es tu estómago. Saca tu bilis y empieza a luchar contra viento y marea por cambiar aquello con lo que no estás de acuerdo".

Ejerce tu opinión, tu punto de vista, para poder se realmente parte del grupo, de este todo que nos identifica. Ejércelo. No lo esgrimas, de nada sirve hablar y mostrar pancartas con los brazos alzados sino lo ejercemos. "Tenemos derechos, si", -decía Pete Seeger- "pero tenemos que usarlos para demostrar que los tenemos", añadía después.

Yo seguiré ejerciendo mis derechos, entre ellos mi derecho a queja, a no sentirme satisfecho, a denunciarlo que creo incorrecto y airear los trapos sucios, los míos y los de otros. Seguiré para unos tirando piedras contra mi propio tejado. No me importa, me encanta esa frase, es una de las más bonitas del idioma castellano: "tirar piedras contra su propio tejado" ¿no es un acto de verdadera rebeldía? A veces, muchas veces es necesario deconstruirse, destruirse, para poder asumir la verdad y comenzar a caminar, con seguridad y dignidad. Así la vida quizá comience de nuevo después de haber estado muerto en vida durante muchos años, como en aquella novela.
Sostiene Pereira...

jueves, 31 de agosto de 2017

Quilotoa

El Quilotoa es el cráter de un volcán activo en los andes ecuatorianos cuyo interior alberga una de las hermosas lagunas que haya creado la naturaleza. El paisaje es realmente maravilloso: el color verde-azulado de sus aguas, los riscos dentelleados que rodean en cráter, junto con la vegetación que se mezcla con el gris de la roca y la tierra amarilla, hacen de la vista de la laguna algo especial. No es raro que el lugar sea objeto de multitud de leyendas y mitos y que atraiga a miles de turistas al año. Llegar hasta el páramo en que se encuentra, asomarse al mirador, dejarse atrapar por la magia y la belleza del paisaje es algo único. Después, descender el kilómetro y medio por la ladera hasta la laguna en el centro del cráter, donde uno, recuperado el aliento puede pasar, acampar, remar un rato en kayak y hacer senderismo si el corazón y los pulmones se lo permiten, es también una experiencia que merece la pena, pues además de estar en un sitio único y mágico está uno totalmente aislado del mundo convencional: hay algo mágico en estos rincones de los andes, lo reconozco. La subida de vuelta al borde cráter, eso sí, sacará el aire y todas las fuerzas a más de uno, pues subir de los 3.500 a los 3.800 metros por un empinado camino de arena durante más de un km. y medio no es para todo el mundo; no en vano los indígenas kichwa que viven del turismo en la laguna, ofrecen a los visitantes la posibilidad de subir a caballo.

Pero si de algo se me antoja el Quilotoa es además de oasis. Nadie llega a repostar ahí, no creo siquiera que sus aguas sean potables, pero en la desolación del páramo, el Quilotoa es un oasis para la vista y el alma. Uno se siente reconfortado realmente cuando llega y contempla el mágico paisaje.

Y es que llegar hasta allí es descorazonador. Después de dejar la bulliciosa ciudad de Latacunga, que, al margen del simpático centro colonial de la ciudad, se antoja como ciudad ruidosa, sucia y desordenada, uno comienza el ascenso hacia el páramo andino. La magia de los nombres en kichwa de los pueblos y parroquias se va tiñendo del amarillo de la escasa vegetación en forma de pasto que puebla estas alturas de la cordillera: altiplanos donde no crece otra cosa que este pasto, oradados por quebradas seas talladas por el viendo y por algún torrente turbio alguna vez al año, un cielo casi siempre plomizo salpicado por casas donde únicamente algún vecino con el rostro curtido parece inquerir al dios del tiempo sobre el significado de la vida en una larga, larga espera.

No me explico cómo alguien puede haber querido ir a vivir a los páramos de esta provincia ecuatoriana de Cotopaxi. Es desolador, descorazonador. Los colores apagados, los rostros ceñudos, los cuerpos pequeños cubiertos de sombreros y ponchos, casi como con miedo de mirar al cielo. La nada y el tiempo eterno esperando ¿qué? Y el frío, el viento helado, las noches heladas, el viento que corta las venas y que invita a escapar porque no hay dónde esconderse de él.

Los tours al Quilotoa son de ida y vuelta en el día. Sólo algunos valientes se atreven a quedarse en algunas de las hosterias que gracias al apoyo de algún proyecto de cooperación internacional al desarrollo se han construido en el pequeño pueblo de una docena de casas que vive al pie del mirador del volcán supongo que exclusivamente atendiendo a las decenas de turistas que cada día llegan hasta allí. Quedarse a dormir implica otra realidad. Una realidad que habla de los mochileros de diversas partes del mundo que han llegado hasta el páramo buscando el mito mágico del Quilotoa, pero también una realidad escrita en lenguas incáicas en los rostros y en los ponchos y en los andares de los kichwas del lugar; una realidad que al principio atrae y después inquieta, convirtiendo las hosterias en un fenómeno sociológico o antropológico más, o en un inquietante misterio para los que se quedan a contar las estrellas sobre el Quilotoa y acaban contando también los minutos.

Es como si años de sometimiento colonial y postcolonial aún tuviesen aprisionados a los indígenas del lugar, como si la fuerza de los andes y el páramo ejerciese una fuerza especial sobre ellos: los proyectos turísticos han ejercido cierto intento de liberación -de conversión al mundo occidental- pero continua la picaresca, el rebusque, el vivir al día que se mezcla entre las nuevas formas adquiridas y una tradición que supongo guardan de puertas a dentro de sus ponchos y que los jóvenes, vestidos con el sincretismo de sombrero de alpaka y ipod ya no entienden.

Cuando a la mañana siguiente la lluvia despierta el cuarto ya frío con las últimas ascuas de la estufa apagadas, y hace que la ropa húmeda se pegue al cuerpo caliente, una inercia lenta le hace a uno levantarse y caminar: hacia afuera, hacia abajo, hacia la carretera y el bus que conduce lejos del páramo, hacia ese lugar donde los colores apagados se teñirán quizá no de color, pero sí por lo menos del ruido y el bullicio de un mundo que con todos sus contrastes nos acompaña y nos rompe esa sensación tan apabullante de soledad y vacío andino.

Volveré al Quilotoa, estoy seguro. Volveré a buscarme en la magia del reflejo en sus aguas en ese lugar idílico, diamante tallado en medio de los andes; y volveré a preguntarme también que esconden esos rostros curtidos escondidos entre sombreros y ponchos: qué anhelan, qué esperan, que buscan en el horizonte vacío del páramo.

domingo, 27 de agosto de 2017

Baños de Agua Santa

El nombre casi lo dice todo. Casi. "Baños, un pedacito de Cielo", reza la publicidad en una compañía de buses, y en otros carteles turísticos, aunque a veces escriban cielo también con minúscula. A mi, eslóganes pseudo-turísticos, pseudo-religiosos a parte, lo que me atraía era la fotografía del enclave montañoso -esa ciudad enclavada en ese imponente valle- y la fama del lugar, y, finalmente, después de pasar como fantasma en bus por sus calles oscuras varias veces, siempre rumbo a otros lugares, me lancé a conocerlo.

Como hombre casi amazónico que soy, decidí hacer el camino a la inversa de aquellos primeros colonos que descendían los ríos hacia el oriente, hacia la amazonía, y comencé a remontarlos, que es lo natural para los que vivimos al este de los Andes. La carretera que lleva del Coca a Tena y de ahí a Puyo muestra el típico paisaje amazónico, que varía levemente según nos acercamos a la sierra, pero el verdadero cambio se produce cuando, dejado atrás esa puerta al oriente que es la casi siempre nublada ciudad de Puyo (tenía que hacer honor a su nombre, Puyo, del kichwa phuyu, nube, nublado) la orografía del terreno cambia totalmente, el río Pastaza y sus afluentes se encajonan -se encañonan- y la carretera se torna una sinuosa y aventurera ruta tallada en la roca andina hasta llegar a Baños, esa ciudad con historia escrita una y mil veces, situada en un angosto valle flanqueado por el imponente volcán Tunguarahua a un lado y el cañón del río Pastaza al otro. Un enclave especial que permite unir virtudes del este y de los andes, de la naturaleza, y de lo divino, como rezan los carteles publicitarios.

Y es que Baños es una pequeña ciudad que vive volcada al turismo: sus calles céntricas -y no tan céntricas- están pobladas casi exclusivamente por agencias de turismo que venden las riquezas naturales del lugar, bares y restaurantes dispuestos a seducir al turista nacional y extranjero, y hoteles y hosterías para todos los gustos, sin olvidar miles de tiendas de artesanías y suvenirs, todas ellas clónicas las unas de las otras, algo que bien merecería un artículo específico en este blog. Pero sigamos paseando por Baños y sus dos "cielos".

Baños. Tunguarahua. El lugar al que acuden cientos, seguramente miles de turistas extranjeros -y nacionales-, a disfrutar de sus caminatas por la montaña, descubriendo impresionantes cascadas y otros enclaves sorprendentes tallados por la mano de la naturaleza, a colgarse de tarabitas y atravesar barrancos y cañones, descender los rápidos de los ríos, o subirse a lo más alto para columpiarse colgado del cielo mientras el Tungurahua, siempre activo asoma amenazante entre las nubes, y, si uno tiene suerte, lanza algún escupitajo.

Baños. De Agua Santa. Lugar donde afloran varias fuentes naturales de aguas termales, para muchos bondad de la mama Tungurahua, para otros, del Cielo y de la Virgen de Baños que protege a los fieles de desgracias y de enfermedades incurables. Por unos y otros, las piscinas de aguas termales están siempre llenas, y la basílica construida con negra piedra volcánica acoge a fieles y deja fiel testimonio de los milagros.

Baños, sin duda un lugar donde uno puede ir y pasar unos días dejándose cuidar de los dos cielos, con mayúsculas y con minúsculas, un lugar donde pasear y descansar y soñar quizá con irse a vivir alguna vez. Y es que, como curioso historiador que soy, no pude sino preguntarme por la vida -y vidas- de esta ciudad mientras paseaba por sus calles. Me intrigaba que la basílica fuese de construcción tan reciente (primera mitad del siglo XX) y me intrigaba también su parque central, bastante remodelado pero que dejaba ver a sus costados algo de su pasado: una casa consistorial con aires de palacio escondiendo en su interior los muros derruidos de una vieja iglesia. Misterios para un turista curioso que por defecto profesional quería saber más, algo más que las calles no contaban.

Fue primero al levantarme el segundo día y salir al pasillo de la hostería donde me encontraba alojado. Ahí, a lo largo del pasillo colgaban cuadros con viejas fotos en blanco y negro de baños: una corrida de toros en el parque central, todavía plaza de polvo y piedra de pueblo entonces, y al lado del municipio, el templo viejo. Imágenes de los primeros puentes, de antiguas cascadas, de procesiones y de desfiles de autoridades. Me fascinaron esas fotos del baños antiguo. Y sin embargo, por fuera, nada. Nadie contaba al turista más que el día a día de la ciudad.

El segundo descubrimiento sucedió al entrar en la basílica. Nada especial o que no me esperara de la misma, salvo un curioso letrero que rezaba "museo" y que añadía: "mantos de la Virgen, arqueología, animales disecados", así todojunto. Después de tragar saliva y pedir perdón a mi musa Clío, compré religiosamente las entrada y entré al museo. Sabía lo que me esperaba: el típico museo decimonónico: una serie de cuartos repletos de los artículos, cachivaches y enseres curiosos que algún coleccionista curioso o ilustrado fue guardando y depositando en un lugar que luego bautizaron como museo. Que a fecha del 2017 todavía existan lugares así, y que se atrevan a seguir llamándolos museos es una aberración, un despropósito a ojos de la ciencia, de la historia, de la museología y de la cultura, pero también un ejemplo de lo mucho que falta todavía por trabajar "con y para la gente, por el respeto que se merecen".
Caminé por el museo sin mucho detalle, temeroso de enfadarme y no prestar atención al que estaba buscando, pero mi ojo crítico que fue guiado, y después de los mantos de la virgen, del cuarto de los horrores -una sala en la que convivían apolillados animales disecados, viejos magnetófonos, gramolas, máquinas de escribir, y juguetes de hojalata-, llegué a la sala de arqueología. Para mi desánimo resultó ser una colección de objetos prehispánicos de la sierra, recogidos por un religioso aficionado a la arqueología y que, contaban por enésima vez las glorias del pasado prehispánico del Ecuador, el poblamiento de América y el resto del discurso al uso, con las falencias al uso y los vacíos habituales, pero nada, nada, de la historia de la ciudad, del pasado colonial o prehispánico de Baños.
Desilusionado, salí al claustro del museo perdiendo la vista entre las columnas y la balaustrada para toparme con fotos en blanco y negro vistiendo disimuladamente las columnas: acá y allá estampas, como las que adornaban las paredes de la hostería, del baños antiguo, de ese baños de principios del siglo XX: romerías, procesiones, fiestas... , el templo viejo "¡destruido por el terremoto de 1926!", la cascada "¡que hizo desaparecer una erupción del volcán Tungurahua!". De pronto todo empezaba a cobrar sentido. No encontré mucho más, pero de regreso a casa y a las autopistas de la información, comencé a revisar las pocas reseñas históricas de Baños que pude hallar para encontrarme con el terrible misterio de su pasado: un pasado borrado una y otra vez por terremotos y erupciones volcánicas.

Y es que Baños es eso: una ciudad tantas veces destruida por las fuerzas de la naturaleza que sus habitantes parecen haber decidido vivir un continuo presente, sin importarles lo que fueron, y conscientes de lo que vendrá: un nueva nueva erupción, una nueva evacuación de la ciudad, una nueva reconstrucción de la vida después en torno a las cenizas y las aguas termales y las saludables virtudes de su clima templado. Ellos viven el día a día, ofrecen las virtudes de su lugar: las aguas, las caminatas, el rafting, las cascadas, las hosterías para descansar, los restaurantes y las artesanías. Algún rato el Tungurahua volverá a toser y vomitar y sus ríos ardientes se lo llevarán todo, borrarán unas cascadas y tallarán otras, y los escombros de los edificios caídos serán barridos y en su lugar se alzarán otros, otros que hablarán de hoy; el ayer quedará relegado a un puñado de fotografías salvadas de la lava para satisfacer a algunos curiosos y adornar algunas paredes.

Baños siempre ha estado ahí, aunque haya pocas huellas de su pasado. Sólo tienen acercarse y sentirla latir...

Cascada "Pailón del Diablo" uno de los actrativos turísticos cercanos a Baños
 Cascada "El Pailón del Diablo" uno de los principales atractivos cercanos a Baños.

36

Dónde se posó la niebla
o fue la nieve, extraña
en tus montañas mágicas
donde sólo unos pueblan
el mito de tus páginas.

Dónde se posó la niebla
para acariciar tus alas
blancas de tul y escarcha
en la casa siempre nueva
a la luz de tus ojos - estrellas.

¿Dónde se posó la niebla?
Ahí donde la luz diáfana
de los soles de rucumamas
hicieron temblar la tierra,
tierra, soles, albas,

amasaron las letras,
agosto sopló las ramas
la raíz buscó el agua
el fuego brilló Daniela,
tu nombre, tu sol, tu alma.

domingo, 20 de agosto de 2017

Morocho (Micrococa # 6)

La puedo ver frente al espejo de su baño, inhalando y exhalando aire, observando como su pecho se hincha y se contrae, analizando los gestos en su rostro y sintiendo cómo se tensan las cuerdas vocales, entrenándose para decir con el tono preciso y la fuerza precisa esa palabra de tres sílabas.

Es como si Carmina Burana o Carmen se paseasen por la calle. Una voz femenina de soprano, empujando un carrito por las calles desiertas del Coca. Cuando todo el mundo duerme, cuando algunos empiezan a lavarse la cara quitándose las legañas, comienza la versión criolla de Aída:
- ¡Morocho!
En realidad nunca he visto a la vendedora de Morocho, pero su voz de cantante de ópera suena todas las mañanas, justo después del bus que hace de redoble, orquesta y apertura de la ópera:
- ¡¡Morocho!!
Es un grito entonado con precisión de ópera, afinado, ensayado, repetido con fuerza y pasión por las calles recién cubiertas de sol. "¡¡Moroocho!!" Y los pájaros callan y salen volando. "¡¡Morooocho!!" y la gente abre ventanas y corre los pestillos de las puertas bajando las escaleras con el pantalón a medio abotonar mientras otros maldicen desde sus camas: "otro día más, al trabajo". Un bus, un repiqueteo de los cristales biselados de mi ventana y una voz: "¡¡Morooooocho!!"

Supongo que algún día dejaré de maldecir y disfrutaré de la voz y del sabor del Morocho recién cocinado y calentito servido bien temprano en estas mañanas tropicales, siempre musicalmente tropicales, saludaré a la vecina del carrito de opera con una reverencia y terminaremos la función juntos con un sabroso brindis al público. O quizá mejor mantenga el misterio y mi imagen mental de la vendedora de ópera criolla, despertador automático del barrio, que hace a unos levantarse de golpe, sobresaltados, que bota a otros de la cama, que le abre el apetito a otros tantos y que, después de mil maldiciones -al morocho, al lunes, al martes y demás días de la semana-, dibuja también sonrisas, letras y ganas de asomarse a la ventana y hacer la segunda voz:
- Mooo mooo ¡¡¡Morooocho!!! ¡Morocho! ¡¡¡Moroooocho!!!

sábado, 19 de agosto de 2017

Vecinas de mierda

No es que fuesen groseras, de esas vecinas que no saludan, que le miran a uno con cara de perro, no. Tampoco es fuesen de esas vecinas continuamente de fiesta, con música alta e invitados todas las noches, ni siquiera eran de esas descuidadas que se dejaban la puerta del portal abierta (alguna vez, de vez en cuando, cometían ese pequeño desliz, algo normal en todos), o que parecían siempre trasnochadas y con cara de cuidarse poco. No, iban siempre bien vestidas, sonrientes, daban los buenos días y siempre estaban dispuestas a ayudar, siempre invitaban a cenar, o a compartir una cerveza. Eran en todos esos sentidos unas vecinas normales. Si uno les miraba a los ojos se enamoraba. Luego un bajaba la vista al piso y el amor desaparecía por los suelos...

Abrías la puerta y comenzaba el concierto: un tintineo de decenas de botellas de cerveza vacías, altas, regordetas, rubias, oscuras, verdes, rodaban por el rellano de la escalera hasta la calle como fichas de dominó colocadas estratégicamente o más bien como bolos tontos sin equilibro. Uno no podía evitar al principio agacharse para recogerlas y evitar que se fueran rodando escalera abajo y se hicieran quizá añicos, después, con el paso del tiempo empezaba a acostumbrarse a ese improvisado timbre de salida y las apartaba con desdén con un pie mientras salía y cerraba la casa para irse a trabajar.

Las botellas en el piso del rellano de la escalera, y en el porche, en el porche las macetas convertidas en improvisados cactus-cenicero, la mesa cubierta de mil salsas resecas y ceniza de mil cigarros, y sobre la maceta más grande y en un rincón de la escalera, varias fundas de basura, pestilentes unas, intrigantes otras, esperando a que algún misterioso ángel alado las bajase hasta la calle. Y cuando uno levantaba la vista después de coger la bolsa de basura ancestral, recalaba en el hermoso paisaje de la ciudad, visto a través de la sensual transparencia de un mar de blusas, bragas y sostenes que se balanceaban continuamente a la lluvia y al sol.

 - ¿Acaso no le da vergüenza?
Sobresaltado, regresé a la realidad. De pronto no había un mar de ropa interior ante mi, y recordé que las vecinas se habían ido. En su lugar, la cara enfadada de la casera me miraba con furia; el resto seguía ahí: las botellas, las fundas de basura, la mesa hecha un asco.
- Señora eso no es mío. - Contesté con desdén. - Pregunte a las vecinas.
- ¡Pero qué dice! ¡Si se fueron hace 15 días! ¡Vaya cara que tiene ud.!
- La mía, mí cara. Toda esa mierda no es mía.
Contesté con tanta sinceridad y tanta seriedad que la casera se quedó mirándome con ojos de incrédula convencida. Continué sin hacerle más caso mi camino, dando los buenos días a alguien que parecía ser el nuevo inquilino.
- Póngase mascarilla y guantes.- le dije con sorna mientras salía a la calle y me perdía en mi día a día.

Regresé a casa ya cuando caía la tarde. Cuando subí las escaleras, algunas polillas revoloteaban divertidas alrededor del farol del porche. Allí, con la puerta de casa abierta de par en par y unos cuantos cartones en la entrada, estaba el nuevo inquilino, sentado sobre una de las sillas plásticas apoyado en la mesa tapizada con salsas, con guantes y una mascarilla recogida en el cuello, tomándose una cerveza en lata. Tenía rostro, no sabría decir bien, entre preocupado, enfadado y cansado. Le saludé con aire indeciso y mientras giraba la llave en la puerta de mi casa, no lo pude resistir y le pregunté:
- ¿Qué tal todo?.
Alzó la mirada me sonrió sarcásticamente. Me di cuentan entonces de que había recogido todo el ejército de botellas vacías en un cartón y lo había bajado hasta la calle junto con las fundas de basura. Por primera vez en meses se veía la totalidad del suelo de porche. Incluso parecía más grande.
Me hizo un ademán invitándome a una cerveza y me senté con él, no sin antes inspeccionar la silla (le habían pasado un trapo por fin) y dejando temeroso mi mochila sobre la mesa. Abrí la lata y bebí un sorbo cerrando los ojos. Cuando los abrí, él me miraba fijamente. Quería decir algo, pero no sabía por donde empezar, así que empecé yo.
- ¿Le vinieron bien los guantes y la mascarilla, no?
Él pegó una sonora carcajada y dejó la cerveza sobre la mesa.
- ¿Sabe? -me dijo-. En realidad no está tan sucio. Han barrido, trapeado. La cocina esta reluciente, la refrigeradora vacía y limpia, no huele mal. Han dejado el baño limpio también, han echado cloro en el inodoro y los cuartos están también más o menos limpios. Sí, hay telas de araña aquí y allá, y hay que limpiar el polvo a los muebles, lavar las cortinas... pero poco más.
- ¡No me diga! -contesté con fingido asombro- y bebí cerveza guardando silencio.
- Sí-. Contestó secamente. Era mi turno y espera un discurso más largo de mi parte así que me enjuagué la boca con cerveza y comencé.

- Sabe, en realidad no eran malas vecinas. En realidad, creo que hasta eran simpáticas. No me relacionaba mucho con ellas, porque creo que no teníamos mucho en común. Al principio me invitaron a alguna cena, a alguna fiesta y acepté, luego cada cual hizo su vida. De esas fiestas hace ya más de un año, y sí, es verdad, recuerdo el apartamento arreglado, limpio. Algún colchó por el piso a veces, para algún huésped, y al mesa de la sala con libros y cuadernos desordenados, pero poco más.
- Un colchó de más si que hay.- Dijo él interrumpiéndome. -Siga, siga.-
- Pues eso, que la casa la vi siempre más o menos limpia. Se ve que eran unas desidiosas de puertas para afuera.
- ¿Y usted nunca limpió, nunca ocupó este porche?
- Al principio, sí. Y alguna vez lo limpié, saqué toda esta mugre y basura. Luego, empecé a hacer más vida fuera de casa, empecé a llegar a casa casi únicamente a dormir y dejé de ocupar el porche. Recuerdo un amigo que me decía hace unos meses que recuperase este espacio para poder volver a sentarnos acá a tomar cerveza, apoyados en la barandilla sin miedo a botar al piso alguna tanga o algún brasier, pero no lo hice. Me seguí mordiendo la lengua esperando a ver si el crecimiento del nivel de basura les hacía reaccionar. Tampoco funcionó. Supongo que debí llamar a sanidad pública, jaja. O a la casera.

Alcé la lata de cerveza y brindé y bebí.
-La casera...- Dijo él.
- La casera.- dije yo- ¿Por cierto, ya se fue? ¿No dijo..., no dijo nada más? La verdad, casi nunca venía por acá, por eso nunca se me ocurrió decirle nada, a parte de que sólo me parecía un pequeño problema doméstico en al vecindad.
- Se fue poco después de llegar. Vio extrañada que la casa estaba limpia, y me entregó las llaves diciéndome que gracias a Dios la casa estaba bien, limpia, el agua funcionaba, y también la luz. Incluso había gas. Y me pidió que hiciese el favor de limpiar la escalera y el porche porque ella no tenía nadie ahora que le pudiese ayudar con eso.
- Bueno, pues ya le ayudo yo. Si me promete mantenerlo limpio, claro.
- No es necesario, - dijo con una sonrisa- Venga.

Se paró con aire enigmático y me invitó a pasar al interior de la casa. Le seguí en silencio, todavía con mi lata de cerveza en la mano, intrigado.

El piso estaba tal cual el lo había descrito: limpio, recogido. En el librero había unas revistas y unos libros desordenados, de esos que uno abandona cuando se va de casa, y yo que soy un coleccionista irredento de publicaciones impresas, me dirigí a inspeccionarlo. Había tomado un libro en mi mano derecha cuando él abrió una de las puertas del mueble contiguo y un ejército de botellas de licor vacías cayó a nuestros pies rodando por la sala. En silencio, continuó caminando por el pequeño departamento abriendo las puertas de los muebles para liberar de su encarcelamiento a los botes de champú vacíos, las gemelas de las botellas de cerveza del exterior, las fundas de basura, la ropa de cama arrebujada en el armario... por doquier el piso del departamento empezó a teñirse de color café botella cerveza (sobre todo) y negro de funda de basura. Yo acababa de contribuir al desastre derramando, boquiabierto, la poca cerveza que aún quedaba en mi lata.
Al entrar en uno de los cuartos vi la cama con un colchón de más (por suerte lo habían colocado encima de la única cama con su respectivo colchón). Mi nuevo vecino se paró con ademán de director de orquesta en el centro del cuarto y alzando un brazo-batuta dio un sonoro taconazo sobre la alfombra redonda que ocupaba el centro del cuarto y a la cual -acababa de darme cuenta- le habían salido jorobas. De pronto, una nube de tierra y polvo antediluviano nos envolvió, extendiéndose por todo el departamento, cubriendo mis labios labios húmedos por la cerveza y mi expresión de pánfilo asombrado y enfadado.
"Vecinas de mierda", pronuncié una vez más para mi interior.

El día del fin del mundo

El día del fin del mundo no se escuchó ningún trueno, nadie corrió despavoridamente por las calles buscando refugio, nadie se arrodilló en oración, nadie buscó siquiera un abrazo, una última cena en familia, un último beso. El día del fin del mundo llegó con la calma estática de la calima, se posó sobre los hombros de las personas, como estatuas inertes, olvidados trastos viejos en un desván sobre los que el polvo cae inexorablemente. El día del fin del mundo nos encontró cruzando la calle, con un ojo en el paso de cebra y nuestra mente en las palabras de los audífonos, nos encontró escribiendo en alguna oficina, bebiendo cafés si aroma, haciendo cola en los bancos, llenando carritos de supermercado, sentados plácidamente en una terraza sorbiendo un jugo; nos encontró juntos en la cama de algún cuarto una vez más, haciendo corazones en la arena y luciendo camisas nuevas en alguna discoteca; nos encontró hirviendo agua sucia en alguna casa de bloque y grietas; nos encontró gritándole a la vecina, maldiciendo nuestra buena-mala suerte, esgrimiendo argumentos políticos ante la televisión, arrojando basura a la calle o paseando por bosque de eucaliptos.

El día del fin del mundo no se escuchó ningún trueno. No tembló la tierra. Ningún perro corrió gimiendo a esconderse debajo de un carro. El día del fin del mundo, el tiempo se paró por dentro y cuando quisimos movernos, no encontramos ni lugar ni tiempo a donde ir. El día del fin del mundo éramos ilusamente felices, absortos y ausentes del tiempo del mundo, el día del fin del mundo. El día del fin del mundo sopló un suave viento que lentamente desmoronó nuestros cuerpos de estatuas silentes de arena, deshaciéndose felices el día del fin del mundo.

Cobardes

"Una protesta no es peligrosa mientras se quede en internet y no salte a las calles". Estas palabras, o unas muy similares, pronunciaba uno de los personajes no tan ficticios de El Informe Lucano II, de Susan George. Una aseveración bien real, en boca de muchos de los que jalan realmente de los hilos.

Hoy, mientras leo los comentarios de personas conocidas y anónimas en el facebook, en los diarios online, en twitter y en otros rincones de la web, leo entre líneas esta afirmación escrita hace unos años por Susan George y me estremezco al darme cuenta de la gigantesca prisión dorada en la nos hemos dejado encerrar, la falsa libertad que nos ha sido trocada por la verdadera libertad, de ese falso concepto de democracia que nos venden como etiqueta de un frasco con una fórmula secreta cuyos verdaderos ingredientes no nos pueden mostrar debido a alguna patente o alguna ley de copyright.

Vivimos en la era de la comunicación. La información es la moneda de cambio al uso. La nueva taquigrafía y los nuevos jeroglíficos de los celulares y las computadoras en nuevo lenguaje universal, y la red, una gran pizarra en blanco donde todo el mundo puede escribir su comentario, su artículo de opinión su protesta pública, sin casi censura alguna, para que todos la lean y puedan a su vez reaccionar de manera similar, en los mismos medios, y con los mismos métodos. La autopista de la red está en constante crecimiento: cada vez se extiende más la red vial, cada vez hay más tráfico, más velocidad: la gente comenta, la gente habla, la gente discute, la gente lee por encima las palabras de otra gente para reaccionar lo más rápido posible a la última palabra escrita, al último video o a la última foto: la velocidad es necesaria, como necesario es que todo el mundo pase unos segundos -sólo unos segundos, sólo los estrictamente necesarios-, para dejar su huella: su visto bueno, su aprobación o su desaprobación (en el fondo da lo mismo, lo que importa son las "visitas") para que el comentario o la publicación de alguien se haga más famoso y goce de unos minutos de gloria (y ya es mucho) en el mundo constantemente cambiante de las redes sociales. Un clic y hemos dejado nuestra huella. Un clic y hemos interactuado. Si ha sido nuestra voz la que se a expresado o no, no importa: no importa si hemos reaccionado al diálogo de la familia en la pantalla mural de aquel Fahrenheit 451, pues como en él, las respuestas ya estaban escritas y nosotros no somos más que marionetas de un teatro de títeres de hilos largos y enredados.

Después de interactuar, de contestar a los comentarios, de replicar nuestra protesta por doquier en la red, nos sentimos conformes. Hemos hecho algo grande. Hemos llegado a más personas que nunca, hemos comenzado algo. Estamos tan seguros de ello, que el resto de formas de comunicación e interacción social quedan totalmente aparta y son abandonadas poco a poco: necesitamos whatsapp y facebook 24 horas, periódicos actualizados al minuto en los cuales podamos dejar nuestra opinión a pie de página en tan sólo unos segundos: son los caminos indispensables para la protesta. Gracias a las nuevas tecnologías, a la red, por fin somos libres y podemos alcanzar a cualquiera en cuestión de segundos y hacer que, esas protestas anónimas se conviertan en causas globales: nuestro eco se repetirá de un confín a otro del planeta, y miles de amigos, seguidores y personas anónimas nos mostrarán su apoyo, nos darán su palmadita en la espalda, se unirán a nuestra protesta. Luego, cerraremos la ventana de nuestro ordenador, bajaremos la tapa del portátil y dormiremos satisfechos de nuestro avance. Mañana saldrá otro sol, mañana cuando el despertador marque las 6:30, o las 7:00, o las 8:000, nos levantaremos y con un clic volveremos a asomarnos a la ventana para ver como progresa nuestro reclamo. En alguna pantalla harán reflejo unos rayos de sol. Un ademán para correr la cortina o un pequeño cambio en el ángulo de la pantalla, un comentario quizá alusivo al sol de la mañana, y todo solucionado.

Me pregunto cuántos serán capaces de plantarle cara ese sol del reflejo, apartar las cortinas, abrir la ventana -esa otra ventana- y mirar más allá. Probablemente sentirán un escalofrío y un sudor frío: las calles desiertas, la incómoda realidad de darse cuenta de que están viviendo un cómodo mundo virtual, de que son terminales humanos conectados por wifi a un terminal informático resultará en el más grande los pánicos: un horrible mareo y sudor frío que les obligará a volver al su cómodo binario.

Pero la realidad está ahí: calles desiertas. Calles en las que nadie grita, o en las que los pocos que gritan son tan pocos que pronto se los tragará el ruido del tráfico aledaño, el smog y las hierbas de las aceras. Calles con gente que protesta por dentro que camina mirando al suelo, que viaja en bus absorto en libros -algunos realmente interesantes- siempre leyendo como autómatas, persiguiendo únicamente ser el campeón del trivial en la conversa o la cena de hoy: ¿A leído ud. a Ortega y Gasset? ¿No? Yo sí. ¿Y a Virigian Woolfe, a leído algún libro? ¿No? Yo si. ¿Y a Nietzche, a Kafka, a Kerouac? ¿Los ha leído? ¿No? Yo sí. Yo puedo recitar de memoria citas de mil autores, ejemplificar con ellas mil argumentos, dejar atónitos y convencidos a todos mis contertulios. Aplausos al final del discurso. Y cuando llegue a casa, cientos de posts en el facebook, cientos de fotos compartidas, likes y aplausos y más aplausos, de gente que estuvo, de gente que no estuvo pero tiene necesidad de hacerse oír.

Y mientras tanto, las calles siguen vacías. Y en alguna administración pública siguen los abusos y la corrupción, alguna empresa transnacional sigue sobornando a algún político a la par que explota y estafa a trabajadores y consumidores, la luz de las farolas del barrio sigue sin alumbrar las calles peligrosas en la noche, en la esquina los jóvenes con celular en la mano fuman y beben mientras miran videos de reaggeton absortos en su única realidad táctil, el transporte público sigue siendo un asco, el río está contaminado, y en alguna parte del planeta siguen las guerras, los atentados, las muertes. Todos están satisfechos. Esta noche el presidente a contestado a través de twitter, ha reaccionado condenando el video que conseguimos hacer viral, alguien se ha sentido incómodo en algún sitio, al menos durante los escasos minutos que le ha llevado escribir la réplica.

Mañana, cuando volvamos a sentirnos indignados, volveremos a mostrar nuestro rostro de queja, y cuando nos digan "haga ud. una queja por escrito y déjala en el buzón", cuando nos inviten a salir a la calle, a exigir y reclamar nuestros derechos, a declararnos en huelga o desobediencia arriesgando nuestro trabajo, nuestra vida acomodada, nuestra buena imagen; nos volveremos a orinar en los pantalones, miraremos al suelo y luego con un gesto de desaire correremos a casa, a la seguridad infalible y certera del internet donde haremos eco de nuestro desaire y nuestra protesta. Tenemos un millón de seguidores que nos harán sentir mejor. Y mañana, sí, mañana volverá a salir el sol. Esperemos que no se vaya la luz.

viernes, 18 de agosto de 2017

Divertimento en francés

Si te duele la cabeza
mírate a los pies:
si los tienes del revés
será que es estrés
o falta de caricias
o de un beso francés;
y si al derecho los ves,
hazles bailar claqué
y con vestido de plumas
buscate un Fred Astaire,
que te lleve a cenar con él,
que te sonría después,
y con reverencia te diga:
"Voulez vous danser,
cette nuit, dans la rivière
avec moi, modemoisselle?"

lunes, 31 de julio de 2017

Del bosque, el abrazo

El pasado 15 de julio la Federación de Mujeres de Sucumbíos cumplía 30 años. Por este motivo, mi amiga Amparo Peñaherrera y todas las compañeras y amigas de la Federación, me invitaron a participar del aniversario ayudando a escribir "los textos para los árboles de Lola, con los cuales queremos hacer una exposición por el 30 aniversario de la Fundación".

Escribir textos para un guión museológico no es sencillo, ya escribir es un reto; en mi caso depende mucho de mis musas. Pero escribir textos "para los árboles de Lola" es un reto aún mayor, pues ella es la artista y yo no soy más que humilde artesano. Y por si fuera poco, unos textos que hablen de la historia de lucha, de la vida y las vivencias de estas mujeres de Sucumbíos, hermanas de tantas otras mujeres en lucha por sus derechos en tantos otros lugares donde ondea la bandera del feminismo entendida como derecho a reclamar la igualdad y equidad en una sociedad marcadamente machista y patriarcal.

Pero, como de retos vive uno, aceptamos gustosos la invitación. Escribimos, reímos, nos desesperamos (tranquila, Amparo, tranquila, fue el mantra más recitado durante un mes) y renacimos en las semillas de nuestra creatividad y de nuestro amor por la causa común.

La exposición está en Lago Agrio, en el auditorio de la Federación de Mujeres de Sucunmbíos, con todos sus árboles, sus dibujos, sus textos y todo su amor. Ahí estará hasta mediados de agosto. A todos los que puedan les invito a viajar hasta allá y recorrer la muestra. Y para los que están muy lejos y no pueden, y a petición de ellos, dejo acá los textos que escribí para la exposición: los que están en Lago, y algunos retales que quedaron fuera del montaje final; no son todos, pues algunos no se entienden sin el resto de elementos de la museografía, basten estos pocos como regalo, como ramo de flores e invitación a viajar a Sucumbíos en presencia o con el corazón y reforestarse.
Mi agradecimiento, cariño y amistad a ese equipo de "terroríficos de los museos" que tan bien trabajó: a Lola Mora por sus dibujos, a Caro Enríquez que trabajó en el guión museográfico y en el diseño, y a Amparo por cuidarnos tan bien y por tenernos tanta paciencia. Besos y flores para todas.

Del bosque, el abrazo. 

Somos un bosque. Somos raíces. Damos el fruto del nuevo ciclo: ciclo de la vida. Una vida que crece en armonía con los árboles. Un árbol solo se quiebra. Está a merced de los vientos, de las lluvias torrenciales que arañan su suelo hasta hacerle heridas en sus raíces, atrae a los rayos fulminantes que atraviesan su ser partiéndole en dos y dejándole seco en una tierra yerma. Pero cuando se une con otros árboles se protege y les protege a ellos: juntos se apoyan para tener fuerza frente a los vientos huracanados, juntos extienden su ramas y se cobijan de las lluvias ácidas que quieren horadar su suelo, juntos crean un floresta uniforme que despista los rayo los manda lejos: juntos forman un bosque que los abraza, los cuida, y los mantiene unidos enseñándose a cuidarse, a amarse mutuamente.

Cuando llegamos a esta tierra, el color verde comenzaba a apagarse. Los hombres tumbaban árboles. Los hombres abrían trochas a golpe de machete. Los hombres arrancaban a la madre tierra un líquido blanco de sus entrañas para volverlo negro y liberar con él todos los demonios. Los hombres a golpe de machete, de puño, de botella de trago golpeaban y marcaban las vidas de las más débiles, de las más pobres, de las más indefensas: nosotras, las mujeres. Mujeres de rostro indígena que veían desaparecer sus selvas. Mujeres de rostro cansado atraídas a estas selvas por los engaños de unos hombres cegados por la codicia. Y en estas selvas marchitas tuvimos que florecer. Vimos al árbol maltrecho desgarrado por el rayo del hombre.

Vimos el bosque que aún luchaba por sobrevivir. Aprendimos de él. “Seremos árboles”, dijimos. “Nosotras seremos los nuevos árboles”. Tejeremos de nuevo el bosque. Un bosque que nos proteja del abandono, del abuso, de la explotación, del maltrato, de la injusticia y del egoísmo de tanto hombre falaz. Un bosque que nos enseñe a protegernos, y que nos devuelva nuestra dignidad: nuestro espacio para crecer firmes, altas, hermosas y orgullosas de nosotras mismas, que nos permita florecer y regar polen y semillas para sembrar nuestro ejemplo. Un bosque que nos abrigue a todos: mujeres, niños,… y también hombres: un bosque que sea el abrazo, el símbolo de la dignidad humana.

Somos las mujeres. Somos los árboles. Somos tu bosque, el abrazo que te enseña a respirar de nuevo.
Reforestar-se:
es despojarse de hojas secas
es recogerse en semillas
es sentir la tierra
es buscar la orilla
es brotar con savia nueva
es crecer sin prisas
es reconocerse en la entrega
es abrazar la vida.

Reforéstate
En tus raíces, búscate
siente la misma tierra
cubriendo tus pies.

Reforéstate.
Siente al bosque nutriéndote
con tu vida nueva
ayúdale a crecer.

Reforétate.
En tu interior, escúchate
deja que florezca
la flor, fruto después.