El ir y venir luchando por las cosas más queridas, sin bien nos gasta las manos, nos deja abierta la vida.
- Víctor Jara

domingo, 1 de octubre de 2017

Turismo sostenible, ruido insoportable

Es tan alto que hace retumbar los vidrios de la biblioteca. No hay ningún lector en este momento, pero igual me siento incómodo y nervioso. Salgo afuera dispuesto a exigir explicaciones. El guardia de seguridad me dice -como suponía- que se trata de un evento organizado. Justo en el soportal del museo un tipo gordo algo desaliñado ha instado una mesa con una consola, un portátil y todo un set de parlantes de discoteca sobre sus pedestales; la mayoría -soy 4- apuntan al paseo del malecón donde un grupo de turistas baila música nacional, el 4º parlante, sobresaliendo por encima de la cabeza del DJ, se encuentra girado 180 grados y apunta directamente a los ventanales de la biblioteca y el museo. Me acerco lentamente al pinchadiscos y articulo una serie de señas con mis brazos poder ser oído. El DJ baja el volumen del 4º parlante y me mira con aire de "ya viene otro pesado a quejarse y joderme la fiesta, no debe saber que tengo autorización."
- Mire -le digo-, se que tiene ud. permiso, pero este parlante, enfoca directamente a la biblioteca y museo. Estamos abiertos y con turistas en el museo, y se están quejando. No veo que este parlante sea necesario así que haga el favor de girarlo para que apunte al malecón o apáguelo.

Evidentemente mi ni siquiera llega a entrar en la cabeza del sordo DJ todopoderoso. Tengo que escribir un par de mensajes a la gerencia del museo, quejándome de nuevo del volumen alto de la música para que el DJ, con resignación y enfado, baje el volumen. Eso, y ponerle cara de "si no lo apaga ahora, corto de un hachazo la energía".

De poco vale mi queja. En la tarde, la final de no se qué carrera ciclista se instala también en la puerta del museo y un energúmeno de esos que no necesitan usar micrófono porque lo tienen incorporado de serie en la garganta empieza a desgañitarse animando al público. Varios de los turistas que entonces visitan el museo, y que ven su recorrido guiado interrumpido o alterado por el terrible ruido que se filtraba desde el interior, se quejan como es de esperar. Hago llegar mi queja a las esferas superiores, y les invito a ellos a que rellenen las respectivas hojas de reclamaciones y ayuden haciendo llegar su reclamo a las autoridades del Centro, pero hemos llegado a tal punto de apatía, miedo, comodidad y falta de compromiso que responden algo ininteligible entre dientes y se van sin mirar atrás, tragándose su rabia y su bilis por no haber encontrado a superhéroe defensor.

Sentado luego bajo el ruido dentro del museo, me pongo a pensar el feria turística que el miércoles, Día Mundial del Turismo, tuvo lugar en los alrededores del museo en un intento de aunar esfuerzos para hacer de la ciudad un lugar turístico: carpas con stands, carpa de comidas locales, recorridos teatralizados dentro del museo... y justo en frente de la puerta, un terrible escenario equipado con un sistema de sonido capaz de animar un estadio de fútbol completo. Mis quejas a las autoridades -sordas- el día miércoles fueron también continuas, y de poco sirvieron: las visitas promocionales al museo, se vieron interrumpidas una y otra vez por el escándalo de la música y el ruido que se filtraba al interior del museo desde tremendo escenario. Evidentemente, dejo de sonar durante la aplaudida visita de las autoridades e invitados al interior del museo, pues hay que guardar las apariencias; luego la bulla comenzó de nuevo,  las quejas de los turistas también. Lo más irónico del caso es que nadie bailaba al son de la música, nadie escuchaba al animador -pues aún no había nadie ante el escenario, ya que el evento estaba "oficialmente" programado para las 17:00 y aún faltaban varias horas para el chupinazo sonoro. Y ya no irónico sino incomprensible, resultaba la postura de las instituciones organizadoras: ellas fueron las que invitaron al museo a participar de la jornada, ellas fueron las que insistieron en que realizásemos ese día los recorridos teatralizados, ellas, que nunca asistieron a las representaciones anteriores -no debieron recibir el sobre lacrado con la invitación personalizada, requisito in-dis-pen-sa-ble para que un profesional del sector turístico haga turismo-, y que nos exigían entregásemos todo a ese magnifico día que destacaría las virtudes turísticas de la ciudad.

Virtudes turísticas. Virtudes ensordecidas por el tremendo estruendo de un escenario, uno de tantos que aterrizan en nuestra ciudad para promocionar el turismo, los platos típicos, la naturaleza, la tradición cultural, el museo arqueológico... todo al mismo son y al mismo volumen. Al final, sólo importa el ruido, la fiesta y el baile nocturno, es que hay cuando son las fiestas, ese que hay cuando cualquiera organiza una fiesta con motivo de cualquier evento sin importancia, pues sólo necesitamos la escusa. Excusa para poner un parlante hacerse oir, sin importar la impresión, lo que se diga o transmita, solo el ruido, gran pantalla para captar la atención de todos y lucirse y salir en la foto. No importa si no pueden disfrutar del museo, no importan si no pueden leer en la biblioteca, no importa la chica del stand turístico tiene que desgañitarse para que los visitantes escuchen sus promociones, no importa si no se puede conversar tranquilos mientras se almuerza. Lo importante es que la gente oiga que algo está pasando. ¿El qué? Eso no importa.

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