El ir y venir luchando por las cosas más queridas, sin bien nos gasta las manos, nos deja abierta la vida.
- Víctor Jara

sábado, 23 de septiembre de 2017

Y se puso unas medias negras

Y se puso una medias negras
y zapatos de charol
y pintó una sonrisa nueva
en el rostro y el corazón.

Se apoyó sobre el alféizar
su maceta tenía flor
y dejó la ventana abierta
nuevo día, rayos de sol

Caminando por la vereda
al compás de su reloj
dibujó una rayuela
camino del trabajo bailó,

bailó cada calle y acera
con la gente a su alrededor
ellos ausentes, ella risueña,
nadie pasar la vio.

Sólo los niños podían verla
y bailar con ella al son
vestidos con medias negras
y zapatos de charol.

miércoles, 20 de septiembre de 2017

Tragicomedia

No corre, no corre, vuela
y en el amor se entrega.
Y sufre. Sí, sufre, espera.
En sus dos ojos tiemblan
Veinte y dos primaveras.

Veinte para conocerla
y dos, dos para saberla
cuando brillan y ruedan
sobre su rostro estrellas
fugaces como la yesca.

Fugaces ante la escena
de un beso sin respuesta,
o respuesta sin beso en ella
de labios quedos que observan
las dos fugaces estrellas.

No llores hoy más princesa
tu príncipe ha perdido su estrella
está ante él mas no puede verla
sus ojos son escarcha y vendas
contra la vida, fútiles defensas.

No llores, no ahogues tu primavera
que amar es una llama eterna
unas veces guía, otras nos ciega
pero siempre nos devuelve la vista
y los cariños y los besos llegan.

Llegan cuando ya no se esperan
cuando en la noche un nudo aprieta
y en lágrimas, miedos y penas
sentimos que alguien nos piensa
nos llora sin entender la escena:

Risas, llantos: vida. Tragicomedia
vidas perdidas en la tormenta.
En el escenario un rostro apenas
luces tenues de candilejas
y un escritor sin actores ni escena.

Dibuja una vez más a la princesa
su rostro, su sonrisa, su figura esbelta.
después, después el príncipe entra
-dice el guión- pero hoy no lo encuentra:
está perdido en su guión,
temeroso de salir a escena.

sábado, 16 de septiembre de 2017

Dioses

Cuando las nubes abandonan
el cielo de Quito
los gigantes dormidos
vestidos de blanco
sobre el azul infinito
del cielo, del tiempo testigo
de su desnudez oculta
a hombres de ceniza y mito,
desafían el juego.

Cuando las nubes abanzonan
el cielo de Quito,
se pueden ver las entrañas
convexas de una tierra árida
donde se aman los dioses andinos
y a los pobres mortales graban
en el rostro las marcas
símbolos de lo finito:
vidas humanas, eternos montes,

Cuando las nubes abandonan
el cielo de Quito
El Sol saluda a los dioses
que lucen sus blancos colores
y hablan con rostro dormido
del sobrecogimiento de hombres
que aún han entendido:
que no so más que simples mortales,
que en los cerros duermen los dioses.

Micrococa # 7

La escena del crimen: El rocío de la mañana, la cinta amarilla acordonando el parqueadero del museo, un árbol desgajado y uno de los bolardos de luz tirado por el piso con los cables fuera. Las marcas negras de una frenada. Al fondo, el parqueadero, un auto deportivo color azul con las puertas abiertas y alguien sentado en el puesto de conductor, vestido todavía con las ropas de la fiesta de la noche anterior, con cara de dormido - borracho - arrepentido. Junto a él, un policía con aire monótono revisando los papeles sin buscar nada especial, porque nada nuevo hay que encontrar. A un lado en la vereda, la gerente del museo y dos o tres trabajadores más, y media docena de curiosos.

- Sra... - El policía avanzó hasta la gerente con aire pensativo- Verá, el conductor de auto ha sido militar...
La gerente le miraba pensativa esperando el final de la explicación.
- Quiero decir que, verá, si le denuncian uds., va a tener serios problemas en el cuartel, en su carrera. Simplemente está un poco tomado, se durmió y no vio que se acaba la calle. Arreglen entre uds. Que pague los destrozos de la plaza, si les parece, claro.
- Bueno. Sí, le entiendo. Déjeme ver. No sé cuanto valen estas cosas... Y el árbol, bueno. El conserje está enfadado. Él cuida las plantas, sabe...

La gerente se reúne con su gente. Alguien llama por celular, en el otro extremo de la conexión un ingeniero eléctrico se limpia los restos de bolón y café y contesta la primera llamada de la mañana.
- ¿Una luminaria de la plaza? ¿Se dañó? ¿Cómo? Bueno esas luminarias valen 280 dólares cada una, más mano de obra... Digamos unos 350.

- Mire, nos dice el eléctrico que 350 - la gerente mira al policía y ambos miran al conductor del auto que sin mucha resignación empieza a contar el dinero en su billetera.
- 300 dólares ¿Está bien? Es todo lo que tengo.
Unos segundo de indecisión. Miradas entrecruzadas del público presente.
- Sí, sí.. Está bien.
- Entonces todo arreglado -El policía sacudió los hombros satisfecho de haber resuelto un incidente más-  Puede irse ud. Y cuidado no vuelva a pasar; la próxima vez no será tan fácil. Señora, buenos días.
Con un saludo a la gorra, el policía se despidió y se subió a su moto al tiempo que se escuchaba como se cerraba la puerta del auto deportivo y con un rugido de león-motor, el auto azul desparecía a la vuelta de la esquina. La gerente, con el fajo de billetes en la mano, clausuró la escena y se acercó lentamente hasta el conserje que aplicaba un vendaje de primeros auxilios al árbol.
- Mire, con esto arreglamos las luces hoy mismo. ¿Podrá?
- Chuta, las luces. Mire este pobre árbol.
- Sí, lo sé.
- Ya, ya ingeniera. Ahora voy y compro para arreglar las luminarias.
- Tenga acá tiene el dinero. Le ha de sobrar algo, creo. Traiga factura como siempre.
- ¿Tanto? ¿Para qué me  tanto? 20 dólares no más. Con eso compro unos pernos y unos cables y arreglado.
La gerente abrió los ojos y se puso del color rojo de la vergüenza.
- Ve.. veinte. ¿Sólo veinte?
- Claro, ingeniera. Vea, esto sólo está de volver a empernar y empatar los cables y listo - El conserje había caminado hacia el lugar del siniestro y parado el bolardo de luz en su lugar mientras sonreía y le quitaba el supuesto polvo con una mano.
- Bueno... Tenga, tenga 20 más. -Contesto la gerente abochornada...
- Bueno, ahí compro los focos si es que están quemados...

- ¿Y ahora? Qué vergüenza. Me dan ganas de devolverle la plata al pobre militar.
- ¿Pobre? Viene chumado, se duerme y nos desgracia un árbol y las luces de la vereda. Le está bien, para que aprenda. Y además no es la primera vez.
- Si por eso.
- ¿Por eso? ¿Qué quiere que pongamos un letrero gigante diciendo que no hay más calle y que frenen? Se llevarían el letrero por delante igual. Mejor deberíamos hacer cobrando a todos. Vea, ya es como el cuarto auto que se estrella en la plaza. Viene la policía, les denunciamos y fin. Nos toca pagar a nosotros los destrozos. Por una vez, que paguen los culpables.
- Bueno... Ya. Al menos tenemos ahora un poco de dinero para los desperfectos. Cuando regrese el conserje, dígale que venga a mi oficina para ver qué otras cosas necesitan reparación.
- ¿Y si mejor guardamos un fondo para eventualidades?
- ¿Un fondo? ¿Cómo un fondo?
- Bueno, para cosas más urgentes. Un fondo. Se puede ir reponiendo.
- Pero esto es algo fortuito.
- ¿Y si mañana se estrellase otro?
- ¡Pero qué dice!
- Bueno es algo fortuito.
- Ya, y entonces ponemos un letrero que diga: "estréllese en la plaza y pague. Contribuya al mantenimiento del malecón". ¡¡No diga tonteras!!
- Yo sólo digo que ahora...
- Calle, calle. Y cuando regrese el conserje, le hace subir mi oficina, por favor.

domingo, 3 de septiembre de 2017

Deberías estar satisfecho

Sí, deberías estar satisfecho. Es me repiten una y otra vez, eso me repite una y otra vez la sociedad: tienes un trabajo más o menos estable, un trabajo en el que puede ser creativo y hacer lo que te gusta, estás rodeado de gente que te quiere, vives bien, tienes una posición sólida, cómoda, vas camino del... ¿éxito?

Del éxito o de la mierda, pienso yo para mis adentros, pues no puedo dejar de pensar que quizá tanta satisfacción me acabe convirtiendo en el protagonista de cierta canción de Serrat. Pero lo que más me repatea de esa afirmación -"deberías estar satisfecho"-, es que implícitamente me está diciendo: no te quejes, no sufras por cambiar las cosas, todo está bien ¿no te das cuenta? Tú no vas a arreglar el mundo, no hay nada que arreglar, cada uno con lo suyo y punto. En otras palabras, me están diciendo "no tienes derecho a queja".

¡Acabamos! ¿Cómo, cómo, quiere alguien explicarme cómo puede ser una persona feliz, si no puede quejarse, si no puede trabajar para cambiar las cosas en la dirección que él o ella las considera correctas, si no puede soñar en otras cosas, si no puede sufrir por los demás, por esos demás, que están lejos, que muchos se empeñan en decir que están de más, pero que realmente duelen, aquí, aquí bien adentro? ¿Cómo puede ser uno feliz conformándose con lo que le han escrito en el caparazón de tortuga grande y enorme en el que le metieron sin preguntar después de salir del útero?

No miren no estoy satisfecho. Y no debería estarlo. Y todos aquellos que dicen estarlo, no son más que unos resignados huecos y vacíos por dentro. Resignados ante sus miedos y sobre todo ante aquellos que les crean los miedos. Uno puede aceptar las dificultades y cambios que le trae la vida. Si los acepta, logrará superarlos, logrará sentirse satisfecho de los pasos dados y el camino recorrido ante la adversidad. Aceptar las crisis supone superarlas. Resignarse es todo lo contrario: es condenarse a la mentira, al olvido, a la mediocridad.
Y sobre todo, no me sentiré satisfecho porque en este mundo sentirse satisfecho se ha convertido en sinónimo de persona que ha logrado su bienestar, su posición sólida y cómoda a base de hacer sufrir o condenar al olvido (a su olvido primero, y al olvido generalizado después) a muchos otros iguales (en cuanto a condición humana se refiere) a él.

No puedo estar satisfecho si en mi trabajo se roba, aunque yo no lo haga. No puedo estar satisfecho si mi empresa engañe a la gente con triquiñuelas, aunque yo no sea el último responsable de las mismas. No puedo estar satisfecho colocando más policías en la esquina para evitar robos como tampoco puedo estar satisfecho colocándome unos tapones en los oídos para solucionar el problema del ruido que me causan los vecinos y comercios de enfrente. No puedo estar satisfecho sólo porque tengo una nómina y tengo una novia y tengo amigos con los que compartir cerveza un viernes por la noche; puedo disfrutar de esos momentos, puedo realizarme en mi trabajo, pero no puedo estar satisfecho cerrando los ojos a todo lo incorrecto sólo porque "aparentemente tengo lo mío y debería ser feliz y sentirme satisfecho".

No deberían decir esas palabras a la gente. No deberían. No hacen sino confundir y empequeñecer a la gente a la vez que se empequeñecen ustedes. Bueno, en realidad ustedes se inflan como un globo, un globo al que un día alguien le dirá "Deberías estar satisfecho" y el globo explotará de satisfacción o se le escapará poco a poco todo el helio y quedará convertido en un inservible guiñapo de plástico botado en el suelo. Así que no digan esas palabras a la gente. Díganles por contra "me alegro por ti, ahora trabaja por ti, por los demás, por tu amor propio, por tu afán de superación, por el grupo que que ha situado donde estás. Ahora combate y lucha por acabar con todas esas cosas de las que te quejas y que tragas a ese saco sin fondo pero con gastritis crónica que es tu estómago. Saca tu bilis y empieza a luchar contra viento y marea por cambiar aquello con lo que no estás de acuerdo".

Ejerce tu opinión, tu punto de vista, para poder se realmente parte del grupo, de este todo que nos identifica. Ejércelo. No lo esgrimas, de nada sirve hablar y mostrar pancartas con los brazos alzados sino lo ejercemos. "Tenemos derechos, si", -decía Pete Seeger- "pero tenemos que usarlos para demostrar que los tenemos", añadía después.

Yo seguiré ejerciendo mis derechos, entre ellos mi derecho a queja, a no sentirme satisfecho, a denunciarlo que creo incorrecto y airear los trapos sucios, los míos y los de otros. Seguiré para unos tirando piedras contra mi propio tejado. No me importa, me encanta esa frase, es una de las más bonitas del idioma castellano: "tirar piedras contra su propio tejado" ¿no es un acto de verdadera rebeldía? A veces, muchas veces es necesario deconstruirse, destruirse, para poder asumir la verdad y comenzar a caminar, con seguridad y dignidad. Así la vida quizá comience de nuevo después de haber estado muerto en vida durante muchos años, como en aquella novela.
Sostiene Pereira...