El ir y venir luchando por las cosas más queridas, sin bien nos gasta las manos, nos deja abierta la vida.
- Víctor Jara

lunes, 31 de julio de 2017

Del bosque, el abrazo

El pasado 15 de julio la Federación de Mujeres de Sucumbíos cumplía 30 años. Por este motivo, mi amiga Amparo Peñaherrera y todas las compañeras y amigas de la Federación, me invitaron a participar del aniversario ayudando a escribir "los textos para los árboles de Lola, con los cuales queremos hacer una exposición por el 30 aniversario de la Fundación".

Escribir textos para un guión museológico no es sencillo, ya escribir es un reto; en mi caso depende mucho de mis musas. Pero escribir textos "para los árboles de Lola" es un reto aún mayor, pues ella es la artista y yo no soy más que humilde artesano. Y por si fuera poco, unos textos que hablen de la historia de lucha, de la vida y las vivencias de estas mujeres de Sucumbíos, hermanas de tantas otras mujeres en lucha por sus derechos en tantos otros lugares donde ondea la bandera del feminismo entendida como derecho a reclamar la igualdad y equidad en una sociedad marcadamente machista y patriarcal.

Pero, como de retos vive uno, aceptamos gustosos la invitación. Escribimos, reímos, nos desesperamos (tranquila, Amparo, tranquila, fue el mantra más recitado durante un mes) y renacimos en las semillas de nuestra creatividad y de nuestro amor por la causa común.

La exposición está en Lago Agrio, en el auditorio de la Federación de Mujeres de Sucunmbíos, con todos sus árboles, sus dibujos, sus textos y todo su amor. Ahí estará hasta mediados de agosto. A todos los que puedan les invito a viajar hasta allá y recorrer la muestra. Y para los que están muy lejos y no pueden, y a petición de ellos, dejo acá los textos que escribí para la exposición: los que están en Lago, y algunos retales que quedaron fuera del montaje final; no son todos, pues algunos no se entienden sin el resto de elementos de la museografía, basten estos pocos como regalo, como ramo de flores e invitación a viajar a Sucumbíos en presencia o con el corazón y reforestarse.
Mi agradecimiento, cariño y amistad a ese equipo de "terroríficos de los museos" que tan bien trabajó: a Lola Mora por sus dibujos, a Caro Enríquez que trabajó en el guión museográfico y en el diseño, y a Amparo por cuidarnos tan bien y por tenernos tanta paciencia. Besos y flores para todas.

Del bosque, el abrazo. 

Somos un bosque. Somos raíces. Damos el fruto del nuevo ciclo: ciclo de la vida. Una vida que crece en armonía con los árboles. Un árbol solo se quiebra. Está a merced de los vientos, de las lluvias torrenciales que arañan su suelo hasta hacerle heridas en sus raíces, atrae a los rayos fulminantes que atraviesan su ser partiéndole en dos y dejándole seco en una tierra yerma. Pero cuando se une con otros árboles se protege y les protege a ellos: juntos se apoyan para tener fuerza frente a los vientos huracanados, juntos extienden su ramas y se cobijan de las lluvias ácidas que quieren horadar su suelo, juntos crean un floresta uniforme que despista los rayo los manda lejos: juntos forman un bosque que los abraza, los cuida, y los mantiene unidos enseñándose a cuidarse, a amarse mutuamente.

Cuando llegamos a esta tierra, el color verde comenzaba a apagarse. Los hombres tumbaban árboles. Los hombres abrían trochas a golpe de machete. Los hombres arrancaban a la madre tierra un líquido blanco de sus entrañas para volverlo negro y liberar con él todos los demonios. Los hombres a golpe de machete, de puño, de botella de trago golpeaban y marcaban las vidas de las más débiles, de las más pobres, de las más indefensas: nosotras, las mujeres. Mujeres de rostro indígena que veían desaparecer sus selvas. Mujeres de rostro cansado atraídas a estas selvas por los engaños de unos hombres cegados por la codicia. Y en estas selvas marchitas tuvimos que florecer. Vimos al árbol maltrecho desgarrado por el rayo del hombre.

Vimos el bosque que aún luchaba por sobrevivir. Aprendimos de él. “Seremos árboles”, dijimos. “Nosotras seremos los nuevos árboles”. Tejeremos de nuevo el bosque. Un bosque que nos proteja del abandono, del abuso, de la explotación, del maltrato, de la injusticia y del egoísmo de tanto hombre falaz. Un bosque que nos enseñe a protegernos, y que nos devuelva nuestra dignidad: nuestro espacio para crecer firmes, altas, hermosas y orgullosas de nosotras mismas, que nos permita florecer y regar polen y semillas para sembrar nuestro ejemplo. Un bosque que nos abrigue a todos: mujeres, niños,… y también hombres: un bosque que sea el abrazo, el símbolo de la dignidad humana.

Somos las mujeres. Somos los árboles. Somos tu bosque, el abrazo que te enseña a respirar de nuevo.
Reforestar-se:
es despojarse de hojas secas
es recogerse en semillas
es sentir la tierra
es buscar la orilla
es brotar con savia nueva
es crecer sin prisas
es reconocerse en la entrega
es abrazar la vida.

Reforéstate
En tus raíces, búscate
siente la misma tierra
cubriendo tus pies.

Reforéstate.
Siente al bosque nutriéndote
con tu vida nueva
ayúdale a crecer.

Reforétate.
En tu interior, escúchate
deja que florezca
la flor, fruto después.

domingo, 30 de julio de 2017

Ruido

Estoy sentado en un comedor cualquiera, en una esquina cualquiera de una ciudad ecuatoriana. El comedor es un espacio simpático, ni muy grande ni muy pequeño, con una serie de mesas decoradas con fotos de platos combinados y estampas de la cultura local, todo ello decorado con estridentes colores, letras con filos y sombra y efectos 3D salidos de la mente de algún pseudo-diseñador de alguna imprenta -léase local de gigantografías- local. Siento la borrachera que tanta imagen voluptuosa provoca en mi y dedico levantarla vista y observar el resto del local: al fondo la cocina separada por un mostrador que hace las veces de caja; en el otro extremo la calle con su tráfico, transeúntes, bullicio y calor. Me quedo unos instantes observando la vereda, escuchando los sonidos que entran a través del local sin puertas ni ventanas: apenas dos persianas metálicas que se enrollan todos los días a las 8 o 9 de la mañana y vuelven a estirar su protectora pereza 12 horas después. En una esquina, situado discretamente hay un enorme parlante negro gritando sobre su firme pedestal a los viandantes. No grita nada específico, sólo tiene música: salsa, cumbia, reaggetón, música chicha. El volumen es tal que se escucha desde una cuadra o dos: es el anuncio de "estamos abiertos, venga a disfrutar nuestros platos", es la competencia feroz contra el local de enfrente que hace poco o más o menos lo mismo.

Respiro, miro mi celular y me pregunto por qué entré en un comedor con semejante contaminación sonora en la puerta. El volumen es tal que, a pesar de estar orientado el parlante hacia la calle, penetra también en el interior y se mezcla con el zumbido de un ruidoso ventilado -parece más un motor fuera borda reconvertido en ventilador- y el de la televisión, donde un trajeado presentador de noticias se desgañita por hacerse oír.
Cuando me sirven la sopa, le pido al camarero que por favor baje el volumen. Lo apaga completamente. Bendición. Pero no tardan las protestas y reclamos de otros comensales que quieren ¿oír? ¿ver? las noticias. Con semejantes ruidos es imposible escuchar qué dice el tipo del noticiero de televisión, salvo que uno ponga toda su atención en él, cosa que nadie hace: nadie el local mira al televisor ni le presta atención, todo están absortos en su sopas, sus segundos platos, su celular, la conversa con sus compañeros de mesa o el flirteo de turno con la compañera de oficina. Nadie presta atención al televisor ¿y entonces, porqué el reclamo me pregunto? Me respondo yo mismo: por el ruido, necesitan ruido. Ruido en la pantalla de televisión, ruido en el ventilador, ruido en el parlante de la entrada, ruido en el estridente letrero luminosos que corona la entrada del comedor, ruido en la decoración de las mesas y las paredes.

Vienen a mi mente imágenes de mis días pasados en este pequeño y gritón país: la imagen de los adolescentes del internado, llegando sudados después de hacer deporte, encendiendo la radio y la televisión y la llave de las duchas, todo-a-la-vez; la hermosa cafetería del museo, con sus cristales y perfiles de limpio aluminio asomándose a un hermosos paisaje sobre el río, cubiertos en parte por gigantografías de helados y postres, por luces led de colores chispeando tarde y noche; la música de la bailoterapia, saliendo de un parlante gigante, moviendo a propios extraños en tres o cuatro cuadras a la redonda, metiéndose en el cine, en la cafetería, en la biblioteca, cruzando la otra orilla para hacer bailar también a quién sabe quién en qué sabe qué casas. Los buses con música a todo volumen y vendedores ambulantes gritando, las rancheras casi disco-móvil, los jóvenes en la orilla del río espantando los zancudos a golpe de reaggeton, con sus cajas de música portátiles...

Alguien podría pensar que éste es un país musical. Para nada. Ecuador tiene su cultura musical, su tradición, sí, rica e interesante como todas, e incluso fuera de la música folklórica y tradicional, hay jóvenes con propuestas musicales bien interesantes, pero no es esta música la que inunda calles, comedores, buses y mercados. La música que inunda estos lugares no es música, o mejor dicho a nadie le importa si es música o no, si es esta música o aquella: se trata de hacer ruido, de hacerse oír, de hacerse sentir: parece un grito desesperado a la vez que cotidiano para gritar al mundo "¡aquí estoy yo, el mejor, el más sabroso, el más grande!" En un país eminentemente fonético como decía Velasco Ibarra, un país donde nadie lee -ni los libros ni la señales y letreros de la calle, ni las cartas de los comedores-, pero un país donde todos hablan y se hace oír, el ruido: sonoro y visual, parece una seña genética de identidad: ruido más ruido, dos veces ruido, y si podemos hacer tres veces ruido mejor. "Verá licenciado si yo apago el parlante de la cafetería no entra nadie, porque piensan que está cerrado". De nada sirve un letrero de abierto/ cerrado, un horario en la puerta. Tienen que oírlo de viva voz, escucharlo "sin querer queriendo" y seguir haciendo ruido.

Me pregunto dónde nacerá, de dónde vendrá esta necesidad de los ecuatorianos de competir entre sí mismos por ser los más bulliciosos, los más ruidos, del barrio. ¿Será por ser un país tan chiquito que tiene gritar para hacerse oír en esta latinoamérica? ¿Gritaban y hacían bulla sus primeros pobladores allá en la época prehispánica, o es una costumbre mal importada de una linea deformada de técnicas de márketing capitalista y cultura de los mass media? No lo sé. Ecuador es ese país de contrates, donde las empresas que nunca quiebran, a parte de la cervecería nacional, son las que venden parlantes -cuanto más grandes mejor, equipos de sonido, micrófonos, amplificadores, televisores de no sé cuantísimas pulgadas, full HD, motos y carros gigantes y ruidosos, y litros de tinta de inyección y metros de lona para imprimir diseños estridentes echos con cursillos de 8 horas de photoshop y publisher.
En el otro extremo del país, ni al norte ni al sur, ni al este ni al oeste, sino "en el otro extremo", la quietud de los páramos, de los nevados con el aire de hielo que silba y corta la piel, el rumor de la olas de mar rompiendo entre silenciosos pescadores artesanales y la armonía del canto de la selva, roto y salpicado por algún altoparlente en alguna fiesta "tradicional o importada", que llega apabullando a todos con su estruendo, sacando se su meditación a la pacha mala y a los samays de estas selvas y estos páramos, desterrándolos durante unas horas -o siglos quizá-, para luego devolverles la quietud de la vida, y la armonía del silencio.

martes, 25 de julio de 2017

Feliz cumpelaños

Para Alejandra

Feliz en el viento.
Feliz ante el espejo
tu sonrisa, reflejo
de tu camino nuevo
feliz.

Feliz descubrimiento
desnuda ante el tiempo,
despojada de lamentos
para comenzar de nuevo
feliz.

Feliz, en tu año nuevo,
feliz, ríes sin miedo
que si los labios son besos
tu corazón es un deseo
feliz.

miércoles, 19 de julio de 2017

Kawsaykama

Era una noche de luna pálida. Había dejado de llover y en el aire aún fresco de la noche comenzaban a cantar los insectos y las ranas. Sentada en la orilla de la charca observó su rostro quieto, su ojos brillando contra el negro de agua salpicada de luz de luna. Una última gota de lluvia retenida en las hojas de un árbol cayó musical sobre el agua sobresaltandonde, moldeando su rostro en un mar de ondas.

Con rostro serio intento detener las ondas con su mirada. En el movimiento místico de las aguas bañadas de luna, su rostro siguió cambiando, borroso, aclarándose luego para volverse borroso y pálido otra vez. Su rostro serio se redibujó en una tranquila sonrisa y sobre su piel-relfejo de luna aparecieron formas y colores que danzaban vivas con las ondas del agua. Vio el rostro del puma y la boa enroscarse en su cuello. La sintió enroscarse en su propio cuello, sintió su piel húmeda y escamosa deslizarse por la piel de su cuello y sus hombros, el ahora de la greda húmeda de la orilla y de un fuego recién consumido pobló el aire. Cerró los ojos e inclinó su cabeza hacia atrás. Su pecho se llenó de aire, se sintió hincharse, elevarse y volar.

Allí estaba. Cuando abrió los ojos le vio durante unos segundos. No era como ella ¿o sí lo era? Ese rostro redondo, justo delante del suyo, cubierto de esos colores vivos que brillaban con fuerza en la noche y cambiaban de forma con los rayos de la luz de la argéntea luna. Fueron sólo segundos. Cuando alzó la mano para acariciarlo, ya no estaba. Desapareció con un parpadeo dejándola sola, sintiendo aún el frescor de la noche en su propio rostro que le volvía a mirar pálido y silente desde la charca

Se levantó en silencio y caminó de regreso a la casa. Tumbada en su hamaca, meciéndose en la noche sin viento buscó en la oscuridad bañada de luz de luna aquel rostro de vivos colores. No sintió miedo de aquel rostro. ¿Cómo podía ser que transmitiera tanta paz? Los pensamientos la acunaron en la noche fresca sin lluvia, cuajada de estrellas regadas con luz de luna hasta quedarse profundamente dormida.

Despertó con la claridad del alba, en esos minutos preciosos en que todo es noche y todo es día, donde el tiempo parece fundirse y luego partirse en dos. La familia aún dormía. Se despertarían unos minutos más tarde, para derivar un día más en su rutina y falsa costumbre. Ella puso sus pies en el suelo y se incorporó. Sintió aún el barro fresco de la charca en la planta de sus pies. Parada en el umbra de la puerta, observaba como amanecía la selva, como se apagaba el espejo de luna de la charca. Un pensamiento fugaz le llevó la mano al rostro. Caminó nerviosa hasta el espejo quebrado que colgaba de una de las paredes de la casa y observó en silencio su reflejo: lentamente fue apartando su mano de la cara, descubriendo aquel rostro pintado con forma de ocre boa danzando en la mitad de su cara. Y entonces lo supo. Supo dónde estaba enterrado. Supo dónde estaban sus huesos. Supo de dónde venían y a dónde tenían que ir, ella y los suyos. Sí... ese era el camino. Lo habían olvidado durante tanto tiempo... Comenzaba un nuevo día, una nueva vida, un lugar donde ir, el lugar que siempre habían llevado dentro de ellos mismos.

Todo el día llovió

Todo el día llovió
se marchitaron las flores
ahogados los colores
bajo un mar de grises nubes.

Todo el día llovió
fría la lluvia por dentro
los huesos cortados al viento
y el llanto calando los huesos

Todo el día llovió
las palabras hirientes silbando
los ojos ante ellas llorando,
mustia la flor de los labios.

Todo el día llovió
ahora, en la noche el vilo
aún por el frío aterido,
mis poemas quieren ser gritos:

gritos de llantos ahogados
de prisas y pasos errados
de pasados jamás olivados
de caricias y besos no dados
en el día que sólo llovió.

En la noche del día que sólo llovió
abrazo la tierra herida
y busco entre mis cenizas
esas ascuas aún vivas,
soles en la noche del día que sólo llovió.

lunes, 10 de julio de 2017

Besos en verso

¿Cómo se escribe un beso?
Se juntan dos labios
y se imprimen sobre un pañuelo.
Se dobla con cuidado:
la "b" y la "e", luego
dos "eses" con "o" en medio
Besos con "b" de labios,
con la boca el sobre lacrado,
besos en el buzón de correos
y en el remite apurados,
besos escritos en verso.

domingo, 2 de julio de 2017

Pinceladas de sazón

Retales verdes de cilantro,
jugo de prehistórico limón,
ajos a los que les salen rabos,
esa mi especial sazón:

sazón envuelta en la harina
del desordenado corazón
de este caos que es mi cocina:
sopas revueltas con tenedor

y una tetera que le grita
sentada sobre el fogón
"¿dónde está la manzanilla?"
a un quijote con cucharón

vestido con su mejor camisa
que ya empieza la función:
"la cena está servida":
de primero un Pollock, de postre Miró.

Micrococa #5

- A mi no me convence.
- Ah, pero eso es porque a ud. no le gusta llevar uniforme.
- No, no me gusta llevarlo, me han educado sin uniforme, pero si hay que usarlo, lo usaré, así qué por favor elijamos un buen diseño. Mire ese logo, todo deformando. Tienen que reducir y agrandar las imágenes a escala, proporcionalmente, no las distorsionen que se ven feísimo.

Hago el mismo ejercicio otra vez. Ya no se cuántas veces lo he explicado. Abro el editor de textos y amplío la imagen de logotipo jalando con el mouse desde una de las esquinas.
- ¿Ven? Así no se distorsiona.
Me miran con cara de no ver la diferencia con el mal procedimiento al que están acostumbradas, o a no querer aprender las cosas bien.

Respiro profundo y miro de nuevo a la propuesta de diseño. Hemos pasado una hora eligiendo telas como si la sala de reuniones fuese un puesto del mercadillo de la esquina, eligiendo tipos de tela, hablando de mangas cortas y mangas largas, de botones y solapas, midiendo el tiro al pantalón, ... ¡Por fin tratamos en la empresa un asunto que hace opinar y manifestarse a todo el personal! ¡Por fin todos hablan, todos aportan, todos discuten! Comparada con las juntas para analizar presupuestos, crear y/o programar actividades, comparada con las silenciosas juntas de lluvia de ideas donde todos esperan a que alguien llueva para absorber pasivos la lluvia como esos árboles perennes de la selva que nunca cambian, esta reunión para definir cómo nos vestimos está siendo el éxito rotundo! En mi silencio interior mientras todos hablan sonrío y pienso que mejor haríamos cerrando el centro cultural y abriendo una empresa de pret-a-portet, o una corsetería.

Cuando despierto de mi desconexión interior veo que han elegido una combinación de colores feísima. Ni siquiera es combinación, porque esos colores con combinan, no pegan ni con cola. El detalle ya no es siquiera que no sigan la línea cromática institucional, no, el detalle es que no siguen ninguna línea y casi parecería el disfraz pintoresco y bufonesco de un niño de 5 años que se ha vestido solo. Vuelvo a respirar y les digo:
- Esos colores con combinan.
- Ud. siempre quiere usar los mismos.
- Habíamos hablado de mantener una cromática, una estética propia, de crear nuestra identidad. Tenemos un manual de imagen. Ya lo hemos socializado, ¿recuerdan?
- Bueno pero esto también se ve bonito.

Horror. Han dicho "se ve bonito". Se confirma lo de "para gustos hay colores". Y disgustos también, añadiría yo. Esa combinación da al ojo. Da mucho al ojo. Empiezo a ver y sentir las miradas de vergüenza cuando venga alguien de fuera y agache la cabeza al vernos vestir así. Quiero buscar la manera de reconducir todo a su cauce, así sea con un golpe dictatorial, pero ni soy dictador ni tengo la plena potestad. Decido ser diplomático y no herir susceptibilidades. Volvamos al rol didáctico del paciente maestro.
- Miren, hay colores primarios, y secundarios, ¿si? Y después están los colores complementarios, ¿ven? Estos dos sí combinan.
Rostros mudos y casi de enfado.
- ¿No se dan cuenta? -prosigo. Tienen que aprender a combinar los colores y las prendas para vestir (me muerdo la lengua casi para no decir "aprender a vestir") ¿A caso su madre nunca les enseño a combinar los calcetines y medias con el color de la blusa?

De nuevo un silencio incómodo en la sala. Les estudio el rostro e involuntariamente bajo la vista al piso: todo el mundo usa sandalias...

sábado, 1 de julio de 2017

Un libro

¡Un libro!
Mil puntos, y comas,
¿y las páginas?
colores
deliciosos sabores
azul al desayuno
rojo, sabroso como ninguno
de merienda, amarillo
y de postre: un libro
con dedos de niños
o niñas-saltamontes
brincando entre colores
manchados de fantasía
¡vean que algarabía!
todo se ha vuelto loco
hay que ver que alboroto
pasan las páginas y ríen
absortos al libro siguen
punto por punto y coma
que este juego no es broma
hay que tomárselo en serio
para resolver el misterio
¿fue primero gallina o huevo?
Deja que te lo cuente de nuevo
pues no hay fin ni principio
solo la magia... de un libro.

 Niños kichwa de Pastaza (Ecuador) siguiendo "Un libro" de Hervé Tullet. Gracias a la Fundación Yo Amo Leer por la foto y por tantas y tantas lecturas...

Amanecer

Ha lavado la lluvia la noche
un llanto suave de madrugada
bajo un cielo gris sin prisas
una luz tenue ilumina la estancia:

las sábanas revueltas
y las ropas aún regadas
mi cabello desaliñado
en mi piel aún tu fragancia,

tus besos minutos breves
tu cuerpo que se enredaba
como yedra sobre mi piel
que a un nuevo vestido me ata,

al jardín de la flor prohibida
escondida tras muros de agua
tras las estrellas de tus ojos
y las caricias de escarcha.

Regalos de sedas y amoras
me dejaste sobre la almohada
y besos escritos con lluvia
"dulces sueños, descansa".

y en sueños dulces caí
dicen que de ti hablaba
los espíritus de la noche
y los colores de alba:

porque te fuiste con la lluvia
sé que volverás a buscarla
aquí entre las flores del desierto
envueltas en tu fragancia.