El ir y venir luchando por las cosas más queridas, sin bien nos gasta las manos, nos deja abierta la vida.
- Víctor Jara

miércoles, 19 de julio de 2017

Kawsaykama

Era una noche de luna pálida. Había dejado de llover y en el aire aún fresco de la noche comenzaban a cantar los insectos y las ranas. Sentada en la orilla de la charca observó su rostro quieto, su ojos brillando contra el negro de agua salpicada de luz de luna. Una última gota de lluvia retenida en las hojas de un árbol cayó musical sobre el agua sobresaltandonde, moldeando su rostro en un mar de ondas.

Con rostro serio intento detener las ondas con su mirada. En el movimiento místico de las aguas bañadas de luna, su rostro siguió cambiando, borroso, aclarándose luego para volverse borroso y pálido otra vez. Su rostro serio se redibujó en una tranquila sonrisa y sobre su piel-relfejo de luna aparecieron formas y colores que danzaban vivas con las ondas del agua. Vio el rostro del puma y la boa enroscarse en su cuello. La sintió enroscarse en su propio cuello, sintió su piel húmeda y escamosa deslizarse por la piel de su cuello y sus hombros, el ahora de la greda húmeda de la orilla y de un fuego recién consumido pobló el aire. Cerró los ojos e inclinó su cabeza hacia atrás. Su pecho se llenó de aire, se sintió hincharse, elevarse y volar.

Allí estaba. Cuando abrió los ojos le vio durante unos segundos. No era como ella ¿o sí lo era? Ese rostro redondo, justo delante del suyo, cubierto de esos colores vivos que brillaban con fuerza en la noche y cambiaban de forma con los rayos de la luz de la argéntea luna. Fueron sólo segundos. Cuando alzó la mano para acariciarlo, ya no estaba. Desapareció con un parpadeo dejándola sola, sintiendo aún el frescor de la noche en su propio rostro que le volvía a mirar pálido y silente desde la charca

Se levantó en silencio y caminó de regreso a la casa. Tumbada en su hamaca, meciéndose en la noche sin viento buscó en la oscuridad bañada de luz de luna aquel rostro de vivos colores. No sintió miedo de aquel rostro. ¿Cómo podía ser que transmitiera tanta paz? Los pensamientos la acunaron en la noche fresca sin lluvia, cuajada de estrellas regadas con luz de luna hasta quedarse profundamente dormida.

Despertó con la claridad del alba, en esos minutos preciosos en que todo es noche y todo es día, donde el tiempo parece fundirse y luego partirse en dos. La familia aún dormía. Se despertarían unos minutos más tarde, para derivar un día más en su rutina y falsa costumbre. Ella puso sus pies en el suelo y se incorporó. Sintió aún el barro fresco de la charca en la planta de sus pies. Parada en el umbra de la puerta, observaba como amanecía la selva, como se apagaba el espejo de luna de la charca. Un pensamiento fugaz le llevó la mano al rostro. Caminó nerviosa hasta el espejo quebrado que colgaba de una de las paredes de la casa y observó en silencio su reflejo: lentamente fue apartando su mano de la cara, descubriendo aquel rostro pintado con forma de ocre boa danzando en la mitad de su cara. Y entonces lo supo. Supo dónde estaba enterrado. Supo dónde estaban sus huesos. Supo de dónde venían y a dónde tenían que ir, ella y los suyos. Sí... ese era el camino. Lo habían olvidado durante tanto tiempo... Comenzaba un nuevo día, una nueva vida, un lugar donde ir, el lugar que siempre habían llevado dentro de ellos mismos.

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