El ir y venir luchando por las cosas más queridas, sin bien nos gasta las manos, nos deja abierta la vida.
- Víctor Jara

viernes, 15 de diciembre de 2006

Un poco de todo/ Ocio y cultura

Se supone que esto es algo así como un diario personal en el que uno cuenta lo que le va pasando en la vida. Más o menos. La verdad es que hay blogs dedicados a los usos más dispares, incluso, cada vez más, como sustitutos de páginas web. Será que lo de crear webs es algo más tedioso, no lo se, nunca me he puesto a ello. A ver si mi amgio el bribón bueno cuelga su página pronto.
Esa es quizás una de las novedades de las últimas semanas: la desaparición de un blog interesante con promesas de reaparición en forma de web con más contenidos. De momento no borro el enlace, veamos que nos trae el futuro.
Ciértamente cuesta mantener el blog actualizado. Yo, que nunca sido capaz de escribir un diario, ni siquiera de llevar las cosas al día en una agenda, soy de esos que tardan en colgar cosas nuevas (lo siento, asíduos lectores) pero la pereza le puede a uno, se lía uno con las cosas más insulsas del día a día y al final no encuentra momento para sentarse y estrujarse el cerebro de manera que salgan algunas lineas que escribir en el blog.
Tampoco hay mucho que contar. Gripe. Con esas cinco letras se pueden resumir los últimos 10 días. Calma y encierro involuntario en casa, metido en la cama o tapado en el sofá con un una manta viendo películas e intentando leer un poco. La tercera novedad es que por fin he conseguido ver un montón de esas películas de ciencia ficción inencontrables gracias a las aplicaciones de esta cosa que se llama internet, lo cual, dicho sea, me ha hecho más ameno mi enclaustramiento gripal.
Después de años buscando por tiendas y videoclubs, o esperando que las pasaran por la tele, siempre sin resultados, quién me iba a decir a mi que en cosa de un mes iba a conseguir ver joyas como Venidos del Espacio, Sucesos en la cuarta fase, Almas de metal, La pista (La jeteé, de Chris Marker), Esta isla la tierra,... y otra joyas que por alguna razón desconocida (o conocida: La Codicia) son imposibles de encontrar en el mercado español porque alguna mente no pensante ha decidido no publicarlas en Video/DVD en nuestro país. Luego hablan de la piratería, pero ¿Como se las va a apañar uno para ver una película si no la publican en video, si no la encuentras en ningún videoclub? Los que viven en grandes capitales seguramente no se hagan mucho esta pregunta, pues allí tienen videoclubs especializados, grandes filmotecas, ... pero el resto de los mortales, nos la repetimos una y otra vez. La solucción está cada vez más clara: internet, ese maravillos aliado que nos ayuda a satisfacer nuestras necesidades de ocio y cultura luchando contra otros que intentan "recortarnos" nuestro ocio y cultura para poder así mantener su predominio y poder político y económico.
Internet. Y en el caso de las películas la llamada piratería también. Pero que quede claro que hay dos tipos de piraterías: la de los individuos gorrones que por comodidad y egoismo no van al cine ni alquilan películas, y la otra piratería, la de los desesperados como yo que, al no haber otra manera de ver ciertas películas, pues no llegan al cine ni los videoclubs (y no las podemos comprar online por culpa de las malditas regiones de los DVD) nos vemos empujados al vertiginoso mundo de las descargas.
Oh, dicen, tamibén está nuestra "amiga" la televisión. Con perdon, pero la televisión, la televison gratuíta, publica o no, esos 5 o 6 canales que sintoniza todo el mundo, sólo transmite mierda las mayor parte del día. Cada vez es más dificil ver un buen espacio televisivo, como cada vez es más dificil ver una película en televisión. Antes te veías obligado a programar el video para grabarlas en la madrugada, ahora ya ni eso. Esas benas películas, según me dicen, está ahora en esos canales de pago de las plataformas de tv satélite y cable.
Más de lo mismo. Dinero. Si quiere usted cultura, pague por ella, y si no quiere (o más bien no puede) pues se jode como herodes por citar una famosa frase de una famosa película que ya no dan por la tv gratuíta.
Estamos en una época en la que abunda el ocio, la cultura. La oferta es más amplia que nunca. Y sin embargo resulta más dificil que nunca acceder al mercado, por dos razones principalmete: La primera que tiene usted que sacar entrada (y muchas veces de esas de palco carísimas) para poder acceder a la cultura, y claro, posiblemente usted no disponga del crédito suficiente; y, en segundo lugar, que ya no se difunde ni se promociona la cultura en los canales de ocio. Me explico: es muy dificil que alguien que no conoce el cine mudo (por ejemplo) se interese por el cine mudo porque nadie se lo va a mostrar o ofrecer, sí está ahí en la estantería de la biblioteca, pero por lo general hace falta alguien que despierte la curiosidad y haga que la persona x quiera expandir sus horizonte. Y ese alguien no existe. No van a programar metópolis un sábado por la tarde. No.
A los políticos, no les interesa que la gente se enriquezca culturalmente, porque eso implica que aprendan a pensar, que opinen, y eso "no es bueno". Es más facil manejar a un país de personas-no-pensantes que sólo se interesan por quién marco gol o de si el tio de gran hermano se tira a la tia buena de gran hermano el sábado por la noche, que a un país de personas con inquietudes culturales y por tanto sociales/políticas también.
Y a los empresarios, a los que tiran de los hilos de nuestros políticos tampoco les interesa. No les interesa que aprendamos a pensar, a exigir productos de calidad, a averiguar que productos son made-in-china-por-gente-esclava y cuáles no, no les interesa que la gente se entere de la existencia de una cosa llamada Estado de Bienestar y de leyes y derechos de laborales. No. Sólo les interesa su beneficio. Aunque eso lleve a crear una sociedad de analfabetos funcionales (mientras sean "funcionales" les da igual) o incluso aunque eso cueste vidas humanas. Todo se pueden contabilizar en una estadísta y valorar según el beneficio o pérdia que obitienen.

Así que desde aquí mando un saludo amistoso, un abrazo, un gracias enorme a todos aquellos que luchan contra este monopolio interesado de la cultura: a los creadores de los programas P2P, los fabricantes de software anti-anticopy, a los sellos discográficos y productoras independientes, a las miles de personas, dentro y fuera del "show bussines" que luchan día a día por que sea "show bussiness" y no "money bussiness".
Gracias.

sábado, 25 de noviembre de 2006

Cine de Terror. Segunda Parte

María encendió la linterna. El candado esta echado de nuevo. Los cuatro jóvenes forcejearon la reja, gritando, llamando a ese alguien que había cerrado con llave. No daba resultado. Volvieron al gallinero y se asomaron al patio de butacas, gritando de nuevo. Nada. Nadie parecía oirles.
Desconcertados, se dedicaron a dar vueltas alrededor del gallinero buscando una salida . Al cabo de un rato, se dejaron caer en las butacas, pensativos.
-Tiene que haber otra salida... una salida de emergencia o algo así -dijo Jose
-Alguen nos oirá si seguimos gritando. ¡Eh, eh, aquí arriba!- gritaba Vero mirando de nuevo el patio de butacas.
-Es inutil -dijo Jose- Esto está aislado para no oir el ruido del exterior, y por lo tanto tampoco nos oyen desde la calle a nosotros... tiene que haber alguna manera de salir...
-Podríamos descolgarnos hasa el primer piso... quizá... -Luis miraba a su alrededor buscando algo- esas cortinas...
-Imposible saltar o descolgarnos, está demasiado alto... espera ¿Y si lográsemos alcanzar el primer palco?
-El golpe sería más gordo si resvalas, olvídalo Jose
-Un momento -María interrumpió las divagaciones- ¿No veis? Subimos por la izquierda. Hay otra puerta, la de los pares. Quizá esa no esté cerrada.

No había acabado la frase cuando los cuatro jóvenes se precipitaron hacia la puerta y empezaron a empujar hasta lograr abrirla. Bajaron corriendo la empinada escalera, choncando de lleno contra la reja. Cerrada a cal y canto, igual que la otra.
-Mierda. Es inútil. -Jose se dió media vuelta, desesperado. ¿Dónde...? ¿Dónde está Luis?
-¡Eh tíos! ¡Creo que he encontrado la salida! -La voz de Luis sonaba arriba al comienzo de la escalera.
Subieron rápido. Luis señalaba con la mano a su derecha, a un pasillo oscuro que olía a humedad. -No nos habíamos dado cuenta. El pasillo que da a la calle. Siempre he oído que al gallinero se subía por otra puerta del edificio, no por la entrada principal, sino por un lateral. Separaban así a la gente para que nadie pagase entrada barata y cogiese un sitio de primera. Vamos, María, alumbra ahí.
Se agarraron de la mano y comenzaron a andar lentamente por el oscuro pasillo. Rodeaba el gallinero por detrás, de un extremo a otro, y en medio descendia una escalera muy pendiente. Bajaron con cuidado. Los peldaños estaban muy gastados, olía a humedad y a cerrado.
Al final se encotraron con la puerta. La puerta. Por la calle se veía una vieja puerta de madera, estaban seguros, ahora lo recordaban. Pero no oían la calle, la gente, los coches; no podían siguiera forzar la puerta porque... estaba tapiada.
Golperaron el muro con fuerza, gritando. Nada. Nadie les oía. Ya era muy tarde, poca gente pasaría por ahí a esas horas. Cansados y exhaustos volvieron a subir al gallinero.

- Nos podemos quedar aquí hasta mañana. Alguien vendrá. No hace frío y el sitio es majo -Luis miraba con resignación y ser recostaba con tranquilidad en una butaca ante las miradas asesinas de sus compañeros.
-¿Olvidas a caso que hoy es el día de cierre? Mira que carta más bonita, me la entregaron al entrar hoy. -María leía otra vez la carta de despido por cierre- Nadie vendrá mañana, ni pasado mañana, ni nunca más. Si te quedas aquí, cuando tiren el edificio se encontraran con un tonto momificado con celuloide.
-Ya basta. Voy a saltar hasta el primer palco. Buscaré ayuda o unas llaves y volveré a sacaros -dijo Jose.
-Ten cuidado

Enfocaron con la linterna la pared. Jose se encaramó a la barandilla del gallinero y se agarró a la moldura de la pared, avanzado poco a poco hasta llegar al primer palco y dejarse caer dentro.

-¡Ya estoy dentro! ¡La puerta está abierta! No veo a nadie. Está muy oscuro.
-Sigue el pasillo hasta el hall -dijo María- no tiene pérdida. Una vez allí, vete tanteando la pared a la izquierda de la entrada hasta que des con una pequeña puerta de madera incrustada en el muro. Son los plomos.
-De acuerdo.
La voz de Jose resonó por el edificio mientras desaparecía en la osucridad. Los tres jóvenes se daron a oscuras en el gallinero, esperando.

La espera se hacía eterna. No habían pasado apenas 10 minutos cuando, de pronto, oyeron el ruido del proyector al ponerse en marcha e iluminar la pantalla blanca. Una luz blanquecina inundó el cine y una extraña película en blanco y negro surgió ante sus ojos. Era extaño. No eran capaces de leer los créditos del comienzo. Estaba borrosos, desenfocados,... no. Estaban escritos en algún idioma extraño, con caracteres diferentes al alfabeto latino, o cualquier otro que conociesen.
Las imágenes mostraban a personas vestidas según la moda de 1940 o 1950, riendo, salundándose, charlando amistosamente por el vestíbulo de un gran hotel o una sala de fiestas. Gente vestida de etiqueta, con el rostro moreno, como si acabasen de regresar de un verano en la playa, y aquellos ojos.... oscuros y brillantes, intimidadores, unos ojos que parecían girar para mirar de reojo a la cámara, cruzándo sus miradas con los tres jóvenes espectadores. Causaban terror.
-Esos ojos. Es como si nos mirasen a nosotros -dijo Vero
-Es cierto, extraño. Me resulta familiar. La película. Quizá la he visto. -dijo Luis
-A mi también. He visto la película antes -Maria se pasaba la mano por el pelo, pensativa- Ese lugar, lo conozco.
-¡¡Es el hall del teatro!! -gritaron los tres al unísono.
-No sabía que hubiesen hecho una película aquí. Curioso- dijo Luis.
-Muy bonita, pero ya se acabó la broma. ¡Jose, no se dónde has encontrado eso, pero ya lo estás parando y dando la luz! ¿Me oyes? -gritó Vero.
Vero se levantó y se acercó a la barandilla, mirando el patio de butacas, esperando que su novio se asomase sonriente. De repente, se quedo paralizada. Levantó poco a poco la cabeza, dándose media vuelta para mirar a sus compañeros. Su rostro estaba pálido, sus ojos abiertos como platos, temblaba.
-¿Qué pasa? Estás pálida... -dijo Luis
Vero seguía inmobil, temblando. Levantó lentamente una mano señalando a las butacas.
-¿Qué? -Luis se olía broma -Vamos parad ya. Sientate aquí a mi lado y esperemos a que suba ese capuyo de...
Luis se quedó de piedra. A su lado había un hombre viejo, de cabellos blancos y descuidados, oculto bajo un sombrero de gangster. Su rostro,... su rostro. Era un rostro huesudo, chupado, y sus ojos, oscuros y profundo sy brillantes.
Luis se levantó de un salto y se apoyó contra la barandilla al lado de Vero. Estaban pálidos, no daba crédito. Todo el gallinero esta lleno de personas. Personas pálidas, jóvenes, viejas, niños incluso, pero todas envejecidas como si estuviesen enfermas. Todas vestidas a la moda de 1950, y toas con aquellos ojos profundos y oscuros y brillantes. Permanecían todos quietos, mirando a la pantalla, o a los tre jóvenes.

María se había unido a sus dos compañeros y contemplaba el espectáculo.
-Es un holograma -dijo Luis- lo he visto más veces. Lo hacen con lentes y espejos. No son de verdad. Jose se va a acordar de mi. Solo le falta decir Julia por megafonía y de verdad que salto ahí abajo y le...
-Abajo tambíen hay personas, las he visto. -dijo Vero.
-Son hologramas. Seguro que hay espejos por todo el teatro. Intenta tocarles y verás como das con la butaca. María enfócsales con la linterna, verás como la luz pasa a través.
María enfocó con la linterna al viejo. El hombre miró de repente a los tres jóvenes. Ese rostro, eso dientes... no era ningún holograma. Empezó a levantarse lentamente, caminado hacia los jóvenes y con él, el resto del curioso público del gallinero.
Inmóvilesm los tres jóvenes se aferraban con fuerza a la barandilla. Cada vez estaban más cerca.
-¡Ahh!
Un niño mordía a Luis en al mano arrancándole tres dedos. Con fuerza le apartó con al otra mano, mientras una señora mayor se abalanzaba sobre el. En el forcejeo, ambos se precipitaron al primer piso.
En un estallido de adrenalina, María y Vero empezaron a abrirse paso a golpes entre esas personas, dirigiéndose hacia la puerta, buscando una salida.
-¡Espera! -dijo María- No podemos. La reja está cerrada. -Estaban en la puerta del gallinero- Por el palco, vamos, está vacío, ya.
-No llegaremos.
-¿Prefieres que te coman a mordiscos? Vamos
Consiguieron encaramarse a la moldura. Alguien agarró la pierna de Vero desgarrándole la piel. Estaban encima de ellas. Al fin, consiguieron saltar dentro del palco.

continuará

viernes, 24 de noviembre de 2006

Give My Love To Marie

Llevo toda la semana con esta canción en la cabeza. Es de James Talley, un músco estodounidense desconocido para mi hasta hace una semana. Gene Clark la grabó y gracias a él, yo acabo de descubrir a otro magnífico artista.

GIVE MY LOVE TO MARIE (Entrega mi amor a Marie)
James Talley, 1976

Soy un Minero de Pulmón Negro de Tennesee Este
He criado a mi familia con polvo frío y alubias
El viejo Pulmón Negro me ha atrapado
No queda vida en mi

Cuelga el candil en la ventana
Entrega mi amor a Marie

Durante veinticinco años he trabajado en la mina,
Donde la tierra es negra como una fría noche de invierno
Hay millones enterrados en el suelo
Pero ni un sólo céntimo para mi

Cuelga el candil en la ventana
Entrega mi amor a Marie

He amado a todos hijos, seis chicos tengo
Rezo para que nunca tengan que trabajar en la mina
Por que el Pulmón Negro les atraparía
Morirían igual que yo

Cuelga el candil en la ventana
Entrega mi amor a Marie

El suelo está helado, hay hielo en los árboles
El aire es tan pesado que a penas puedo respirar
Oh, el Pulmón Negro me ha atrapado
Y pronto seré libre

Cuelga el candil en la ventana
Entrega mi amor a Marie

La letra original en inglés aquí.

Que alguien lo reedite, por favor

En 1977 Gene Clark publicó un disco en el sello RSO titulado Two Sides To Every Story. Como sucediese con los anteriores trabajos del artista, el disco no vendió gran cosa, a pesar de que esta vez Gene Clark se embarcar por fin en una gira internacional para promocionarlo. Además, el disco recibió unos críticas pobres, que realmente creo no le hacían justicia. Hoy día aún sigue siendo considerado un album "flojo" sólo recomendable para los fans acérrimos de Gene Clark.
Creo que los críticos, fans, curiosos, público en general, deberían sentarse tranquilamente y escuchar este disco otra vez, ahora sin prejucios, sin comparaciones con otros trabajos de Gene Clark; eso sí, si es que consiguen encontrar una copia del disco, porque es prácticamente imposible hacerse con una, tanto de la edición original en vinilo como de la reedición (aún mas rara) que Polydor publicó en los 80.
Recientemente he tenido la suerte de conseguir una copia en excelente estado de este olvidado vinilo. Como fan de Gene Clark voy completando su discografía poco a poco, y, después de oir tres temas de este disco en el recopilatorio Flying High (A&M, 1997) decidí que necesitaba oir el disco entero. No ha sido facil, pero por fin he conseguido encontrarlo.
Two Sides To Every Story es un disco sencillo. Nos muestra a un Gene Clark más pretensiones que la de regalarnos 10 canciones compuestas y grabadas con sentimiento. No hay experimentos o intentos de romper moldes y hacer algo nuevo como en White Light o No Other. Pero esto no lo convierte en un disco inferior, es verdad que no es una obra maestra como sus 2 o 2 trabajos anteriores, pero tampoco es un disco malo o "flojo". Supongo que Gene Clark simplemente se cansó de que le cerrasen la puerta cuando llegaba a la compañía discográfica con cosas como No Other y decidó hacer algo más sencillo e íntimo.
Una de las cosas que más me llama la atención de este LP es que no suena a ese country-rock comercial de finales de los 70. No. Gene Clark se va a la base, a la raiz de sondio. No hay tintes comericales, sencillo y agradable, que, personalmente me engancha y hace que de vuelta una y otra vez al viejo vinilo. Los últimos tres temas son, a mi parecer, de lo mejor que Gene Clark hizo alguna vez, sin olvidarnos de un tema country precioso, "Lonely Saturday" o de otro que me emociona cada vez que lo oigo, "Give My Love To Marie", que nos demuestar que, a parte de ser un gran compositor, Gene Clark era también un intérprete y arreglista magnífico.

Un LP que merece volver a ser escuchado. Ojalá lo reediten, pronto.

¿Feria del disco?

Todavía no se muy bien que pasó este miércoles. Creo que fue algo así como el día de la música. El caso es que en frente del Palacio de Botines aquí en León aparecieron un par de puestos con discos (LPs, CDs y Cassettes) usados. Como si fuese una feria del disco en miatura.
Fue maravilloso llegar a tiempo y poder revolver un rato, ojear esos gloriosos vinilos de 12" x 12" y rebuscar entre esas joyas añejas ese disco especial que anda uno buscando pero que por desgracia está descatalogado o no se publica actualmente en nuestro país, pero que alguna vez, en un tiempo en que era la música y no el marketing lo que importaba, ocupó los estantes de alguna tienda de discos.
Si dieron publiciad a este curioso suceso de Miércoles, no fue mucha, yo mismo me enteré gracias a un amigo que pasó por casualidad por ahí. Es una pena que no se organicen ferias del disco, como se hace con el libro, el libro antiguo, cerámica y otro tipo de ferias que de vez en cuando ocupan por unos días plazas o calles de nuestra ciudad. Un día supo a poco, si al menos hubiese durado el fin de semana...
En una ciduad como León, en la que en 5 años han desaparecido casi todas las tiendas de discos, y en las que quedan es dificil encontrar un disco que no sea de "lo último", eventos como este mercen la pena. A ver si se repite y que dure más la próxima vez.
Menos mal que siempre nos quedará ese maravilloso puesto en el rastro (próximo a la plaza de toros)... y el amigo internet.

viernes, 10 de noviembre de 2006

Música recién horneada

Ayer tuve la suerte de asistir a un concierto de esos que no se olvidan. Ayer, la cafetería de la Universidad de León se llenó con los sonidos cálidos y desgarrados a veces de Dayna Kurtz, una de esas nuevas voces de la música norteamericana que me dejó con los pelos de punta y con una sonrisa de satisfacción cuando terminó el concierto. Y es que no es para menos. No la conocía, no la había oído nunca, salvo una pequeña referencia en el programa Toma 1 de Radio 3, y, rapidamente, ayer, me sentía como en casa. Una guitarra slide, un voz clara, limpia, potente, de esas que salen del pecho, del corazón, con canciones sencillas y ricas en contenido. Maravilloso
En estos momentos, en los que están de moda esos cantantes que cantan con la nariz, que basan toda su actuación en coreografías y en escenarios y vestuario espectaculares, tener la oportunidad de oir a gente que hace música de verdad, con el corazón, como la de Dayna Kurtz, es un honor.
Si os la perdistéis ayer, haced las maletas y aprovechar este fin de semana para verla en alguna de las ciudades españolas por las que sigue su gira. Más informción en su página web www.daynakurtz.com
(La foto corresponde a la portada de su último trabajo Another Black Feather, 2006)

Otras que me siguen dejando perplejo son las Indigo Girls. La verdad, no me esperaba disco nuevo de ellas este año. El 2005 nos dejó un magnífic
o disco de Amy Ray en solitario y también un recopilatorio con rarezas de las Indigo Girls que el duo lanzó para finalizar su contrato con Epic/Sony. Este nuevo disco, grabado este mismo verano, es toda una sorpresa... y una maravilla también. Puede que sea el cambio de sello discográfico, o quizá simplemente el enorme talento de estas chicas, pero este disco no es uno más en su catálogo. Despite Our Differences suena a las Indigo Girls de siempre pero tiene también algo nuevo, algo diferente. No es un disco comercial, no tiene ninguna canción que destaque sobremanera y pida a gritos ser un éxito, tiene un aire especial a lo largo de sus 13 temas que hace que uno escuche el CD una y otra vez y lo saboree en su conjunto. Letras intimistas, sonido acústico, sencillez. Recuerda a aquella músca que salía de Laurel Canyon, California, en los 70.
El disco ha sido publicado en Hollywood Records. Si adquirís la edicón espcial encotraéis un segundo cd con mas sorpresas... y visitad la página web de las Indigo Girls, renovada y con videos de las sesiones de grabación entre otras cosas.

Por último, otra dama que me sigue robando el corazón cada vez que lanza disco. Shawn Colvin. 5 años han pasado desde su último disco, cinco años sin casi noticias de la artista salvo un recopilatorio de grandes éxitos con un tema nuevo. Así, These Four Walls, su nuevo disco, es algo que llevaba esperando mucho tiempo. David Crosby dice que Shawn Colvin es la mejor compositora después de Joni Mitchell, y no es por que lo diga él, pero razón lleva. Este nuevo trabajo, en el que Shawn Colvin vuelve a colaborar con el magnífico John Leventhal una vez más, ofrece 11 pruebas de su gran talento como compositora. Los ot
ros dos cortes son versiones, porque, además, Shawn Colvin es una intérprete de primer orden. Su voz, inconfundible, sigue brillando en este nuevo disco. Gracias.
Gracias a Shawn Colvin, a las Indigo Girls, Dayna Kurtz y muchos otros artistas por seguir haciendo música de verdad. (These Four Walls de Shawn Colvin ha sido publicado por Nonesuch)

jueves, 2 de noviembre de 2006

Cine de terror

Aquí teneis una nueva historia. No me he olvidado de los chicos de aquel curioso pueblo, no. Prometo esprimir mi cerebro y acabar aquella historia pronto. Los últimos acontecimientos me han inspirado esta otra. Hasta otro rato...

Eran cerca de las ocho de la tarde de un día de otoño. Ya había oscurecido y la niebla había comenzado a ocupar las calles de la ciudad, dando un aire misterioso e inquietante a las luces de las farolas, humedeciendo suavemente los coches aparcados en las calles y el pelo y la ropa de los viandantes. Unos jóvenes caminaban apresuradamente por las calles empedradas de la ciudad.
-¡Date prisa!
-Ya, ya. Tranquilo. Vamos a resbalar en este maldito empedrado y entonces si que no llegamos. Calma.
-Nos vamos a perder el comienzo de la película. O nos quedaremos el sitio bueno. Camina un poco mas rápido.
-Tranquilo... Llegamos de sobra, hombre. Además mi novia nos guarda sitio. Salía de trabajar e iba directa. Seguro que ya está allí.
-¡Es que es el último día, la última oportunidad!

El edificio del viejo teatro se alzaba silencioso entre la niebla y las luces de la calle principal, como un mausoleo, guardando misteriosos enigmas en su interior. Había una o dos personas en la entrada esperando a alguien, seguramente. Ya estaba abierto. En la puerta el viejo acomodador, estaba quieto, con la mirada perdida en algún lugar.
-Buenas tardes
-Buenas tardes. Pasad. Pasad.
Un aire melancólico le envolvía. Hoy era el último día. Cerraban el viejo teatro. Los grandes centros comerciales con sus multicines antisépticos y fríos habían ganado la batalla. El teatro no podía competir, sus paredes forradas de terciopelo con molduras doradas, su suelo entarimado, sus sillas labradas,... todo reflejaba una época en la que la gente venía al teatro, al cine, no sólo a ver la película, sino a contarle historias a los muros del edificio, a fundirse entre las butacas y sentir el espíritu que habitaba entre las paredes del viejo teatro. Un espíritu alimentado las luces y sonidos de un millón de personas que a lo largo de 100 años se había asomado al escenario, habían brillado a través del celuloide o se habían escondido tras las butacas compartiendo el sabor de un beso con el protagonista de la película.

-Le dije a mi novia que nos cogiera sitio en el primer piso, cerca de la escalera. Así podemos estirar las piernas... y tú tener más cera a tu chica de las palomitas.
- Bueno, bueno. Ya...
-Sí, sí. No lo niegues. Miras más para ella que para la película. A ver que haces ¿eh? Hoy es tu última oportunidad.
-No veo a tu novia. Y esto está a tope, tío. ¡Te dije que teníamos que venir más pronto!
-Se habrá retrasado por algo...
-Hola locos. Siento llegar tarde. Mi jefe nos lió a ultima hora. Besó a Jose y echó una ojeada al patio de butacas del primer piso. –Parece que esto está a tope. Nos vamos a tener que perder la doble sesión esta de terror... aún no se como me habéis convencido para venir.
-Ni hablar. Vosotros dos podéis iros al guardarropa juntitos, pero yo no me pierdo las pelis. La Invasión de los Zombies Tóxicos y La Casa. ¡Llevo toda mi vida queriendo verlas!. Luis estaba nervioso mirando aquí y allá, buscando un rincón, pero... nada. Todo lleno
-No te sulfures, hombre. Mira allí.... vaya, sólo hay un sitio. ¿Oye, y si nos metemos en un palco?
-No se puede. Nos verán y nos largan y entonces si que nos perdemos las pelis
-Va, seguro que si se lo dices a tu chica de las palomitas, nos dejan, ja ja ja.. Mira, vamos a ese del segundo piso. Así no nos verán.
-Que no tío, que nos la cargamos y...
-Va pamplinas, venga.

El pasillo de los palcos estaba a oscuras. A mano izquierda, una luz salía de la cabina de proyección.
-Como mola. Mira. Con puerta y sillas buenas. Vamos a ver las pelis como reyes. Elige uno princesa.
-El primero, que no quiero comerme la pantalla.
-En ese nos ven fijo –Luis estaba nervioso, mirando aquí y allá.
-Vaya cobardica. ¿Y este es tu colega el que ve pelis de terror? Pues sique.
-No es miedo, es que no quiero que nos echen.
-¡Eh! Luís, Vero, venid al final del pasillo. Es la escalera al gallinero
-Eso, tu grita más y veras como nos largan. Va ha empezar la peli.
-Tiene una reja. Cerrada. Que pena. No espera...
-Oye para de hacer idiota. Empiezo a estar de parte de Luís. Vamos al palco, venga.
-Está abierta, mra...
-¿Qué demonios hacéis aquí?
-¡¡¡Ostia!!!
-¡La chica de las palomitas! Que susto.
-María, si no te importa. No se puede entrar a los palcos. Y ahí arriba no hay nada. Esta cerrado. -Hoy no.
Jose se apartó. La reja se abrió lentamente con un chirrido. Un aire especial salió de la angosta escalera. No se veía nada adentro.
-Me la voy a cargar –dijo María- Venga, largos. A las butacas como todo el mundo o a la calle, una de dos.
-No seas aguafiestas. Que te van a hacer, ¿echarte? ¡Pero si es el último día! Mañana estás en el paro de todos modos. Vamos vero.
Jose empezó a subir con su novia de la mano, usando el movil como linterna.
-¡Espera!-María, la chica de las palomitas, sacó una linterna del bolsillo y agarró al Luis- Vamos. Todos o nadie.
-Al final, te cazó a ti tu chica de las palomitas... rió Jose.
-Cállate. Nos perdemos la peli.
La escalera era bastante empinada, los peldaños se notaban gastados. Al final, dieron con una puerta de madera. Estaba cerrada. No cedía.
-¿No tendrás llave?
-No, solo llevo trabajando aquí un año y eso lleva cerrado 20 o 30. A ver, los machos, que le den un empujón.

La puerta se abrió con un crujido que resonó por todo el edificio. Ante ellos, apareció el gallinero. En penumbra, iluminado sólo por la luz del proyector, unos metros más abajo, tenía un aire fantasmagórico.
-Como mola.
-Vaya vaya, mira a mi amigo el miedica. ¿Podías darme las gracias al menos no?
-Vamos a sentarnos que ya está empezando, vega.
Los cuatro jóvenes se sentaron en primera fila, con sus miradas casi más pendientes de las paredes del gallinero que de la película que se proyectaba ante ellos. Los zombies atómicos empezaron a desfilar por la pantalla, sustos, tripas, imágenes espeluznantes. Al otro lado, espectadores pálidos, gritos, jóvenes que se abrazan y apartan la mirada, con el pulso a cien, con cara de susto y satisfacción a la vez..

Una hora y veinticinco minutos más tarde, los zombies se habían adueñado del planeta Tierra y se despedían dejando a los espectadores con una extraña sensación... y con el estómago algo revuelto. Había un descanso de media hora antes de que el proyector volviese a dar vueltas e introdujese al público por los inquietantes pasillos y oscuros secretos de La Casa, una desconocida película de terror de los años 20. La que dicen que fue la primera película sonora de terror de la historia, una espeluznante producción de la UFA censurada en su día y perdida en algún sótano o desván hasta que alguien la encontrase hacía sólo 2 años. Habían pasado 80 años desde su estreno y volvía a causar sensación (y según decían, paros cardiacos también)
María había bajado corriendo a atender su puesto de palomitas. Luis con ella, mientras Jose y Vero se quedaban en el gallinero, dando vueltas, observando la decoración de las paredes y sacando fotos con el móvil aquí y allá, sin asomarse mucho al patio de butacas, temiendo que Julián, el viejo acomodador, u otros trabajadores del cine les descubriesen.
Unas risas de complicidad anunciaron el regreso de María y Luis, cargados de palomitas y refrescos. Sonó la campanilla. Las luces se apagaron. Y comenzó el viaje más espeluznante de sus vidas. La película era un bombardeo constante de imágenes impactantes, demasiado reales, con una música hipnótica y un ritmo frenético manteniendo la tensión sin descanso. A la mitad de la película, ya no se oían gritos, ni comentarios entre el público, las palomitas habían caído al suelo, regadas por refrescos que siguieron el mismo camino. El público estaba inmóvil, sin pestañear, rostros pálidos, serios, desencajados. Vero se había abrazado a Jose, con la cara contra su pecho para no ver más, Jose, inerte no parecía sentir nada. María y Luis, se habían agarrado de la mano con fuerza, pero ya no había rubor en las caras de dos personas que temen mirarse a las caras y descubrir que se miran el uno al otro, ahora estaban pálidos y algo en aquella pantalla les mantenía atrapados.
Fundido en negro. Fin. La película había acabado. Nadie se movía. Todos seguían en tensión en sus asientos. El teatro seguía oscuras, por fin el acomodador despertó de la pesadilla y encendió las luces de la sala. Poco a poco la gente empezó a levantarse y marchar, sin una palabra, sin un comentario. Solo se oía el crujir de las butacas, como si por fin descansasen del peso y tensión que habían soportado durante casi dos horas.
Los cuatro jóvenes permanecían quietos, mirando a la pantalla como si la película aún no hubiese concluido. Luis fue el primero en apartar la vista. Miró a los demás, sus ojos recorrieron sus rostros, el gallinero, el suelo con las palomitas caídas, hasta posarse en María y que reaccionó de pronto soltándole la mano y comenzando a recoger las palomitas y los refrescos. Los demás reaccionaron y empezaron a ayudarla, sin decir una sola palabra, sin emitir un solo sonido.
Ya estaba todo recogido. Los cuatro jóvenes, mas relajados, echaron un último vistazo al teatro, como si fuera una despedida solemne, un último adiós a un amigo que se ha ido. De pronto se oyó un golpe metálico. Un instante después el cine quedó a oscuras. Los cuatro jóvenes se precipitaron escaleras abajo... la reja, sí, estaba cerrada.
Coninuará...

viernes, 20 de octubre de 2006

Adiós al Emperador

A mediados de esta semana me he enterado de una noticia que llevaba ya años pululando en el aire pero que no tenía confirmación aún. Cierran el Teatro Emperador aquí en León.

Ya hacía tiempo que se murmuraba y al final, a resultado ser verdad. El último teatro, el último cine con encanto que quedaba en la ciudad, cierra sus puertas. Ya sólo nos quedan esos multicines fríos y deshumanizados, de paredes oscuras y dolby Surround a un volumen ensordecedor y con un olor a desinfectante que hace juego perfectamente con esa estética minimalista y con el frío del aire acondicionado.

Me llamareis romántico, pero yo prefiero esos cines de antes, con un aspecto barroco, decimonónico quizás, o al menos con un tipo de decoración más humana, más acogedora, que invitan a algo más que a ver la película aislados del mundo sin que nada perturbe nuestra atención, aquellos cines y teatros de antes, que invitaban a ir al cine como acto social, una ceremonia que se repetía todos los domingos, o los sábados, o el día del espectador,...

Aquellos cines con “gallinero” con entresuelo, o como lo llamen, donde uno podía sentarse bien alto, por encima del resto del público sin que ninguna cabeza se interpusiesen entre el y la pantalla.

Al entrar ahora por ultima vez en el Emperador, no puedo sino pensar en las miles, millones quizá de personas que han caminado por ese piso de madera, se han sentado en esas butacas aterciopeladas y se han maravillado con la arquitectura y decoración del local igual que con la obra o la película que estaban viendo. Cuántos chistes, abrazos, escalofríos, besos entre sombras, risas, llantos. Cuantos actores se habrá asomado a través del celuloide y habrán mirado al público y a ese teatro a lo largo de los años.

Ahora llega el momento de decir adiós. No se que será del Emperador. Qizá pierda su cetro y corona y sea derribado, quizá sea reconvertido en un parque de atracciones (como le sucediese hace ya mucho a su amigo Trianón) quizá en un casino (ejemplo de esto también tenemos en la ciudad) o quizá lo conviertan en un supermercado más.

Como despedida, el Teatro nos ofrece una serie de programas dobles, sí casi como aquellos de antes, compuestos por dos grandes clásicos del cine cada día, una película a las 8 y otra a las 10:30. Una magnífica oportunidad para volver a ver esos clásicos acompañados de nuevo del aroma que se desprende de las paredes de un viejo cine, o para descubrirlos, y descubrir no solo las películas, sino la magia de ir al cine, algo que, como todas las cosas mágicas, como las hadas y los fantasmas, los cuentos y los sueños fantásticos, ha ido despareciendo poco a poco en este cada día más deshumanizado mundo.

sábado, 16 de septiembre de 2006

Cambio de estación

Dentro de unos días despediremos el verano y daremos la bienvenida al otoño, a ese tiempo de hojas secas y clima templado-frío, ese tiempo de brujas y de misterio, de "gentes de lluvia" como decía Bradbury. Ya sea el 21 de septiembre, o el 23, día que dicen ahora que es más exacto para el equinocio de otoño, comienza oficialmente el otoño.
Y digo oficialmente porque, aquí, en este pueblo que esta de fiestas estos días, parece que se ha adelantado un poco. Empieza a estar fresco, eso de bajar de 20 grados a 13 de un día para otro se nota. Quizá hoy ya vuelva a hacer más calor, quien sabe. Pero lo que está claro es que el tiempo está loco, que tiene antojos y se niega a amoldarse a las divisiones que hemos creado como si fuese un niño rebelde.
No es nada nuevo, pero, yo no podía ayer si no pensar cómo sería si las estaciones estuviesen definidas con exactitud, si el 22 de septiembre tuviesemos los 25 o 30 grados de rigor y al día siguiente nos levantasemos a diez grados. Si de repente todas las hojas de los árboles se secasen y cayesen, todas las uvas estuviesen listas para ser vendimiadas y nos encontrasemos de golpe y porrazo, de la noche a la mañana, en una nueva estación en todo su esplendor. ¿Sería quizás más práctico? Bien pensado en un rollo el no saber qué ponerse cada día, si hace frío, si llueve, si te repente vuelve a hacer calor y tienes que sacar otra vez del armario la ropa de verano. Si las estaciones estuviesen perfectamente divididas y fuesen estables, sabríamos qué ibamos a usar durante 4 meses, y que, justo por navidad, tendríamos que ponernos un jersey más gordo que no apearíamos hasta el mes de marzo.
Más práctico sí, aunque quizá un poco monótono y aburrido. Eso sí, el día del cambio sería una verdadera fiesta, seguro que la gente se quedaba en píe toda la noche para ver como de repente las hojas se caen, o se pone a nevar, o florecen las plantas.
Quizá algún día en este mundo cuadriculado en que vivimos, el hombre llegue a controlar la naturaleza hasta tal punto. Yo dudo que eso suceda, es más, espero que no suceda. La naturaleza es más sabia que caprichosa, y día a día nos recuerda con sus cambios, esos que nos causan asombro y son comentario usual, que ella es la que manda, y que nosotros no somos más que una pequeña parte de ella, aunque nos las queramos dar de listos.

En un pueblo sin nombre. Tercera parte.

Salió a prisa de casa, caminó en dirección a casa de Jose, que era la más cercana. Eran las 6 y media pasadas, las calles seguían silenciosas, tal cual las había dejado. De repente se detuvo en la esquina. Faltaba algo... sí... faltaba... ¡Faltaba el olor a pan recién horneado! La panadería estaba cerrada, como si fuese un día de fiesta, de esos en los que hasta el pastelero cierra al mediodía para ir a la tarde de paseo o al cine. No había ningún letrero de “Cerrado por vacaciones” o algo similar, y en el escaparate seguían los panes, los pasteles, las figuras de dulce, todo en su sitio. No, no habían cerrado.

Caminó más deprisa hasta llegar a la casa de Jose. Abrió la verja tratando de no hacer ruido y rodeo la casa hasta quedar bajo la ventana de cuarto de su amigo. Comenzó a arrojar piedras, como si volviese a llamar a aquel muchacho de 11 años un sábado a la noche para ir a la feria o colarse en el cine en aquella película prohibida. Nadie contestaba. Al fin, fue a la puerta principal y llamó insistentemente. “Que se despierte todo el mundo”, pensó, “Ha vuelto otro veinteañero loco con ganas de fiesta y cachondeo a las 6 de la mañana”. No habrían, no había nadie en casa, no se levantó persiana... la verdad es que para se tan temprano... ¡ya estaban todas levantadas como si fuesen las 12 del mediodía! ¡Y no sólo en casa de Jose, sino en todas las casas, incluida la suya ahora que recordaba! Era como el decorado de un pueblo de cine, perfecto e impoluto. En cualquier momento aparecería Fran Capra y gritaría ¡acción! y alguien saldría de esa casa, sonriente, y la calle se llenaría de gente y una muchacha risueña, bailando se acercaría y le besaría la mejilla “buenos días, despierta, aún estas soñando”.

Pero no era ningún sueño. No era ningún estudio de cine. Era su pueblo, y algo raro había pasado allí, mientras él había estado en la universidad.

De pronto se dio cuenta de que estaba en medio de la calle desierta, mirando alrededor. Miró su reloj de pulsera, eran las 7 menos diez. El encuentro con los amigos sería a las 6 de la tarde en la cervecería, faltaba aún casi medio día y no podía esperar a ese momento para verles e intentar aclarar que pasaba; si es que aparecían claro. 2 días antes había hablado con Jose, habían concretado el reencuentro, y ahora no estaba.

Tomo la calle en dirección al centro, al cine, enfrente vivía Toño, un enamorado del séptimo arte que pasaba tanto tiempo en la oscuridad en una butaca, que ya casi se había convertido en un vampiro de esos que renuevan sus energías tardes y noches enteras absorbiendo la luz de un proyector. Aquel vampiro del celuloide que era capaz de ligarse a todas las taquilleras con tal de ver la peli gratis... y algo más.

Cuando se aproximaba al cine el reloj del ayuntamiento daba las 7. De pronto oyó un susurro, alguien que llamaba. Venía de la esquina de la biblioteca.

- Hey, aquí, Ángel, rápido, ven.

- ¡Jose!

- Calla. Que no nos oigan, entra.

Allí, escondido en la sección biología, estaba su amigo.

- Pero, ¿qué haces aquí, que ha pasado?

- Ya, ya. Supongo que estas tan confundido y asustado como lo estaba yo ayer. No te puedo explicar con exactitud qué sucede, pero puedo contarte lo que he visto desde que estoy aquí.

“Llegué ayer en el tren de media tarde, y como te habrá pasado a ti, me quedé atónito al ver la estación abandonada. Bajé hasta mi casa paseando entre gente que deambulaba de un sito a otro, encerrados en sus propios quehaceres, todo normal, salvo por el hecho de que no parecían darse cuenta de que yo pasaba entre ellos. Cuando llegué a casa mis padres estaban esperándome sentados en el salón, le habían dado un rato libre a mi padre en la fábrica para poder ir a recibirme. Les noté un poco frío y distantes, me saludaron y enseguida me dijeron que tenían que volver al trabajo, salieron por la puerta del jardín y desaparecieron. Cuando me di al vuelta ya no estaban. Me dejaron con unas tijeras de podar en la mano para que podase los setos de patio. Estoy seguro de que tú también tienes de esos setos en casa. En la mía no había nada y ahora los hay, como en la del vecino y en varias mas que he mirado de noche por curiosidad. Son como los setos del parque, de esos ornamentales, pero si te fijas bien, verás que son más robustos y tienen espinas. No me preguntes qué variedad son. Ya se que ahora soy botánico, pero no los he visto nunca antes, y no encuentro referencia en ningún libro.

Estuve un rato en casa, una hora más o menos, colocando las cosas y observándolo todo. Ordenado, limpio, perfecto. De pronto, mi madre reapareció y me volvió a decir que podase los setos antes de que anocheciese. Cogía la podadera y salí al jardín, pero algo me dijo que no tocase esos setos. Me fui a la biblioteca a ver qué podía encontrar sobre esos setos y luego volvía a casa para cenar. Mis padres insistieron otra vez más en que podase los setos, se fueron a dormir y me dejaron podadera en mano otra vez. A penas hablamos durante la cena, no me preguntaron gran cosa sobre mi vida, los estudios, trabajo y esas cosas. Parecía que solo les interesaban esos malditos setos.

Eran apenas las 9 y media, aún era de día y decidir dar un paseo. Entonces me di cuenta de algo muy curioso: sólo había gente por la calle principal, la plaza y el parque, en el resto de calles no había un alma, y no se oía más que el viento. Entré en el café de la plaza a tomar algo y el dueño me dijo que estaban a punto de cerrar, ¡a las 9 y media de un viernes de Julio! Y además añadió “deberías y a casa y acabar lo que te ha mandado tu padre” “el qué” respondí yo, “los setos”. Los setos, los setos.

Al salir del café apareció otra vez mi padre y me acompañó a casa. Dijo que era importante que cortase esos setos, que así mañana llevaría los rastrojos a la finca para abonar, que eran muy bueno para eso. Y además que los cortase antes de que anocheciese del todo. Por supuesto, no corté los setos. Esperé a que anocheciese y caminé a la biblioteca, tenía que pasar algo con esos setos y yo tenía que averiguar qué. Según avanzaba por la calle, una extraña luz amarilla se encendió en una de las casas, y luego otra y otra más allá, y empezaron a moverse. De pronto, sentí algo detrás de mí, allí por la calle avanzaba una sombra negra con unos penetrantes ojos amarillos, y otras más empezaban a salir de las casas ocupando la calle. Corrí a la biblioteca. Por la calle principal había más sombras. No me preguntes qué son, no quise comprobarlo. Algo me decía que huyese y me ocultase antes de que fuese demasiado tarde. Parecía estar despertando, andaban desorientadas, y poco a poco algunas dejaban de dar vueltas sin más y empezaban a moverse con más decisión. Cuando llegué a la biblioteca, una sombra salió de su interior. Me colé dentro y cerré la puerta con llave. Después de cerciorarme de que no había más dentro, seguí revisando libros buscando los famosos arbustos. Las sombras se quedaron caminando por la calle toda la noche, al menos hasta que yo me quedé dormido.

Me desperté esta mañana hace una hora, primero con el reloj del ayuntamiento luego con el silbido del tren. Tú llegabas en ese tren, pero no fui a recibirte. Quizás hubiese sido peligroso. Sabía que acabarías pasando por aquí cerca”

viernes, 15 de septiembre de 2006

En un pueblo sin nombre. Segunda Parte.

Caminó tranquilamente por la calle que bajaba hasta la avenida principal del pueblo, hasta los jardines de ayuntamiento. Las casas estaban impolutas, blancas y brillantes, como vestidas para una boda, todas con espléndidas flores en sus jardines. No había nadie por las calles, pero, ¿Quién iba a pasearse a las 6:05 de la mañana? Tampoco se oía nada, ni un canto de pájaro, ni una brisa en el oído. Nada.

Bajó por la calle principal hasta el ayuntamiento. Pasó por delante del cine, de las tiendas de ropa, los bares. Todo estaba tranquilo, cerrado, como solía pasar un día cualquiera a las 6 de la mañana. Y todo estaba extrañamente limpio. Todos los edificios estaban resplandecientes, como si fuesen recién construidos o como si formasen parte de un decorado de ensueño de esos de la época dorada de Hollywood, antes de que los informáticos llegasen con sus nuevas tecnologías y creasen realidades impalpables.

Siguió el camino hasta casa. Al llegar se detuvo ante la puerta principal, nervioso, sacó las llaves del bolsillo del pantalón y dirigió la mano lentamente a la cerradura, haciéndola girar lentamente. Antes de entrar quedó quieto mirando la puerta, acariciando ese barniz brillante, aplicado el domingo pasado más o menos.

Dejó la maleta en el hall y caminó hasta la cocina, observando cada milímetro de la casa, brillante, limpio, todo perfectamente ordenado. Al entrar en la cocina, se sobresaltó a la imagen de su padre, senado con un café, leyendo el periódico.

- Hola.

Su padre se giró, como si no se hubiese dado cuenta de que su hijo estaba en casa, como si no se hubiese percatado de su presencia hasta aquél mismo instante del saludo.

- Ah, hola, ya has llegado ¿eh? ¿Qué tal el viaje?

- Bien, un poco largo, ya sabes. ¿Qué... que haces levantado tan temprano?

- Esperándote. ¿No te acuerdas? Me dijiste que llegabas en el tren de las 6. Ahí tienes café caliente y tostadas. Come algo que traes cara de muerto. Voy a afeitarme y marcho. Tu madre bajara ahora...

Antes de que pudiese darse cuenta su padre ya no estaba en la cocina. Miró fijamente el tostador al lado de la cafetera. Se sentó y comento a desayunar.

- Ya estás aquí, ¿eh? Ya volvió el hijo pródigo. Me alegro. Hay bastante trabajo en casa, cuando acabes de desayunar, vete al jardín. Hay que podar y cortar los arbustos del atrás. Yo me voy. Nos veremos a la hora de comer. No seas vago y poda eso ¿eh?

- ¡Espera! – Todo iba demasiado deprisa- ¿A caso no vas a darme un beso? ¿No quieres que charlemos? ¡Hace ya 5 años que no os veo!

- Bueno, luego, a la hora de comer, con más calma. Ahora tengo que irme.

- ¿Irte? Pero... ¿a dónde?

- A trabajar, claro. Adiós

- Pero...

Su madre desapareció igual que había desaparecido su padre. Un pestañeo y ya no estaba en la cocina. Pasa algo raro. Algo no cuadraba. Pero ¿el qué? Se sentó en sofá, pensativo y cansado, no por el viaje, sino por aquellos diez minutos de desayuno. Decidió tratar de poner las cosas claras en su mente. Sus padres levantados a las 6 de la mañana de un viernes. Eso no era normal, pero, bueno, llegaba él, y claro, le estaban esperando. Eso sí tenía sentido. Pero si le estaban esperando, por qué esa prisa, apenas había cruzado unas palabras, y... no, no tenía sentido. Se iban a trabajar ¿A trabajar? Primero, su madre no trabajaba, y su padre tenía una tienda de electrodomésticos. ¿Desde cuando se abre a las 6 de la mañana? ¿Quién va a querer comprarse un televisor o una lavadora tan temprano?

Se levantó caminó inquieto por la casa, sin saber que hacer. “Llamaré a Jose, el y los otros llegaron ayer” Cogió el teléfono y lo colgó de nuevo sin marcar, era temprano quizá asustase sin necesidad a alguien. De repente se acordó “Voy a afeitarme...” Su padre se estaba afeitando. No había bajado aún por la escalera, así que tenía que estar arriba.

Subió corriendo y se detuvo ante la puerta del baño. No se oía ningún ruido. Su padre se afeitaba con maquinilla eléctrica. Quizá ya había acabado, y estaba aseándose, pero él tenía un extraño presentimiento. Giró el pomo, y, como pensaba, adentro no había nadie. Y no lo había habido antes. La ventana estaba cerrada, y el lavabo, la ducha, todo, estaba seco y brillante, como si no lo hubiesen usado en la vida.

No aguantaba más en esa casa, tenía que salir, ver a los amigos, ver si sus familias también eran como fantasmas de carne y hueso que desaparecían sin que uno se diese cuenta.

sábado, 2 de septiembre de 2006

En un pueblo sin nombre. Primera parte.

No podía dormir de la emoción. Estaba cansado, la noche anterior la fiesta de despedida se había alargado más de lo normal, y hoy había tenido que madrugar para coger el tren. Pero a pesar de todo, a pesar de que el viaje duraba casi 10 horas, no podía dormir. Daba vueltas en su coche cama,, cambiaba de postura una y otra vez,... Finalmente se levantó y salió al pasillo del tren. Era de noche aún. Las luces del tren impedía ver qué se escondía ahí fuera, en la oscuridad. Un par de personas, que como el no podía dormir, miraban también pensativos por la ventana, intentando descifrar qué escondía la noche.

Faltaban aún casi tres horas para que saliese el sol y él llegase a su pueblo, anunciando su llegada con los primeros rayos de luz. Había pasado mucho tiempo. Sí. Parecía mentira. Cinco años. Cinco años desde que había abandonado ese pequeño pueblo apartado del mundo para estudiar en la universidad, para ser algo, para poder escapar de aquel pueblo perdido en la llanura, lejos que cualquier sitio habitado, en donde todo parecía permanecer siempre igual y al mismo tiempo envejecer y desaparecer poco a poco.

Había decidido que él no quería envejecer poco a poco con el pueblo, no quería trabajar como todo el mundo en la factoría, esa horrible fábrica en la que su padre, como muchos otros dejaba algo de si mismo todos los días, sin que se diese cuenta de cómo él también desaparecía lentamente. No. Ni el ni Toño ni Mario ni Jose. Ninguno de los tres quería acabar sus días allí. Puede que estuviese escrito el día de su nacimiento, que tuviesen que nacer, vivir, y morir en el pueblo como todo el mundo, pero ellos habían decidido plantarle cara al destino y escribir ellos mismos el suyo propio.

Hacía cinco años que había acabado el instituto y que habían desafiado las leyes imperantes haciendo las maletas y poniendo rumbo a diferentes ciudades lejanas y extrañas para ir a la universidad y llegar a ser algo, conseguir borrar esa profecía del destino que había sido escrita al nacer y cambiar el rumbo. Era difícil, no había dinero, habían ahorrado todo el año para el billete de tren y se dirigían más a sueños que realidades (una beca que no acababa de aparecer en la cuenta del banco, una tía o pariente generoso que quizá les acogiese, un trabajo para pagarse los estudios...) Habían jurado que si lo lograban, si conseguían acabar la carrera, el mismo verano de su licenciatura volverían al pueblo para verlo con otros ojos, para decirle, “Ves, soy libre, estoy aquí porque quiero, ya no soy más prisionero tuyo”.

Habían jurado que en cinco años, el 1 de julio de 1987, regresarían al pueblo y se volverían a encontrar en la cervecería del viejo Paul, aquel inglés trasnochado que por alguna razón, había decidido hace muchos años echar raíces el pueblo y compartir con los jóvenes historias de cuando él era también joven, acompañadas de una buena cerveza y el sonido de aquello discos de los cincuenta que ya casi nadie más escuchaba.

Todos estos recuerdos volvían ahora, mientras el tren se precipitaba hacia el sol, avanzando hacia el amanecer del 1 de julio en un pueblo sin nombre.

A las 6:05, puntual como un reloj el tren paró en la estación para dejar un único pasajero. Un muchacho alto y delgado de unos 23 años, con pelo largo y una ropa sintética, con un corte que hablaba de centros comerciales y luces de neón. Maleta en mano, permaneció quieto observando la vieja estación y las vías y el tren que se alejaba raudo hacia el nuevo día.

La estación estaba realmente desvencijada, la madera estropeada por el viento y el agua de un millón de tormentas y por los rayos de abrasador sol de un millón de veranos. El letrero con el nombre del pueblo estaba prácticamente borrado y entre los escalones y alrededor del edifico asomaban hierbas salvajes. Parecía como si hubiesen pasado 20 años en lugar de 5 y nadie en ese tiempo se hubiese ocupado de la estación, como si ya nadie cogiese el tren. Y es que realmente allí no había nadie. El edificio estaba completamente abandonado, la puerta de la sala de espera abierta, daba la bienvenida a un lugar lleno de polvo, abandonado hace siglos. Era realmente extraño. El tren era el casi el único medio para llegar al pueblo. Había un carretera, larga y tortuosa, y de mal firme, por la que nadie se atrevía nunca a ir. ¿La habrían arreglado y ahora el tren había sido desplazado por coches y autobuses como en tantos otros sitios? ¿O a caso habían hecho una estación nueva más adelante? En ninguna carta sus padres le habían contado nada al respecto, “aquí todo sigue como siempre” decían en la última, hace ya un mes. Realmente raro.

sábado, 26 de agosto de 2006

Problema matemático

Tiene usted una cama canapé de 1,05 por 1,90 y la tiene que subir al segundo piso de una casa. Hasta el primer piso no hay ningún problema. Cuando está usted en el segundo se da cuenta de que la escalera es demasiado estrecha (unos 35 o 40 cm.) y el techo demasiado bajo (2 metros) y claro, al llegar al descanso, no da juego el canapé y se queda usted con cara de pánfilo “atascao” en medio de la escalera. Y encima el canapé dichoso pesa un montón.

Bien, queda claro, aunque usted pensase saber más que un matemático, que por la escalera no cabe.

Decide meterlo por la ventana que tiene 1,07 m. de ancho. Como no trabaja para una empresa de mudanzas y sus ayudantes son un par de colegas ingenuos los pobres que pensaban que iba a ser cosa de 10 minutos, decide atar el canapé con cuerdas y subirlo a pulso, a falta de la grúa móvil o de la más rudimentaria polea.. Cuando el canapé esta ya casi arriba, pega en el alfeizar y dice que no sube más. De repente una de las cuerdas se rompe, y el dinosaurio queda medio colgando, apoyado en cable de la luz. Menos mal que consigue arreglar la cuerda, pero, aún así, sigue sin subir.

Tampoco es solución. Pero lo malo es que no puede dejar caer el canapé, salvo que quiera que se haga pedazos y que de paso le acusen de homicidio involuntario de un pobre transeúnte (la vecina cotilla de enfrente que no pierde detalle seguro que está dispuesta a declarar).

¿Qué es lo que hace usted? Bien, pues mientras sus dos colegas aguantan como pueden el canapé en vilo, usted clava una tercera cuerda en el medio del mismo. Y mientras unos tiran usted empuja el canapé desde abajo con una pértiga para separarlo de la pared... y en un acto casi milagroso el canapé entra por la ventana y queda en medio de la habitación.

Ha llegado el momento de dejarse caer encima y descansar sobre su nueva cama, que va a estar muchos, muchos años ahí metida, porque... ¿Se atreverá a sacarla?

Dibujo de Kiko

miércoles, 16 de agosto de 2006

Coleccionistas involuntarios

Es increíble la cantidad de cosas, de todo tipo, que uno va acumulando en casa a lo largo de la vida. La mía es aún corta y, viendo la cantidad de trastos que pueblan las estanterías, cajones y armarios de cuarto, no puedo sino pensar en cuántos trastos tendré dentro de otros 25 años y aún después.
Cientos de objetos se van acumulando en nuestras casas. Cosas con utilidad o sin ella, pero que en algún determinado momento, por alguna razón que ya hemos olvidado, nos parecieron útiles o atractivos. A veces son los típicos trastos que alguien nos regaló y que nosotros recibimos con una hermosa sonrisa falsa mientras pensábamos “otro chisme que va a coger polvo en el desván?”. Estos son quizá los objetos más excusables de ocupar sitio en nuestros hogares, pues nos recuerda a cierta persona, o cierto lugar o momento, aunque nos parezcan el trasto más inútil que hemos visto, el libro mas insoportable o la camisa más hortera del mundo que nunca nos pondríamos. Lo peor, lo peor, creedme, no son estos regalos. Lo peor son la cantidad de trastos que ha comprado uno mismo. Esa colección de libros: Las 100 mejores novelas del siglo 20. El volumen 100 debería ser Cómo matar al tipo que selección 100 libros insoportables, claro que este ejemplar nunca viene. O esas figuritas horribles que colocamos en el mueble del salón, ¡Con razón nos daban miedo de niños!. Y qué tantos y tantos objetos más acumulados a lo largo de años y años de compras compulsivas de caprichos de sábado por la tarde en centro comercial o de suscripciones no realmente no deseadas al más peregrino de los coleccionables de quiosco.
Uno no se da cuenta de que llena la casa de trastos. Da igual que la casa sea grande y podamos colocar más y más estanterías, o que sea pequeña y tengamos que idear las mil y un maneras de colocar las cosas de manera que quepan más. Vamos acumulando cosas y no nos damos cuenta de que la casa cada vez está más y mas llena de cosas. Es como si el edificio creciese por dentro para albergar cada vez a más y más inquilinos. Hasta que un día, tienes te toca mudarte de casa.
No, no suele ser que se haya quedado pequeña la actual a base de acumular cosas, es simplemente, que uno se ve obligado a mudarse por cuestiones de trabajo, familiares, etc. Y entonces, como el caracol, intentas llevarte la casa a cuestas. Llamas al de la mudanza para que cargue muebles, metes toda tu ropa en maletas, y empiezas a empaquetar mil un chismes. Las cajas se van llenado, necesitas más cajas, el tipo del super empieza a mirarte raro cada vez que vuelves por más cajas vacías como pensando “chico, ¿te dedicas al contrabando o algo así?” y mientras empaquetas vas pensando “y esto para que lo quiero, de donde salió esta cosa,...”
El resultado es un montón en el suelo de cosas que no quieres y que esperas colocar a algún pardillo. No quieres dinero, no, sólo deshacerte de esas cosas que de repente ya no caben en ningún sitio. Llamas a los amigos, a los familiares, al tipo raro que pasa por la calle y se queda mirando los muebles viejos apilados en la acera y les ofreces tesoros salidos de ese enorme cofre del tesoro kitch que ese tu casa, y ellos se llevan alguna cosa, pero sigues teniendo trastos. Es increíble, realmente increíble. Cuántos trastos.

De todos modos, uno no pierde la esperanza. Esta cosa llamada internet tiene un montón de opciones, entre ellas la de ayudarte de librarte de cosas que no quieres. Creo que voy a abrir una tienda en Ebay o Todocoleccion. Y si no tengo clientes, siempre quedará el Punto Limpio...

martes, 25 de julio de 2006

Más muertos

Hay cosas que me desesperan. Como estudiante de historia y como persona más o menos al tanto de lo que pasa en este turbulento mundo. Y sobre todo como ser humano.

Cuando unas personas, en nombre de algo o alguien, se dedican a matar a otros, cuando esos otros que mueren no tenían nada que ver, simplemente estaban allí, viviendo en la tierra en que les tocó nacer, sin que ellos lo eligiesen, como todas las demás personas del mundo, cuando estas cosas pasan, siento impotencia, rabia.

Otra vez. Ver como este tipo de actos se repiten una y otra vez a lo largo de la historia, ver como son condenados por la humanidad y pronto vuelven a estar al orden del día, me llenan de rabia y de esa sensación de impotencia

Ver como el ejército de Israel hace ostentación de todo su poderío y ataca a un país vecino como el Líbano con el pretexto de acabar con unos terroristas y de paso se lleva por medio ciudades y pueblos que quedan arrasados y con ellos sus habitantes, inocentes que quedan desamparados, mutilados, muertos, me llena de rabia.

Desde la I Guerra Mundial, la población civil se ha convertido en un objetivo de guerra. No existen las víctimas y daños colaterales. Desde la guerra del 14 la población entera de un país es objetivo militar de otro. Y este ejemplo que vivimos es un claro ejemplo. Puede que no sea políticamente correcto decirlo y reconocerlo en público, pero los civiles, inocentes, del Líbano, son un objetivo militar de Israel.

Atacar a la población civil es una manera más de obligar a los gobernantes a doblegarse ante otros gobernantes. Es, tristemente, una manera también de forzar la intervención de fuerzas internacionales para detener un conflicto.

Me pregunto cuántas muertes más necesita Israel para afianzarse ante el mundo. Cuánta gente tiene que morir y en nombre de que sinrazón. No voy a ponerme a analizar el origen del Estado de Israel y los Territorios Palestinos y todo su conflictivo devenir. Si alguien está interesado, que pregunte y le daré alguna referencia bibliográfica. Quiero aquí llamar la atención ante las atrocidades que se están cometiendo otra vez contra personas inocentes. ¿A caso no se ha aprendido nada? ¿De que sirve tantos recordatorios del Holocausto, si luego se actúa de forma similar a la de los verdugos para los que se pide justicia? No existen pueblos elegidos. No existen razones para creerse mejor, superior, más importante que el vecino. No existen ninguna razón para asesinar a una persona, no hay razones políticas o religiosas que lo justifiquen, sólo el egoísmo, el temor y la cobardía justifican el uso de la fuerza bruta contra otras personas.

Me pregunto cuánto tiempo permitirán los habitantes de Israel que sus gobernantes sigan actuando de este modo. Cuánto tiempo seguirán eligiendo a gente sin escrúpulos que asesina a sangre fría aunque sea a larga distancia apretando un botón o dando una orden.

Me pregunto cuanto tiempo tendrá que pasar, cuanta sangre tendrá que ser derramada antes de que las Naciones Unidas actúen al respecto y pongan fin al conflicto. ¿Acaso tendremos que esperar a ver gentes ser asesinadas indiscriminadamente por nuestro televisor, como ya sucediese en el conflicto de los Balcanes –aquella mortal cola por el agua aún está bastante cerca- para que otras naciones actúen? ¿Es más importante el dinero, el petróleo, la supuestamente necesaria supremacía occidental en oriente próximo, que las vidas de seres humanos?

domingo, 23 de julio de 2006

Paseo en canoa

Nunca pasa un día sin que uno no haga algo nuevo. Yo hoy he aprendido a remar. Después de muchos años viendo a otros pasear en piragua o canoa por la Ría de Villaviciosa, me he atrevido a montarme en una y remar. Con mi tío de pilo eso, sí, no sea que acabase en el quinto pino llevado por la corriente... Pero he remado ¿eh?. Ya se que no tengo fama de deportista, pero de vez en cuando uno... Una pena que la foto me la sacasen cuando ya volvía a puerto. Sin lugar a dudas repetiría. Sí.

Veranos en la playa

Aunque no soy de pueblo marinero, aunque mi pueblo sea del interior, desde que tengo conciencia he tenido a suerte de ver el mar. Resulta curioso porque, muchas de las personas que conozco no se encontraron mirando a esa vasta extensión azul hasta que fueron casi adultos. Hay aún muchas personas que, por una razón u otra, aún no se han quedado inmóviles mirando al mar, a la línea del horizonte, gustando ese aroma peculiar, mientras las olas rompen a sus pies y la brisa les borra las preocupaciones de la cara.

Hay muchos niños que no han tenido la oportunidad de jugar con la arena, de hacer castillos, de ser enterrados en pozos en la arena, de saltar entre las olas o correr despavoridos cuando una alga se enreda en sus pies.

Yo, casi desde que nací, he visto el mar. El hecho de tener familia aquí, en la costa asturiana, desde la que escribo esta noche, me ha permitido pasar gran parte de todos mis veranos en la playa desde que tengo uso de razón. Baste decir que no recuerdo la primera vez que vi el mar. Esas fotos de un niño de uno o dos años, con un parche en el ojo, sonriendo bajo una sombrilla modelo años 70, me dicen que llevo muchos, muchos años viniendo por el verano a la playa.

Recuerdo aquellos años de niño jugando en la playa en compañía de mis primos con mucho cariño. Veranos que pasaban volando, que se derretían rápidamente como uno de esos helados saboreados un domingo en la playa.

Este año mi vista a la playa, la de siempre, la de Rodiles, cercana a la localidad de Villaviciosa, donde he pasado tantos veranos, es algo más corta. Como ha sucedido los últimos años, suelo repartir mi tiempo de vacaciones entre varios lugares. Es curiosos ver como las cosas van cambiando con el tiempo, más casas, más turistas, paseos arreglados y adecentados a la orilla del mar y de la ría, autopistas que hacen más fáciles las comunicaciones,... Pero, siempre, la playa, el mar, la gente, los niños, los mismos y distintos a la vez, jugando en la playa, saltando entre las olas, haciendo castillos de arena, como aquel niño con miedo a las algas, con parche en el ojo, que hoy se queda mirando fijamente al mar, al horizonte, dejando que la suave brisa le acaricie el rostro y le despeje la mente...

viernes, 21 de julio de 2006

Eco-aldea

El sábado pasad subí por fin hasta Matavenero, un pueblo abandonado de la provincia de León que ha sido repoblado por los integrantes del grupo Arco Iris, unos nuevos "hipies" como les llaman la gente de por aquí.

El paseo es realmente agradable y bonito si escogéis claro esta la ruta clásica que va desde la localidad berciana de San Facundo (Municipio de Torre del Bierzo) hasta Matavenero. Se la conoce como ruta del Pozo de las Ollas porque por el camino, uno de los principales atractivos es una peculiar y curiosa formación rocosa con forma de olla en el lecho del río. Un capricho de la naturaleza digno de ver. Pero empecemos el camino por el principio, como siempre se hace.

El pueblo de San Facundo tiene ya su encanto. Un lugar apacible, y sobre todo muy fresco, pues se encuentra en un valle cerrado y frondoso. Un pueblo apacible para ir a comer o merendar al aire libre o para refrescarse en la piscina fluvial que han hecho.

En San Facundo se coge un camino sombreado que sube por encima de la presa de hormigón (merece la pena la vista y el contraste naturaleza-hombre) que abastece de agua a Bembibre. El camino sigue por el bosque cruzando artesanales puentes de madera (cudiao donde pisáis...) hasta llegar a un alto desde el que se divisa esa curiosa formación en la roca del río que se conoce como Pozo de las Ollas. Se puede optar por bajar a la orilla y zambullirse, o continuar camino hacia Matavenero. Siguiendo camino la primera parada es Poibueno, el pueblo gemelo de Matavenero, aunque este sigue hoy día abandonado y lo único que queda en pie que se pueda distinguir bien es la arruinada iglesia. Creo que hubo una vez un monasterio en este lugar, y quizá el tipo de construcción utilizado en la iglesia (con una torre en un lateral, en lugar de la espadaña central característica de las iglesias de estos pueblos) responda a este motivo. Desde Poibueno comenzamos la ascensión hacia Matavenero. Según subimos divisamos ya algunas de las curiosas reconstrucciones de viejas casas que han realizado los nuevos vecinos del pueblo. Cuando por fin llegamos a Matavenero, nada nos indica que estemos en un pueblo que permaneciese abandonado durante años, tampoco nada que indique la peculiaridad de sus habitantes, salvo algún tipie que otro. Pero según nos adentramos en el pueblo, nos encontramos con gentes y construcciones, y ilustrativos letreros con normas y recomendaciones que nos indican que estamos en lo que se ha llamado “Eco-village”.

No voy a entrar aquí en detalles sobre cómo llegar hasta el pueblo, o sobre cómo se repobló, sobre sus normas, etcétera. Todo eso lo podéis encontrar en otras páginas web como en este artículo de El País

O en la página web del pueblo: www.matavenero.com

Después de volver de la excursión, me quedé pensativo, preguntándome no tanto las razones que hayan podido llevar a estas personas a abandonar las vidas que llevasen e instalarse en el pueblo, sino la posible finalidad de dicho pueblo, qué se espera de el, qué esperan sus habitantes. Me refiero principalmente al hecho de que el pueblo no es una alternativa total al modo de vida de nuestra sociedad, al menos en lo que se refiere a la constitución de algo totalmente independiente y autosuficiente.

Los habitantes de Matavenero viven apartados de la civilización, sí, pero también unidos a esta, ya que dependen de ella para conseguir alimentos, materiales, y otras necesidades. Esto me hace pensar que, quizá no sea necesario apartarse así de la sociedad, de las ciudades con sus ruidos y sus humos, sino, que quizá sea mejor trabajar para hacer de nuestras ciudades y pueblo lugares más limpios y habitables, lugares más agradables. Si lo que nos molesta son los humos, la contaminación, hay ya un montón de ideas y proyectos para reducir la contaminación. Si lo que nos molesta el ritmo de vida frenético, las normas que a veces no entendemos o no compartimos, siempre podemos trabajar para encontrar maneras de modificar nuestro modo de vida de modo que este sea más llevadero, siempre podemos encontrar formas de participación que redunden en normas que nos parezcan más justas y lógicas a todos.

Se que esto parece un poco utópico, y que ante tales problemas lo más sencillo parece ser la alternativa de buscar un sito alejado y olvidado y vivir más o menos al margen, pero, yo creo que la solución está en plantar cara a la situación en que vivimos y decir: “No, no me gusta como están las cosas, pero no voy a doblegarme ante algo que considero injusto, ni tampoco voy a huir de ello. Voy a plantar cara al problema y buscar una alternativa sin tirar por la borda todo lo que tengo”

Es difícil, pero creo que si empezamos a tomarnos en serio términos que a todos nos suenan, como “desarrollo sostenible”, si eliminamos ciertas máximas por las que se rige nuestra sociedad, como esa de “máximo beneficio al mínimo coste posible”, si hacemos de la palabra Compartir la base de nuestras vidas, entonces conseguiremos esa vida más tranquila y saludable que todos buscamos. Y sin necesidad de irse a vivir a mitad del monte.

Parece utópico pero si todos, poco a poco, comenzamos a trabajar en ello, lo lograremos. Quizá no para nosotros mismos, pero sí para las generaciones venideras. No sólo hay que pensar en nosotros y en acciones que tengan sus resultados ya, sino también en el futuro. ¿Qué hubiese sido de nosotros si los hombres y mujeres que nos precedieron no hubiesen trabajado por mejorar el mundo en que vivían y por dejar algo a sus sucesores?

Por si os gusta la montaña, el senderismo, las excursiones, aquí teneis la página, aunque sin actualizar, de la Peña de Montañeros Gistredo de Bembibre

jueves, 6 de julio de 2006

Encuentro

Para una chica cuyo nombre nunca supe...

Eran las dos de la tarde de un viernes. Él esperaba al tren, de pié sobre el andén, cargado con el equipaje necesario para un fin de semana. Era un joven alto y delgado, estaba pensativo y serio, llevaba ya semanas en la ciudad, y ésta, a pesar del calor repentino de principios de junio, se había convertido en un lugar frío en el que resultaba difícil encontrar compañía. Un lugar lleno de miles de personas, todas absortas en su vida diaria, corriendo de aquí para allá sin pararse siquiera a mirar a un extraño. Y lo peor, él se sentía como una de ellas. Quizá le sentase bien cambiar de aires y pasar un par de días en el pueblo.
No quiso esperar más tiempo y se decidió por el tren de las dos y diez, un cercanías que paraba en todas y cada una de las estaciones y apeaderos desperdigados a lo largo de la vía. Cuando el tren entró en la estación, subió y buscó un asiento confortable, con la butaca de enfrente libre para poder estirar las piernas colocar en ella sus pertenencias bien a la vista. La gente, no mucha, como ya era habitual en el tren últimamente, fue ocupando asientos aquí y allá, desperdigados por el vagón.
Poco antes de la salida subió ella. Era una muchacha de unos veinte años, de semblante agradable, con una carpeta y un bono de viajes en la mano, una estudiante de regreso a su pueblo tras las clases, como todos los días. El tren no estaba medio lleno, pero las prisas, el temor de perder el tren, la hicieron sentarse junto a él.
-¿Está libre este asiento?
Él oculto tras un periódico, a penas acertó a decir, -¿Qué? Sí, sí.
Apenas le vio la cara. Escondido tras el periódico, no se atrevió a levantar la vista, la imagen de la muchacha pasó por el rabillo de su ojo izquierdo mientras ella se sentaba y se acomodaba.
El tren partió. Él realmente no leía el periódico, pasaba las páginas, lo ojeaba rápidamente fijándose en esté o aquel titular, deteniéndose un poco más aquí o allá, y mirando de vez en cuando un poco más a la izquierda para ver si ella seguía aún allí, sin atreverse a levantar la cabeza y decir un "¿A donde vas?" "Hace calor, ¿eh?" Ni un simple hola, una cortesía. Ella estaba sentada con las manos cruzas, mirando al frente, contando los minutos esperando a que la silueta del revisor asomase por la puerta del vagón y rompiesen la tensión con "Billete, por favor". De vez en cuando miraba hacia la derecha, hacia la ventana y ese joven del periódico que disimuladamente apartaba la vista cuando ella se movía.
El revisor llegó y derribó el muro infranqueable del periódico, picó los billetes y continuo su interminable paseo por el tren. Él, el ahora con el periódico sobre las rodillas mira al frente, como ella, intentando vislumbra algo en el azul de la butaca, esperando a que algo que nunca llega le diese pie a seguir una conversación que no sabía cómo empezar.
Cuando se quiso dar cuenta, el tren llegaba a su primera parada y ella se marchaba con un tímido "hasta luego" que él no se atrevió a devolver mientras la veía levantarse y bajar del tren.
Unos minutos después, el tren se deslizaba raudo de nuevo sobre las vías. La tensión del aire había desaparecido, y el estaba ahora solo, mirando fijamente la butaca en la que se había sentado ella, pensando "Por qué, por qué siempre pasa lo mismo. Por qué esta timidez, por qué no me salen las palabras de la boca, por qué no me encuentro con alguien más atrevido que yo, que empiece algo que luego ninguno de los dos queramos parar, por qué, por qué, por qué..."
De repente hacía algo más de frío en el tren, que seguía su camino hacia delante, vacío, inerte, frío, como la ciudad a los ojos de él, precipitándose hacia un futuro inseguro, en el que él intentaba encontrar la calma que tranquilizase a su corazón pensando "la próxima vez será"...

jueves, 29 de junio de 2006

En el parque

Hacía ya tiempo que no iba a un parque. No voy a decir que desde que era un crío, pero si bastante En general un parque cambia poco. Los mismos árboles, la mismas sombra. Los bancos, algunos nuevos, otros viejos pero con una nueva capa de pintura. Y la gente. Viejos que se sientan bajo una buena sombra a ver pasar las horas. Personas que pasean por el parque, para matar el tiempo o para despejar la mente del trajín diario de la ciudad. Otras, se ocultan tras un periódico o están absortos en la lectura de un libro. Otras, son meros transeúntes, personas de paso, no habitantes temporales como el resto, sino gente con prisas que cruza por el parque para atajar y llegar antes a su destino. Pero todos, todos dan vida al parque hasta que cae la noche el parque se queda sólo, con sus árboles y flores y sus columpios inertes.

Si hay una zona del parque que ha cambiado más en los últimos años, esta es sin duda la zona de juegos. Los niños siguen allí, pero, algún conejal, alentado por uno de estos padres escrupulosos que no dejan en paz a su crío y luego se olvidan de el cuando éste empieza a tener edad para contestarles, se ha empeñado en ir remodelando poco a poco los columpios para que los niños no sufran ningún percance indeseado.
Sí. Es curioso ver como antes los columpios eran de hierro, el suelo de gravilla o arena, o de cemento de ese que quemaba las manos si te caías. Y éramos felices. Y nos columpiábamos más y mas deprisa para ver quien llegaba más alto, o para ver quien era el valiente que saltaba del columpio en marcha y llegaba más algo, dábamos vueltas en la rueda, cada vez más y más deprisa., porque, de alguna manera, en lo más profundo, sabíamos que otra rueda estaba girando, y un día, sin que nos diésemos cuenta ni nos importara, se acabaría el jugar en el parque.
Seguro que hoy los niños se lo siguen pasando genial en el parque, con sus columpios y sus juegos, unos nuevos, otros también pero con aires de algo ya visto. A mí, personalmente, lo que me llama la atención son las madres de ojo avizor y estos parques de juegos acolchados como si fueran una burbuja. ¡Con suelo mullido y todo! No se como hemos llegado a esto pero, resulta ridículo que una madre –he sido testigo de esto- le riña a su hijo por jugar en el arenero: ¡sal de ahí que te vas a machar y luego tengo que lavarlo todo! Con lo divertido que es jugar ahí. O esa situación aún mas cómica en la que la madre o padre indignada porque su hijo a recibido un golpe con un columpio, se pone hecha un basilisco y denuncia al ayuntamiento al chaval que se columpiaba y a cualquiera que se ponga delante... increíble. Cuando yo era pequeño, si te daban con el columpio la respuesta era algo así como “no haber metido la cabeza ahí, eso se llama espabila pa otra vez...”
Sí, estos padres de hoy en día, al menos muchos de ellos, me parecen un poco sobreprotectores. Quieren tener hijos florero y mantenerlos inmaculados, sin postillas en las rodillas y los codos, sin arena en el pelo y la ropa sucia de tierra. Y lo peor es que cuando se hacen mayores y respondones, dicen “Ay, chico, no hay quien les soporte” se desentienden de ellos.
Espero no convertirme en uno de estos padres si algún día llego a tener críos. No quiero olvidar lo que es ser niño, no quiero olvidar los columpios del parque, aquellas películas para todos de las que daban antes en la tele, no quiero olvidar lo divertidos que eran los charcos y la arena, y aquellas zapatillas rojas, y tantas y tantas cosas. No, no quiero olvidar que yo también fui niño.

Lectura recomendada: “El Parque de los Juegos” de Ray Bradbury, en Fahrenheit 451 (Edición Aniversario) Minotauro, Barcelona.

martes, 27 de junio de 2006

Esta casa esa una ruina

¿Os acordáis de aquella película con Tom Hanks y la chica de Cheers? Es una de mis favoritas. La he visto un millón de veces y sigo llorando de la risa. Pues la casa de mi abuela está más o menos como la de Tom Hanks y Shelly Long en aquella comedia de los 80. Reformas. Albañiles picando por arriba, por abajo, de sol a sol, pom-pom-pom-,.... Todo sea por acabar con esos azulejos pequeños años 70 (ya tenían paciencia los albañiles entonces) que se caen sin previo aviso y casi le cortan los dedos del pie a uno cuando sale de la ducha.
Y hoy sólo ha sido el primer día. Mañana creo que me escaparé a un parque, el sonido de los pájaros me gusta más que el del martillo hidráulico.
Albañiles aparte, las últimas semanas han sido más bien tranquilas. Sin muchas novedades que contar. Los opositores (no me refiero a los locos del congreso...) se muerden las uñas esperando los resultados de esos terribles exámenes, los que aún estudian acaban estos días con ese horrible y estresante mes que es julio, y yo, por mi parte, he decidio poner fin a este periodo de reflexión y hacer algo productivo. O al menos algo que espero sea productivo. Porque enviar curriculums lleva su tiempo, y eso que los sellos de ahora son autoadesivos y no tiene uno que pasar la lengua y quedarse sin saliva.
Sí, he decidido hacer algo. Incluso puede que me apunte al paro (lo siento Sr. presi por engordar la lista, pero así es la vida) o puede que me busque algún otro rollo. A ver que sale. De momento sigo por León, sin mucho que hacer. ¿Por qué este año las fiestas son un asco? No lo se.
Menos mal que de vez en cuando cae algo bueno en esta ciudad, como el maravilloso concierto para famillias "Tuve tuba por un tubo" de Fernando Palacios y The Sir Alligators Company. Sobran comentarios. Mejor dicho, es dificil de comentar. Id y verlo vosotros mismos si teneis la oportunidad de cazar al Sr. Fernando en algún lugar. Maravilloso.
Seguiré por aquí esta semana, intentando matar el aburrimiento como sea, leyendo en el parque o escuchano música (acabo de descubrir a una chica que se llama Shannon McNally, muy, muy recomendable) o paseando o escribiendo algo en el blog para que otros no se aburran (o se aburran aún más, qué sé yo...) Luego volveré para "el pueblo", a engordar a base de cerezas. Porque este año hay muchas cerezas. Pero muchas muchas ¿eh? Cerezas cerezas cerezas. Al menos mi arbol se a puesto tonto, y creo que no es el único. Hay cerezas por todas partes... Mi pueblo es el pueblo de las cerezas y de las obras por las calles... como nos han entrado aires burgueses (yo creía que era un pueblo minero) pues hacemos el centro peatonal y construimos bibliotecas de cuatro pisos. No se que pensarán que van a conseguir. Seguimos siendo 10,000 habitantes y para abajo. En fin, cada loco tiene su sueño. Yo incluído.
No doy más la brasa hoy. Mañana será otro día, ya contaré más cosas.

martes, 6 de junio de 2006

LIVING WITH WAR

Sí. Vivimos en Guerra. Vivimos con la guerra en nuestras vidas. Vale, aquí no hay guerra, pero la hay en otros rincones del planeta, y nosotros, ciudadanos del llamado primer mundo, que vivimos por desgracia a expensas de la pobreza de otros, somos responsables, en alguna medida, de las guerras que tienen lugares tan lejanos y cercanos a la vez.
Me parece que hace ya siglos que nos manifestamos en contra de la guerra de Irak. No consigo recordar la fecha exacta ¿Fue en el 2003? ¿Van ya tres años de muertes? Recuerdo aquellas manifestaciones con emoción, gratos recuerdos que me siguen dando fuerza y esperanza. Un puñado de personas en la calle con un mismo pensamiento universal, aunque algunos intentasen aprovecharse para difundir sus ideas llevando banderas y signos partidistas que no venían a cuento.
Y además ago conseguimos. Aunque sólo fuese seguir siendo nosotros mismos, fieles a nuestras ideas, creencias y principios, sin dejarnos manipular, sin dejarnos llevar por ese río turbulento de mentiras y codicia por el que nos quieren hacer navegar o en el que quieren ahogarnos. Nos mantuvimos firmes, como aquel muchacho delante de un tanque en la plaza de Tianamen.
Fueron unos momentos muy especiales para mi. Unos recuerdos maravillosos y por eso, cuando hoy, años después, con la guerra convertida ya en un monotonía, en un recuento diario de vidas perdidas, como quien cuenta días que pasan, me llena de emoción y esperanza oír a Neil Young, con rabia, con energía, con esperanza, recordarnos que la guerra sigue, que los culpables de las muertes diarias siguen impunes, y que NOSOTROS, TODOS NOSOTROS, JUNTOS, podemos hacer que cambie esta situación.
“Vivo con guerra todos los días/ Vivo con guerra en mi corazón todos los días/ Estoy viviendo con guerra” -canta Neil Young- “Y cuando amanece veo a mis semejantes/ y en la pantalla plana matamos y somos matados otra vez/ Y cuando anochece rezo por la paz/ intento recordar la paz/ me uno a las multitudes/ alzo mi mano por la paz/ nunca me doblego ante la actitud de la policía/ He hecho un voto sagrado:/ no volver a matar nunca/ no volver a matar nunca".

Palabras. Música. Principios. Valores. Emociones. Un sentimiento más fuerte que el dinero. Una voz de alarma llamando a nuestra conciencia. Como en 1970. El mensaje es universal y seguirá sonando dentro de treinta años y más allá, hasta que ya no haya guerras y podamos volver al jardín.

“No necesitaremos ningún hombre en la sombra/ dirigiendo el gobierno/ no necesitaremos ninguna guerra apestosa/ no necesitaremos cortes de pelo/ no necesitaremos zapatos lustrosos/ cuando ya no quede paraíso”.

Living With War de Neil Young está pulbicado en CD por Reprise Records/WEA. Si lo preferís en vinilo picar aquí.
No dejéis de echar un vistazo a la web oficial de Neil Young y al blog del disco: http://livingwithwar.blogspot.com

Dando vueltas a la cabeza...

Llevo ya algún tiempo sin escribir. Tengo varias ideas rendándome la cabeza, pero la pereza me gana día a día y no acabo de plasmarlas sobre el papel.
La verdad es que empieza a ser algo vicioso o incluso peligroso esto de estar sin hacer nada, pensando, dándole vueltas a la cabeza sin decidirse por algo. Ojalá perteneciese a ese grupo de personas que tienen muy claro a qué dedicarse, o a esas que lo quieren es trabajar para ganar dinero, aunque realmente no lo necesiten, sólo lo hacen por entrar en ese círculo vicioso que nos vende la sociedad actual de casa + coche + niño florero = vida resuelta.
A mi no me gusta esa operación matemática. No hace falta coche, ni críos sintéticos, ni una hipoteca a 40 años en un piso nuevo en la ciudad o en una urbanización de ensueño en el extrarradio. No hace falta esclavizarse en un trabajo que no nos gusta, que no nos aporta nada, en el que nos explotan, sólo por dinero y por formar parte de ese estilo de vida actual con el que nos bombardean continuamente pero que no es el único.
No digo que haya que vivir como un ermitaño o irse a uno de esos pueblos de falsos hippies. Personalmente, mantengo que, salvo que a uno se muera de hambre y entonces mande el instinto, una persona ha de ser fiel a sus principios y no dejarse llevar por lo que en un determinado momento se tenga por normal, más común y por lo tanto supuestamente acertado. Yo, que no me muero de hambre, me niego a buscarme un trabajo explotador sólo por sacarme “unas perras” sin las que puedo vivir perfectamente.
Creo que tenemos que buscar trabajos que sean dignos, en los que nos sintamos realizados, realizando una labor que nos aporte algo más que dinero y que aporte también algo a los demás, animándoles a seguir nuestro ejemplo. Un salario justo, sencillo, que de para vivir y cuatro cosas más. No es necesario un chalet, tres televisores, dos coches, etc. Hay que elegir. La vida es una sucesión de elecciones. Yo me gasto la mayoría de mi dinero en discos, vale, pero sólo en eso. El problema es que queremos discos, coches, ropa, salir de viaje, etc., y no puede ser. No se puede tener todo, hay aprender a compartir, a ser sinceros con nosotros mismos y con los demás.
De ahí lo del trabajo justo y digno con un salario justo y digno. Y por supuesto, trabajando para alguien que no se llene los bolsillos a nuestras expensas; de ahí lo de un trabajo en el que uno no sea explotado.
Todo eso lo tengo claro, aunque suene un poco utópico. Y lo que también tengo claro, volviendo a un tono más personal, es que, a día de hoy no me apetece estudiar más. Tengo cierta saturación de libros, de tensión pre-examen. Nada de oposiciones.
Y claro, fuera de los trabajos explotadores por dinero y los empleos cómodos de las Oposiciones, no parece haber mucho más. Por eso no hago nada. Pero también puede ser que soy demasiado perfeccionista, siempre me parece que no estoy suficientemente preparado para esto o aquello. Me cuesta mucho dar ese primer paso, en lo profesional y en lo personal. Una vez que lo doy las cosas suelen ir sobre ruedas, pero ese primer paso parece imposible, y en un mundo dominado por la “C” de Competencia (yo también me rijo por la “C”, pero de Compartir) no parece haber nadie dispuesto a darme ese necesario empujón.
Pero, en fin, uno no puede pasarse la vida esperando. ¿O sí? No lo se. Hay quien dice que soy un conformista con lo que tengo en mi plano personal. Siempre estoy con la antena dirigida hacia los demás, hacia lo que pasa en este mundo, pro por mi mismo no hago mucho, me conformo con lo que tengo... en fin, no lo se: tres palabras que repito demasiado.
Por lo menos hoy he conseguido sentarme y plasmar algo sobre el papel. Y voy a seguir escribiendo para conseguir dar forma a esos otros comentarios que me dan vueltas por la cabeza pero que no salen.