A mediados de esta semana me he enterado de una noticia que llevaba ya años pululando en el aire pero que no tenía confirmación aún. Cierran el Teatro Emperador aquí en León.
Ya hacía tiempo que se murmuraba y al final, a resultado ser verdad. El último teatro, el último cine con encanto que quedaba en la ciudad, cierra sus puertas. Ya sólo nos quedan esos multicines fríos y deshumanizados, de paredes oscuras y dolby Surround a un volumen ensordecedor y con un olor a desinfectante que hace juego perfectamente con esa estética minimalista y con el frío del aire acondicionado.
Me llamareis romántico, pero yo prefiero esos cines de antes, con un aspecto barroco, decimonónico quizás, o al menos con un tipo de decoración más humana, más acogedora, que invitan a algo más que a ver la película aislados del mundo sin que nada perturbe nuestra atención, aquellos cines y teatros de antes, que invitaban a ir al cine como acto social, una ceremonia que se repetía todos los domingos, o los sábados, o el día del espectador,...
Aquellos cines con “gallinero” con entresuelo, o como lo llamen, donde uno podía sentarse bien alto, por encima del resto del público sin que ninguna cabeza se interpusiesen entre el y la pantalla.
Al entrar ahora por ultima vez en el Emperador, no puedo sino pensar en las miles, millones quizá de personas que han caminado por ese piso de madera, se han sentado en esas butacas aterciopeladas y se han maravillado con la arquitectura y decoración del local igual que con la obra o la película que estaban viendo. Cuántos chistes, abrazos, escalofríos, besos entre sombras, risas, llantos. Cuantos actores se habrá asomado a través del celuloide y habrán mirado al público y a ese teatro a lo largo de los años.
Ahora llega el momento de decir adiós. No se que será del Emperador. Qizá pierda su cetro y corona y sea derribado, quizá sea reconvertido en un parque de atracciones (como le sucediese hace ya mucho a su amigo Trianón) quizá en un casino (ejemplo de esto también tenemos en la ciudad) o quizá lo conviertan en un supermercado más.
Como despedida, el Teatro nos ofrece una serie de programas dobles, sí casi como aquellos de antes, compuestos por dos grandes clásicos del cine cada día, una película a las 8 y otra a las 10:30. Una magnífica oportunidad para volver a ver esos clásicos acompañados de nuevo del aroma que se desprende de las paredes de un viejo cine, o para descubrirlos, y descubrir no solo las películas, sino la magia de ir al cine, algo que, como todas las cosas mágicas, como las hadas y los fantasmas, los cuentos y los sueños fantásticos, ha ido despareciendo poco a poco en este cada día más deshumanizado mundo.
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