El ir y venir luchando por las cosas más queridas, sin bien nos gasta las manos, nos deja abierta la vida.
- Víctor Jara

sábado, 29 de abril de 2017

El misterio

Te quiero escribir un poema
y sabes, no puedo.
Siento que no hay suficientes letras
en todo el alfabeto
ni combinaciones posibles con ellas
para decir lo que siento.

No hay palabras que te describan
dejaré pues, el misterio
y te besaré de nuevo sin prisa,
me enredaré en tus besos
y arañaré al reloj de la vida
los minutos más intensos.

Cierra los ojos, mi niña
así como yo los cierro
y acércate a la orilla,
a la comisura del tiempo
donde nunca nada termina
y cada minuto es misterio.

viernes, 28 de abril de 2017

Final y comienzo

La luz del escenario se apagó con un ruido sordo. Ella bajo al patio de butacas y caminó suavemente sobe el piso enmoquetado hasta la el centro de la sala, donde él esperaba con una mano en el mentón atento a una película que aún no se había terminado. Ella se sentó en sus rodillas y se levantó la chistera sacando de ella una sonrisa que iluminó su rostro y reflejó esa luz especial en esos otros ojos que la observaban sin perder un detalle de la escena. El pelo de su flequillo bailo desordenadamente mientras ella sonreía mirándole. Lentamente, él dibujó una caricia en la comisura de aquellos labios rojos y suaves, mientras ella se acercaba y se fundían en un beso.

Cuando abrieron los ojos el patio de butacas estaba completamente a oscuras. Salieron aprisa del teatro, cogidos de la mano, tropezando y riéndose como dos adolescentes, haciendo sonar las puertas abatibles tras de ellos y despidiéndose del conserje que les miró salir con la misma expresión de alegría y complicidad con que había visto salir a tantas parejas durante tantos años. Afuera del teatro los envolvió un inesperado y huracanado aguacero. Ella se volvió contra el, aferrándose a las solapas de su chaqueta y apretando su rostro contra su pecho mientras sentía el viento y el agua en la espalda. Él le levantó el rostro y observó como las gotas de lluvia lavaban su cara y el daban un brillo especial a aquellos ojos y aquellos labios. La tomó de la mando derecha, y en la izquierda abrió un ficticio paraguas. Juntos, saltaron entre los charcos de la calle, bailando entre las gotas de lluvia, el Gene Kelly, ella una nueva canción para una tarde de lluvia.

El café de la esquina estaba abarrotado cuando llegaron. A la entrada el paragüero se había transformado en un colorido ramo de flores cubiertas de rocío, y el local hablaba en veinte idiomas a la vez, todos embriagados por el mismo aroma de pan caliente, café y té. Su mesa estaba ocupada. Se miraron con resignación al tiempo que el camarero, mirándoles de reojo, tapaba dos cafés para llevar, uno solo, el otro con crema, y los metía en una funda de papel con tres panes dulces recién horneados. La caja registradora sonó al tiempo que ella cogía la funda y regresaban cogidos de la cintura a la calle. La lluvia había amainado algo. Ella guardó la funda de papel con los panes y los cafés bajo su abrigo y juntos apresuraron el portal número cinco de la calle. La puerta se cerró justo delante de ellos. Con un rápido ademán, el sacó las llaves y abrió y se precipitaron por las escaleras del vestíbulo hacia el ascensor, que con un chasquido metálico y una luz amarilla se elevaba justo en esos momentos. Un con maldición y una sonrisa escrita en sus labios, se quedaron mirándose con los dedos entrelazados en la reja metálica del ascensor. Las sonrisas se tornaron poco a poco en un beso que acabó en otra sonrisa y otra sonrisa pícara después cuando ella se soltó de pronto y echó a correr escaleras arriba. Él la siguió sabiendo que no podía ganar. Cuando llegó al descanso del 7º, ella le esperaba sonriente, la espalda apoyada contra la puerta del paramento y los brazos cruzados sobre su pecho al tiempo que decía que no con la cabeza y sonreía. Él caminó con fingida fatiga hasta ella,buscando en sus bolsillos las llaves de la puerta. Cuando las encontró, ella estiró sus brazos impidiéndole encontrar la cerradura, atrapando entre sus manos las manos y las llaves de él, hasta que el juego se volvió otro beso y la puerta se abrió tras ellos.

En el departamento se sentía la tranquilidad de una tarde de lluvia sin prisas. La lluvia golpeaba los cristales de la cocina cuando él dejaba la funda con los panes y los cafés y preparaba una sencilla mesa: dos manteles individuales, dos cucharillas para café, dos servilletas y un azucarero en medio de la mesa, una sencilla cestita de mimbre con los panes recién horneados. Ella pareció justo cuando él acaba de colocar los panes y los cafés, cada uno en su puesto. Se había quitado el abrigo y arreglado el cabello, el jersey blanco de cuello alto marcaba sensualmente las figura de su talle y sus pechos mientras caminaba con aire inteligente hacia la mesa. Sin disimulo tomó uno de los cafés y lo situó junto al otro en el mismo mantel individual, y le tomó de la mano haciéndole sentarse en la silla junto a la ventana, dejando justo el sitio preciso para que ella se sentase ahí junto él, una silla y dos cafés, mirándose a los ojos que se cerraban una vez más mientras la lluvia lavaba por fuera los cristales. El siguiente beso supo a café, los labios cálidos tenían la textura del pan recién horneado y cada beso se fue convirtiendo en el más dulce bocado de una tarde de lluvia, de una noche de lluvia, y una madrugada para secar las ropas bajo los rayos argénteos de la luna.

sábado, 15 de abril de 2017

Ciudad

Fue sólo un poema
escrito con lluvia
de sábado por la mañana,
las calles aún dormidas,
las nubes blancas
con sus dedos acarician
el ondulado pentagrama
de los tejados donde anidas
envuelta en tus sábanas
envuelta en las cintas
de colores que atan
a los sueños tu sonrisa
despierta ella, tú dormida
bajo la lluvia tranquila
tu respiración acompasada
y sobre tu rostros las caricias
de los dedos de viento del alba;
tu pecho late al nuevo día
sientes correr tus aguas;
en tu piel mil vidas prendidas,
dama vestida con nubes blancas.

sábado, 8 de abril de 2017

Los nuevos conquistadores

El oriente está de nuevo en el mapa. Una extensa mancha verde se extiende al este de los andes, ocupando planos y mapas en despachos, y creando expectativas en los rostros serios que observan parados el mapa sobre la mesa, mientras miran de reojo el contrato que tienen en su mano. Han salido de las universidades, prestigiosas o no, cargados de conocimientos, seguros en si mismos y en  la certeza y validez absoluta, validez incluso irrefutable, de todo aquello que han aprendido.

Y descienden los andes. En autos, o en buses sintiendo la adrenalina del viaje, ajenos al conglomerado social que les rodea en el bus, su mente se divide entre la señal intermitente del celular y el internet, el último libro-teórico que todos deben leer, y esa espesura verde que se va dibujando cuando los primeros rayos del sol devuelven al negro de la selva nocturna sus colores y tamices. Bajan entonces del bus, en una ciudad que se despierta y los mira con cierta resignación. En el polvo de las calles sin terminar dejan su huella, una huella estandarizada que no habla de ellos sino de una sociedad de consumo y producción fordiana. Las mismas rayas, los mismos signos, en todas las pisadas, en todos los rostros, en todas las firmas sobre papeles indispensables para teorizar sobre el mundo real.

Desde el inicio, marcan un muro entre ellos y el mundo real: esa realidad del país que gota a gota, a través de décadas ha ido migrando obligada o fortuitamente al oriente, esa realidad desarraigada obligada a echar raíces en una tierra inhóspita, en una mentira vendida por ministerios neocoloniales, en esa tierra que no ser de nadie, sino de "los otros", los excluidos del estado, que poco a poco se fueron mezclando en ese crisol social.

No, para ellos esa realidad es la página de geografía humana y económica que se negaron a leer en la universidad, que arrancaron y quemaron, ese país que no les gusta porque no brilla: no es atractivo, no es exótico. Ellos buscan la fama y el éxito dibujados en selvas prístinas, el indígenas puros arquetipos de un antropólogo, en esas otras maravillas exóticas venidas de más allá de Atlántico o del muro infranqueable del norte.

Caminan por las calles a golpe de espuela como jóvenes John Wayne dispuestos a dejar su marca en la ciudad, a entrar en los bares, poner orden con un brazo y conquistar a la chica con el otro. No lo quieren reconocer, pues está mal visto en estos tiempos más modernos, pero siguen predicando el ejemplo del macho conquistador, seductor, el que siempre lleva la voz cantante y la batuta en las conversaciones, siempre compitiendo entre sí para conquistarle a ella, a la chica o a la ciudad, pues son lo mismo: algo que abandonarán cuando se sientan victoriosos y pueda irse, llevando en su currículum una firma, una foto, que certifique su hazaña allá en la selva y les conceda una pieza de oro más para alcanzar su ansiado título de señor, de experto conocedor de todas las materias y experticias.

La ciudad, la selva, las empresas, las mujeres u hombres dibujados por ellos, por su imaginario, y al lado, la verdadera selva, los verdaderos rostros, las verdaderas historias, la vida: tal cual, sin tapujos. Esa vida que ellos se niegan a aceptar y con ello a vivir. Esa que repudian, como repudian esta tierra en la que lo último que harán es echar raíces. Tierra que criticarán una y mil veces, viviéndola desde despachos sitos en alturas quiteñas, o desde proyectos de desarrollo y cooperación que vendrán a implantar y vender como recetas mágicas contra el atraso, la insalubridad, la falta de emprendimientos económicos. La selva sufre su paso una y otra vez: 10, 20, 200 proyectos destinados a ayudar a una realidad sin comprender esa realidad, queriendo cambiar esa realidad bajo presupuestos académicos y formales, pero ninguno de ellos anclado a esa realidad. Al final, sólo recetas para satisfacer el ego de unos nuevos conquistadores, formatos para canalizar fondos que permitan vivir a otros, perpetuándose en su continuo académico y profesional, bajo la justificación de un "pequeño cambio" en las vidas de los otros, esos que queda a un lado, lejos, fuera de cualquier planificación o interacción social más allá de la del espectador que debe apreciar, aplaudir y consumir las buenas virtudes que trae aquel que desciende desde las universitarias y tecnocráticas alturas andinas, trazando mapas en el aire, creando realidades que se tornarán poco a poco irrealidades, bebiendo de nuevas aguas sin saborearlas, y despareciendo, si decir adiós, cargado de supuestos logros, logros que otros ojos no ven, pues serán tan efímeros como su paso por estas tierras.

Amazonía. Tierra de experimentos, tierra virgen para proyectos y pozo sin fondo de riqueza finita. Conquistadores con cota de malla primero, con traje tecnológico ahora. Segundones entonces, técnicos con postgrado ahora. Amazonía. Tierra también donde unos pocos han echado raíces, donde luchan por convivir con aquellos pueblos -verdadera amazonía- que aún escuchan la selva, siempre luchando, siempre vistos con desconfianza por aquellos que, por traer dádivas y saberes de afuera, son lo que deben y pueden mostrar el camino de un verdadero progreso, siempre excluidos de esa construcción del progreso.

Amazonía. Tierra también de quijotes. De conquistadores que se atrevieron a despojarse de sus ropas y mezclarse con el limo social de la tierra, a saborear sus aguas y gredas y echar raíces. Quijotes...  los otros olvidados, los excluidos de esta nueva conquista, los nombres a borrar, que los sueños y locuras son peligrosos para ese sistema forjado a golpe de despacho y cátedra universitaria, que peligroso es el hombre que aprende a hablar lenguas desconocidas, que sabe mirar con esos otros ojos, los del rostro de piel canela, los del rostro ajado por mil días intentado arrancarle algo a una tierra dura, los del rostro curtido por el sol y el polvo y el humo de petróleo en la puerta de alguna casa en alguna ciudad lavada por mil lluvias tropicales y secada mil veces por mil soles.

Quijotes... el pueblo-crisol, y el tiempo. Desfilando ante los ojos de los que miden el tiempo científicamente, sin llegar a saber qué es lo que acontece realmente ese tiempo.