Hacía ya tiempo que no iba a un parque. No voy a decir que desde que era un crío, pero si bastante En general un parque cambia poco. Los mismos árboles, la mismas sombra. Los bancos, algunos nuevos, otros viejos pero con una nueva capa de pintura. Y la gente. Viejos que se sientan bajo una buena sombra a ver pasar las horas. Personas que pasean por el parque, para matar el tiempo o para despejar la mente del trajín diario de la ciudad. Otras, se ocultan tras un periódico o están absortos en la lectura de un libro. Otras, son meros transeúntes, personas de paso, no habitantes temporales como el resto, sino gente con prisas que cruza por el parque para atajar y llegar antes a su destino. Pero todos, todos dan vida al parque hasta que cae la noche el parque se queda sólo, con sus árboles y flores y sus columpios inertes.
Si hay una zona del parque que ha cambiado más en los últimos años, esta es sin duda la zona de juegos. Los niños siguen allí, pero, algún conejal, alentado por uno de estos padres escrupulosos que no dejan en paz a su crío y luego se olvidan de el cuando éste empieza a tener edad para contestarles, se ha empeñado en ir remodelando poco a poco los columpios para que los niños no sufran ningún percance indeseado.
Sí. Es curioso ver como antes los columpios eran de hierro, el suelo de gravilla o arena, o de cemento de ese que quemaba las manos si te caías. Y éramos felices. Y nos columpiábamos más y mas deprisa para ver quien llegaba más alto, o para ver quien era el valiente que saltaba del columpio en marcha y llegaba más algo, dábamos vueltas en la rueda, cada vez más y más deprisa., porque, de alguna manera, en lo más profundo, sabíamos que otra rueda estaba girando, y un día, sin que nos diésemos cuenta ni nos importara, se acabaría el jugar en el parque.
Seguro que hoy los niños se lo siguen pasando genial en el parque, con sus columpios y sus juegos, unos nuevos, otros también pero con aires de algo ya visto. A mí, personalmente, lo que me llama la atención son las madres de ojo avizor y estos parques de juegos acolchados como si fueran una burbuja. ¡Con suelo mullido y todo! No se como hemos llegado a esto pero, resulta ridículo que una madre –he sido testigo de esto- le riña a su hijo por jugar en el arenero: ¡sal de ahí que te vas a machar y luego tengo que lavarlo todo! Con lo divertido que es jugar ahí. O esa situación aún mas cómica en la que la madre o padre indignada porque su hijo a recibido un golpe con un columpio, se pone hecha un basilisco y denuncia al ayuntamiento al chaval que se columpiaba y a cualquiera que se ponga delante... increíble. Cuando yo era pequeño, si te daban con el columpio la respuesta era algo así como “no haber metido la cabeza ahí, eso se llama espabila pa otra vez...”
Sí, estos padres de hoy en día, al menos muchos de ellos, me parecen un poco sobreprotectores. Quieren tener hijos florero y mantenerlos inmaculados, sin postillas en las rodillas y los codos, sin arena en el pelo y la ropa sucia de tierra. Y lo peor es que cuando se hacen mayores y respondones, dicen “Ay, chico, no hay quien les soporte” se desentienden de ellos.
Espero no convertirme en uno de estos padres si algún día llego a tener críos. No quiero olvidar lo que es ser niño, no quiero olvidar los columpios del parque, aquellas películas para todos de las que daban antes en la tele, no quiero olvidar lo divertidos que eran los charcos y la arena, y aquellas zapatillas rojas, y tantas y tantas cosas. No, no quiero olvidar que yo también fui niño.
Lectura recomendada: “El Parque de los Juegos” de Ray Bradbury, en Fahrenheit 451 (Edición Aniversario) Minotauro, Barcelona.
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