Aunque no soy de pueblo marinero, aunque mi pueblo sea del interior, desde que tengo conciencia he tenido a suerte de ver el mar. Resulta curioso porque, muchas de las personas que conozco no se encontraron mirando a esa vasta extensión azul hasta que fueron casi adultos. Hay aún muchas personas que, por una razón u otra, aún no se han quedado inmóviles mirando al mar, a la línea del horizonte, gustando ese aroma peculiar, mientras las olas rompen a sus pies y la brisa les borra las preocupaciones de la cara.
Hay muchos niños que no han tenido la oportunidad de jugar con la arena, de hacer castillos, de ser enterrados en pozos en la arena, de saltar entre las olas o correr despavoridos cuando una alga se enreda en sus pies.
Yo, casi desde que nací, he visto el mar. El hecho de tener familia aquí, en la costa asturiana, desde la que escribo esta noche, me ha permitido pasar gran parte de todos mis veranos en la playa desde que tengo uso de razón. Baste decir que no recuerdo la primera vez que vi el mar. Esas fotos de un niño de uno o dos años, con un parche en el ojo, sonriendo bajo una sombrilla modelo años 70, me dicen que llevo muchos, muchos años viniendo por el verano a la playa.
Recuerdo aquellos años de niño jugando en la playa en compañía de mis primos con mucho cariño. Veranos que pasaban volando, que se derretían rápidamente como uno de esos helados saboreados un domingo en la playa.
Este año mi vista a la playa, la de siempre, la de Rodiles, cercana a la localidad de Villaviciosa, donde he pasado tantos veranos, es algo más corta. Como ha sucedido los últimos años, suelo repartir mi tiempo de vacaciones entre varios lugares. Es curiosos ver como las cosas van cambiando con el tiempo, más casas, más turistas, paseos arreglados y adecentados a la orilla del mar y de la ría, autopistas que hacen más fáciles las comunicaciones,... Pero, siempre, la playa, el mar, la gente, los niños, los mismos y distintos a la vez, jugando en la playa, saltando entre las olas, haciendo castillos de arena, como aquel niño con miedo a las algas, con parche en el ojo, que hoy se queda mirando fijamente al mar, al horizonte, dejando que la suave brisa le acaricie el rostro y le despeje la mente...
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