El ir y venir luchando por las cosas más queridas, sin bien nos gasta las manos, nos deja abierta la vida.
- Víctor Jara

sábado, 16 de septiembre de 2017

Micrococa # 7

La escena del crimen: El rocío de la mañana, la cinta amarilla acordonando el parqueadero del museo, un árbol desgajado y uno de los bolardos de luz tirado por el piso con los cables fuera. Las marcas negras de una frenada. Al fondo, el parqueadero, un auto deportivo color azul con las puertas abiertas y alguien sentado en el puesto de conductor, vestido todavía con las ropas de la fiesta de la noche anterior, con cara de dormido - borracho - arrepentido. Junto a él, un policía con aire monótono revisando los papeles sin buscar nada especial, porque nada nuevo hay que encontrar. A un lado en la vereda, la gerente del museo y dos o tres trabajadores más, y media docena de curiosos.

- Sra... - El policía avanzó hasta la gerente con aire pensativo- Verá, el conductor de auto ha sido militar...
La gerente le miraba pensativa esperando el final de la explicación.
- Quiero decir que, verá, si le denuncian uds., va a tener serios problemas en el cuartel, en su carrera. Simplemente está un poco tomado, se durmió y no vio que se acaba la calle. Arreglen entre uds. Que pague los destrozos de la plaza, si les parece, claro.
- Bueno. Sí, le entiendo. Déjeme ver. No sé cuanto valen estas cosas... Y el árbol, bueno. El conserje está enfadado. Él cuida las plantas, sabe...

La gerente se reúne con su gente. Alguien llama por celular, en el otro extremo de la conexión un ingeniero eléctrico se limpia los restos de bolón y café y contesta la primera llamada de la mañana.
- ¿Una luminaria de la plaza? ¿Se dañó? ¿Cómo? Bueno esas luminarias valen 280 dólares cada una, más mano de obra... Digamos unos 350.

- Mire, nos dice el eléctrico que 350 - la gerente mira al policía y ambos miran al conductor del auto que sin mucha resignación empieza a contar el dinero en su billetera.
- 300 dólares ¿Está bien? Es todo lo que tengo.
Unos segundo de indecisión. Miradas entrecruzadas del público presente.
- Sí, sí.. Está bien.
- Entonces todo arreglado -El policía sacudió los hombros satisfecho de haber resuelto un incidente más-  Puede irse ud. Y cuidado no vuelva a pasar; la próxima vez no será tan fácil. Señora, buenos días.
Con un saludo a la gorra, el policía se despidió y se subió a su moto al tiempo que se escuchaba como se cerraba la puerta del auto deportivo y con un rugido de león-motor, el auto azul desparecía a la vuelta de la esquina. La gerente, con el fajo de billetes en la mano, clausuró la escena y se acercó lentamente hasta el conserje que aplicaba un vendaje de primeros auxilios al árbol.
- Mire, con esto arreglamos las luces hoy mismo. ¿Podrá?
- Chuta, las luces. Mire este pobre árbol.
- Sí, lo sé.
- Ya, ya ingeniera. Ahora voy y compro para arreglar las luminarias.
- Tenga acá tiene el dinero. Le ha de sobrar algo, creo. Traiga factura como siempre.
- ¿Tanto? ¿Para qué me  tanto? 20 dólares no más. Con eso compro unos pernos y unos cables y arreglado.
La gerente abrió los ojos y se puso del color rojo de la vergüenza.
- Ve.. veinte. ¿Sólo veinte?
- Claro, ingeniera. Vea, esto sólo está de volver a empernar y empatar los cables y listo - El conserje había caminado hacia el lugar del siniestro y parado el bolardo de luz en su lugar mientras sonreía y le quitaba el supuesto polvo con una mano.
- Bueno... Tenga, tenga 20 más. -Contesto la gerente abochornada...
- Bueno, ahí compro los focos si es que están quemados...

- ¿Y ahora? Qué vergüenza. Me dan ganas de devolverle la plata al pobre militar.
- ¿Pobre? Viene chumado, se duerme y nos desgracia un árbol y las luces de la vereda. Le está bien, para que aprenda. Y además no es la primera vez.
- Si por eso.
- ¿Por eso? ¿Qué quiere que pongamos un letrero gigante diciendo que no hay más calle y que frenen? Se llevarían el letrero por delante igual. Mejor deberíamos hacer cobrando a todos. Vea, ya es como el cuarto auto que se estrella en la plaza. Viene la policía, les denunciamos y fin. Nos toca pagar a nosotros los destrozos. Por una vez, que paguen los culpables.
- Bueno... Ya. Al menos tenemos ahora un poco de dinero para los desperfectos. Cuando regrese el conserje, dígale que venga a mi oficina para ver qué otras cosas necesitan reparación.
- ¿Y si mejor guardamos un fondo para eventualidades?
- ¿Un fondo? ¿Cómo un fondo?
- Bueno, para cosas más urgentes. Un fondo. Se puede ir reponiendo.
- Pero esto es algo fortuito.
- ¿Y si mañana se estrellase otro?
- ¡Pero qué dice!
- Bueno es algo fortuito.
- Ya, y entonces ponemos un letrero que diga: "estréllese en la plaza y pague. Contribuya al mantenimiento del malecón". ¡¡No diga tonteras!!
- Yo sólo digo que ahora...
- Calle, calle. Y cuando regrese el conserje, le hace subir mi oficina, por favor.

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