El ir y venir luchando por las cosas más queridas, sin bien nos gasta las manos, nos deja abierta la vida.
- Víctor Jara

sábado, 19 de agosto de 2017

Cobardes

"Una protesta no es peligrosa mientras se quede en internet y no salte a las calles". Estas palabras, o unas muy similares, pronunciaba uno de los personajes no tan ficticios de El Informe Lucano II, de Susan George. Una aseveración bien real, en boca de muchos de los que jalan realmente de los hilos.

Hoy, mientras leo los comentarios de personas conocidas y anónimas en el facebook, en los diarios online, en twitter y en otros rincones de la web, leo entre líneas esta afirmación escrita hace unos años por Susan George y me estremezco al darme cuenta de la gigantesca prisión dorada en la nos hemos dejado encerrar, la falsa libertad que nos ha sido trocada por la verdadera libertad, de ese falso concepto de democracia que nos venden como etiqueta de un frasco con una fórmula secreta cuyos verdaderos ingredientes no nos pueden mostrar debido a alguna patente o alguna ley de copyright.

Vivimos en la era de la comunicación. La información es la moneda de cambio al uso. La nueva taquigrafía y los nuevos jeroglíficos de los celulares y las computadoras en nuevo lenguaje universal, y la red, una gran pizarra en blanco donde todo el mundo puede escribir su comentario, su artículo de opinión su protesta pública, sin casi censura alguna, para que todos la lean y puedan a su vez reaccionar de manera similar, en los mismos medios, y con los mismos métodos. La autopista de la red está en constante crecimiento: cada vez se extiende más la red vial, cada vez hay más tráfico, más velocidad: la gente comenta, la gente habla, la gente discute, la gente lee por encima las palabras de otra gente para reaccionar lo más rápido posible a la última palabra escrita, al último video o a la última foto: la velocidad es necesaria, como necesario es que todo el mundo pase unos segundos -sólo unos segundos, sólo los estrictamente necesarios-, para dejar su huella: su visto bueno, su aprobación o su desaprobación (en el fondo da lo mismo, lo que importa son las "visitas") para que el comentario o la publicación de alguien se haga más famoso y goce de unos minutos de gloria (y ya es mucho) en el mundo constantemente cambiante de las redes sociales. Un clic y hemos dejado nuestra huella. Un clic y hemos interactuado. Si ha sido nuestra voz la que se a expresado o no, no importa: no importa si hemos reaccionado al diálogo de la familia en la pantalla mural de aquel Fahrenheit 451, pues como en él, las respuestas ya estaban escritas y nosotros no somos más que marionetas de un teatro de títeres de hilos largos y enredados.

Después de interactuar, de contestar a los comentarios, de replicar nuestra protesta por doquier en la red, nos sentimos conformes. Hemos hecho algo grande. Hemos llegado a más personas que nunca, hemos comenzado algo. Estamos tan seguros de ello, que el resto de formas de comunicación e interacción social quedan totalmente aparta y son abandonadas poco a poco: necesitamos whatsapp y facebook 24 horas, periódicos actualizados al minuto en los cuales podamos dejar nuestra opinión a pie de página en tan sólo unos segundos: son los caminos indispensables para la protesta. Gracias a las nuevas tecnologías, a la red, por fin somos libres y podemos alcanzar a cualquiera en cuestión de segundos y hacer que, esas protestas anónimas se conviertan en causas globales: nuestro eco se repetirá de un confín a otro del planeta, y miles de amigos, seguidores y personas anónimas nos mostrarán su apoyo, nos darán su palmadita en la espalda, se unirán a nuestra protesta. Luego, cerraremos la ventana de nuestro ordenador, bajaremos la tapa del portátil y dormiremos satisfechos de nuestro avance. Mañana saldrá otro sol, mañana cuando el despertador marque las 6:30, o las 7:00, o las 8:000, nos levantaremos y con un clic volveremos a asomarnos a la ventana para ver como progresa nuestro reclamo. En alguna pantalla harán reflejo unos rayos de sol. Un ademán para correr la cortina o un pequeño cambio en el ángulo de la pantalla, un comentario quizá alusivo al sol de la mañana, y todo solucionado.

Me pregunto cuántos serán capaces de plantarle cara ese sol del reflejo, apartar las cortinas, abrir la ventana -esa otra ventana- y mirar más allá. Probablemente sentirán un escalofrío y un sudor frío: las calles desiertas, la incómoda realidad de darse cuenta de que están viviendo un cómodo mundo virtual, de que son terminales humanos conectados por wifi a un terminal informático resultará en el más grande los pánicos: un horrible mareo y sudor frío que les obligará a volver al su cómodo binario.

Pero la realidad está ahí: calles desiertas. Calles en las que nadie grita, o en las que los pocos que gritan son tan pocos que pronto se los tragará el ruido del tráfico aledaño, el smog y las hierbas de las aceras. Calles con gente que protesta por dentro que camina mirando al suelo, que viaja en bus absorto en libros -algunos realmente interesantes- siempre leyendo como autómatas, persiguiendo únicamente ser el campeón del trivial en la conversa o la cena de hoy: ¿A leído ud. a Ortega y Gasset? ¿No? Yo sí. ¿Y a Virigian Woolfe, a leído algún libro? ¿No? Yo si. ¿Y a Nietzche, a Kafka, a Kerouac? ¿Los ha leído? ¿No? Yo sí. Yo puedo recitar de memoria citas de mil autores, ejemplificar con ellas mil argumentos, dejar atónitos y convencidos a todos mis contertulios. Aplausos al final del discurso. Y cuando llegue a casa, cientos de posts en el facebook, cientos de fotos compartidas, likes y aplausos y más aplausos, de gente que estuvo, de gente que no estuvo pero tiene necesidad de hacerse oír.

Y mientras tanto, las calles siguen vacías. Y en alguna administración pública siguen los abusos y la corrupción, alguna empresa transnacional sigue sobornando a algún político a la par que explota y estafa a trabajadores y consumidores, la luz de las farolas del barrio sigue sin alumbrar las calles peligrosas en la noche, en la esquina los jóvenes con celular en la mano fuman y beben mientras miran videos de reaggeton absortos en su única realidad táctil, el transporte público sigue siendo un asco, el río está contaminado, y en alguna parte del planeta siguen las guerras, los atentados, las muertes. Todos están satisfechos. Esta noche el presidente a contestado a través de twitter, ha reaccionado condenando el video que conseguimos hacer viral, alguien se ha sentido incómodo en algún sitio, al menos durante los escasos minutos que le ha llevado escribir la réplica.

Mañana, cuando volvamos a sentirnos indignados, volveremos a mostrar nuestro rostro de queja, y cuando nos digan "haga ud. una queja por escrito y déjala en el buzón", cuando nos inviten a salir a la calle, a exigir y reclamar nuestros derechos, a declararnos en huelga o desobediencia arriesgando nuestro trabajo, nuestra vida acomodada, nuestra buena imagen; nos volveremos a orinar en los pantalones, miraremos al suelo y luego con un gesto de desaire correremos a casa, a la seguridad infalible y certera del internet donde haremos eco de nuestro desaire y nuestra protesta. Tenemos un millón de seguidores que nos harán sentir mejor. Y mañana, sí, mañana volverá a salir el sol. Esperemos que no se vaya la luz.

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