El ir y venir luchando por las cosas más queridas, sin bien nos gasta las manos, nos deja abierta la vida.
- Víctor Jara

domingo, 27 de agosto de 2017

Baños de Agua Santa

El nombre casi lo dice todo. Casi. "Baños, un pedacito de Cielo", reza la publicidad en una compañía de buses, y en otros carteles turísticos, aunque a veces escriban cielo también con minúscula. A mi, eslóganes pseudo-turísticos, pseudo-religiosos a parte, lo que me atraía era la fotografía del enclave montañoso -esa ciudad enclavada en ese imponente valle- y la fama del lugar, y, finalmente, después de pasar como fantasma en bus por sus calles oscuras varias veces, siempre rumbo a otros lugares, me lancé a conocerlo.

Como hombre casi amazónico que soy, decidí hacer el camino a la inversa de aquellos primeros colonos que descendían los ríos hacia el oriente, hacia la amazonía, y comencé a remontarlos, que es lo natural para los que vivimos al este de los Andes. La carretera que lleva del Coca a Tena y de ahí a Puyo muestra el típico paisaje amazónico, que varía levemente según nos acercamos a la sierra, pero el verdadero cambio se produce cuando, dejado atrás esa puerta al oriente que es la casi siempre nublada ciudad de Puyo (tenía que hacer honor a su nombre, Puyo, del kichwa phuyu, nube, nublado) la orografía del terreno cambia totalmente, el río Pastaza y sus afluentes se encajonan -se encañonan- y la carretera se torna una sinuosa y aventurera ruta tallada en la roca andina hasta llegar a Baños, esa ciudad con historia escrita una y mil veces, situada en un angosto valle flanqueado por el imponente volcán Tunguarahua a un lado y el cañón del río Pastaza al otro. Un enclave especial que permite unir virtudes del este y de los andes, de la naturaleza, y de lo divino, como rezan los carteles publicitarios.

Y es que Baños es una pequeña ciudad que vive volcada al turismo: sus calles céntricas -y no tan céntricas- están pobladas casi exclusivamente por agencias de turismo que venden las riquezas naturales del lugar, bares y restaurantes dispuestos a seducir al turista nacional y extranjero, y hoteles y hosterías para todos los gustos, sin olvidar miles de tiendas de artesanías y suvenirs, todas ellas clónicas las unas de las otras, algo que bien merecería un artículo específico en este blog. Pero sigamos paseando por Baños y sus dos "cielos".

Baños. Tunguarahua. El lugar al que acuden cientos, seguramente miles de turistas extranjeros -y nacionales-, a disfrutar de sus caminatas por la montaña, descubriendo impresionantes cascadas y otros enclaves sorprendentes tallados por la mano de la naturaleza, a colgarse de tarabitas y atravesar barrancos y cañones, descender los rápidos de los ríos, o subirse a lo más alto para columpiarse colgado del cielo mientras el Tungurahua, siempre activo asoma amenazante entre las nubes, y, si uno tiene suerte, lanza algún escupitajo.

Baños. De Agua Santa. Lugar donde afloran varias fuentes naturales de aguas termales, para muchos bondad de la mama Tungurahua, para otros, del Cielo y de la Virgen de Baños que protege a los fieles de desgracias y de enfermedades incurables. Por unos y otros, las piscinas de aguas termales están siempre llenas, y la basílica construida con negra piedra volcánica acoge a fieles y deja fiel testimonio de los milagros.

Baños, sin duda un lugar donde uno puede ir y pasar unos días dejándose cuidar de los dos cielos, con mayúsculas y con minúsculas, un lugar donde pasear y descansar y soñar quizá con irse a vivir alguna vez. Y es que, como curioso historiador que soy, no pude sino preguntarme por la vida -y vidas- de esta ciudad mientras paseaba por sus calles. Me intrigaba que la basílica fuese de construcción tan reciente (primera mitad del siglo XX) y me intrigaba también su parque central, bastante remodelado pero que dejaba ver a sus costados algo de su pasado: una casa consistorial con aires de palacio escondiendo en su interior los muros derruidos de una vieja iglesia. Misterios para un turista curioso que por defecto profesional quería saber más, algo más que las calles no contaban.

Fue primero al levantarme el segundo día y salir al pasillo de la hostería donde me encontraba alojado. Ahí, a lo largo del pasillo colgaban cuadros con viejas fotos en blanco y negro de baños: una corrida de toros en el parque central, todavía plaza de polvo y piedra de pueblo entonces, y al lado del municipio, el templo viejo. Imágenes de los primeros puentes, de antiguas cascadas, de procesiones y de desfiles de autoridades. Me fascinaron esas fotos del baños antiguo. Y sin embargo, por fuera, nada. Nadie contaba al turista más que el día a día de la ciudad.

El segundo descubrimiento sucedió al entrar en la basílica. Nada especial o que no me esperara de la misma, salvo un curioso letrero que rezaba "museo" y que añadía: "mantos de la Virgen, arqueología, animales disecados", así todojunto. Después de tragar saliva y pedir perdón a mi musa Clío, compré religiosamente las entrada y entré al museo. Sabía lo que me esperaba: el típico museo decimonónico: una serie de cuartos repletos de los artículos, cachivaches y enseres curiosos que algún coleccionista curioso o ilustrado fue guardando y depositando en un lugar que luego bautizaron como museo. Que a fecha del 2017 todavía existan lugares así, y que se atrevan a seguir llamándolos museos es una aberración, un despropósito a ojos de la ciencia, de la historia, de la museología y de la cultura, pero también un ejemplo de lo mucho que falta todavía por trabajar "con y para la gente, por el respeto que se merecen".
Caminé por el museo sin mucho detalle, temeroso de enfadarme y no prestar atención al que estaba buscando, pero mi ojo crítico que fue guiado, y después de los mantos de la virgen, del cuarto de los horrores -una sala en la que convivían apolillados animales disecados, viejos magnetófonos, gramolas, máquinas de escribir, y juguetes de hojalata-, llegué a la sala de arqueología. Para mi desánimo resultó ser una colección de objetos prehispánicos de la sierra, recogidos por un religioso aficionado a la arqueología y que, contaban por enésima vez las glorias del pasado prehispánico del Ecuador, el poblamiento de América y el resto del discurso al uso, con las falencias al uso y los vacíos habituales, pero nada, nada, de la historia de la ciudad, del pasado colonial o prehispánico de Baños.
Desilusionado, salí al claustro del museo perdiendo la vista entre las columnas y la balaustrada para toparme con fotos en blanco y negro vistiendo disimuladamente las columnas: acá y allá estampas, como las que adornaban las paredes de la hostería, del baños antiguo, de ese baños de principios del siglo XX: romerías, procesiones, fiestas... , el templo viejo "¡destruido por el terremoto de 1926!", la cascada "¡que hizo desaparecer una erupción del volcán Tungurahua!". De pronto todo empezaba a cobrar sentido. No encontré mucho más, pero de regreso a casa y a las autopistas de la información, comencé a revisar las pocas reseñas históricas de Baños que pude hallar para encontrarme con el terrible misterio de su pasado: un pasado borrado una y otra vez por terremotos y erupciones volcánicas.

Y es que Baños es eso: una ciudad tantas veces destruida por las fuerzas de la naturaleza que sus habitantes parecen haber decidido vivir un continuo presente, sin importarles lo que fueron, y conscientes de lo que vendrá: un nueva nueva erupción, una nueva evacuación de la ciudad, una nueva reconstrucción de la vida después en torno a las cenizas y las aguas termales y las saludables virtudes de su clima templado. Ellos viven el día a día, ofrecen las virtudes de su lugar: las aguas, las caminatas, el rafting, las cascadas, las hosterías para descansar, los restaurantes y las artesanías. Algún rato el Tungurahua volverá a toser y vomitar y sus ríos ardientes se lo llevarán todo, borrarán unas cascadas y tallarán otras, y los escombros de los edificios caídos serán barridos y en su lugar se alzarán otros, otros que hablarán de hoy; el ayer quedará relegado a un puñado de fotografías salvadas de la lava para satisfacer a algunos curiosos y adornar algunas paredes.

Baños siempre ha estado ahí, aunque haya pocas huellas de su pasado. Sólo tienen acercarse y sentirla latir...

Cascada "Pailón del Diablo" uno de los actrativos turísticos cercanos a Baños
 Cascada "El Pailón del Diablo" uno de los principales atractivos cercanos a Baños.

No hay comentarios: