El ir y venir luchando por las cosas más queridas, sin bien nos gasta las manos, nos deja abierta la vida.
- Víctor Jara

lunes, 25 de julio de 2016

Miedo

Este es el mundo del miedo. Si me pidiesen que definiese estos tiempos que vivimos, los definiría con esa palabra: medio. Una y otra vez no siembran miedos. No nos atemorizan con amenazas directas, nos siembran miedo alrededor para que crezca el miedo en nuestro interior y actuemos como personas llenas de miedos e inseguridades y ayudemos así a propagar esos miedos e inseguridades.

La democracia se ha convertido en nuestro santo y seña. El concepto abstracto vuelto realidad que debemos defender a ultranza, ya no por el ideal o ideologías que bajo ella reposan sino por el miedo a que otros quieran cogerla y hacerla su democracia o quizá algo peor. Han hecho de la democracia algo tangible, frágil como una casa de cartón, como esa casa de cartón en la que han convertido el Estado: un decorado más para disfrazar un mundo global en el que unos pocos mueven los hilos y crean y deshacen estados, libertades y democracias a su antojo.

Para ello, no utilizan guerras, no utilizan censuras, ni torturas, ni dictaduras. Son mucho más sutiles: poco a poco siembran miedo en la gente. En pequeñas dosis, gota a gota. Miedo a perder el trabajo, miedo a salir de casa, miedo a los inmigrantes, miedo a confesiones religiosas distintas de la oficial, miedo a escuchar otras lenguas, miedo a perder la casa, la tierra, la identidad. Miedo para crear otras identidades que sirvan los intereses momentáneos de aquellos que siembran miedo.

Desde la seguridad creada de mi casa y mi trabajo veo a esos miedos deambular, aparecer en los televisores, el internet, los cada vez más delgados diarios. Hoy son 10 muertos en Alemania, ayer fueron en Niza, el otro día era otro negro más que moría asesinado en Estados Unidos, o la subida de los precios, la recesión económica, la escasez de Alimentos en Venezuela, o las leyes mordaza en España. ¿El resultado de todo eso? Más miedo: bombardeos masivos sobre poblaciones del tercer mundo, esas tan lejanas que hasta pierden el nombre para nosotros; elecciones en las que ganan, incluso con más fuerza los de siempre, esos que aunque sean los más ladrones nos dan más seguridades que aquellos a los que han etiquetado bajo las palabras miedo e incertidumbre.

Y después del miedo y la incertidumbre, la rabia y la impotencia; aunque cada vez menos. Cada vez somos menos los que conseguimos despojar a los miedos de toda razón de ser y nos rodeamos de la rabia y la impotencia de no saber qué o cómo hacer para parar esa espiral de miedos que lleva a que constantemente nos matemos los unos a los otros, nos encerremos en nosotros mismos, y miremos con miedo al vecino.

Una impotencia que nos arrastra una y otra vez a quedarnos en casa, en la cama o en el sofá, cómodamente, disfrutando de nuestras supuestas seguridades mientras fuera alguien sufre, alguien sangra, alguien muere por culpa de nuestros miedos y seguridades creadas a expensas de otros. ¡Cuántas veces me gustaría levantarme, dar el portazo y el puñetazo a todos esos sembradores de miedo, sacudir del cuello de la camisa a un montón de personas ciegas y atemorizadas y hacerles ver la realidad!. Cuántas veces.

Qué hacer, me pregunto una y otra vez contra este miedo, con qué derrotalo y volver a levantar la confianza en esta sociedad, como nexo común y único que nos hará avanzar. Porque si algo tengo claro es que el miedo es inmovilismo y retroceso; retroceso en el sentido que no permite que las personas piensen en libertad y por lo tanto creen y se desarrollen. Qué hacer para vencer ese miedo no en mí, que creo que he aprendido ya a navegar por sus aristas y rodearlo y burlarme de él, sino qué hacer para que los demás puedan también vencer ese miedo y salir de las cárceles invisibles en las que han sido encerrados por aquellos que siembran el miedo.

La tarea, la respuesta es complicadísima. Empezando porque la mayoría de las personas de esta sociedad no son conscientes de que viven bajo el imperio del miedo, no son conscientes del peligro no de la bomba que puede estallar mañana mientras caminan por un centro comercial o una plaza, sino del peligro que subyace en al orquesta maquiavélica que ha puesto esa bomba para tener a los ciudadanos controlados bajo imperio del miedo.

La primera respuesta que se me ocurre es siempre la misma: salir a la calle, protestar. Llevar a la gente con sigo, arrastrarla, abrirle los ojos, apostar por un cambio a través de las elecciones, grandes mítines y grandes ideas y proyectos que cambien, casi de un pluma las cosas o que por lo menos abran la posibilidad de dar un nuevo rumbo a nuestras vidas, esperando que con el cambio político se vaya sembrando un lento cambio social y con el cambio político se pongan en su sito a tanto sembrador de miedo que anda campando a sus anchas en las alturas del oculto poder. Todo suena muy bonito así, puesto sobre el papel. Muchas personas, militantes activos o inactivos en corrientes ideológicas, partidos, movimientos, agrupaciones, me dirán que es el único camino para el cambio. Personalmente, creo que están totalmente equivocados por estar totalmente desfasados. Los tiempos, la sociedad, para bien o para mal han cambiado y han cambiado sin ellos que se han quedado anquilosados en sus viejas estructuras. Sólo hay que echar un vistazo a las últimas elecciones y ver la apatía de la ciudadanía, y ver como todos esos esfuerzos para lograr cambios en la estructura, a gran escala, todos esos esfuerzos, se quedan en agua de borrajas. El cambio no va a venir por ahí, no. La solución no esta ahí. No voy a decir no al juego democrático, no por lo menos hasta que aparezca algo que represente mejor ese concepto originario de democracia en el sentido de comunidad en el que creo, y puedo asegurar que seguiré haciendo uso de mi civismo y mi voz y seguiré votando, pero lo haré consciente de que además del voto, además de la protesta pública, hay que ir tomando otro caminar, otra acción paralela para ir desmontando el miedo y con él a sus sembradores.

Esa acción paralela pasará desapercibida, como ya está pasando. No sonará en caceroladas en las calles ni en aplausos en asambleas. Sera la acción de dos pasos, dos pasos sin prisa caminando sin descanso día a día. Será la acción de un escrito tranquilo, de unas palabras sosegadas, de unas manos que tienden su ayuda sólo hasta donde sus brazos alcanzan. Esa acción debe ser el sembrar. Sí, como los sembradores de miedo, pero más lentamente y con cariño y esmero, dentro del seno familiar, dentro del seno comunitario. Este otro sembrar debe surgir a través de la educación, formal en muchos casos e informal cada vez más, pues el miedo se ha ido haciendo poco a poco también con las estructuras de la educación formal y reglada. Este otro sembrar surgirá también del arte: la música, la poesía, el cine, la arquitectura; no el arte de consumo si no ese que nace de los poetas anónimos, de los mercadillos de libros de segunda mano, de los estantes de bibliotecas tornadas en desiertos con libros de arena. Es nuevo sembrar nacerá en la caricia y el acariciar dentro del seno familiar, pero también en la caricia del recibir al extraño.

Y sobre todo, debe ser y será una acción pequeña sin ganas de crecer sobre si misma. Si los cambios en esta sociedad se han de dar, deben darse a nivel comunitario, aquel "actúa localmente pero piensa en el mundo" es lo que combatirá el miedo y lo está combatiendo. Es ahí donde los que tienen conciencia despierta y no tienen miedo pueden ayudar a otros a despertar y superar sus miedos: en el proyecto local y comunitario, que no busca crecer y extenderse a otras ciudades, sino simplemente quedarse en el pequeño ejemplo que puede ser replicado por otros en cualquier parte del planeta con una única premisa: no crezcan, no tengan sueños de grandeza.

El miedo morirá en los libros de cuentos, en los libros de filosofía, en los relatos de los abuelos pasados de voz en voz, en un buenos días cada mañana, en los huertos comunitarios, en la agricultura ecológica a pequeña escala, en las flores en los balcones, en los libros de texto construidos a base de fotocopias e hilo sabio de maestro, quedará atrás cuando caminemos a velocidad de bicicleta y esperemos los momentos precisos para hablar, con todas y cada una de las palabras completas.

A muchos les sonará romántico; a estos les puedo decir que no lo es. Hay ya cientos de ejemplos caminando. Tan pequeños que pasan desapercibidos o tan interesantes que los sembradores de odio se encargar de ocultarlos lejos de los titulares que copan la atención de esta aldea local, pero están ahí: si salen de casa y jalan de un hilo desenterrarán alguno: será en forma de club de lectura local, de cine-club, de bar con musica diferente, de proyecto para limpiar el bosque vecino, para recoger la basura del barrio, para acoger  personas sin techo, ... la lista es muy larga. Como también lo son proyectos mayores como el software libre, los sistemas operativos comunitarios como el que descansa en las tripas de este computador, las redes de comercio justo, los mercadillos populares, la empresa y la banca "ética", y tantas y tantos ejemplos locales que no conocemos o que, por culpa de nuestro miedo no queremos conocer y reconocer.

Una y otra vez me viene a la mente ese proyecto, Clearwater (aguas limpias) con el que Pete Seeger y un puñado de vecinos lograron limpiar el río Hudson. Al comienzo sólo era un barco y un puñado de canciones en boca de un puñado de soñadores sin miedo. Hoy sigue siendo barco. No aspiran a limpiar nada más que a mantener el Hudson limpio, pero son ya ejemplo para otros proyectos similares en otras zonas del planeta.

"Este instrumento rodea el odio y lo fuerza a la rendición" Se leía en la piel de banjo de Pete Seeger. En la medida que derrotemos al odio, perderemos todos nuestros miedos y construiremos sobre el compartir con el vecino.

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