Esta tarde me he dejado caer por encuentro de juventudes de izquierda, comunistas, revolucionarios,... Me dejé arrastrar por una querida amiga, por mi propia curiosidad, por cierto interés quizá, de encontrar palabras gemelas en las que recargar las baterías. Pero a mi regreso a casa, a parte de un puñado de panfletos y pasquines, lo que me he traído a sido pena y desilusión.
Durante el tiempo que estuve ahí, tuve la sensación de vivir un flashback, me trasladado en el tiempo hasta el bloque comunista de los años 70: la terminología, las publicaciones, incluso la estética, me hacía recordar esta época. El conferenciante no paraba de referirse a sus iguales como camaradas, palabras como "capitalismo", "patriarcal", "verdadera democracia", "pueblo", "dialéctica", engrosaban el discurso por todas partes; las fotos de Fidel, de Chávez, del Ché, de Lenin y de Bolívar, las viejas copias amarillentas de El Capital,... el hombre gordo que estaba sentado a la izquierda del conferenciante me recordaba incluso al comunista gordo de "Uno, dos, tres", sí, el del zapato... Impotente y no queriendo ver lo que se vía, buscaba la manera de que terminase ese rancio y polvoriento viaje por un periodo histórico que ya sabía perfectamente cómo iba a terminar. No quería, y no quiero hoy, volver a leer esos años finales.
Y sin embargo, parece que se empeñan en reescribirlos.
Que nadie me malinterprete, por favor, creo que si han leído alguna vez este blog, ya saben más o menos en qué dirección van mis ideales y creencias, pero eso no es excusa para que uno sea crítico; de la crítica surge la luz. Y si me han leído sabrán que algo que defiendo siempre es no olvidarse de la historia, sí la historia, nuestro pasado. Un buen análisis histórico nos ayudaría y mucho a encauzar mucho mejor nuestra vida presente. Nadie quiere hacerlo, o nadie que no sea un historiador de biblioteca quiere hacerlo, eso sí, o siquiera leerlo, porque posiblemente trastocará muchas de sus creencias, y le hará dudar de sus acciones, cuestionará mucho de lo que vive y de cómo lo vive. Pero la realidad está ahí, escrita en las páginas de la historia, que sin ser ciencia exacta e infalible (¿alguna lo es?) nos cuenta por lo menos que tampoco somos ni hemos sido nosotros exactos e infalibles.
Entre los muchos que no quieren releer y analizar la historia están muchos de esos "camaradas" de esta tarde, y por eso me lleno de tristeza y cierta rabia cubierta de impotencia. ¿Cómo se puede seguir repitiendo un discurso en los mismos y exactos términos de hace 40 o 50 años si no más? Me dirán que muchas cosas todavía siguen si hacerse, que muchas reivindicaciones siguen vigentes hoy día, y estoy de acuerdo, pero también hubo muchos equívocos, muchos caminos tomados que no fueron los adecuados. No puedo sino evitar pensar que uno de los problemas del régimen soviético fue que no quiso "ponerse al día y modernizarse" cuando era necesario. Pienso en aquella primavera de Praga, en Hungría y las imágenes de los tanques rodando por las calles de Budapest. Y pienso también en las imágenes que un profesor de historia nos narraba de una visita que hizo a la Unión Soviética a finales de la década de los años ochenta, y cuánto se parecen, desgraciadamente, a las que me contaba una persona que estuvo estas semanas pasadas en Venezuela. Me entristezco y tiemblo al pensar lo que puede pasar otra vez, y sobre todo, porque se que por ciegos "nos lo hemos buscado otra vez".
Las revoluciones deben ser un cambio radical con respecto a la realidad que se vive, al menos en el sentido literal del término, y un cambio en muchos sentidos innovador. Repetir un esquema que ya fue "revolucionario" en un pasado, sin corregirlo y enmendarlo, no me parece ni muy inteligente ni muy revolucionario. Reconozco también que no creo mucho en las revoluciones. No tengo ningún reparo y soy de los primeros en alzar la voz y salir a la calle reivindicar y seguir después en la oficina, trabajado, mientras muchos compañeros de manifestación se van a casa después de la fiesta, para que esa reivindicación camine y no se quede en una manifestación sin pasado ni futuro; pero creo que muchos logros se consiguen con otras "revoluciones lentas y silenciosas": la educación, la formación popular, son procesos que no deben detenerse nunca y que harán posible cambios que perduren en el tiempo, soplen los vientos que soplen, ese lento proceso, esos pequeños grupos que trabajan en su barrio, que "piensan globalmente y actúan localmente" son los verdaderos revolucionarios, y su trabajo dejará marcas más profundas que las de cualquier revolución de dos días.
Por poner un simple ejemplo aislado, en una de las charlas defendía y discutían la necesidad de lograr que se despenalice el aborto y exista una ley que defienda la libertad reproductiva y sexual de las mujeres en una sociedad "capitalista y patriarcal". No digo que no ha esa ley y esa lucha, pero ¿no sería mejor empezar por la educación de las personas? En el momento que las mujeres de este país dejen de pensar que lo mejor que pueden hacer con sus vidas es casarse y tener hijos, y que deben hacerlo cuanto antes, que su función es cuidar del marido como si fuera un jeque en un harén, en el momento que no tengan miedo a hablar de sexo en público, en el momento en que no repudien otras opciones de vida -social y sexual-, llegado ese momento, iniciativas como la que hoy se planteaba en lo referente al aborto dejarán ser necesarias o serán aceptadas y abrazadas sin ningún escándalo. Es un camino largo y duro el que hay que seguir para lograr que llegue es día, y desde luego, no se va llegar hasta ahí con un ley. La educación, entendida como verdadera liberación del individuo es un proceso mucho más lento y discurre por otros cauces, normalmente más lentos y calmos, al menos superficialmente.
La esperanza me queda, sí, por suerte, aquí en este país. A pesar de que la palabra "revolución" está por doquier en la propaganda del gobierno, parece que aquí sí han sabido leer la historia y trazar una revolución, un futuro socialista que reconoce sus errores pasados y busca y crece por ende en nuevos caminos de futuro. Esperemos que sigan caminando con paso firme y decido, pero con tiento y sentido histórico también, y no se dejen llevar por rancias rebanadas de historia pasada: hay que saber jalar de las orejas y azuzar al dormido -o al demasiado vivo y despierto- ciudadano pero sin caer en totalitarismos, que igual de nefastos son todos los totalitarismos, sean del signo que sean.
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