La escuela es la encargada de elegir, dirigir, potenciar,
rescatar incluso si fuese necesario los valores y aptitudes de los jóvenes,
decantándose muchas veces por unos valores que no son los dominantes en el
momento y contexto histórico-social que se vive. Es la escuela la que poco a
poco abre las mentes de los jóvenes y les muestra otra sociedad, una que
existió, una que existe quizá en otros lugares, otra que podría existir, y lo
hace tanto con el afán de llevar a cabo un proyecto social que es ése en el que
esa comunidad educativa cree, o en el
que la sociedad en su conjunto cree; y también con el afán de enseñar a los
jóvenes a pensar, a soñar, y a edificar en el futuro un proyecto social que
quizá la sociedad actual no alcanza a ver hoy día.
Qué postura, qué valores, qué aptitudes potenciar en los
jóvenes, depende de los deseos de cada comunidad educativa, dirigida y
coordinada desde la escuela. Cada una, en su proyecto educativo, definirá sus
líneas de acción, de crecimiento; su caminar. Si tenemos esas líneas -o
lineamientos- bien claros, nuestra comunidad educativa tendrá éxito: a pesar de
los vientos que soplen desde el mundo circundante, nuestros jóvenes al final
del proceso de educación llevarán consigo y harán uso de, en mayor o menor
medida, unos valores y aptitudes determinados por nuestra comunidad.
El problema surge cuando la comunidad educativa no tiene bien
claros esos valores y aptutdes que quiere para sus educandos, no tiene bien
claro su caminar, no tiene bien clara su Identidad, en una sola palabra.
Entonces surge una comunidad autómata que toma copiados formatos y clichés de
otras comunidades, que reproduce valores tomados de otros contextos, sin
tamizarlos y adaptarlos a su realidad particular, que olvida las características
propias de su población y, acaba por ende, fabricando sujetos estándar, en el
sentido de que son jóvenes que han crecido, se han formado académicamente,
tienen unos valores y rasgos que podríamos catalogar de universales en el mundo
actual, pero que ya no pertenecen a ningún grupo particular. Esta comunidad es
una comunidad exitosa aparentemente, funciona, está bien organizada, pero es
una comunidad hueca.
En este mundo global que vivimos, es tan importante buscar
caminos comunes que nos unan y nos ayuden a todos como tener una identidad
propia. La persona que no tiene su propia identidad, su propia pertinencia a un
grupo social determinado, desaparece y se pierde en este mundo global: no
crece, no prospera, no es reconocida y se reconoce a sí misma porque no tiene
nada propio que aportar a esa gran construcción que es la llamada aldea global
de nuestros días.
Por eso creo que es tan importante buscar nuestras raíces,
reconociéndonos en ellas y reafirmando nuestra identidad como personas pertenecientes
a un grupo determinado, con una cultura determinada. Por eso creo que es tan
importante crecer críticamente, reconociéndonos herederos de un pasado, que
aceptamos con todos sus defectos -de los que aprendemos porque los reconocemos-
y virtudes, uniendo ambos, haciendo de ellos la argamasa con la que construimos
nuestro personal aporte a esta aldea global.
Estos días, en que vuelvo de visita a un “pedacito” de esta
amazonía, un pedacito en el que luché, por rescatar en unos jóvenes unos
valores que primero tuve que aprender a reconocer y valorar en ellos yo mismo,
me entristezco al admitir lo que ven mis ojos: aunque mi visita es fugaz, tengo
la sensación de que estos jóvenes están perdiendo su identidad, su cultura.
Podríamos echar la culpa a la sociedad actual, a los medios
de comunicación, a los otros grupos sociales más numerosos y con una actitud
dominante (e impositora, en muchos casos de manera subliminal), al desinterés
de las familias, del estado o del gobierno actual, sin embargo, los principales
culpables somos nosotros: la comunidad educativa, y en ella la escuela como eje
central de la misma que es.
Por muy utópico que nos parezca, defender una cultura, unos
valores que aparentemente no tienen ya repercusión en la sociedad, pero que
identifican de manera muy especial a nuestros educandos, es nuestra misión.
Nosotros decidimos qué tipo de personas formamos para el mañana. Hoy, al ver
como la cultura kichwa, cofán, shuar, siona, secoya, va perdiendo fuerza y
color en los propósitos de un proyecto educativo, abandonando la médula y los
huesos para quedarse en unas pequeñas manchas de color en esos rostros
pintados, en esas ropas de colores y algún breve discurso en otro idioma, como
el folklor de color exótico al carnaval, no puedo sino preguntarme ¿qué
aportarán que sea suyo propio a la sociedad global estos jóvenes kichwas,
shuaras, cofanes, secoyas, sionas?
Ya no se trata de recoger una cultura milenaria, ésta está ya
y seguirá recogida en libros que leerán unos pocos, no se trata de mantener
viva esta cultura milenaria contra viento y marea en unos tiempos que han
cambiado irremediablemente, en un contexto geográfico que han cambiado -que
está cambiando- irremediablemente, sino de que estos jóvenes reconozcan en sí
mismos una identidad cultural que les dé razón de ser y presencia en la aldea
global.
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