El ir y venir luchando por las cosas más queridas, sin bien nos gasta las manos, nos deja abierta la vida.
- Víctor Jara

viernes, 15 de enero de 2016

Café Marx

Hoy tengo resaca post-café. No he bebido, no fumo, no necesito estimulantes químicos, y sin embargo me he levantado una vez más con los ojos somnolientos por haber dormido poco y con la cabeza pesada. Nada nuevo, por desgracia. Simplemente los efectos de otra noche dialéctica más.

El ritual es el mismo de siempre: un grupo de amigos, que se encuentran en torno a algún evento artístico, pasión por el séptimo arte o alguno de los anteriores, y que, tras la crítica artística acaban en algún pequeño café, o en casa de alguno de ellos, sentados felizmente en un sofá, debatiendo pausadamente, otras acaloradamente, mirando al techo, o al cenicero, o al vaso vacío o lleno, pero nunca más allá de la ventana.

Un ritual que consiste en echar la vista atrás, buscar en el pasado algún momento en le que las cosas pintaban mejor y que por desgracia no tocó vivir, o algún momento de lucha con conciencia o compromiso. Las más de las veces, es debatir y rebatir con los mismos argumentos, todos ellos basados en gruesos libros con sesudas teorías las barbaridades y atropellos a los que nos somete el sistema actual.  La velada puede alargarse horas, aunque normalmente se interrumpe cuando alguno de los miembros femeninos del grupo se duerme o pellizca o jala a alguien de un brazo pidiendo otro tipo de acción.

No se a dónde van estas charlas, pero cada vez creo más que no van a ninguna parte. Como terapia anti-estrés, como gabinete psicológico para el desahogo del vivir en esta sociedad, pueden servir, pero no van mucho más allá. En todo caso, pueden acabar produciendo cierta jaqueca como la mía. ¿Por qué tenemos que ser tan teóricos? ¿Por qué la acción tiene que ser siempre, o un acto anarquista, o la práxis resultado de la lectura de un libro?

Personalmente, cada vez rehuyo más el leer los grandes textos teóricos "que todo militante que se precie debe leer concienzudamente y discutir", como rehuyo la asistencia ciega a charlas de grandes gurús. Cada vez más, los grandes tratados filosóficos se me asemejan a pesadas biblias: libros sagrados para los nuevos credos, que no pueden contradecirse lo más mínimo. ¿dónde queda entonces la construcción, si no puede haber crítica, si no puede nuevas construcciones, si todo depende de lo que ya está? ¿Que ya está, un best-seller nunca reconocido como tal por los grandes almacenes?

Las grandes teorías, están bien para ayudarte a escuchar y respetar otras visiones de este mundo, otras maneras de plantear la vida, pero no para construirla por ti, o para decirte como hacerlo. Y si esperas que lo hagan, permanecerás el resto de tus días sentado en la eterna tertulia, en el eterno Café-Marx (cambien el apellido por el personaje de su elección) Éste es el gran problema de la izquierda: seguir buscando en libros sagrados, en gurús añejos, la respuesta, el plano del camino a salir.

Cada vez más tengo la sensación de los compañeros de café que voy encontrando acá o allá, viven desconectados de esa vida que dicen analizar y transformar. No hay transformación alguna sino hay una ruptura total con aquello que se quiere transformar. Y bajo ese precepto, ninguno está dispuesto a dar un cambio radical en su forma de vida. Lo cual es lo mismo que nada, pues esta sociedad no va a cambiar mientras no dejemos de jugar su juego y empecemos a caminar por otros caminos. Mientras sigamos debatiendo los problemas del mundo bajo la luz de la gran obra magna escrita en gruesos tomos, ejecutando a la par sesudos proyectos que en primer plano nos den de comer bien nosotros mismos, siempre con miedo a radicalizar nuestro modo de vida; nada cambiará.

El cambio tiene que pasar por nosotros mismos. No van a funcionar cambios gran escala. El cambio, el verdadero cambio, se siembra con el caminar de cada día, con ese predicar con el ejemplo, ese accionar sin esperar ni el aplauso, ni la recompensa por ello. El cambio entendido como principio y actitud firme que se edifica y que construye, al margen de teorías y tendencias, aglutinando en un decantador personal todas esas teorías y tendencias, es el único cambio factible. El cambio es la renuncia a lo que somos y tenemos y la valentía para construir algo nuevo. Lo demás son resacas de un viernes por la noche. La colilla caliente en un cenicero, en alguna cómoda casa; la excusa de una cómoda vida con miedo al cambio.

El día que aprendamos a renunciar al sistema, a renunciar a seguir a pies juntillas viejos preceptos, seremos capaces de volver a crecer y construir, escribiendo nuestra propia filosofía, sin izquierdas ni derechas, desnudos ante el espejo de esa humanidad nuestra que escondemos bajo nuestro propios miedos.

Se que más de uno se sentirá ofendido, quizá defraudado por estas letras, o incluso atacado. No me importa. Prefiero ser el loco que tira piedras contra su propio tejado y que las seguirá tirando una y otra vez mientras éste tenga defectos, para derribarlo y hacer uno nuevo. El soñador que no tiene miedo a que mañana todo el sistema se vaya la mierda y haya que empezar de cero, que no tiene miedo a perderlo todo, que ve tanto valor en la filosofía como en la poesía, que cuando no tiene luz eléctrica duerme o acaricia y besa en la oscuridad, que a falta de radio canta o tararea, a falta de película escribe la suya propia. Ese que no derrumbará muros pero tampoco aprovechará su sombra. Ese que no espera cambiar las cosas desde dentro, pues no hay nada que cambiar, sino derribar para construir lo nuevo.

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