Hace ya varios años, mi padrino me dijo “oye, ¿tú estás enfadado conmigo?”
"No, ¿Por qué dices eso?- repliqué yo.
“Pues porque te saludo por la calle y tu no me haces ni caso”.
Seguramente mi padrino se había cruzado varias veces conmigo por las calles de nuestro pueblo, me había hecho señas con la mano, y yo, en mi despiste, ni me había enterado. Es algo habitual en mí, me lleva pasando toda la vida, y me seguirá pasando. Sin ir más lejos, este sábado, me topé (o mejor dicho me topó) mi amigo Jorge, quien tuvo que halarme dela camisa y decir “ven pacá que yo te conozco”, para que yo saliese de mi despiste y dijes “¡Jorge!”
Jorge es un amigo de confianza, y no hay ningún problema con que me hale de la camisa o del cuello si hace falta, pero esas no suelen ser las maneras de saludar a la gente por la calle. Son los recursos que se usan en último caso cuando tu despistado amigo está tan absorto que parece que va a salir flotando a la luna y tú tienes que hacer algo para anclarlo al suelo. Hablando después con los otros dos amigos que me acompañaban de paseo el sábado, me dijeron que el pobre Jorge me saludó y saludo y me hizo señas una y otra vez y yo nada.
No se que sucede cuando voy por la calle, ya sea sólo o acompañado, que me olvido del mundo a mi alrededor. No se siquiera como es que no me ha atropellado ningún coche o como no he tropezado o golpeado contra una farola (esto segundo si me ha pasado, pero fue por ir haciendo el bobo con mi primo)
Sea como sea, camino absorto en mi, o en mi y quienes me acompañan, con la mente fija en lo que voy a hacer, y todo lo demás, desaparece. Si alguien quiere saludarme, tiene que pararse delante de mí y decirme “Hola Álvaro” y yo, reacciono entonces, y vuelvo a ser parte del tejido social, y, tras mi sorpresa, le contesto gratamente al saludante.
Nunca veo a nadie ni nada. Me puedo pasar las horas en una esquina viendo a la gente pasar – mientras espero al bus, por ejemplo- y, ya puede pasar toda la colección de amigos y conocidos que, como no me griten algo, yo ni me entero. Es como cuando me dicen los chicos, “mire profe, un mono en aquel árbol de allá”, y yo, por más que miro no veo mono alguno.
Siempre, siempre he sido así. Siempre he sido el tipo al que le tienen que decir “a esa chica le gustas”, pues si no, yo ni una. Recuerdo un día en la universidad en que una compañera de clase me dijo “te está saludando una chica allá en el hall”. Yo, en la barandilla del primer piso del claustro, por más que miraba no veía a nadie que saludase, conocido o desconocido. No me extraña que la pobre Vanessa se enfadase y no viniese más a verme.
En algunos casos, puede ser complicado hacer amistades o mantenerlas teniendo semejante problema. En otros, cuando hay amigos de verdad, de esos que le conocen a uno bien por dentro, no hay problema, pero, aún así, siento que va a ser difícil que el destino se cruce un día conmigo en mitad de la calle me salude, y haga algo nuevo en mi vida. Pero no seamos pesimistas ¿Quien sabe? La vida da muchas vueltas, y mientras despierto y no de mi despiste, este chico que una vez se levanto de la mesa del desayuno, y, en lugar de llevar los platos y la taza al fregadero, se fue derecho a su pieza y los metió en el armario junto al pijama, aprovecha estas líneas para pedir disculpas a todos aquellos que en algún momento se hayan sentido ofendidos porque no les devolví el saludo, y para agradecer a amigos que, como Jorge, no tiene reparo ninguno en echarme el lazo al cuello y sacarme el río del despiste.
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