Los suspiros se escapan de su boca
de fresa...
Estos días me siento como la princesa
de Rubén Darío. Siento que me falta algo, y no se bien el qué, o
mejor dicho, no quiero reconocer el qué. Busco a mi alrededor, y no
hecho en falta nada, y en mi interior, me repito una y otra vez que
también está todo completo y en su sitio, pero, en el fondo sé que
no es así.
Cuando pensé que ya lo tenía todo,
cuando creí haber encontrado un lugar, un motivo, un camino que
trazar, me encuentro con que me falta esta otra mitad que camine y
abra los surcos empujando mi mismo arado.
Y, es ahora, claro, ahora que todo lo
demás está aquí, menos mi otra mitad, que la hecho en falta. No se
donde está, no la encuentro. O quizás me miento a mi mismo, sé
donde está, pero no le entrego la última llave, esa que tanto
necesita para llegar finalmente hasta mi. En el fondo, creo que tengo
miedo al compromiso, a ese importante compromiso en el que voy a
dejar que una parte de mi cambie, sin remedio, poniendo un nuevo
rumbo desconocido para mí, y a su vez, miedo a cambiar una parte
importante de otra persona, que igual que yo, no será la misma una
vez que ambos comencemos a abrir una nueva senda.
Siempre me he reclamado, y parece que
siempre me reclamaré, el no ser una persona más impulsiva, capaz de
dar saltos al vacío, capaz de girar la esquina de la vida con los
ojos cerrados y abrazar lo que venga. Busco siempre seguridades,
tengo miedo a provocar en mi mismo y en los demás cambios que quizá
no sea capaz de controlar, o que pongan fin a la seguridad que ya
tengo.
Y al final, me quedo en la cama, con
los ojos abiertos, soñando despierto, esperando a que alguien bote
piedras a mi ventana, a que una princesa valiente venga y me libere
con su beso de este encierro.
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