Tenía 17 años el verano que leí por primera vez las Crónicas Marcianas de Ray Bradbury. Lo recuerdo como si fuese ayer. La pasión, los sueños, el profundo sentimiento humano que despertaron entonces en mi estos relatos de ciencia ficción.
Ahora, casi tantos años después vuelven a atraparme, a asombrarme, a darme lecciones para la vida, las palabrás escritas hace más de 50 años por un hombre de Illionis que, de una manera mágica, supo hablar a través de ficciones de esas verdades tan humanas y tan reales que por humanas y reales, uno no encuentra en los ensayos.
Según paso otra vez las páginas de libro, y releo historias que me hicieron soñar y crecer en mi adolescencia, vuelvo a crecer, vuelvo a descubrir nuevos significados, vuelvo a encontrar la raiz y esencia de ese Mito último que yace en la esencia del ser humano, y vuelvo a fundirme con la vida, aceptándola con todas sus imperfecciones.
Hay algo muy especial en el interior de estas cróncias. Son, como un antiguo mito, transmiten un saber y enseñanzas que saben a pozo antiguo, unas palabras perennes que se remontan al principio de los tiempos, y que nos siguen recordando la verdadera esencia del ser humano, por mucho que la queramos disfrazar de ciencia y tecnología, una esencia, que, como líquido primordial del que surgimos, sigue latiendo en nuetras venas recordándonos lo que somos y seremos.
Sólo unas pocas personas saben destilar ese vino ancestral que corre por nuestras venas. Bradbury fue una de ellas. Siento que, cuando el tiempo convierta en polvo las páginas de este libro, cuando su nombre quede en el olvido, estas crónicas marcianas, crónicas de la historia personal del ser humano, seguiran vivas, en la mente y en los labios de la humanidad, como lo están hoy dia los mitos.
2 comentarios:
Por cierto, tu libro lo tengo yo... jeje
Sip... Cuídalo bien. Y reléelo. Es una joya.
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