El ir y venir luchando por las cosas más queridas, sin bien nos gasta las manos, nos deja abierta la vida.
- Víctor Jara

sábado, 18 de febrero de 2017

Micrococa # 3

- ¡Hola!
- ¡Hola! ¿Cómo vas?
Saludo a mi amiga Annie y la recibo con un abrazo de esos de "cuanto tiempo, vamos a ponernos al día", pero la invito a pasar al cine primero.
- ¿Ya ha empezado? ¿Y hay gente?
- Sí. - contesto casi con un susurro. - Voy a darle al play y apagar las luces.

Comienza la cinta. Música rock y créditos de una película ochentera, Demons, de Lamberto Bava. Terror ochentero adolescente lleno de sangre y vísceras para pasar la noche del jueves ¿Qué más se puede pedir, que aterrizar en una ciudad provinciana donde nunca pasa nada, justo el día que unos locos programan una película de terror gore en el cine-club? Bueno, se puede pedir también que coincida con el día del cierre de la campaña electoral, que la calle esté atestada de gente comiendo gratis en tarrinas de plástico, blandiendo banderitas al ritmo de la música y el discurso del cierre de un partido político que ha instalado su escenario en la misma calle del cine. Sí, se puede pedir eso, aunque quizá no sea muy sano...

Me siento en la oscuridad de la sala y saludo de nuevo a Annie divertido. Hay una docena de espectadores. La película comienza con los típicos chistes de cine de terror adolescente y va creando atmósfera. Y a la par que crea atmósfera y las primeras gotas de sangre en viscerales efectos especiales salpican la pantalla y nosotros soltamos la primeras risas, la sala se va llenado poco a poco de gente. Ruido de butacas una y otra vez. Miro alrededor y miro a mi amiga que sonríe divertida como diciendo "se están metiendo al cine los de la fiesta política de afuera". De pronto las butacas están llenas de gente de pueblo, campesinos, indígenas, con banderas, con comida, con niños. De pronto me incomodo. "Esto es una película gore, no es para niños". Pienso en levantarme y decirle al guardia que no deje entrar a esas familias con niños pero se que no va a funcionar, así que me relajo y disfruto de la función, la de la película y la de mi cine. La sala se está llenando y para mi sorpresa ¡la gente mira la película! Increíble pero la miran. La miran en silencio, como si miraran los dibujos de un test Rorschach, sin saber qué están viendo en esa extraña película plaga de demonios, adolescentes, sangre, gritos, todomezclado a ritmo de música heavy.

Un niño grita. Yo me siento responsable de los traumas causados en la mente de las futuras generaciones del 2017. Risas y más risas. Luego silencio. Y de pronto:
- ¡¡¡Por favor, los de Sapayurak, les están esperando!!!
Un tipo ha entrado gritando en el cine, levantado de golpe del asiento a todos los espectadores. O casi todos. Yo me aguanto las risas una vez más, intentando no romper el clima de "supuesta película de terror". Pero ya no hay remedio. El cine es parte del circo. La película se cuaja de sonrisas ya la par que los niños gritan cada vez que el demonio de turno araña a alguien, la gente entra y sale y unos pocos, seguimos sentados hasta el final, queremos saber en qué acaba la película y sobre todo, por lo menos yo, en qué acaba la función de hoy. Cuando termina, me levanto, hago las veces de improvisado portero, acomodador y conserje (todo estos están de campaña política), cierro el teatro, y busco a Annie, que sigue sonriendo divertida por el experimento sociológico que ha resultado esta última programación del cine-club.

La película se acabó. La bulla y la fiesta sigue. Mejor nos vamos a comer algo por ahí, antes de que nos empapelen con propaganda electoral. El cine queda a oscuras, y el guardia de seguridad, en medio del hall, solo y asustado observando a todos los otros demonios que deambulan por las calles al ritmo de la música y el cansancio y los eslóganes de fin de campaña. Si les rodasen y luego proyectasen la cinta, podrían ser la segunda parte de la película de hoy...

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