El ir y venir luchando por las cosas más queridas, sin bien nos gasta las manos, nos deja abierta la vida.
- Víctor Jara

viernes, 3 de febrero de 2017

Micrococa # 2

Es miércoles por la noche, miércoles sin compromiso, miércoles en que puedo llegar a casa, sacarme el uniforme, pegarme una ducha, y dedicarme con tranquilidad a preparar una cena con un poco de cariño y amor propio.

El calor de la noche tropical me dice que una ensalada fresca de pasta es lo más adecuado para esta noche. Elijo un disco para empezar y comienzo a preparar los ingredientes al "ritmo de los santos" de Paul Simon. Mientras el agua comienza a bullir saco tomates, y comienzo a picarlos mientras mi cabeza organiza los ingredientes en el orden preciso y piensa en alguna cosa más. Entonces siento el pinchazo y observo como sobre la tabla de corta aparecen gotas de un rojo A - que nada tiene que ver con los tomates, al tiempo que suelto un improperio y me llevo cual acto reflejo el dedo a la boca. El corte es lo suficientemente profundo como para no cortar la hemorragia con saliva. Camino rápido por el apartamento unos segundos queriendo buscar algo que sé que no voy a encontrar, pues sé que no me he preocupado por comprar nada de botiquín salvo alguna pastilla para el dolor de cabeza. Finalmente, me lavo el dedo a chorro y me lo envuelto en papel higiénico y salgo al porche de la casa.

Mis vecinas tienen la puerta abierta y con un buenas noches sobre la marcha entro y pregunto:
- ¿Tienen alcohol? - Mi dedo acusador envuelto en papel de váter en mi mano izquierda empieza teñirse de rojo.
- Tenemos una cerveza-, me contesta una de ellas. Yo sonrío y levanto más el dedo.
- ¡Ah no! ¡Para eso no!

Nos miramos incrédulos y sin saber que hacer unos instantes y me despido camino de la farmacia en busca de algo con mayor grado alcohólico y quizás unas gasas... La cerveza, me la tomaré más tarde, sentado en el porche mirando a la noche y al vecindario y a mi pobre dedo vendado.

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