El ir y venir luchando por las cosas más queridas, sin bien nos gasta las manos, nos deja abierta la vida.
- Víctor Jara

sábado, 18 de febrero de 2017

Cantaclaro

Un trueno retumba sobre la ciudad. Son casi las 6 de la tarde y estoy gastando los últimos minutos de la jornada laboral del viernes haciendo ese importante trabajo que es esperar impacientemente que el reloj de fichar marque las 18:00. Mi tiempo se reparte entre el computador, el reloj y el celular donde aparece mensajes de socorro como "¿Dónde andas pana?" "Ya te caigo" y otros similares.

Cuando finalmente el reloj de las 6 me libera de mi prisión laboral, el cielo se está poniendo cada vez más negro y empieza a chispear. Apuro el paso intentando escapar no de la inminente lluvia, sino del trabajo, de mis pensamientos enredados, de esta ciudad quizá. Justo en la esquina de casa aparece mi estimado Dr. Suárez con su nuevo look de "vamos a recuperar esas farras en discotecas, bro." "Cagamos", le hubiera contestado yo. Yo y todas la personas cabales de esta ciudad. Hoy no hay como chupar. Y eso significa muerte absoluta y total. Erradicación casi completa de la ya poca vida social que se pasea por las cuatro calles de esta ciudad. Ley seca. <> decía una acertada publicidad de Tráfico en mi país. Acá debe ser algo así como <>. Estamos de jornada de reflexión, y para que los ciudadanos reflexionen bien y decidan acertadamente su voto, para que reflexionen y se arrepienta de sus pecados (la redención llegará el domingo) y parezca aunque sólo sea durante tres días, que todo el mundo es educadito, cívico y buen demócrata, se prohíbe la venta y consumo de bebidas alcohólicas.

Punto y aparte. En casa nos atrapa el tremendo aguacero conchabado con la clase política y "pulcra" de este país. Tremendo aguacero en un oscuro viernes de ley seca en una ya de por sí moribunda ciudad amazónica. Es como si el cielo dijese: "si salen de casa, me caigo sobre vuestras cabezas", como temían aquellos galos de la época de César. Ley seca y noche de lluvia. Rematadamente mortal. Y además, en Coca. Triple puñalada al corazón. Por suerte en mi refrigeradora descansan cuatro transgresoras cervezas. No servirán de mucho pero mientras esperamos a que escampe, saben mejor que nunca.

Chistes. Conversas del día a día. Preguntas del qué tal ayer. 2 - 2. Dejamos el partido en empate técnico. Dos latas vacías y dos llenas para otro rato. Salgamos de esta ratonera. Así nos calemos hasta los huesos, cualquier cosa parece mejor que quedarse en casa a lo gato o unirse al after party de las vecinas que ya la noche pasada fue de lo más... me guardo los adjetivos y comentarios. Saca la basura, cruza la calle y acaba comiendo algo en el local de enfrente, ese en el que nunca tienen cerveza (salvo por encargo y hoy es imposible) y sólo hay música de cuando tenías 15 y comida barata. Y luego, asoma la cabeza fuera del local y otea el aire: Chispea. humedad y aire freso y la oscuridad al fondo. "Qué chuchas hacemos hoy pana" es la pregunta que pesa más que cualquier chuchaqui sobre nuestras cabezas. Irse a casa, la muerte. Salir a fuera, la segunda parte de Dawn of death pero sin zombies. No importa, caminemos la ciudad a ver que hay.

La veci tiene abierta la tienda en la esquina. Como dos buenos niños entramos y compramos dos botellas de agua mineral. Justo enfrente el Chris aparece y levanta la persiana metálica del local. "Salvación" pienso. "Eso, abre, déjanos pasar y cierra otra vez la persiana desde dentro y quememos la noche". No caerá eso, claro. Eso sólo pasa en las películas y no en esa realidad absurdamente cruda que supera al cine día a día. Caminamos las calles. La gente apura los últimos bocados en los últimos comedores, esos que están a punto de echar el cierre, no se sabe si por la ley seca, por la lluvia, o por la falta de oxígeno a orillas de una petrolera amazonía. El malecón está también oscuro y desierto. Los guardias de seguridad hacen corrillo en una noche en la que no encontrarán ni un alma por las calles, ni sobria ni ebria. Creo que realmente este país tiene un problema muy serio con el alcohol: no existe vida sin él. Nada, cero. Todo tipo de fiesta, comercio, reunión social, baile, conversa, ... Lo que pidan. Todo está vinculado al trago, y si no hay trago pues no hay nada. No hay discos, no hay comedores, no hay reuniones sociales en las entradas de las casa, no hay gente paseando y conversando por las calles y parques. Nada. Cero.

Me mata la estampa. ¿Pero por qué? Me pregunto como casi buen gallego. Hay diez mil cosas que se pueden hacer sin trago, incluso aunque llueva, Pero no, acá la música no importa, las risas no ríen, el cine se vacía, y la gente se mustia y desaparece sin dejar siquiera colillas en los charcos de la calle; los camareros se vuelven lentos y las luces dejan de brillar en las esquinas para teñirse de mortecino amarillo-anaranjado cuando no se puede aderezar todo un con una cerveza u otro trago.

Entramos en el desierto centro comercial del malecón, nos perdemos en el ascensor y pasamos a lado de una melosa pareja que se abraza en la escalera con la misma sensación de todos "no hay trago". Ni siquiera la chica del cine parece tener ganas de vender boletos. Las dos únicas películas para esa noche resultan ser dos "comedias románticas". Miro a mi alrededor, miro al Dr. Suárez y me miro a mi mismo. "Lo siento pana, ni de rebote me meto a ver eso". Sería algo así como la cuarta puñalada. Sigamos caminando por esta lluviosa ciudad de San Viernes sin Trago. Tengo la sensación de que al doblar alguna esquina aparecerá un muerto viviente o alguna estampa similar. "Demasiadas películas, colega".

"...Qué chuchas hacemos..." Sigue retumbando la frase como un imperativo eco en nuestras cabezas. Llamemos a nuestro preceptor, quizá el nos salve. Pero ni siquiera él contesta hoy el teléfono. Seguro se ha puesto a salvo en algún recóndito lugar lejos de esta ciudad que ya ni llora, sólo arrastra lágrimas viejas y orines de días de fiesta y glorias pasadas. Mientras caminamos continuando nuestra expedición en busca del perdido Eldorado, el Pepe, preceptor de almas y causas perdidas llama. La emisora está lejos pero llegaremos vivos. Por el camino, entre charco y charco arreglamos la vida, la maldecimos, la repensamos, planeamos huidas y hablamos de tiempos mejores, de esos que ya pasaron. Un té, un café, un helado. Una plaza del municipio frente a una emisora muda, silenciosa y apagada como la plaza y el teléfono del Pepe que vuelve a no contestar. Ya no hay más, derrotados por la geografía humana del lugar, nos dejamos llevar río abajo, hasta desembocar en una esquina entre dos calles, donde con un "nos vemos pana" asumimos nuestra horrible derrota contra el sistema y nos sumamos al grupo mayoritario del Partido por el Civismo Abstemio y nos encerramos entre las cuatro paredes de nuestras casas, de las que saldremos un domingo 19 de febrero en la noche, no sabemos con qué futuro, pero no nos importa porque volverá a correr licor por las calles y venas y todo dará rematadamente lo mismo.

Como soldado derrotado busco sin ganas las llaves en los bolsillos mientras llego a la puerta de casa. Alguien sonríe y me regaña de pronto. Alzo la mirada y veo a la Gaby y a la Angie. Me pregunto qué hacen solas a esas horas -parece de madrugada pero sólo son las diez y media de la noche- por calles desiertas y lluvias. Me reclaman algo que tiene que ver con el Pepe. A ellas tampoco les contesta el teléfono. Se han quedado sin el servicio de taxi personal a casa. Les miro con ojos apagados. La ciudad me ha dejado lo suficientemente en off como para ofrecer nada. Nada en casa, nada en la calle. No quiero alargar ya más este viernes. Se van calle adelante, y yo me encierro entre mis cuatro pareces y me pongo el pijama con ganas de escribir aunque sé que me podrá el sueño acumulado de ayer y no escribiré ni dos líneas. De pronto, un mensaje de voz en el whatsapp: "No me puedo creer que ya estén arropaditos. Para mi la noche recién comienza, salgo del trabajo dispuesto a ofrecer un Cantaclaro en mi casa, y ud. se van como niños buenos a dormir. Otra vez sera"

No. no puede ser. Mierda. Triple mierda. Carcajada sonora en la oscuridad. A la mierda todo. Ya ni me saco el pijama. Asumamos la derrota de una vez. Dejemos que la vida sea histriónica y cabrona una noche más y nos mande a la cama con esa sonrisa de niña malcriada de la que no se saca nada. Que viva Al Capone y la ley seca. Que obligadamente todo el mundo vote por conciencia. Que se sequen los charcos y vuelvan los borrachos, los ladrones, las farras hasta el amanecer y el sistema, después de autoengañarse a sí mimos tres días, de amargar la existencia a los pocos cuerdos que caminan las noches en una noche como esta, brille y viva para siempre: ebrio, totalmente ebrio y volado en tiempos de nuevas leyes secas...

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