Hoy es Egipto. Ayer era Irak, o Afganistan, o Rwanda, o Bosnia. Estos días regresa a mi mente la imagen de las personas haciendo cola para conseguir agua en Sarajevo, muriendo una a una asesinadas por francotiradores ante los impasibles ojos del mundo.
No se cuantos murieron ayer o antes de ayer en Egipto, mi mente ha borrado el horror de las cifras y me ha dejando solo, una vez más con el espanto en el alma, inmóvil frente al televisor preguntándome una y otra vez ¿por qué, por qué, por qué tenemos que seguir siendo testigos impotentes de tanta barbarie?
No importa donde sea la matanza. No importa el color de la piel, el idioma de la gente que muere. Es sangre de mi sangre. Es sangre tu sangre, es la sangre que corre por tus venas mientras lees estas líneas. ¿Como podemos entonces permanecer impasibles? ¿Como podemos hacer estadísticas, buscar explicaciones y justificar guerras, matanzas, genocidios y actos similares?
La comunidad internacional despertó un poco ante las imágenes se Sarajevo. No se si esa comunidad internacional despertará ahora o seguirá dormida bajo las somníferas drogas del sistema. De lo que si estoy seguro, es que el Sistema el que crea conflictos, cambia gobiernos, asesina personas y justifica sus actos con estadísticas de crecimiento, aunque este esté construido sobre el altar del sacrificio de seres humanos a un dios que no es tal.
Y aunque rehuyo una y otra vez esos atroces cultos que sacrifican vidas humanas, creencias y valores a falsos dioses creados a imagen y semejanza de quienes los adoran, me veo atrapado en ellos, atrapado en las garras de este sanguinario sistema, comulgando en parte con él al disfrutar de él y cerrar la mente y el alma, impasible, a esas atrocidades que el televisor nos muestra como "pequeños defectos" del sistema.
¿Están mis manos machadas de sangre?
Who held the rifle? Who gave the orders?
Who planned the campaign to lay waste the land?
Who manufactured the bullet? Who paid the taxes?
Tell me, is that blood upon my hands?*
Who planned the campaign to lay waste the land?
Who manufactured the bullet? Who paid the taxes?
Tell me, is that blood upon my hands?*
Pete Seeger, Last train to Nuremberg, 1971
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