Leo estos días el diario de un entonces joven misionero en la amazonía ecuatoriana, allá por 1965-66 y me doy cuenta de que sus luchas, sus anhelos, son en gran medida los mismos por los que vivo y suspiro y, y me siento reconfortado por sus palabras escritas, hasta que caigo en la cuenta ¿cómo puede ser que casi 50 años después sigamos luchando por lo mismo?
Desempolvo viejos papeles, viejos vídeos en el archivo, y mientras pasan imágenes de la selva amazónica en 1993 hoy al locutor hablar del Yasuní y de la gran apuesta que supone el comprometerse a cuidar ese rincón único de la biodiversidad que oculta en sus entrañas petróleo. ¡Hace 20 años, como mínimo, que se inició el debate! Finalmente, sacarán el petróleo, y el Yasuní lo queramos o no, no volverá a ser el Yasuní que conocemos.
Después de tantos años tengo la sensación de que la selva cada vez merma más, y de que tanta protesta y presión sólo sirve para frenar un inevitable final. Y como éste me vienen a la mente otros ejemplos. Caminamos tan deprisa, cada vez más rápido que no estamos seguros si este correr es realmente avanzar o simplemente nos estamos dejando llevar por la avalancha de lodo y piedras que siembra destrucción y deja únicamente miseria.
Y sin embargo, algo en mi interior, una pulsión que no logro comprender, me hace seguir luchando, trabajando, protestando, sí, alzando la voz ante aquello que creo incorrecto, haciendo lo poco que está en mi mano por frenar, por detener esa avalancha, a pesar de sentirme como un luchador anciano en una guerra milenaria y heredada cuya batalla final no veré y quizá no gane -ni yo, ni nadie-. Las guerras sólo dejan perdedores.
Sé que construir el futuro es algo que debemos hacer todos juntos, los de un bando y otro, y que este futuro se construye a diario a base de renuncias de un lado y de otro. Pero es tan duro renunciar a una parte del todo para lograr al menos algo de ese todo. Trato de encontrar ejemplos y palabras de esperanza estos días, gestos, imágenes, ideas, hechos que me indiquen que siempre se avanza, con paso lento y firme. Recuerdo aquellas palabras de Pete Seeger: "¿Acaso pensaste ver al Mandela como presidente de Sudáfrica?, ¿Pensaste que caería el muro de Berlín? Si no pudiste predecir esas cosas, ¿cómo puedes decir que no hay esperanza?"
Esta semana nos dejaba este hombre, que entre muchas cosas en su vida, un día miró al río Hudson que corría completamente contaminado ante su casa. Con sus amigos y vecinos construyó un barco y empezaron a navegar por el río, cantando canciones y paseando a propios y extraños, esperando que la gente mirase al agua y dijese "¡mira, el río está hecho una mierda, tenemos que limpiarlo!". 30 años después los vecinos del Hudson pueden bañarse sin temores en un río cada vez más limpio. Hace unas semanas, Clearwater, la organización que nació de aquel velero con la intención de concienciar a la gente sobre la necesidad de limpiar el río Hudson, recibía un cheque de la Chevron y en un gesto de genial inspiración, regalaban los fondos de ese cheque una organización que trabaja para que se limpie la selva amazónica ecuatoriana, contaminada terriblemente por la Chevron-Texaco hace más de dos décadas.
Ésta es, a fin de cuentas la gran tarea, la gran lucha que debemos seguir: convencernos y convencer nuestros egoístas congéneres de que debemos caminar todos juntos si queremos ver el mañana, y que ese mañana no será ni el que tú soñaste, ni el que yo soñé, sino el que, a empujones, soñamos juntos.
Dibujo de "El Bribón Bueno" |
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