El ir y venir luchando por las cosas más queridas, sin bien nos gasta las manos, nos deja abierta la vida.
- Víctor Jara

sábado, 8 de febrero de 2014

Somos humanos

Nos levantamos un día, nos pusimos sobre dos patas, alzamos una mano al sol cegador mientras oteábamos más allá de horizonte, por encima del pasto, por encima de la barrera que nos había cerrado el camino, arduo y duro, hacia la humanidad. Y echamos a andar. Vimos el camino en sueños, trazado en el aire, difuminado, sin mostrarnos los peligros que íbamos a encontrar en ese camino interior, sin hablarnos de la fragilidad del camino exterior que iban a pisar nuestros aún temblorosos pies; impelidos por una extraña puslión interior que nos habla con fuerza desde el fondo de nuestro ser, avanzamos, caminamos, crecimos.

Ese gran comienzo, que tuvo lugar hace millones de años en una estepa africana, quizá en Olduwai, nos separó definitivamente de la cadencia evolutiva del resto de especies. El ADN empezó a saltar en nuestro interior, y a la par de los cambios en nuestra fisionomía, empezamos a cambiar también por dentro. Necesitábamos del otro, como en la vieja manada, pero también nos sentíamos omnipotentes, capaces de hacerlo todo solos. Queríamos avanzar más deprisa, pero no éramos capaces de abandonar al herido o al anciano, luchábamos por lograr que caminara con nosotros aquel menos capaz.

Durante siglos, milenios, modificamos la tierra, hicimos de ella y del resto de animales nuestra voluntad, unas veces con éxito, otras fracasando, a veces arrepintiéndonos de grandes errores y barbaridades cometidas en el pasado por nuestros iguales, otras, ciegos aún repitiendo los mismos errores, pero aprendiendo siempre. Y en ese aprender, nos enfrentamos entre nosotros mismos, discutimos por el camino a seguir, discutimos y peleamos hasta la muerte, hasta que las lágrimas una vez más nos recordaron que por mucho que peleásemos no lograríamos nada solos: necesitamos el grupo, es parte de nuestra humanidad.

Como también lo es el desacuerdo, el enfrentamiento, el odio y las divisiones sembradas por nosotros mismos. Cuando nos pusimos sobre dos patas aquél amanecer africano hace ya millones de años, se nos entregó el más frágil, valioso, y peligroso de los regalos: la humanidad, la esencia del ser humano. Algo capaz de llevarnos al infinito, y de hacernos desaparecer de la faz de esta tierra en unos segundos. Algo que todavía hoy estamos aprendiendo a manejar, como niños pequeños, ansiosos, inconscientes de que un paso mal dado puede ser nuestro fin.

Jugamos, sí, continuamos jugando con ese don de humanidad, impreciso, inexacto, manejable y manipulable según la voluntad de cada uno de nosotros, cautivos siempre de nuestra propia razón de ser.

Humanos, de Pablo Guerrero. Incluido en su LP (Alas, Alas, 1994)

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