El ir y venir luchando por las cosas más queridas, sin bien nos gasta las manos, nos deja abierta la vida.
- Víctor Jara

miércoles, 14 de abril de 2010

Barracas de feria, kioskos

Esta semana he vuelto por la facultad de la universidad para realizar ciertos trámites "burrocráticos" que me traen de cabeza. No voy a entrar en ellos porque me pongo de mal humor. El peor invento de los franceses, sí, la burocracia. Creo que ya lo he dicho otras veces. Responsable de la tala indiscriminada de árboles para hacer papeles y más papeles la mitad de los cuales no llevan a ningún sitio, y responsable también de unos cuantos dolores de cabeza, ataques de nervios, asesinatos reprimidos, ...

Han pasado unos 4 desde la útima vez que entré. La facultad está idéntica, no han cambiado nada, ni siquiera a los profesores, que parece que no se jubilan nunca, ni siquiera a los alumnos que tienen la misma pinta de post-adolescentes, unos perdidos, otros creídos, ninguno crecido, que tenía yo cuando estaba en la universidad. Los tipicos corrillos de jovenes "progres" con palestinas y holor a porro, eso sí ahora a las puertas del edificio porque dentro está terminantemente prohibido fumar. Eso es quizá lo único que ha cambiado. Quizá ahora un pueda mear a gusto pillar colocón en el servicio.

Pues bien, estaba yo dando vueltas a un buen mazo de papeles, sueltos encuadernados, entre las manos, en el piso, entre las piernas... Parecía Groucho Marx consultado libros de apuestas en Un día en las Carreras. En mi cabreo interior (¿Cómo pueden no haber digitalizado todavía todos esos papeles en una universidad?) primero pensé en tirarlo todo al suelo y mandarlo todo a la gran M., luego recapacité y me senté en un banco tras una enorme mesa en uno de los extremos del hall. Ni idea, ogian, de para qué estaba esa mesa ahí. A mi me vino de perillas.
Ahí estaba yo en mi mesa, enfrascado en mi monaña de papeles cuando se me acercan dos estudiantes y me dicen: "Perdona, ¿nos dejas? es que vamos a poner el kiosko?"
¿El qué? Antes de que pudiese procesar lo que me habían dicho, ya estaba poniendo encima de la mesa cajas con gominolas, bolsas de patatas fritas, una empanada de hojaldre para vender en porciones...

¿...? Ladedios, como dicen en Asturias. Cuando yo estudiaba había unas máquinas automáticas expendedoras de café, refrescos y chucherías variadas. Antes de que nos las pusieran (fue el gran logro de comité de estudiantes en 5 años, y hubo que esperar a ¡un cambio de Decano! para que se materializase), antes, cuando yo llegué mi primer año, ibámos a la cafetería que está justo a tiro de piedra saliendo por la puerta de atrás.
No se. Supongo que se estropearon las máquinas. O que costaba mucho el mantenimiento. Quiero creerlo. Aunque más bien me temo que algún estudiante en la representación estudiantil de la ahora politizada universidad tuvo la feliz idea, ¡pidamos que nos dejen abrir un kiosko! Y yo que me peleaba con mis alumnos de 15 años en el colegio el curso pasado porque todo lo que pedían a través del consejo de estudiantes era "paseo a la punta", "botellón de agua en cada clase", y similares. ¿Cómo iba yo a lograr que mis alumnos hicieran peticiones serias si ni siquira los serios estudiantes universitarios las hacen?

Supongo que me hago viejo y me olvido de como era yo en aquellos años. Recuerdo la interminable cola que se formó cuando intermón instaló una máquina que servía cafés de "comercio justo". De repente, toda la facultad se volvó solidaria y empezó a formar cola ante la maquinita, hasta la dejaron ahí bastante tiempo después de que acabase la semana de comercio justo, pues, no se si solidario, pero más cómo de caminar hasta la cafetería si era.
Recuerdo también la cara de un profesor cuando leyó en el programa de las fiestas patronaes "Concurso de Tute y Parchís". -"Esta facultad parece una barraca de feria", comentó entre risas.

En fin. No sé qué hace un kiosko suigéneris en el hall de mi facultad. A mi me produce risa y cierta lástima, no se porqué. Eso sí, más pintoresco que ir a la cafetería sí es.

Hay cosas que nunca cambian. Como ven, seguimos viviendo en una película de Fellini. Y me gusta, sí, me gusta, aunque me queje, me gusta, lo llevo en la sangre. ¡Qué sería de nosotros sin este hacer tan latino, tan mediterráneo!

1 comentario:

Kiko dijo...

Hay cosas que nunca cambian...