El ir y venir luchando por las cosas más queridas, sin bien nos gasta las manos, nos deja abierta la vida.
- Víctor Jara

lunes, 15 de febrero de 2021

MicroCoca # 15: El fantasma en la puerta

Cuando llegué a la oficina ella ya estaba allí, en el escritorio del fondo, con la mirada y la cara oculta tras la pantalla de la computadora portátil; no podría decir si buscando algo o escondiéndose.

Encendí la luz del despacho y dice un "buenos días". Con un gesto, alzó la mirada de la pantalla, como sorprendida por el repentino amanecer y contestó un tímido buenos días. La miré fijamente unos segundos y me senté en mi escritorio, pulsé el botón de encendido de mi computador y esperé los ya habituales 5 minutos para que arrancase del todo.

"La pasante..." pensé con cierta pena mientras aparecía los iconos del escritorio. Llegó apenas 10 días antes, un lunes de mañana sin avisar, como suele suceder con todo lo que llega de la mano de la señora burocracia, y fue un auténtico alivio: en los días en que las actividades aumentaban y se duplicaban, en que la lista de prioridades y la agenda de eventos aplazados crecía casi a cada hora, la pasante fue lo mejor que podría pasar: unos días de aprendizaje intensivo, y el resultado una persona más en el exiguo equipo. No sería perfecto, pero su ayuda era más que valiosa en los días de la locura amazónica que se avecinaban: miles de eventos para celebrar un día que iba a dejar exhausta a hasta a la misma pacha mama.

Y ahí estaba, concentrada en ese computador, empequeñeciéndose cada vez más.

- ¿Necesitas algo? - le dije.

- No, tranquilo, ya tengo todo... Estoy preparando para imprimir.

- Bueno, si necesitas algo, me dices, - conteste y me senté frente a mi computador, también preparándome para empequeñecerme y ser tragado por la pantalla y las tareas inacabables.

Estaba escribiendo algún correo a velocidad frenética, en total concentración psíquica, cuando sentí una presencia a mi derecha. Alcé la vista, miré a un lado y ahí estaba ella, como una sombra, mirándome, en silencio.

- ¿Necesitas algo? - le pregunté.

- Me dicen que tú tienes uno de los afiches, Alvarito.

Me encantan las pasantes que transmiten los mensajes literalmente, hasta con diminutivo. Sonreí, minimicé en la pantalla mis correos apurados, y me puse a buscar el afiche faltante. "Gracias", dijo ella unos minutos más tarde y volvió desaparecer tras la pantalla del portátil. Yo me encogí de hombros y regresé a mis correos urgentes, dándome cuenta que tenía que irme rápidamente a la biblioteca, a supervisar la lectura de la tarde, luego cruzar por el museo para organizar los turnos, y a continuación bajar por la sala temporal, donde el Mateo-que-no-tiene-pasante, fumaba nervioso y caminaba de un lado para otro. Miré por la ventana a la sala y pensé "Si no bajo ahora, este no muerde de COVID, pero lo mata el tabaco". 

Primero la biblioteca, el libro para esta tarde. "Revísenlo. No, no se peleen por leer todos de ese libro, que haya variedad. Revísenlo que ya vuelvo". De pronto esa extraña sensación, como si alguien me estuviese observando. Alce la cabeza del mar de libros, y allá, atravesando la puerta de la biblioteca, al fondo del pasillo, en el umbral de la puerta de cristal, estaba ella otra vez.  La miré un rato en silencio, parecía una imagen de una esas películas de terror japonesas, el aro, o Ju-on, y comencé a caminar lentamente hacia ella. Ella comenzó a caminar lentamente hacia mi. Ese rostro oculto por la mascarilla me ponía aún más nervioso. Nos encontramos a mitad del pasillo.

- ¿Buscabas algo?

- No. Estoy esperando a que me impriman las invitaciones. Están ocupados en la otra oficina. 

- Busquemos otra impresora.

- La copiadora de acá mancha.

"Sí, la copiadora de acá mancha, y suena como una matraca", pensé pero no lo dije. Suspiré y comencé la búsqueda de la impresora correcta acompañado de mi pasante fantasma. Digo la búsqueda porque si la impresora grande mancha las hojas, la impresora pequeña no tenía tinta y la impresora pequeña número dos, se tragaba las hojas de cinco en cinco, y claro, se empachaba y luego ya no quería imprimir más. Pobre impresora. Y pobre pasante y pobre yo y... 

- Mira, tendrás que imprimir de una en una. Ponte en esta otra compu, que no se porqué ahora no se enciende... Olvídalo. Usa mi computadora. Claro que tendrás que caminar un poquito porque está al fondo de la oficina. Pones una hoja, vas a la compu, le das imprimir, luego retiras la hoja y pones una nueva y... Olvídalo también. Vamos a ver quién te puede ayudar porque si no las invitaciones saldrán después del evento y así como que no sirve.

"Mierda de impresoras y mierda de técnico y ... ". Y mi querido co-curador, el que fuma, me mira nervioso desde el patio exterior con los ojos grandes no se si por el tabaco o la desesperación. Le contesto con la seña de "espera un rato", esa que ensayo todos los días por la noche cuando aparece el mudo en bicicleta que recoge arqueologías (si, sí, lo han leído bien) y me voy en busca de una ayudante de impresión. Cuando encuentro a alguien, dejo a la pasante lidiando con una impresora nostálgica que quiere ser multicopista (qué tiempos aquellos) y por fin bajo a la sala temporal.

- ¿Qué te parece? 

Madre mía del amor hermoso. La instalación de las lanzas indígenas parece un montaje dadaista. 

- Bueno... No es exactamente así... - comienzo a decirles.

- Es que como no bajabas, yo dije, buenos, probemos hasta que baje el Álvaro, pero ya cambiamos, que de museo tú entiendes, yo sólo ayudo, y si está un poco raro verdad, sí, ya vamos a cambiarlo...

Aún no sé como puede fumar, hablar, ponerse la mascarilla, subirse a la escalera, tomar fotos a las lanzas, y un etc. etc de cosas a la velocidad del rayo, pero él lo hace. Yo soy más lento -santa paciencia- y empiezo a desmotar la escultura móvil dadaista y empiezo a diseñar un montaje más lógico. Estoy enredado entre hilo naylon, hojas secas, y chambira, intentado darle forma a la exhibición cuando vuelvo a sentir esa presencia en el aire. No puede ser. No. Miro hacia abajo desde la escalera y allí está ella, mi pasante favorita, sería, muda, en la puerta de la sala temporal. Bajo y camino hacia ella.

- ¿Conseguiste imprimir?

- Sí. Necesito una guillotina... para cortar las invitaciones.

Menos mal que dijo para cortar las invitaciones. Empezaba a sentir un sudor frío en la nunca. Nunca más, nunca más vuelvo a ver esas películas japonesas, lo juro.

- Claro, coge la de la biblioteca, llévensela a la oficina y que te ayuden a cortar y meter todo en sobres. ¿Ya tienes los membretes?

- Aún no...

- Bueno, tranquila, poco a poco. --Camino con ella de vuelta a la oficina. Quiero revisar el taller de impresión y maquetado, los libros de la biblioteca y diez cosas más.

La bibliotecaria se ha pasado diez pueblos y ahora tiene lectores para diez días seguidos, pero mejor eso que nada, el taller de impresión funciona a las mil maravillas gracias a la pasante (que es lo mejor que nos ha pasado) y hasta la secretaria está tan emocionada que va a leer ¡El libro que yo he elegido! Miro el reloj. Todavía me da tiempo. Si me escapo 15 minutos, voy a casa por otro libro. Todo está en marcha. Todos caminando solitos. Las lanzas ya parecen lanzas, la gente ya viene a leer, las invitaciones ya mismo está siendo repartidas. Es la mía. Me voy 15 minutos.

- Alvarito.

No puede ser. Me paro en seco con un pie en la escalera del edificio, giro la cabeza lentamente y ahí esta ella, mi pasante favorita, seria, inexpresiva, casi en silencio, en el umbral de la puerta.

- Di... dime.

- Se bloqueó la computadora. Su usuario. Está con clave. Quiero imprimir los membretes.

Menos mal, respiro tranquilo y sonrío y voy a la oficina, y le pongo la clave y retomo a mi plan de escape. ¿Llegaré a casa? Practico mi saludo para mudos una vez más con la gente de la exposición y salgo disparado. 15 minutos de reloj más tarde estoy de regreso al museo, sonriente, cansado pero sonriente, con un ejemplar de La Jangada de Julio Verne, dispuesto a leer, a montar lanzas, a imprimir el mundo, a...

No puede ser. Ahí, ahí está. Justo en la puerta de exposiciones temporales. A punto de decir algo, buscando algo, esperando por algo. Me acerco lentamente otra vez, otra vez ella se acerca lentamente a mi.

- ¿Algún problema? - le digo.

- Ya acabe todo. Le di las invitaciones a Miguelito. Ya está todo. ¿Me quedo o me puedo ir? Me dicen que mañana es feriado...

Por primera vez la miro con calma a la cara. Está nerviosa, y cansada, creo que en algún momento de este día de locos estuvieron a punto de salírsele las lágrimas. Sonrío y maldito a esta pandemia y estas mascarillas que ocultan las sonrisas, esas que parece un abrazo y que dicen, "tranquila, descansa, y muchas gracias. Y perdón por haberte dejado sola en este lío tremendo, en todas estas prisas... no siempre somos así, pero hay días que este museo pierde el norte. Por suerte siempre conseguimos que aterrice bien, gracias por todo".

Le doy las gracias, y le digo que sí, que puede irse, y que mañana no tiene que venir, que puede participar en los eventos como público, que invite a las amigas, o a la familia. Que se cuide, que disfrute del carnaval después. Y se va, en silencio, igual que vino, mirando el celular como caminan todos los adolescentes de estos días, con ese miedo del primer trabajo o las primeras prácticas que todos alguna vez sentimos. La pasante. El fantasma en la puerta de ese día loco, que no se cómo comenzó pero que empieza a florecer gracias a los espíritus de la selva... Gracias Pacha Mama.

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