El ir y venir luchando por las cosas más queridas, sin bien nos gasta las manos, nos deja abierta la vida.
- Víctor Jara

sábado, 13 de febrero de 2021

Los mutantes

 Narizotas. ¡Qué cantidad de narizotas! Nunca me había fijado, hasta que llegó esta pandemia en el tamaño de la nariz de un porcentaje muy alto de la población: ¡tienen un tamaño de naso tal, que no les cabe bajo la mascarilla y tienen por ende que llevarlo asomando por encima de ella!

Increíble pero cierto. Uno sale a la calle y eso como si un ejército de pinochos saliesen por doquier. Pinochos maléficos, además, porque uno se acerca para hablar con ellos y tiene la sensación de que esa aguja fuera a picarle a uno en un ojo, atravesando inclusive los dos metros de distancia que marca el protocolo, sin comentar el aire -vaya usted a saber si contagiado o no-, que sale por los oficios de semejante trompa. 

Uno no puede dejar de increparles y recordarles que cubran su napia con la mascarilla, pero ellos reniegan y ponen mil escusas: que no pueden respirar, que se tragan directamente todo el monóxido (sic) de carbono (estos son los que tienen un tubo de escape en el rostro), que por ahí no sale ningún virus (ahora que lo pienso, había una especia animal que respiraba por poros de la piel, deben ser parte de esa línea de la evolución) que sólo por la boca salen los virus (por favor explíquenles la diferencia entre decir malas palabras y un microorganismo, no lo tienen claro), que la mascarilla les viene muy justa,... Es increíble la cantidad de excusas. Hay para todos los gustos.

Y claro, mientras se excusan, uno no puede apartar la vista de semejante protuberancia. Es como la cabeza de la serpiente que le hipnotiza a uno. Hay que ser fuerte y pestañear dos veces para olvidarse de tan tremenda nariz. Érase un hombre a una nariz pegada. La descendencia de Góngora ha sido una de las más fecundas de la historia, oigan.

Hijos de Góngora acomplejados. Pensándolo cabalmente, creo que sufren de algún trauma infantil no superado: en algún momento se sus vidas se cubrieron con una mascarilla y alguien les gritó: ¡Cara de tirachinas! Me lo puedo imaginar. Están de psicólogo. O de cirujano plástico, según, porque hay algunas que necesitarían varias sesiones en el diván...

El caso es que aquí estoy yo. Pensando como habría hecho Carlo Collodi para escribir Pinocho en Pandemia, dispuesto a escribir a los chinos que hacen mascarillas como churros (y que deben ser todos chatos) para que hagan un modelo XXL, o que inventen algún tipo de mascarilla-condón para todos aquellos de sufren de priapismo nasal. Porque más allá de cuestiones estéticas, sufro por el miedo al contagio. Si por nariz de tamaño normal salen x metros cúbicos de aire, por una nariz de tamaño superlativo salen... No quiero ni calcularlo. Ya estoy temblando.

Por favor, hagan algo. Si no nos vacunan, hagan descuentos en cirugía estética, sancionen a los narizotas: ¡amputación de nariz para que el que la saque en público! Y actúen ya. Estos narigudos actúan como mutantes con filtros N95 en lugar de pelos dentro de sus narices, pero nada ha sido probado científicamente, y esas historias de ciencia ficción siempre acaban mal.

¡Que le corten la nariz! gritaría la reina de ajedrez de Alicia estos días. ¡Manda narices, otro contagiado más! dicen los médicos. Miren, por favor, a mi también me gusta la música de Franco Battiato, pero sólo la música. No se hagan fans acérrimos hasta el punto de agrandarse el naso. 

Tápense la nariz. No me importan si la llevan doblada bajo la mascarilla, seguro que también se puede respirar de lado. Háganlo por el bien de todos. No recuerdo bien cómo es que se contagia el virus, lo tengo en la punta de la nariz... Ah, sí, a través de la respiración. Háganse un favor, hágannos un favor, usen bien la mascarilla. Gracias.

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