El ir y venir luchando por las cosas más queridas, sin bien nos gasta las manos, nos deja abierta la vida.
- Víctor Jara

domingo, 15 de marzo de 2020

El niño en la burbuja

Cuando era niño oí hablar
del niño en la burbuja.
Me lo imaginé de piel blanca,
pálido y frágil.
Lo imaginé en silencio,
en su ojos se leía miedo;
y la burbuja
era una frágil crisálida
a punto de romperse antes de tiempo
de la que no salía nada.

El niño en la burbuja
manipulando juguetes de plástico.
De ojos azules, y pijama
blanco, bajo una luz blanca,
sin nadie que lo escuchara,
nadie que lo mirara,
nadie que con él jugara.

Y yo afuera en la calle
con mis rodillas lastimadas,
con el pantalón manchado de verde
de hierba, con tierra en las uñas;
o volando en un columpio de hierro,
abrazado a una cadena, mis manos
sabía a metal, lluvia y viento.

Mi cielo no era de plástico,
mi luz era de un amarillo cálido
que tostaba la piel y huesos
y se escondía tras las montañas
cuando las voces de las madres llamaban
a la noche, a los grillos,
a las luces de la calle y las sombras.
Los niños, uno a uno, regresábamos a casa,
exploradores de un mundo infinito
de fronteras aún no marcadas.
La noche crecía y crecía el mundo,
la luz de la luna y las farolas
se colaba por las rendijas de las persianas,
como sueños de parajes ignotos,
de futuros, de estrellas lejanas.

Me pregunto qué pasó desde entonces,
por qué cerramos del todo las persianas,
Por qué escuchamos la lluvia
repiqueteando sobre las casas,
sin dejar que nos moje el rostro
ni el viento haga de nuestro pelo marañas.

Por qué la luna hoy brilla en una pantalla,
suave, frágil y pálida,
por qué respiramos aire enlatado,
sin sabor, sin fragancia.
por qué los abrazos y los besos,
sin poesía, causan la muerte,
y nuestras lágrimas se pintan en caras,
que otras manos no pueden secar,
separadas por un muro de cristal,
frío, suave y frágil,
donde aguardamos que llegue la hora,
como el niño en la burbuja.

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