Alguna vez leí, aunque no se si es
realmente cierto, que en Japón cuando se ponen en huelga, lo que
hacen es trabajar horas extra. Quizá sea uno de esos falsos clichés
que circulan por la red.
Aquí sucede algo parecido. Se quiere
superar el atraso trabajando a destajo. Hay que trabajar más tiempo
y más duro, para ponernos al nivel de los demás, para superar todas
nuestras carencias. Sin embargo, eso no da siempre el resultado
adecuado.
En educación, en este país, se han
empeñado en hacer trabajar a los maestros como a cualquier otro
trabajador. No les falta razón, el desorden que había y todavía
hay en educación es considerable. Llega a tal extremo que si no se
aplicasen medidas férreas, horarios y calendarios escolares con poca
flexibilidad, y reajustes salariales entre otras medidas, la
situación no cambiaría. Sin embargo, me pregunto estos días si las
medidas tomas son las acertadas. Personalmente, no me importa
trabajar más días, a menudo hago horas extra -ya se que mi modelo
de vida no es el de todos los comunes- y lo hago con gusto, aunque
reconozco que también es necesario el ocio y el descanso. Digo esto
porque, mientras se alarga estos días interminablemente el
calendario escolar, y se obliga a permanecer en el centro a
profesores dedicados a tareas pedagógicas y de programación para
mejorar la educación del país, me parece que los resultados que se
obtienen u obtendrán no son los esperados.
En mi colegio, y después de hablar con
otros amigos docentes, al parecer también en otros centros (me
atrevería a decir en la mayoría) los docentes no saben programar,
no saben qué hacer con el currículum y las disposiciones
ministeriales, no saben en que ocupar las “horas pedagógicas”.
Así, en lugar de un grupo de profesionales trabajando en pro del
futuro del país -una buena educación es el único futuro posible
para un pías, tenemos grupos de personas que esperan sentados
cazando moscas y mirando una y otra vez el reloj esperando que de la
hora irse a casa.
Es como si a un niño de escuela le
encerrásemos con una ecuación de segundo grado sobre un papel y le
pidiésemos que la resuelva y para ello lo único que le diésemos
fuese tiempo y más tiempo. El resultado sería siempre el mismo.
Así, estos días no puedo si no preguntarme que voy a lograr como
rector (encargado) de mi colegio teniendo a los profesores
“encerrados” quince días más en julio o agosto, “programado”
el año lectivo cuando aún no saben programar. Mejor, creo, haría
el ministerio obligando a los profesores a asistir a talleres de
formación y actualización, de modo que después puedan realmente
aplicar algo en las aulas.
Quizá para mejorar las carreteras del
país lo que hay que hacer es trabajar las 24 horas del día en tres
turnos de 8 horas, siempre con alguien revisando que se tapan todos
los baches adecuadamente, pero en educación el cuento es distinto.
Distinto porque para ser profesor se requiere una formación mayor
que para ser peón de obra -todo hay que aprenderlo en esta vida,
pero hay profesiones más sencillas que otras-, y de nada vale por lo
tanto estar 24 horas tapando baches si no sabemos como hacerlo, que
es lo que sucede en las escuelas y colegios del país.
Por todo ello desde aquí y desde mi
humilde experiencia, invito a las autoridades competentes a que
reorienten su política de educación, haciéndonos trabajar sí,
pero con la cabeza bien formada, que no son baches lo que tapamos,
pues las cabezas de nuestros alumnos nunca han estado vacías ni
llenas de huecos, y necesitan de profesionales que realmente sepan lo
que hacen antes de empezar la labor. Y que no olviden además,
que, en educación no sólo es necesario llenar mentes de datos
planificados: el ocio, la vida en común, las relaciones sociales y
el ámbito familiar son tan importantes como el ámbito académico.
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