El ir y venir luchando por las cosas más queridas, sin bien nos gasta las manos, nos deja abierta la vida.
- Víctor Jara

jueves, 29 de noviembre de 2012

Tiempo ordinario

(Debió aparecer hace varios días, pero un rayo quemó cierto aparatito y nos volvió a dejar incomunicados en medio de la selva. No me quejo, estuvo bien desconectar una semana... La madre naturaleza sigue siendo sabia y cuidando de sus hijos.)

Si hay algo que define la alimentación en este país, y sobre todo, en el internado donde vivo, es el arroz. Arroz, arroz, arroz. Tres veces al día para no olvidarlo. Arroz con pollo, arroz con frijoles, arroz con lentejas, arroz con salchicha, arroz con huevo, arroz pasta y atún, arroz con leche... Las convinaciones son infinitas, y, aunque el acompañante cambie, la base es siempre la misma: arroz, lo quieras o no. Este país parece producir más arroz que petróleo, y gran parte de la producción la consumen las 200 personas que viven conmigo en el internado.

Es todo un ritual, una dieta especial que crea adicción, a veces yo bromeaba diciendo que era como maná del cielo, porque cuando falta los muchachos están tristes, y cuando les sirven bien, comen y se inchan de arroz, sonrientes y ansiosos. Ahora me parece que es más como una droga, blanca como la coca, o como el petróleo antes de ser refinado y mezclado con otras sustancias.

Hoy día, si no hay arroz, no hay comida, y así, pasan las semanas y acabamos viendo La vie en blanc, con perdón de Edith Piaf, y camaradería con aquel estudiante de chiste que se iba a estudiar a Noruega y acaba viendo caer "mierda blanca". Acá, es un misterio que no caguemos de color blanco y que no suframos de estreñimiento crónico. De vez en cuando, levanto mis posaderas del trono, y observo mis heces y sonrio: "todavía son marrones sigo siendo humano", contento de no ser un grano de arroz pensante.
Quizá sea que sufro manía persecutoria con el arroz. Mi cerebro da y da vueltas e inventa una y otra vez chistes y otras lucuras múltiples con arroz. Si en el Popol Vuh el hombre era de maiz, acá dios debió crear al hombre a base de arroz. Lo escribo con minúsculas porque este dios, es, según mi parecer un dios moderno y por lo tanto menor e ingénuo, aunque se las dé de importante. Si echamos la mirada atrás, o a la dieta de los indígenas cuando vuelven a sus casas, ellos sólo comen yuca y plátano verde (que por cierto son más nutrivivos que el arroz) Así que nuestra dieta blanca debe ser parte de una conspiración creada y urdida por los magnates de las piladoras de arroz de la costa en complot con la administración y las cómodas cocineras del internado. Sí esa debe ser la verdad. O más o menos.
Nos quieren cambiar la sangre por arroz. Dentro de poco iremos a misa y la ostia será de arroz. Seguro. Ya hay pan de arroz, pasta de arroz. Siento sudores y la cara está igual de pálida que el arroz. Empiezo a ver granitos blancos entre mis heces. Donde quiera que voy, me sirven arroz: "déme un pollo asado para llevar". Y el tipo del asadadero me da un pollo y unas funditas de arroz como acompañante. "Este, no, no quiero arroz, quédeselo". Y entonces me mira como si le estuviera insultando o yo estuviese loco. Siempre es así: entro en una chifa (restaurante chino) y busco un plato sin arroz: ¡tallarines con verduras a la plancha! ¡perfecto! En unos minutos la camarera, que es china de verdad y a penas chapurrea español, me trae un humente planto de tallarines con brócoli, zanahoria y demás verduras; una montaña que no voy a ser capaz de terminar. No he acabado de masticar el primer vocado, cuando la camarera regresa y me deja un plato rendondito con una montañita de blanco arroz. Nunca antes me había atragantado comiendo pasta con verduras.

En verdad, es casi imposible encontrar un plato sin arroz en este país. Lo único que -de momento- siempre sirven sin arroz, es la pizza. Por eso, cuando esta semana me encargaron la cocina (me tocó cocinar para los diez que somos en casa cuando se van los internos) decidí hacerle la guerra al arroz. "¡No entrará un grano en mi cocina!" grité bien firme. "¿No vas a concinar paella?" me preguntaro "Paella y pa'el", como decían martes y trece, contesté. ¿Por qué a los españoles nos toman siempre por comedores de paella, bailaores de flamento y aficionados a los toros? España es algo más que Andalucía y Valencia. No nada de paella, nada de arroz. Fuera el arroz por una semana.
Casi lo consigo. Casi. He tenido a todo el personal a base de cremas de verduras, verduras cocidas, ensaldas, y carne o pescando al horno, y casi, casi sin arroz. Casi porque después de un día sin poner arroz, todo el mundo empezó a mirarme con ojos de corderito, que luego se convirtieron en ojos ansiosos de adicto, y, por compasión con el hermano y amigo, acabé sirviendo arroz. Eso sí, contraté a un "arrozólogo" para que lo cocinase y lo dejé solo, en una olla en medio de la mesa, como a un ser extraño. Por eso, a pesar de las presiones, estoy contento de haber podido con el arroz durante una semana.

Fueron unos días bonitos y divertidos en la cocina, picando y pelando verduras, y esperando a ver las caras de extraña sorpresa de los comensales. Ahora ya me quitan el gorrito de cocinero y el mandil, cierran la cocina de la casa y me manda a sentarme en el comedor del colegio. Se acabó la fiesta, llegó el tiempo ordinario. Sin que nadie me lo diga, puedo leer el menú de los próximos viente días: ARROZ CON...

2 comentarios:

Jorge dijo...

Hola Álvaro. Te cuento que con este texto me reído como un demente. Excelente crítica al plato cotidiano del Ecuador. Yi, port ejemplo, si no como arroz no es comida. No sé desde cuando nació esta tradición, pero lo que sí te puedo asegurar es que desde que uno tiene un año ya te clavan arroz en el menú, y por consecuencia, te sumerges en la costumbre. Recuerdo hace unos años que unos amigos argentinos se reían de mí por los cerros de arroz que consumía, ya que por allá la costumbre precisamemte no es el arroz,etc. Y yo les comentaba que la comida no tiene razón de ser sin el famoso arroz.
En fin, no lo defiendo al arroz, sé que hay infinitos menúes, pero creo que es esun sello muy ecuatoriano la famosa gramínea. Y voy a ver que me invento cuando te invite a almorzar a la casa: pues según noto tienes una lucha épica con el arroz.
Un abrazo

Álvaro Gundín dijo...

Gracias Jorge,

Ya sabes que soy inquieto (dentro de mi paciencia y tranquilidad) y me gusta cambiar y probar cosas nuevas, diferentes. Nada contra el arroz, pero ¿Contra el arroz por vía ultravenosa 24 horas al día?

Espero que cuando quedemos a almorzar, haya un poco de arroz en el plato, pues si no, no seria un almuerzo ecuatoriano. Si uno cocina con cariño, los demás aprecian siempre lo que se sirve en el plato, sea lo que sea. Así que vete sacando brillo a la arrocera que en Enero me tienes sentado a la mesa.
Un abrazo.