He de reconocer que la primera vez que vi una película de este director (el film elegido para mi debut fue Solaris) me quedé dormido en el sofá. La lentitud, la parsimonia de estas películas, el profundo mensaje o mensajes que transimte, hacen necesario que el espectaro esté bien despierto y descansado y con todos sus sentidos puestos en el filme. Aún así, normalmente es necesario incluso ver la película un par de veces, dejando un tiempo de reposo entre ambas para que la película se aposente poco a poco en nuestro interior.
Si uno lo hace así, el cine, éste cine, le sorprende gratamente. Aún no he visto toda la obra del autor soviético (apenas 7 largometrajes y 3 cortos) pero de momento, dos de sus películas, Solaris y Stalker, están ya entre esa lista de películas que considero alimento para el espíritu. Son filmes las dos, de ciencia-ficción, pero la ciencia-ficción aquí no es más que el cascarón. Un decorado exterior que encierra mensajes como el encontrase con ese dios negado, enfrentar las pasiones, comprender el mundo de los demás, confrontar los fantasmas del pasado, buscar la Respuesta...
Se me hace dificil enumerarlo. Creo que cada uno ve algo diferente. Porque son conceptos que tienen diferente forma y color según cada persona. Pero están ahí, en el interior de cada ser humano, y, aunque cada uno les disfrace con un rostro o un nombre distintos, el concepto es el mismo, son valores, sensaciones, necesidades humanas universales, que, cada día con más frecuencia, desterramos de nuestra vida, las cubrimos y enterramos escudándonos en nuestro fío empirismo o en nuestra aún más fría política. Renegamos de ellas, aunque forman parte de nuestro más profundo ser.
Stalker comienza con un metorito caído sobre la tierra y unos hombres que avanzan hacia el. El resto del camino le toca descubrilo a cada uno, a los personajes ficticios del largometraje y al espectador.
Respiren hondo, relajense, y, vien despiertos, déjense llevar. La vida se convierte después en algo mas íntimo y universal a la vez. Lleno de alegría por el descubrimiento, pero también de dolor, pues uno no existe sin el otro. Se convierte en un rico mosaico de colores y tonalidades y ya no es esa vida en blanco y negro, bien diferenciados y separados, que nos enseñan a vivir día a día.
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