El ir y venir luchando por las cosas más queridas, sin bien nos gasta las manos, nos deja abierta la vida.
- Víctor Jara

domingo, 23 de noviembre de 2008

Guayaquil



Junto con Quito y Cuenca, Guayaquil es una de las tres grandes ciudades de Ecuador (en importancia económica y por número de habitantes) Es uno de los núcleos comerciales del país, y la ciudad con mayor población, acercándose a los 2 millones de habitantes, superando a la Capital de la nación.
Esta gran urbe es también, ciudad de grandes diferencias y desigualdades sociales. Guayaquileños son todos, sin embargo, mientras uno camina, o mejor dicho viaja en auto por la ciudad, tiene la sensación de abandonarla y entrar en otra distinta, incluso de saltar, en apenas unos metros, del más como y elegante primer mundo, al desesperado y paupérrimo mundo subdesarrollado.
En Guayaquil viven los ricos, los “pelucones” del país como les dicen aquí, los grupos que ostentan el poder económico del país, por lo general el sector conservador de la política de la nación que por suerte no se encuentra en estos momentos en el poder. También reside un amplio grupo de clase media acomodada –muy escaso en este país-, con costumbres y formas de vida que, desde mi punto de vista europeo tratan más de emular a los ricos de los que se quejan que a la clase media europea con la que a menudo se les compara. En el siguiente escalón de la pirámide (siempre cuesta abajo) está la gente común, gente humilde, y luego los pobres, los desesperados, que en Guayaquil representan amplios barrios de la ciudad. Este variado conjunto de grupos sociales se distribuye y se mezcla por toda la ciudad.
Dejando a un lado aspectos sociales y políticos, Guayaquil es una ciudad que crece rápido, que se moderniza y se empieza a preocupar por conservar esos rincones mágicos de su pasado, por mostrar al futuro retazos de su breve pero rica historia. Aquí en América es difícil viajar más atrás del siglo XVI mientras se pasea por una ciudad, o siquiera más atrás de 1900, como sucede en Guayaquil. Poco queda del pasado prehispánico, y además la historiografía ha creado una línea infranqueable entre ese antes y después de manera que muchas personas aquí desconocen sus verdaderos orígenes, o parte de su origen mestizo, desconocen la realidad de los pueblos que habitaban esta tierra antes de que el hombre pusiera el pie en ella y de momento, no parece haber mucho afán por mostrar a la gente estas raíces. Siempre he dicho que la investigación histórica es importantísima, pero si todo se queda atrapado en libros para disfrute de estudiosos, eruditos y curiosos, si no se transmite al pueblo, de nada sirve ese saber acumulado.
Caminando por Guayaquil uno aún alcanza a ver alguna de las primeras casas de madera decimonónicas (un incendio a principios del siglo XX arrasó casi la totalidad de la ciudad), puede perderse por callejas con encanto, con galerías de madera de vistosos colores y flores en sus balcones, puede caminar entre los edificios elegantes neo-algo, símbolo de la riqueza comercial de principios de s. XX, puede subirse a los cerros (caminar por barrios pobres es peligroso, como en todas partes, para el foráneo) y ver como la ciudad, la ciudad pobre ha ido creciendo descontroladamente en los últimos 30 o 40 años, ocupando esteros (ríos de agua salada) y manglares y cerros ocupados por casitas de hormigón pintadas de vivos colores que, tras su pintoresca estampa esconden una realidad mucho más cruda.
Y puede también dar el salto al futuro y pasear por nuevas áreas recreativas, paseos fluviales, que intentan rescatar poco a poco parte de esta ciudad para sus habitantes y para todos aquellos que quieran dejarse caer por ella y descubrirla.
Yo invito a ello. No se dejen llevar por la mala prensa que habla de robos y peligros. Sí, esos están ahí, pero si uno tiene un poco de sentido común, baja de su pedestal de extranjero importante, se cura un poco en humildad y vigila bien por donde anda, el riesgo se atenúa y uno puede disfrutar de la visita. El riego está ahí, como lo está en las ciudades europeas, como lo está en nuestro día a día. Así es la vida. Alegrías y desgarrones, como una rosa: Hermosa pero con espinas. No nos queda otra que cogerla y exponerse a clavarse alguna espina.

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