El ir y venir luchando por las cosas más queridas, sin bien nos gasta las manos, nos deja abierta la vida.
- Víctor Jara

martes, 25 de julio de 2006

Más muertos

Hay cosas que me desesperan. Como estudiante de historia y como persona más o menos al tanto de lo que pasa en este turbulento mundo. Y sobre todo como ser humano.

Cuando unas personas, en nombre de algo o alguien, se dedican a matar a otros, cuando esos otros que mueren no tenían nada que ver, simplemente estaban allí, viviendo en la tierra en que les tocó nacer, sin que ellos lo eligiesen, como todas las demás personas del mundo, cuando estas cosas pasan, siento impotencia, rabia.

Otra vez. Ver como este tipo de actos se repiten una y otra vez a lo largo de la historia, ver como son condenados por la humanidad y pronto vuelven a estar al orden del día, me llenan de rabia y de esa sensación de impotencia

Ver como el ejército de Israel hace ostentación de todo su poderío y ataca a un país vecino como el Líbano con el pretexto de acabar con unos terroristas y de paso se lleva por medio ciudades y pueblos que quedan arrasados y con ellos sus habitantes, inocentes que quedan desamparados, mutilados, muertos, me llena de rabia.

Desde la I Guerra Mundial, la población civil se ha convertido en un objetivo de guerra. No existen las víctimas y daños colaterales. Desde la guerra del 14 la población entera de un país es objetivo militar de otro. Y este ejemplo que vivimos es un claro ejemplo. Puede que no sea políticamente correcto decirlo y reconocerlo en público, pero los civiles, inocentes, del Líbano, son un objetivo militar de Israel.

Atacar a la población civil es una manera más de obligar a los gobernantes a doblegarse ante otros gobernantes. Es, tristemente, una manera también de forzar la intervención de fuerzas internacionales para detener un conflicto.

Me pregunto cuántas muertes más necesita Israel para afianzarse ante el mundo. Cuánta gente tiene que morir y en nombre de que sinrazón. No voy a ponerme a analizar el origen del Estado de Israel y los Territorios Palestinos y todo su conflictivo devenir. Si alguien está interesado, que pregunte y le daré alguna referencia bibliográfica. Quiero aquí llamar la atención ante las atrocidades que se están cometiendo otra vez contra personas inocentes. ¿A caso no se ha aprendido nada? ¿De que sirve tantos recordatorios del Holocausto, si luego se actúa de forma similar a la de los verdugos para los que se pide justicia? No existen pueblos elegidos. No existen razones para creerse mejor, superior, más importante que el vecino. No existen ninguna razón para asesinar a una persona, no hay razones políticas o religiosas que lo justifiquen, sólo el egoísmo, el temor y la cobardía justifican el uso de la fuerza bruta contra otras personas.

Me pregunto cuánto tiempo permitirán los habitantes de Israel que sus gobernantes sigan actuando de este modo. Cuánto tiempo seguirán eligiendo a gente sin escrúpulos que asesina a sangre fría aunque sea a larga distancia apretando un botón o dando una orden.

Me pregunto cuanto tiempo tendrá que pasar, cuanta sangre tendrá que ser derramada antes de que las Naciones Unidas actúen al respecto y pongan fin al conflicto. ¿Acaso tendremos que esperar a ver gentes ser asesinadas indiscriminadamente por nuestro televisor, como ya sucediese en el conflicto de los Balcanes –aquella mortal cola por el agua aún está bastante cerca- para que otras naciones actúen? ¿Es más importante el dinero, el petróleo, la supuestamente necesaria supremacía occidental en oriente próximo, que las vidas de seres humanos?

domingo, 23 de julio de 2006

Paseo en canoa

Nunca pasa un día sin que uno no haga algo nuevo. Yo hoy he aprendido a remar. Después de muchos años viendo a otros pasear en piragua o canoa por la Ría de Villaviciosa, me he atrevido a montarme en una y remar. Con mi tío de pilo eso, sí, no sea que acabase en el quinto pino llevado por la corriente... Pero he remado ¿eh?. Ya se que no tengo fama de deportista, pero de vez en cuando uno... Una pena que la foto me la sacasen cuando ya volvía a puerto. Sin lugar a dudas repetiría. Sí.

Veranos en la playa

Aunque no soy de pueblo marinero, aunque mi pueblo sea del interior, desde que tengo conciencia he tenido a suerte de ver el mar. Resulta curioso porque, muchas de las personas que conozco no se encontraron mirando a esa vasta extensión azul hasta que fueron casi adultos. Hay aún muchas personas que, por una razón u otra, aún no se han quedado inmóviles mirando al mar, a la línea del horizonte, gustando ese aroma peculiar, mientras las olas rompen a sus pies y la brisa les borra las preocupaciones de la cara.

Hay muchos niños que no han tenido la oportunidad de jugar con la arena, de hacer castillos, de ser enterrados en pozos en la arena, de saltar entre las olas o correr despavoridos cuando una alga se enreda en sus pies.

Yo, casi desde que nací, he visto el mar. El hecho de tener familia aquí, en la costa asturiana, desde la que escribo esta noche, me ha permitido pasar gran parte de todos mis veranos en la playa desde que tengo uso de razón. Baste decir que no recuerdo la primera vez que vi el mar. Esas fotos de un niño de uno o dos años, con un parche en el ojo, sonriendo bajo una sombrilla modelo años 70, me dicen que llevo muchos, muchos años viniendo por el verano a la playa.

Recuerdo aquellos años de niño jugando en la playa en compañía de mis primos con mucho cariño. Veranos que pasaban volando, que se derretían rápidamente como uno de esos helados saboreados un domingo en la playa.

Este año mi vista a la playa, la de siempre, la de Rodiles, cercana a la localidad de Villaviciosa, donde he pasado tantos veranos, es algo más corta. Como ha sucedido los últimos años, suelo repartir mi tiempo de vacaciones entre varios lugares. Es curiosos ver como las cosas van cambiando con el tiempo, más casas, más turistas, paseos arreglados y adecentados a la orilla del mar y de la ría, autopistas que hacen más fáciles las comunicaciones,... Pero, siempre, la playa, el mar, la gente, los niños, los mismos y distintos a la vez, jugando en la playa, saltando entre las olas, haciendo castillos de arena, como aquel niño con miedo a las algas, con parche en el ojo, que hoy se queda mirando fijamente al mar, al horizonte, dejando que la suave brisa le acaricie el rostro y le despeje la mente...

viernes, 21 de julio de 2006

Eco-aldea

El sábado pasad subí por fin hasta Matavenero, un pueblo abandonado de la provincia de León que ha sido repoblado por los integrantes del grupo Arco Iris, unos nuevos "hipies" como les llaman la gente de por aquí.

El paseo es realmente agradable y bonito si escogéis claro esta la ruta clásica que va desde la localidad berciana de San Facundo (Municipio de Torre del Bierzo) hasta Matavenero. Se la conoce como ruta del Pozo de las Ollas porque por el camino, uno de los principales atractivos es una peculiar y curiosa formación rocosa con forma de olla en el lecho del río. Un capricho de la naturaleza digno de ver. Pero empecemos el camino por el principio, como siempre se hace.

El pueblo de San Facundo tiene ya su encanto. Un lugar apacible, y sobre todo muy fresco, pues se encuentra en un valle cerrado y frondoso. Un pueblo apacible para ir a comer o merendar al aire libre o para refrescarse en la piscina fluvial que han hecho.

En San Facundo se coge un camino sombreado que sube por encima de la presa de hormigón (merece la pena la vista y el contraste naturaleza-hombre) que abastece de agua a Bembibre. El camino sigue por el bosque cruzando artesanales puentes de madera (cudiao donde pisáis...) hasta llegar a un alto desde el que se divisa esa curiosa formación en la roca del río que se conoce como Pozo de las Ollas. Se puede optar por bajar a la orilla y zambullirse, o continuar camino hacia Matavenero. Siguiendo camino la primera parada es Poibueno, el pueblo gemelo de Matavenero, aunque este sigue hoy día abandonado y lo único que queda en pie que se pueda distinguir bien es la arruinada iglesia. Creo que hubo una vez un monasterio en este lugar, y quizá el tipo de construcción utilizado en la iglesia (con una torre en un lateral, en lugar de la espadaña central característica de las iglesias de estos pueblos) responda a este motivo. Desde Poibueno comenzamos la ascensión hacia Matavenero. Según subimos divisamos ya algunas de las curiosas reconstrucciones de viejas casas que han realizado los nuevos vecinos del pueblo. Cuando por fin llegamos a Matavenero, nada nos indica que estemos en un pueblo que permaneciese abandonado durante años, tampoco nada que indique la peculiaridad de sus habitantes, salvo algún tipie que otro. Pero según nos adentramos en el pueblo, nos encontramos con gentes y construcciones, y ilustrativos letreros con normas y recomendaciones que nos indican que estamos en lo que se ha llamado “Eco-village”.

No voy a entrar aquí en detalles sobre cómo llegar hasta el pueblo, o sobre cómo se repobló, sobre sus normas, etcétera. Todo eso lo podéis encontrar en otras páginas web como en este artículo de El País

O en la página web del pueblo: www.matavenero.com

Después de volver de la excursión, me quedé pensativo, preguntándome no tanto las razones que hayan podido llevar a estas personas a abandonar las vidas que llevasen e instalarse en el pueblo, sino la posible finalidad de dicho pueblo, qué se espera de el, qué esperan sus habitantes. Me refiero principalmente al hecho de que el pueblo no es una alternativa total al modo de vida de nuestra sociedad, al menos en lo que se refiere a la constitución de algo totalmente independiente y autosuficiente.

Los habitantes de Matavenero viven apartados de la civilización, sí, pero también unidos a esta, ya que dependen de ella para conseguir alimentos, materiales, y otras necesidades. Esto me hace pensar que, quizá no sea necesario apartarse así de la sociedad, de las ciudades con sus ruidos y sus humos, sino, que quizá sea mejor trabajar para hacer de nuestras ciudades y pueblo lugares más limpios y habitables, lugares más agradables. Si lo que nos molesta son los humos, la contaminación, hay ya un montón de ideas y proyectos para reducir la contaminación. Si lo que nos molesta el ritmo de vida frenético, las normas que a veces no entendemos o no compartimos, siempre podemos trabajar para encontrar maneras de modificar nuestro modo de vida de modo que este sea más llevadero, siempre podemos encontrar formas de participación que redunden en normas que nos parezcan más justas y lógicas a todos.

Se que esto parece un poco utópico, y que ante tales problemas lo más sencillo parece ser la alternativa de buscar un sito alejado y olvidado y vivir más o menos al margen, pero, yo creo que la solución está en plantar cara a la situación en que vivimos y decir: “No, no me gusta como están las cosas, pero no voy a doblegarme ante algo que considero injusto, ni tampoco voy a huir de ello. Voy a plantar cara al problema y buscar una alternativa sin tirar por la borda todo lo que tengo”

Es difícil, pero creo que si empezamos a tomarnos en serio términos que a todos nos suenan, como “desarrollo sostenible”, si eliminamos ciertas máximas por las que se rige nuestra sociedad, como esa de “máximo beneficio al mínimo coste posible”, si hacemos de la palabra Compartir la base de nuestras vidas, entonces conseguiremos esa vida más tranquila y saludable que todos buscamos. Y sin necesidad de irse a vivir a mitad del monte.

Parece utópico pero si todos, poco a poco, comenzamos a trabajar en ello, lo lograremos. Quizá no para nosotros mismos, pero sí para las generaciones venideras. No sólo hay que pensar en nosotros y en acciones que tengan sus resultados ya, sino también en el futuro. ¿Qué hubiese sido de nosotros si los hombres y mujeres que nos precedieron no hubiesen trabajado por mejorar el mundo en que vivían y por dejar algo a sus sucesores?

Por si os gusta la montaña, el senderismo, las excursiones, aquí teneis la página, aunque sin actualizar, de la Peña de Montañeros Gistredo de Bembibre

jueves, 6 de julio de 2006

Encuentro

Para una chica cuyo nombre nunca supe...

Eran las dos de la tarde de un viernes. Él esperaba al tren, de pié sobre el andén, cargado con el equipaje necesario para un fin de semana. Era un joven alto y delgado, estaba pensativo y serio, llevaba ya semanas en la ciudad, y ésta, a pesar del calor repentino de principios de junio, se había convertido en un lugar frío en el que resultaba difícil encontrar compañía. Un lugar lleno de miles de personas, todas absortas en su vida diaria, corriendo de aquí para allá sin pararse siquiera a mirar a un extraño. Y lo peor, él se sentía como una de ellas. Quizá le sentase bien cambiar de aires y pasar un par de días en el pueblo.
No quiso esperar más tiempo y se decidió por el tren de las dos y diez, un cercanías que paraba en todas y cada una de las estaciones y apeaderos desperdigados a lo largo de la vía. Cuando el tren entró en la estación, subió y buscó un asiento confortable, con la butaca de enfrente libre para poder estirar las piernas colocar en ella sus pertenencias bien a la vista. La gente, no mucha, como ya era habitual en el tren últimamente, fue ocupando asientos aquí y allá, desperdigados por el vagón.
Poco antes de la salida subió ella. Era una muchacha de unos veinte años, de semblante agradable, con una carpeta y un bono de viajes en la mano, una estudiante de regreso a su pueblo tras las clases, como todos los días. El tren no estaba medio lleno, pero las prisas, el temor de perder el tren, la hicieron sentarse junto a él.
-¿Está libre este asiento?
Él oculto tras un periódico, a penas acertó a decir, -¿Qué? Sí, sí.
Apenas le vio la cara. Escondido tras el periódico, no se atrevió a levantar la vista, la imagen de la muchacha pasó por el rabillo de su ojo izquierdo mientras ella se sentaba y se acomodaba.
El tren partió. Él realmente no leía el periódico, pasaba las páginas, lo ojeaba rápidamente fijándose en esté o aquel titular, deteniéndose un poco más aquí o allá, y mirando de vez en cuando un poco más a la izquierda para ver si ella seguía aún allí, sin atreverse a levantar la cabeza y decir un "¿A donde vas?" "Hace calor, ¿eh?" Ni un simple hola, una cortesía. Ella estaba sentada con las manos cruzas, mirando al frente, contando los minutos esperando a que la silueta del revisor asomase por la puerta del vagón y rompiesen la tensión con "Billete, por favor". De vez en cuando miraba hacia la derecha, hacia la ventana y ese joven del periódico que disimuladamente apartaba la vista cuando ella se movía.
El revisor llegó y derribó el muro infranqueable del periódico, picó los billetes y continuo su interminable paseo por el tren. Él, el ahora con el periódico sobre las rodillas mira al frente, como ella, intentando vislumbra algo en el azul de la butaca, esperando a que algo que nunca llega le diese pie a seguir una conversación que no sabía cómo empezar.
Cuando se quiso dar cuenta, el tren llegaba a su primera parada y ella se marchaba con un tímido "hasta luego" que él no se atrevió a devolver mientras la veía levantarse y bajar del tren.
Unos minutos después, el tren se deslizaba raudo de nuevo sobre las vías. La tensión del aire había desaparecido, y el estaba ahora solo, mirando fijamente la butaca en la que se había sentado ella, pensando "Por qué, por qué siempre pasa lo mismo. Por qué esta timidez, por qué no me salen las palabras de la boca, por qué no me encuentro con alguien más atrevido que yo, que empiece algo que luego ninguno de los dos queramos parar, por qué, por qué, por qué..."
De repente hacía algo más de frío en el tren, que seguía su camino hacia delante, vacío, inerte, frío, como la ciudad a los ojos de él, precipitándose hacia un futuro inseguro, en el que él intentaba encontrar la calma que tranquilizase a su corazón pensando "la próxima vez será"...