Miren señores, les comprendo. El desorden en educación en este país, como en muchos otros campos, es tal que hay que poner orden, hay que barrer la casa y poner a cada cual en su sitio. La situación de profesores que trabajaban 4 horas al día, que entendían su función docente estricta y únicamente como su presencia en el aula en la hora clase, los supervisores que sólo acudían al centro una vez al año y era con motivo de la fiesta de clausura del año lectivo, las direcciones (¡o incluso centros educativos!) que modificaban el calendario escolar acortando su duración según su antojo, las asignaciones "a dedo" de los contratos y nombramientos laborales, las partidas presupuestarias gastadas en fiestas u otros gastos indebidos, el desigual reparto de recursos materiales y humanos, y la deficiente o nula preparación académica de muchos docentes.
Una situación insostenible. Por eso les comprendo, y les felicito por haber decidido tomar cartas en el asunto de una vez por todas. Exijan, señores, exijan. "Jalen de las orejas", supervisen, ordenen (pongan orden) Pero háganlo con sentido común. Está bien redactar nuevas leyes que corrijan vacíos de las anteriores y que ayuden a poner orden y concierto en semejante entuerto; es también obligación del Estado hacerse presente y velar por el derecho de sus ciudadanos a la educación, una educación digna y de calidad, como tantas veces se ha repetido. Es obligación del Estado exigir que se dé esa educación. Pero también es cierto que exigir no implica restringir, ni tampoco prohibir.
Señores, creo que padecen ustedes de soberbia y prepotencia. No conocen ni parecen creer conocer (y en el conocer) reconocer las grandes diferencias geográficas y culturales de su país, diferencias entendidas no como un mal reparto de la riqueza nacional, sino como riqueza particular (y por ello diferente, distinta) de cada pueblo, de cada región, diferencia que les hace distintos entre sí y que a su vez forma parte de esa rica identidad del Ecuador. O quizá son ustedes simplemente un grupo de personas sin amor por el trabajo, vagos en el sentido último de la palabra, que prefieren tomar y hacer cumplir normas estandarizadas que puedan supervisar por encima cómodamente sentados en un sillón en las alturas de Quito o de algún rascacielos en una ciudad, sin tener que ir al campo, y pisar el barro y reconocer la realidad distinta y no estandarizada que se vive en distintos lugares del país, por necesidad o por voluntad de sus ciudadanos. O quizá son las dos cosas, pues la falta de visión es un defecto congénito a la pereza.
Ahí van ustedes, desde sus nubladas mentes andinas, diseñando e imponiendo a machetazos un modelo de educación, de vivienda, de ciudadano ecuatoriano, salido de la pluma o la computadora de una persona sin identidad propia, sin amor propia, un modelo que podría ser el de cualquier ciudad o país del mundo, que no dice nada de sí mismo, que no se dice nada a sí mismo, y que lo único que logrará será seguramente producir ciudadanos en serie, autómatas ecuatorianos a los que las palabras cultura, patria, familia, Ecuador, no tendrán para ellos ningún significado. ¿Es ése el tipo de ciudadano ecuatoriano que quieren para el futuro de su país? ¿Están seguros? ¿Tan seguros están de que existe un único modelo que sea válido? ¿Tan seguros están de que todas las diferencias de este país son sinónimo de atraso y de mal hacer de pasados gobernantes?
Piensen bien estos interrogantes, y antes de contestar desde su superior visión andina, den un buen paseo por su país, sumérjanse en las calles y en las vidas de sus conciudadanos, con el afán de educar, sí; con el afán de exigir y ordenar, también; pero con los ojos de sabio abiertos para saber rescatar de todo este desorden las perlas valiosas de la sociedad.
Una sociedad no se construye desde arriba, no se diseña en un despacho ministerial. Una sociedad nace de si misma de su convivencia diaria, del pulir y hacer que sus diferencias encajen como piezas de un puzzle, formando todas juntas una sola palabra multicolor, en este caso Ecuador. No intenten hacerlo al revés: no intenten escribir primero esa palabra Ecuador y rellenarla después de lo que ustedes creen que representa o debe representar; por más que la rellenen todo lo que obtendrán será entonces y siempre una palabra hueca.
En educación, es necesario alguien que venga y supervise y ponga orden; pero que lo haga desde la gente, por la gente, para la gente. No desde la planificación de un despacho, por y para dicha planificación. Ustedes restringen, señores, imponen estructuras, modelos, currículos, y en ese sembrar impositivo ahogan las semillas en los pantanos o las secan en los desiertos, simplemente por no ir antes y conocer y reconocer el terreno: ustedes olvidan las lenguas, las culturas, los saberes de las gentes de su propio país y las intentan sustituir por otras prefabricadas carentes de sentido y sentimiento. ¿No sería mejor reconocer y reconocerse en esas lenguas, esas culturas, esos saberes y construir con ellos la educación la identidad de un país?
Estos días ustedes cortan de raíz experiencias punteras, innovadoras en educación por el mero hecho de ser distintas, diferentes al modelo que ustedes propugnan. No son válidas bajo su obtuso punto de vista. ¿Las han observado bien? Hace años, cuando los gobiernos de este país desatendían la educación de sus ciudadanos, unas personas conscientes de ese desastre cultura y social dijeron ¡no! y a pesar de la desidia Estatal, sin ayudas ni apoyos, pusieron todos sus esfuerzos en mejorar la educación de sus ciudadanos y crearon experiencias, modelos, alternativas que todavía hoy están dando sus buenos frutos. ¿No sería mejor señores, escuchar y observar estas exitosas propuestas educativas e incorporar sus logros al sistema educativo del país, en lugar de condenarlas y destruirlas?
Con su centralizada y planificada política, señores, me están diciendo que no puedo ser quien soy, que tengo que olvidar quién fui, y ser uno más, pero no una más cualquiera sino uno más diseñado por ustedes.
No voy a hacer eso señor. De ninguna manera. Siempre seré quien soy, y siempre defenderé mi derecho a ser diferente, distinto, con mis virtudes y mis defectos, siempre dispuesto a escuchar, a corregir mis actos cuando me equivoque, a aceptar supervisiones, a que me exijan para mejor así como ser humano. Pero no voy a dejar de ser quien soy, no voy a olvidar mi cultura, mi lengua, mis creencias y mi espíritu.
Y lucharé, sí, lucharé y trabajaré día a día para que esa cultura que da forma a mis huesos siga viva en mi y en mis hijos, dando forma multicolor y viva a esta sociedad global que falsamente nos venden únicamente en estandarizados grises.
El derecho a ser diferente es el más importante de los derechos.
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