Aunque lo vivo de lejos, estos días estoy triste por el presente de mi país. Con timidez y resignación he entrado en la prensa en internet para el mapa de mi España azul. Triste y azul.
Azul político, claro. Triste, por ciudadanos ciegos que votan siguiendo al canto de las sirenas. No me sorprende el resultado, pues era ya algo cantado. En España siempre sucede así: si las cosas están mal, la culpa es del gobierno y entonces la solución es votar a la oposición. Igual da quién esté en el gobierno y quién en la oposición. Esta vez la culpa la tenían los de rojo y por eso votaron a los de azul. Mañana la culpa la tendrán los de azul y entonces votaremos a los de rojo.
El cuento de nunca acabar. Cuándo se enterará la gente de que hay más de dos partidos. Cuándo se enterará que hay otras opciones de voto, distintas a elegir uno u otro partido, como el voto en blanco, el nulo, la abstención masiva.
No voy a negar que me incomoda ese mapa azul, y que temo por el futuro, pero, lo que más me entristece esta vez, es que ya parece que no es cosa de colores, sino de puros intereses personales u oligárquicos (oligárquicos = de unos pocos) Cuando escucho que Izquierda Unida pacta con el PP para impedir que gobierne el PSOE, cuando escucho que lo primero que hace el concejal, alcalde, o ministro de turno es subirse el sueldo mientras habla de la necesidad de recortes en gasto social para frenar la crisis, siento una sensación de profunda tristeza, de rabia, y de impotencia también.
¡Cómo me gustaría coger a los 20 o 30 millones de españoles en edad de voto y tirarles bien fuerte de las orejas! ¡¿A caso no ven lo que está sucediendo?! ¿Por qué les siguen el juego a esos politicacos?
Cada vez estoy más convencido de que el 1984 de Orwell o el Mundo Feliz de Huxley están realmente a la vuelta de la esquina. No tardará mucho en llegar el día en que nos despertemos y nos encontremos viviendo una realidad horrible, una distopía en la que, como borregos felices que somos, no cuestionemos nada y nos conformemos con cuatro migajas, mientras unos pocos, disfrutan, allá bien arriba donde nadie les ve.
¿Quién puede tener fe en el sistema? ¿Quién puede pensar que aún puede tener arreglo? Está podrido. Huele mal. Y con lo que huele mal no queda otra que tirarlo a la basura, o convertirse en cucaracha para poder apreciarlo.
De verdad, no les entiendo, queridos compatriotas. No entiendo porqué siguen votando, porqué siguen en un juego que no les da más que disgustos. La mano que tira los dados ya no es la de cada uno de ustedes, aunque así les parezca. Somos cada vez más parte de las masas brutas que mueven las maquinarias subterráneas de Metrópolis, mientras los de azul, los de rojo, los de verde, viven cómodos y contentos en sus rascacielos. Y lo peor aún es que no hay rastro de María por ningún sitio.
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