Pocos sitios quedan ya de esta tierra que sean vírgenes, lugares donde el pie del hombre no haya llegado y modificado con su caminar la naturaleza. La selva amazónica no es excepción: ya casi no queda selva virgen. No quiero quitarle romanticismo al tema, pero aquella selva donde uno podía perderse y vivir sin ser econtrado jamás, es ya casi un mito. El hombre, por unas razones u otras, acaba imponiéndose en casi todos los rincones del mundo.
Por desgracia su paso no es inocente. Va allí donde hay algo que le interesa y se lo lleva al precio que sea. La selva amazónica desaparece poco a poco cada año. La tala de árboles, la explotación del petroleo y otras actividades mineras van acabando con la selva poco a poco, contaminándola, convirtiendo ese pulmón verde en un desierto.
Es muy dificil, dentro del modo de vida actual, convencer a nadie de que se deben dejar los bosques tranquilos, de que hay que conservarlos pues ahí está nuestro futuro. El petróleo y la madera pesan al final más que cualquier argumento ecologista. Pero hay también otras maneras, menos intrusivas, menos destructivas de obtener un poco de jugo de la naturaleza. El turimso, por ejemplo.
Cuyabeno es un río y unas lagunas de zona de bosque tropical inundable, en la provincia de Sucumbíos, Ecuador. Un pedacito de selva que ha sido declarado reserva y que parece salvarse de la contaminación de las petroleras y la tala indiscriminada de madereras. En ella subsisten los más diversos e inimaginables animales y plantas, y también algunos grupos humanos, nativos, tan especiales y únicos como el resto de flora y fauna de la reserva. Aunque parezca extraño, la peculiar orografía de Ecuador, los diversos procesos que tuvieron lugar en la historia geológica del territorio que ocupa este pequeño país, le han dotado con una gran cantidad de microclimas que contienen unas de las floras y faunas más variadas del planeta, inclídas, por supuesto, especies en peligro de extinción, espcies que no viven en ningún otro lugar, ni siquiera en otras zonas de la amazonía, lo cual no deja de sorprender si pensamos que Ecuador no es en sí un país amazónico, ya que su superficie de selva tropical es mínima si lo comparamos con Perú o Brasil. Ecuador fue, y sigue siendo, una puerta a la amazonía. Una puerta muy especial, eso sí, y Cuyabeno es un claro ejemplo.
Desde hace ya más o menos un par de décadas, esta zona, que estuvo a punto de sufrir daños irreversibles por la contaminación petrolera, ha encontrado una segunda vida con el turismo. Un turismo bastante cuidado -turismo ecológico le dicen- que obtiene un beneficio considerable de la riqueza de la zona sin destruirla. Al año, unos 7.000 turistas, la mayoría de ellos extranjeros, visitan estas lagunas de Cuyabeno para disfrutar de la diversidad de especies de la zona, para pasear por un pedazo de selva, observando detalles que el cemento borró hace ya años de sus ciudades, viviendo, ya de adultos pequeños sueños infantiles (dormir en la selva) para luego volver a sus países con un puñao de fotografías y anécdotas.
Es realmente una manera bonita de recargar los pulmones y la mente con aire limpio, y de dejar algo para que esa gran bombona de oxígeno que es la amazonía siga funcionando. Y también para tomar conciencia de que no sólo necesitamos los bosques en fotografías.
Y cuando se van los turistas, los que aún permanecen aquí, pueden seguir disfrutando más o menos de la vida que siempre vivieron en la selva, ahora alterada por la presencia de unos hombres blancos, que parece que aunque muy poco a poco, van aprendiendo a no destruir y apreciar otra manera y otras formas de vivir en este mundo.
El progreso no se puede parar, pero es mejor ser guía turístico o guardabosques, que petrolero o maderero.
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