El ir y venir luchando por las cosas más queridas, sin bien nos gasta las manos, nos deja abierta la vida.
- Víctor Jara

miércoles, 30 de julio de 2008

Velocidad

El mundo tiene prisa. Todo corre y con ello la gente. Vivimos en una sociedad en al que las cosas surgen y perecen en un instante mientras nosotros nos preocupamos constantemente por vivir más años.
Rápido y barato son las dos másximas: Restaurantes de comida rápida, ropa barata que dura seis meses, coches más rápidos y potentes que jubilamos a los cinco años por otros más rápidos y más potentes, ordenadores que se quedan obsoletos -se hacen lentos- al año de comprarlos, libros de lectura fácil y rápida que enganchen sin tener que poner mucho de nuestra parte, canciones de tres minutos pegadizas que no requieran que les prestemos demasiada atención mientras caminamos con nuestro ipod en el oído,...
Rodeados de bienes efímeros nosotros luchamos por llegar a los 90 años todavía con capacidad de razocinio y un estado físico más que aceptable, y esta larga vida nuestra que ya casi alcanza la centuria, la vivimos deprisa, porbando un poco de todos los platos, como si fuésemos a quedar incompletos por acabar nuestros días sin haberlo probado todo. No llegamos a saborear el contenido de cada experiencia, de cada día, sólo nos interesa la breve sensación del momento, del minuto concreto, y poder así tachar algo más en la lista y pasar rápidamente a lo siguiente.
La gente ya no tiene tiempo para vivir despacio. La vida es un viaje en un tren de alta velocidad haciendo veinte cosas al momento y mirando el relojde reojo para ver si llevamos o no retraso. Y claro, llega un punto en que tanta velocidad nos marea, sufrimos el consiguiente desgaste y entonces, entre nuestras múltiples actividades incluímos pequeñas pausas de relax que siempre nos saben a poco.

¿No sería mejor, digo yo, tomarse la vida más despacio, dejándonos placeres sin probar por el camino pero degustando a fondo otros?
Me creáis o no, lectores que pasáis la vista rápidamente por este blog intentando captar la escia de este texto en el menor tiempo posible, existe placer -un placer especial- en tomarse la vida con calma, en "perder un poco el tiempo" y vivir despacio; aunque parezca improbable, hay cosas que uno se pierde al vivir deprisa.
Probad un día a dejar el coche en casa y coged el bus urbano, o uno de esos trenes regionales que paran en todas partes. Y no llevéis con vosotros un libro en que esconderos y con que ocupar el tiempo en el viaje y menos aún un walkman, o mejor dicho ipod. Hay cierta magia en observar al viajero de al lado, intentar averiguar qué nos cuentan sus ojos, iniciar una conversación con un extraño diciendo simplemente hola o buenos días. O mirar a través de la ventana y detener nuestra vista en gentes y lugares en los que no nos bajamos. Viviendo así, peridiento el tiempo mientras viajo, encuentro yo, por ejemplo, la inspiración para los pensamientos, sueños, e historias que escribo en este blog, haciendo crecer más mi curiosidad por ver y conocer.
Y por qué no, compraros un buen pantalón que, aunque más caro, dure dos o tres años. Puede que pase de moda, pero cada vez que os lo pongáis os hablará de aquel viaje, de aquella fiesta, de aquel encuentro. Igual que el viejo coche o el sabor de aquella cena sin prisa con chistes y sonrojos, que vuelve a vuestro paladar cada vez que tomáis otra vez el mismo plato.

Compraros un buen pantalón que aguante tardes sentados en un banco del parque. Sacad un bonobús o comprar un calzado cómodo para caminar. Compraros un libro bien encuadernado y con buena letra (da igual que ocupe más sitio en la estantería) y pasar sus páginas lentamente, con cariño. Compraros ese disco y escuchad antenta y tranquilamente todas las canciones. Tomáos la vida tranquilamente. Caminad, movéos, sin pausa pero sin prisa. Saboread la vida. Es la mejor medicina para cuerpo y alma.

lunes, 21 de julio de 2008

La espera

Sentado. Esperando. Con las maletas casi listas, contando los días que faltan para empezar una nueva vida. Nervioso y ansioso por partir, también con miedo ante lo nuevo y lo desconocido, ante esa incertidumbre con que siempre se va desvelando el futuro poco a poco.
Pensando, observando los árboles a través de la ventana abierta, con la fresca brisa de la mañana en la cara surrándome de tierras nuevas y viejas que veo en sueños. Inentando mirar más allá de mi escritorio, rompiendo lentamente las cadenas que me atan aún a esta vida, haciendo listados de todo aquello que no he hecho y que de pronto siento necesidad imperiosa de hacer, temiendo no tener ya nunca más la oportunidad de realizarlo: libros que no he leído, paseos que no he dado, vinos que no he probado, melodías que aún no he escuchado. Todas mis aficiones presentes me agarran, temiendo quizás que escape para siempre al encontrarlas sustitutos que quizá me ofrezcan algo diferente, algo que ellas no han logrado darme.

Se que no hay respuestas concretas. No hay justificaciones totales, no cuando sientes que no sabes por qué, pero necesitas cambiar, beber de otras fuentes y respirar otros aires, y no hay nada ni nadie que te diga o te convenza totalmente de qué fuentes probar. La única certeza es la de lo que ya conoces y eso ya ha perdido su gusto y sabor. Pienso en las palabras del poeta: "Caminante, no hay camino, se hace el camino al andar". La vida es elección y elegir es renunciar a unas cosas para abrazar otras nuevas.
La elección ya está tomada. Quiero probar otras fuentes, quiero perseguir esos sueños que siempre he tendio y de los que mis miedos me han tenido apartado tanto tiempo, sin rumbo fijo hacia un futuro concreto, simplemente trabajando, moviendome, probando. Si encontraré mi camino, mi lugar, esa razón para vivir, ese porqué eterno, lo desconozco. Ni siquiera lo voy a buscar, porque eso me haría viejo y desdichado. Voy a vivir, que es lo único que conozco, y vivir trazando mi camino, no me gustan las autopistas, llevo mucho tiempo caminado por ellas.

El barco ya esta casi a punto. Sólo resta que lleguen los vientos favorables y pueda por fin soltar amarras. Y mientras tanto, sigo esperando, y la espera me atrapa en sus redes haciéndome pensar, temer, soñar...

jueves, 10 de julio de 2008

El piso

-Vaya aspecto. Menudas ojeras tienes, lo de decorar tu nuevo piso te está quitando el sueño, ¿eh?
-Calla, no me hables. Resulta que me cambio a un piso nuevo, apartado del ruido y el tráfico del centro y van y me tocan vecinos ruidosos abajo. Toda la maldita noche metiendo ruido. Todas y cada una de las noche de la semana.
-¿Y no les has llamado la atención?
-¡Por supuesto que les he llamado la atención! Pero ni caso. Da igual que des golpes en el suelo, que grites, que piques en el timbre... A principio parece que paran, pero luego, en cuanto estás ya de nuevo en la cama con los ojos como platos rezando para que te dejen d0rmir, empiezan otra vez esos malditos ruidos.
-¿Qué clase de ruidos? ¿Qué hacen exactamente?
-Ruidos... -Ramón estaba nerviosos, gesticulaba con cara y manos mientra hablaba- No hablan en voz alta ni gritan ni se pelean. Tampoco es que pongan música o la tele a todo meter. No. Son... ruidos...
-Como si moviensen muebles o arrastrasen sillas...
-Sí. No. No se. Ruidos... Quiero que los oigas, por eso te llamé.
-Ja, ja, ja. Me empieza a sonar a broma pesada. Si no fuese porque te conozco bien... En fin, aquí me tienes para aguantar lo que sea. -Dió un palmadita en el hombro a Ramón y caminó hacia el estudio con una caja de libros- Todos tenemos vecinos ruidosos de vez en cuando.
-Pero estos ruidos son diferentes.

Pasaron la tarde acabando de montar estanterías y colocando libros, riendo, charlando de viejas anécdotas atrapadas en álbumes de fotos. Cenaron pronto, acompañados por un sol enfermo de color naranja que se ocultaba léntamente tras los edificios de la ciudad, y luego se sentaron del nuevo televisor con home cinema para disfrutar de unas buenas películas acompañadas por una buena bebida. Era casi la una de la madrugada cuando acabó la última película. Ramón, que había dado sendas cabezadas durante las películas, volvía a estar completamente despejado y alerta, intentando oler algo en el ambiente, intentando captar algo con su sexto sentido. Apagaron el equipo. La casa estaba en completo silencio. Ni un solo tictac de reloj, ningún electrodoméstico de concina zumbado a horas intempestivas. Unos gatos pasaron por el patio trasero peleándose. Los dos amigos se sobresaltaron y rieron.
-De verdad, pareces paranoico. -dijo el amigo de Ramón- No me extraña que no duermas, mírate a un espejo: tenso nervioso, sudando como un enfermo o un loco. Tómate una tila, macho.
-He tomado de todo. Tila, pastillas para domir, me he puseto tapones,... es igual. Siempre esos malditos ruidos. Se te meten en el cerebro aunque no quieras, a veces tengo la sensación de oirlos todo el día en todas partes... sí, creo que me estoy volviendo loco. Ya oirás, ya.
Ramón encendió la luz del cuarto de invitados. Estaba todavía sin amueblar, salvo por dos camas vestidas únicamente con sábanas.
- He probado todas las habitaciones -Ramón caminó hacia la ventana, la cerró y bajó la persiana- Mi cuarto, el cuarto de invitados, el estudio, el salón. Da lo mismo. Una vez que empiezan, se oyen en toda la casa.
- En fin. Veremos. -Su amigo, esceptico se desvistió y se metió en una de las camas. Ramón hizo lo mismo y apagó la luz.
- Oye, -dijo su amigo encendiendo la luz- como sea una broma de las tuyas..
- No.
Serio, Ramón apagó la luz y se quedó boca arriba, mirando el techo en la oscuridad, esperando.

Había pasado media hora cuando empezó. Primero era un ruido debil, como una ventana mal engrasada que chirría movida por el viento. Sonaba abajo, suave, muy abajo. Poco a poco, el chirrido comenzo a aumentar de intesidad. De repente un golpe seco. Otro. Otro. Otro. Cada vez más fuerte.
Se incorporaron y quedaron quietos con la luz ecendida, expectantes. El ruido ahora varia de todo, era más metálico, un chillido suave, ahora también algo silvaba misteriosamente a lo lejos. Ramón miró a su amigo. Éste miraba con asombro, nervioso. Se incorporó y empezó a pasear por la casa mirando al suelo. Ramón le siguió. El ruido cada vez se hacía más intenso, más, más. Ahora se oía también un ruido a compasado, como los muelles de una cama, pero lento y fuerte. Un estraño ruido como un chillido gutural sono de pronto. Ramón vió cómo el rostro de su amigo se ponía blanco. Luego algo el sonido de algo que se arrastraba, un mueble, quzás. El chirrido, el golpe, el grito gutural, el chirrido, el golpe, el rudio gurual, el chirrido, el grito, el grito, el grito.
-¡¡¡Basta!!! ¡No se que coño haceis ahí abajo cabrones, pero ya vale!- Ramón dió dos patas con fuerta en el suelo.
-Es la cosa más rara que he oido en mi vida. ¿Quien demonios vive ahí abajo? ¿Ruidos de cama? Demasiado raro. ¿Muebles? No se. -Su amigo pegaba ahora el oído al piso de la habiación.- No se oye a nadie gemir, ni respirar, ni hablar...
-¡Unos malditos degenrados! -Ramón gritaba enloquecido al suelo mientras se tapaba los oídos- ¡Esos son los que viven abajo, unos locos, degenerados!
-¿Les conoces de algo?
-¡Qué les voy a conocer! ¡Aún no conozco a nadie en este edificio, sólo llevo aquí una semana y a este paso me voy a ir a vivir a manicomio!
Los ruidos seguían, seguían, seguían. No eran tremendamente algos, pero se metían en la cabeza, en el cerebro, concentrando todos los sentidos en ellos, haciendo enloquecer a cualquier ser humano.
Ramón golpeaba el suelo otra vez. Su amigo se asomó por la terraza de salón. En la calle no se oía nada, las ventanas del piso de abajo estaban cerradas y no se apreciaba luz dentro.
-Vamos a llamar a su puerta.
-Bien. Toma. -Ramón entregó a su amigo un bate de béisbol mientras el cogia una palanca-
-¿Te has vuelto loco?
-No se lo que habrá ahí dentro, pero o se calla por si solo o lo hago callar yo.

En la escalera del edificio tampoco se oía nada. Bajaron un piso y se pararon delante de la puerta. Pegaron el oído a ella. Nada. No se oía nada. Extrañados, tocaron el timbre. Nada. Siguieron tocando insisitentemente. Ramón, enfurecido empezó a aporrear la puerta.
-¡Se que estáis ahí, cabrones! ¡Abrid de una vez si teneis lo que hay que tener! Vamos, ayúdame -Ramon empezó a intentar abrir la puerta con la palanca mientras seguía gritanto improperios a sus vecinos. Su amigo, inmovil, observaba tenso la situación.
La puerta cedió, Ramón se precipitó dentro gritando.
-¡¡Hijos de...!!

-¡¿Se puede saber a que vienen todos esos gritos y golpes?!
El amigo de Ramón soltó el bate asustado y giro sobre si mismo para encontrarse con una vecina malhumorada en camisón.
-Esto... Mi amigo es el vecino de arriba... No nos dejaban dormir los de aquí abajo... unos rudios espantosos y bajamos a llamarles la atención a ver si hacen el favor de callarse.
-¡¿Aquí en el primero?! ¡Pero que dice, ahí hace años que no vive nadie!
- Que no vive...
- ¡No! Ese piso lleva vacio por lo menos 2 años. Váyase a su casa y deje de formar jaeleo en la escalera o llamo a la policía. Lo que nos faltaba ahora, vecinos nuevos escandalosos, fiesteros. ¡
¡Vah!
La mujer volvió a su piso dando un portazo. El amigo de Ramón nervioso, recogió lentamente el bate mientras miraba intranquilo la puerta abierta del primero izquierda.
-¡Ramón! ¡Ramón! ¿Estás ahí?
Comenzó a caminar lentamente por el piso. No había luz. No se oía un solo ruido. Seguía llamando a su amigo mientras caminaba por el piso apenas iluminado por la luz que se colaba por la escalera. Encontró los plomos y dió la luz. En la mitad del pasillo estaba la palanca de Ramón. Fue registrando las habitaciones léntamente. El piso estaba completamente vacio. Tan sólo había algunos muebles tapados con sábanas. Ramón no estaba. Se encotraba depié en el pasillo, nervioso, sin saber que hacer o decir, cuando se cerró la puerta a la vez que se apagaba la luz.
Comenzaron de nuevo los ruidos.

miércoles, 2 de julio de 2008

Una película de Fellini

Las películas de Fellini siempre me hacen sonreir. Sobre todo Amarcord. Siempre me emborrachan con su imaginería visual, las situaciones surrealistas, fantásticas, cómicas, grotescas, que desfilan sin cesar por la pantalla.
¿Fantasía? Sí, quizás ¿O quizás no? Con el tiempo me he dado cuenta de que Fellini no contaba historias fantásticas, cuentos, comedias gortescas. No. Fellini filmaba la realidad cotidiana como el mejor de los documentalistas. Sacaba la cámara a la calle dejaba que una pandilla de niños hiciese sus pantomimas y burlas delante del objetivo, o filmaba a la gente en sus actitudes más comunes, más mundanas, esas que ahora nos parecen extravagantes, sacadas de números de circo, de comedias teatrales.
Nuestra sociedad antiséptica, como yo la llamo, nos ha hecho vivir sin fantasía, sin sueños, sin risas. Ha eliminado esa capacidad para el imprevisto que teníamos cuando éramos inocentes niños y nos ha envuelto en un sentimiento del ridículo creando una falsa necesidad de aislamiento y comododidad. De ahí que el cine de Fellini nos parezca fantasía y no realidad.
Sólo hay que volver la vista atrás unos años: Cuentan mis padres cómo, cuando no tenía tele, se paraban delante del escaparate de la tienda de electrodomésticos, todos quietos, ante aquella tele muda tras el cristal, niños, viejos, gente vestida de domingo.
Como en una película de Fellini.
O cómo cuando llegaban tantos invitados y familiares que no había sitio en la cocina y tenían que comer a dos por plato para poder comer todos juntos (extraña costumbre esta de comer en familia, que por desgracia, se va perdiendo poco a poco) Otra escena de película.
Y si no, críos soltado grillos en el cine, gente viajando con gallinas sueltas por el vagón del tren, gente depié en un Diane 6 con la capota recogida asomado sus sonrientes cabezas, otros, bajando el puerto 6 en furgoneta destartalada, con los muebles a cuestas y repartiendo la merienda por el camino... mil y un esecenas de película, mil y un retales de la vida real.
Yo aún recuerdo mis porpias peripecias surrealistas, de cuando era niño y aún se nos permitía soñar y hacer cosas que hoy ya no nos atrevemos ha hacer: aquellas interminables colas para ver la película gratis en Caja León, tirados por los suelos de la sala cuando se llenaba, pataleándo cuando se encendían las luces a media película para cambiar el rollo en el arcaico proyector. Y aquel acomodador que te revisaba la boca para ver si no llevabas chicle a la entrada.O aquella foto de carnaval, que casi parecía representación artísca de uno de los libros de El Pequeño Nioclás, todos vestidos de carnaval con unos trajes rígidos y anchísimos, empujandonos y estirándos en aquella escalera, con un profesor perfeccionsita y un fotógrafo impaciente... o durmiendo la siesta esptarraos en las butacas en aquel concierto de "Música de fiesta de la corte de Felipe IV" mientras "una gorda hacía gorgoritos".

Hoy tenemos nuestra conexión de banda ancha, nuestras televisores de 16/9 con home cinema, nuestros cines insonorizados y pintados de negro... Comodidad es nuestra principal preocupación. Un amigo mío se quejaba hace tiempo porque fue al cine a ver King Kong y unos críos se pasaron toda la película diciendo "King Kong, King Kona, y los Kingkonitos". Yo hubiera pagado mi entrada bien agusto por ver el horrible remake de King Kong si me hubiesen asegurado que la pandilla de crios extra estaría sentada mi lado.
Nos hemos vuelto tan cómodos y perfeccionistas que nos molestan los bichos, las risas, las caras de críos haciendo el bobo a nuestras espaldas. Preferimos televisores de alta definición para ver la película en nuestro salón sin que nos moleste nadie. Ya ni siquiera vamos al videoculb, bajamos la película de internet y nos evitamos otro roce social más temiendo que nos haga perder nuestro preciado tiempo. Compramos miles de libros que realmente no queremos leer más que una vez en lugar de ir a la biblioteca. Paeamos por brillantes centros comerciales y cenamos en cómodos restaurantes-cadena todos igualitos y prefabricados y con camareras todas igualitas y prefabricadas, cuando podíamos estar paseando por el barrio viejo de la ciudad comiendo en un bar con el piso sucio y la barra gastada y un dependiente gracioso y cascarrabias.

No se que nos ha pasado por el camino. No se bien cuando salimos del celuloide para pasearnos por esta realidad virtual, falsa, como todo lo virtual, una supuesta realidad que nos venden como progreso y bienestar y que aceptamos a pies juntillas. No es la edad la culpable, pues antes los adultos también eran algo críos. Creo que la culpa la tiene el maldito dinero. La gente vive mejor con poco en el bolsillo. No hay que pasar hambre, pero la falta de un sobrado superábit a final de més estimula la imaginación y es bueno para el alma y la mente.

Tom Pacheco - Woodstock Winter (1997)

Debería haber dejado este disco para el invierno. Por el título, la portada, los temas de algunas de las canciones, y ese airea cogedor y cálidos que se respira al escucharlo. Sin embargo, quería arroja un poco de luz sobre la figura de este poco conocido cantante folk norteamericano, y este es el único disco de él que tengo. Por suerte, es una obra maestra.
Leí el nombre de Tom Pacheco por primera vez en un CD tributo a Pete Seeger, pero fue un amigo quien despertó mi curiosidad e interés por el artista haciéndome escuchar algunas canciones en CDBaby en una de esas en que ninguno de los dos sabía qué hacer.
Lo primero que me atrapa de Tom Pacheco es esa voz cálida y sincera, con sabor añejo como el de los viejos cuentacuentos, y también el corazón acústico -folk- de su música. Luego el oido se detiene en las letras de sus canciones: historias de gentes sencillas que cualquiera nos podríamos encontrar por la calle, canciones de amor escritas desde el corazón, pequeños retales de historias personales, guiños a héroes y personajes de tiempos pasados.
Tom Pacheo es uno de esos artistas echos con un molde artesanal que no se dejan modificar y comercializar por los productores de artículos sonoros en masa. Él es consciente, creo, de que eso mataría su música. Y la música es lo que importa.
Lanzo aquí esta red musical con la esperanza de que os atrape a mitad del camino como me sucedió a mi.

Lo sagrado (The Sacred) - Tom Pacheco

Un trabajo en la compañía con un sueldo muy alto,
dirías que lo tenía todo:

una casa de doce habitaciones con Renoirs en las paredes,

una pisciscina grande y un Cadillac
vacaciones en Aspen y en Sevilla.

Relog Rolex puro oro en su muñeca,

cartera llena de targetas de crédito,

dos caniches rosas y un san bernardo.

Pero un gran agujero llenaba su alma

Actuaba de manera extraña, dicen sus amigos.
Un día dejó su vida y se fue lejos.


Y cruzó montañas

A través de Tierras Sagradas

Buscándole un sentido

al plan maestro

en un templo budista
en el Vaticano

hasta que encontró lo sagrado

en un grano de arena.


Pasó seis meses con los Iroqueses

Allí extendió sus brazos alrededor de un árbol
y su corazón se llenó de fuerza y energía

En París aprendió a pintar
En la India a respirar

En Bosnia rezó por la sensatez.


Y cruzó montañas...


Ahora vive en un pueblo de Paraguay

Donde los ángeles y los espíritus moran
Camina una milla para sacar agua de un pozo

Todas las noches observa las estrellas

Hay una sonrisa de tranquilidad en su rostro

El dulce viento sopla a través de los cañizales.

Y cruzó montañas...

Página web de Tom Pachecho
Tom Pacheco en CDBaby
Tom Pacheco en YouTube