El mundo tiene prisa. Todo corre y con ello la gente. Vivimos en una sociedad en al que las cosas surgen y perecen en un instante mientras nosotros nos preocupamos constantemente por vivir más años.
Rápido y barato son las dos másximas: Restaurantes de comida rápida, ropa barata que dura seis meses, coches más rápidos y potentes que jubilamos a los cinco años por otros más rápidos y más potentes, ordenadores que se quedan obsoletos -se hacen lentos- al año de comprarlos, libros de lectura fácil y rápida que enganchen sin tener que poner mucho de nuestra parte, canciones de tres minutos pegadizas que no requieran que les prestemos demasiada atención mientras caminamos con nuestro ipod en el oído,...
Rodeados de bienes efímeros nosotros luchamos por llegar a los 90 años todavía con capacidad de razocinio y un estado físico más que aceptable, y esta larga vida nuestra que ya casi alcanza la centuria, la vivimos deprisa, porbando un poco de todos los platos, como si fuésemos a quedar incompletos por acabar nuestros días sin haberlo probado todo. No llegamos a saborear el contenido de cada experiencia, de cada día, sólo nos interesa la breve sensación del momento, del minuto concreto, y poder así tachar algo más en la lista y pasar rápidamente a lo siguiente.
La gente ya no tiene tiempo para vivir despacio. La vida es un viaje en un tren de alta velocidad haciendo veinte cosas al momento y mirando el relojde reojo para ver si llevamos o no retraso. Y claro, llega un punto en que tanta velocidad nos marea, sufrimos el consiguiente desgaste y entonces, entre nuestras múltiples actividades incluímos pequeñas pausas de relax que siempre nos saben a poco.
¿No sería mejor, digo yo, tomarse la vida más despacio, dejándonos placeres sin probar por el camino pero degustando a fondo otros?
Me creáis o no, lectores que pasáis la vista rápidamente por este blog intentando captar la escia de este texto en el menor tiempo posible, existe placer -un placer especial- en tomarse la vida con calma, en "perder un poco el tiempo" y vivir despacio; aunque parezca improbable, hay cosas que uno se pierde al vivir deprisa.
Probad un día a dejar el coche en casa y coged el bus urbano, o uno de esos trenes regionales que paran en todas partes. Y no llevéis con vosotros un libro en que esconderos y con que ocupar el tiempo en el viaje y menos aún un walkman, o mejor dicho ipod. Hay cierta magia en observar al viajero de al lado, intentar averiguar qué nos cuentan sus ojos, iniciar una conversación con un extraño diciendo simplemente hola o buenos días. O mirar a través de la ventana y detener nuestra vista en gentes y lugares en los que no nos bajamos. Viviendo así, peridiento el tiempo mientras viajo, encuentro yo, por ejemplo, la inspiración para los pensamientos, sueños, e historias que escribo en este blog, haciendo crecer más mi curiosidad por ver y conocer.
Y por qué no, compraros un buen pantalón que, aunque más caro, dure dos o tres años. Puede que pase de moda, pero cada vez que os lo pongáis os hablará de aquel viaje, de aquella fiesta, de aquel encuentro. Igual que el viejo coche o el sabor de aquella cena sin prisa con chistes y sonrojos, que vuelve a vuestro paladar cada vez que tomáis otra vez el mismo plato.
Compraros un buen pantalón que aguante tardes sentados en un banco del parque. Sacad un bonobús o comprar un calzado cómodo para caminar. Compraros un libro bien encuadernado y con buena letra (da igual que ocupe más sitio en la estantería) y pasar sus páginas lentamente, con cariño. Compraros ese disco y escuchad antenta y tranquilamente todas las canciones. Tomáos la vida tranquilamente. Caminad, movéos, sin pausa pero sin prisa. Saboread la vida. Es la mejor medicina para cuerpo y alma.
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