El ir y venir luchando por las cosas más queridas, sin bien nos gasta las manos, nos deja abierta la vida.
- Víctor Jara

viernes, 15 de abril de 2022

El éxodo

 Llueve. Llueve a mares estos día en la Amazonía. Es una sensación extraña en este clima tropical de calor húmedo y sol. No hace frío, pero las noches y a veces el día también, refrescan y un aire frío se mete en el cuerpo y no quiere salir. La humedad trepa por las paredes, penetra en ellos, gotea por todas partes.

Y afuera, entre el frío húmedo de la Amazonía están ellos. Les miro con impotencia, sin saber qué decir. Una familia entera seguramente: padre, madre, hijos e hijas, algún tío o quizá algún vecino que se les ha unido. No cargan grandes mochilas, no visten como los viajeros y aventureros que se mueven "a dedo" por la selva y que de vez suelen pasar por la ciudad vendiendo artesanías, malabares o canciones. No, no son el músico transeúnte que cambia unas monedas por un café y un cuarto donde pasar la noche hasta emprender el viaje a la mañana siguiente.

Ellos viste casi como tú y como yo. Casi porque seguramente llevan día sin poder cambiarse y lavar la ropa. Caminan cargando los wawas, empujando un carrito de bebé, se sientan estratégicamente en algunos puntos de la ciudad y piden dinero a cambio de un caramelo o por caridad. Y cuando llega la noche, se instala en el frío soportal embaldosado, y espera a que pase la noche: las pocas cobijas son para los niños, los adultos se hace un ovillo y aguantan estoicamente las inclemencias del tiempo.

Siento un escalofrío que me parte el alma. ¿Cómo pueden llegar hasta tal punto? ¿Qué puede haber pasado en su historia para qué, unas personas que a todos rasgos son como tú y como yo, se haya visto obligada a dejar su casa, coger su pertenencias y buscar fortuna y vida en otro país? No puedo sacarme eso de la cabeza: no son pobres de solemnidad, son la clase baja de la clase baja salida de un suburbio o un barrio de chabolas, no pertenecen a ningún grupo étnico o social con que pueda carga algún estigma o algunas tradiciones y formas de vida milenarias. No, ellos son como tú y como yo. Quiero acercarme y preguntar su historia, pero realmente no tengo mucho a cambio, y no puedo arreglar su situación. Finalmente, hago como muchos otros, miro hacia otro lado, corro la cortina y dejo que el tiempo pase y se los lleve.

 ¿Cómo hemos llegado hasta este punto? ¿Cómo podemos ignorar la desgracia y problemas de los demás fingiendo que no les hemos visto? Este pensamiento acaba rematándome. No puedo, no puedo entenderlo. Entiendo que uno solo con sus medios no puede hacer nada, sólo puede retrasar lo inevitable, pero como grupo, ah, en grupo el asunto cambia: podemos, sí, como grupo, como sociedad podemos cambiar el problema de raíz. 

Y es que el problema no está en las necesidades coyunturales de estos inmigrantes (comida, un techo que les de cobijo por una noche o unos días) sino en los motivos que les obligaron a dejar una vida en otro país y migrar con lo puesto a un país al norte o al sur de su patria. El problema está siempre por debajo, penetrando por la médula de toda la estructura, política, social y económica de los países. Pueden llamarlo corrupción, egolatría, malas decisiones (según quien las mire, claro) económicas, crisis, guerras, ... La lista es grande, pero lo llamen como lo llamen, el problema es también nuestro: no es un problema interno de cada país: la corrupción, las crisis económicas, las guerras no son producto de las acciones de unos dirigentes o un pueblo aislado, son el producto de toda la interacción de ese país con los otros países, esa comunidad internacional, donde sí, estamos nosotros.

No me miren así. En el fondo saben que no les descubro nada nuevo. La política internacional es la que motiva casi todas las crisis políticas y socioeconómicas del mundo, es la que está detrás de casi todos los flujos migratorios: el bienestar de unos pocos, en nuestro modelo actual de bienestar, requiere el empobrecimiento de muchos. No es un sistema equitativo. Lo saben. Si queremos que lo sea, si queremos realmente ayudar a esos migrantes que duermen en los soportales, debemos cambiar nuestra cómoda beneficencia por otras acciones, estructurales, en nuestra vida: guárdate la calderilla de las limosnas y piensa bien cómo y en qué estas gastando tu dinero. Piensa en cómo y en qué políticas y acciones estás apoyando cuando compras cualquier bien o servicio, y cómo y a quién estás realmente apoyando cuando votas.

Ecuador está vendiendo la explotación de su petróleo a empresas extranjeras (otra vez) que se están enriqueciendo llevándose el mayor porcentaje de riqueza, y dejando el porcentaje menor en el país. Ahí tienen ese reparto: el bienestar de unos pocos  (la impresa internacional) y el empobrecimiento de muchos (el pueblo ecuatoriano) También aquí en Ecuador las políticas y acuerdos económicos internacionales están inundando los supermercados de productos extranjeros: productos que sí se producen en Ecuador, están desapareciendo sustituidos por los mismos productos pero producidos (es decir, importados) desde el extranjero, y lo hacen a precios similares (normalmente, sólo unos céntimos más) al producto nacional. De nuevo tenemos el enriquecimiento de unos pocos (la empresa internacional, el importador) y el empobrecimiento de muchos (el pueblo ecuatoriano).

Una simple mirada a nuestra política local, y una simple mirada a nuestra canasta mensual, nos puede dar luces de porqué la gente migra, porqué se van sólo con lo puesto, buscando algo mejor. Son muchos los ecuatorianos que vuelve a pensar migrar hacia el norte. Allá, cuando lleguen al norte, no serán muy distintos de estos migrantes venezolanos o colombianos que duermen en los soportales de esta ciudad ecuatoriana, y los motivos de su éxodo no serán muy distintos a los de ellos.

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