El ir y venir luchando por las cosas más queridas, sin bien nos gasta las manos, nos deja abierta la vida.
- Víctor Jara

domingo, 22 de septiembre de 2019

Un país que no camina

Un concierto, líderes bailando a una vieja música con una letra nueva hecha para la ocasión, una foto, aires de cambio, una nueva foto, los que nunca han salido en la foto ahora en el frente. Borrón y cuenta nueva. Aires de revolución, de renovación, cambio.

Esa es la vida política de este país que me ha acogido durante ya más de 11 años, poco tiempo quizá, pero lo suficiente como para hacer una pequeña crítica constructiva a estos procesos "democráticos" (las comillas, verán, están completamente justificadas) desde el punto de vista de un ciudadano, residente, con derecho a voto, y siempre comprometido con la vida política del país: por encima de partidos, ve y vota: ejerce tu deber como ciudadano. Sigo convencido de que éste es el menos malo de los sistemas.

Acá el sistema democrático se da. La gente vota (por obligación, por desgracia) y elige sus líderes y respeta la decisión de sus líderes, que son en mayor o menor medida títeres de lobbys financieros internacionales. Todo normal. Pero aquí también tienen la costumbre de destruir el pasado. Sí, destruir. No olvidarlo (de eso se encarga el tiempo) sino de destruirlo: cada nuevo líder, cada nuevo gobierno, se dedica a difamar, desarmar y destruir toda obra o proyecto del anterior gobierno. No hay ni siquiera un análisis del proceso y de la gestión anterior, simplemente hay que crear algo "nuevo". Así, se derrumban puentes, se cambian modelos de gestión, se crean nuevos procesos burocráticos, se apropian (en el sentido etimológico de la palabra) de proyectos e instituciones, y -si la coyuntura económica internacional lo permite- se construye alguito.
Uno podría pensar que todo esto se hace por el bien del pueblo, pero uno tiene siempre la sensación de que se hace por la foto, por el ego. O al menos que siempre se pone por delante la foto en las prioridades: hay que demostrar rápidamente que se está haciendo algo nuevo, para ganarse no al público, sino para demostrar a los que nos votaron de que se está cumpliendo con sus expectativas de cambio.

Así, cada vez que hay un cambio, nacional o seccional, se comienza de nuevo. Se destruye el pasado para que nadie dude de que por fin llegó el cambio y por fin se hace algo. Si todo lo que se hizo estaba mal, y se destruye para que no haya nada, y se hace algo nuevo, desde luego que a todos les parecerá que ahora sí se hace algo. Pero, por debajo de ese algo ¿qué hay, dónde están las raíces, el proceso de desarrollo, de cambio, la supuesta mejora, si no se parte de nada? Si todo se comienza de cero cada cuatro años, dónde está el proceso de desarrollo del país, de la sociedad?

En estos días, a algo más de 100 días de gobierno de los nuevos gobiernos municipales y provinciales, todo se construye de nuevo, ahora todo funciona por fin después de años de desidia. Incluso hasta lo que funcionaba se tilda de "no funciona" para llevarse el crédito. Vivimos en un país en el que se destruye y se olvida el pasado reciente para crear un presente efímero, construido en personas, en caras con nombres y apellidos, y con una expectativa de futuro de cuatro años a lo sumo. Es el populismo llevado al extremo, en el que el líder y su proyecto es uno mismo, en el que se lleva al frente no a los oprimidos y olvidados, sino a aquellos que durante años no sacaron el boleto ganador en la rifa y a los que ahora, por la mano magnánima omnipotente se les pone al frente: caras nuevas, proyectos nuevos. ¿Son caras nuevas, o es la misma cara con una nueva careta? ¿Cómo podemos estar seguros de hacer lago nuevo, de cambiar si destruimos el pasado? ¿No nos quedaremos sin saberlo en el mismo sitio?

El baile político, el baile de la sociedad se me parece tanto a aquel two-step estadounidense en el que todo se me un paso adelante y dos atrás. Quizá sea eso. Quizá sea esa herencia colonial (o neocolonial) de Estados Unidos, esa que veo en la morfología de las calles y la fisionomía de las ciudades de este país, en los modelos últimos de las relaciones sociales, económicas y sí, cada vez más las culturales de este país, un país que sigue todavía luchando contra la herencia cultural y el yugo hispánico sin darse cuenta de que ya ganaron la batalla a la Corona, que el sincretismo les hizo suyos, y que la colonia -invisible, pero siempre presente-, es otra.

Miren, nada progresa si no se parte de un pasado. Nada cambia si se cortan las raíces en lugar de trasplantarlas. Nada mejora y se fortalece si no hay un buen análisis del proceso previo. No se construye ni se diseña nada nuevo si no se parte de lo que crearon e inventaron los que vinieron antes. Conservemos el pasado. Reivindiquemos el no el pasado, sino el conservar el pasado. Hemos heredado una casa, tiene muchas imperfecciones, es cierto, pero también muchos aciertos. Aprendamos de ambos y sigamos mejorando la casa, acreditando adecuadamente a todos los que vinieron antes, siempre para bien de la sociedad que está creciendo y configurándose con nuestro hacer. Saldremos en la foto, bailaremos, se lo puedo asegurar: todos y cada uno de nosotros, a la vez.

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