El ir y venir luchando por las cosas más queridas, sin bien nos gasta las manos, nos deja abierta la vida.
- Víctor Jara

sábado, 31 de diciembre de 2016

Documento 3.0

Cuando estudiaba historia en la universidad, leí un libro titulado La gran estrategia de Felipe II. De él, el recuerdo que me quedó fue la imagen del monarca de la Casa de Austria sentado en su escritorio despachando cientos de papeles. El aparato burocrático ya entonces era auténticamente impresionante y durante la lectura del libro mi mente se metió en el enredo y angustia de tanto papel que iba y venía de un confín a otro del imperio para tratar asuntos de diversa índole.

Era el s. XVI. Todos esos legajos deben estar ahora, en gran parte, en el Archivo de Simancas, ese imponente castillo cercano a Valladolid, que el mismo Felipe II transformó en archivo general del Reino. Hago recuento de todo esto de memoria en estos días que acaba el año, no es porque haya desempolvado viejos libros de la universidad, o porque esté pensando en hacer algún tipo de tesis sobre Felipe II. No, por desgracia no es así. Ojalá lo fuese. Todo esto viene a mi mente porque, de nuevo, me he visto envuelto en los entresijos de la burocracia estatal española, que, a pesar del cambio de soporte hijo del paso del tiempo, sigue siendo un fiel reflejo de la complejidad y el quehacer de aquellos "burócratas y funcionarios del s. XVI".

Hoy día, los españoles seguimos sufriendo del mismo mal que sufrían nuestros antepasados hace varios siglos, y además parecemos crecer en nuestro ego ante la exigencia de firmas, compulsas, trámites "en persona", rúbricas "sobre el papel", sellos y apostillas y otra larga serie de procesos a cada cual más complicado y con más pasos. Ni siquiera la llegada de los medios informáticos a simplificado estos trámites y si no intenten obtener un certificado digital de la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre y configurarlo en su ordenador, o intenten configurar adecuadamente su nuevo DNIe 3.0. Incluso en el caso de conseguirlo, se encontrarán con múltiples limitaciones.

Yo estos días me peleo para obtener un certificado impreso con firma manuscrita, para que pueda ser apostillado y tenga validad legal en el extranjero, todo ello porque los documentos con firma digital, esos que uno obtiene por internet después de personarse en una oficina para que le envíen por correo electrónico un certificado digital, no pueden ser apostillados porque no existe la tecnología necesaria que certifique la autenticidad de las firmas digitales. Así que después de haber hecho en análisis sintáctico de semejante oración subordinada (porque el lógico no sería posible hacerlo), hago caso de los subordinados de los subordinados, y hago un escrito en papel, lo firmo con puño y letra, adjunto los documentos (impresos) pertinentes y los llevo a una Oficina de Registro donde, para mi asombro, lo que hace es ¡escanearlos y mandarlos por internet a Madrid! Cáete para atrás, diría más de uno.

No puedo acabar la crónica de mi papeleo porque todavía falta que en Madrid contesten en el Ministerio enviándome -tengo todos los dedos cruzados- en bendito certificado, que espero venga con la necesaria apostilla, porque sino me tocaría hacer otro viaje a la capital del Reino para que lo sellen. Lo que si puedo hacer hoy, además de sentarme a esperar y ver como se acaba el año, es contemplar este lío de siglos y pensar a dónde va esta España nuestra, envuelta en papeles grapados ahora con certificados digitales. Quizá se acabe hundiendo entre tanta ida y venida de papeles, como se hundió la Armada Invencible de nuestro ilustre monarca Español, que bien podría ser presentada en forma de un puñado de barquitos de papel, cada uno con su sobre y su lacre.

O quizá acabe convertida en un campo interminable de castillos de Simancas, donde los pisos vacíos por la crisis inmobiliaria y los desalmados desahucios se conviertan poco a poco en silenciosos archivos donde se guardan los legajos y documentos de las causas perdidas e imposibles (es decir, las de casi todos los españoles de "pueblo llano"), lugares donde el siseo ocasional de un disco duro se alternará con el tenue caer del polvo sobre papeles que hablan de "tiempos de gloria pasados".

Qué gloria me pregunto yo. Pues si bien todo debe quedar en papel, y lo que no está escrito no existe, ¿no sería mejor que los papeles fuera ágiles ayudas al ciudadano común y no afiladas armas de defensa de un "modus vivendi" que es lo que acaba siendo en muchos casos la burocracia?

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