El ir y venir luchando por las cosas más queridas, sin bien nos gasta las manos, nos deja abierta la vida.
- Víctor Jara

martes, 20 de diciembre de 2016

Cuando el chiste no tiene gracia y duele

Palabras en una carta. Palabras que quieren ser graciosas pero que se tornan en humor zafio y grosero. ¿Cómo puede uno hacer comparaciones jocosas de la desdicha humana? ¿Cómo puede uno reírse de cómo actúan aquellas que, por ser de otra manera, por ser más jóvenes, o por cualquier otro motivo, actúan de manera distinta a como uno quisiera actuar?

Llevo todo el día indignado y aún no consigo aceptar el chiste. Me pareció misógino, y por su puesto una falta de respeto terrible. ¿Cómo puede uno reírse de una persona que casi ha sido asaltada, que quizá pudo ser violada y hacer comentarios jocosos al respecto? En este mundo, a ambos lados del charco, e indiferentemente de la formación, cultura, nivel social, u origen de las personas, siguen existiendo este tipo de comentarios hacia las mujeres: se las sigue creyendo inferiores, frágiles, necesitadas de la protección de un hombre. ¿De qué hombre?, me pregunto yo. ¿De ese hombre con aires de seductor, conquistador, protector que terminado su cortejo y conquista les va abandonar, o peor aún convertirse en un dominador anulador de las voluntades y libertades de la mujer? Porque si es ese hombre, del que están hablando, entonces su condición es aún más terrible: no son frágiles, ni inferiores, ni necesitadas de protección; sino engañadas, vilipendiadas, cegadas, manipuladas, sometidas por la fuerza de aquel o aquellos (quizá de la misma sociedad patriarcal) que, inseguros y necesitados de reafirmarse sobre alguien para no reconocer imperfección humana, construyen normas sociales y culturales para someter a otros a ellas en este caso.

Me veo a mi mismo estos días tras esa puerta, mirando por las rendijas de la ventada, paralizado por el miedo mientras unos hombres intentan derribar la puerta y entrar en casa a altas horas de la madrugada ¿cuántas cosas podrían pasar por mi mente? ¿y por la de los ladrones llenos de adrenalina y quizá algo más para envalentonarse, además de las mentiras que esta sociedad machista les ha ido enseñando desde niños? Me veo también la piel de ella, corriendo a refugiarse en un armario, tras la puerta cerrada de un cuarto, protegiendo a su hijo con su propio cuerpo y vida cuando el ex-marido fuera de si irrumpe en la casa  y la jala del pelo y la golpea y la increpa y la insulta. Me veo a mi mismo en la piel de una mucha maltratada por su marido, incapaz de aceptar su situación de maltrato, incapaz de hacer el hatillo y salir de casa "porque la sociedad le ha enseñado y le repite una y otra vez que la mujer tiene aguantarlo todo y cuidar de su marido, porque si marido, sin hombre no es nada". Me veo una y otra vez en la piel de todas esas jóvenes vistiendo una moda provocativa que "otros" han diseñado para ellos, y teniendo que seguir el juego de aquellos "otros jóvenes" que se aprovechan de los diseños socialmente aprobados y establecidos".

¿Hasta dónde? ¿Hasta cuándo? Cuántos chistes más tenemos que aguantar. Cuántas mentiras más. Cómo, que alguien me diga cómo de alto debemos alzar la voz para que la realidad, esa realidad manchada de sangre, de semen no deseado, de dolor, de golpes, de mentes sometidas y anuladas hasta el punto de quedarse sin su propia voz, se haga presente y patente sobre tanta mentira. Quiero grita según escribo estas líneas y no encuentro ya qué gritar. Creo que lo he dicho todo, pero no me canso ni me cansaré de repetirlo, como no me cansaré de extender la mano a la que hoy es objeto de chiste y burla y caminar con ella firme, mirando fija y firmemente a los ojos de ese hombre convertido en triste bufón; preferiría golpearle o escupirle a la cara, pero eso no haría sino convertirme en cómplice de ese falso mundo que el ha construido para reafirmarse.

Yo escribo. Ellas sufren, ellas lloran, ellas padecen en silencio, y muchas veces viven en silencio sin saber que padecen la opresión ejercida por ellos. Ojalá estas palabras y estas manos que escriben sirvan para abrir unos ojos, aunque sólo sean par, unos pocos entre cientos; ojalá sirvan también para calmar y sanar esas heridas esos golpes, pues no tengo nada más: mis palabras, mis manos, mis brazos, mis labios. Os las entrego todas: otro beso, otro abrazo, y otro más mientras siga habiendo hombres falsos y huecos, y mi voz también, que se una al  vuestra, hasta que me quede sin aire, mientras siga esta injusticia.

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